Cuando vi la escena de Maixabel Lasa, la esposa del asesinado por ETA, Juan Mari Jauregui, comiendo con el asesino de su marido se me saltaron las lágrimas de emoción. Hay que tener un coraje extraordinario por la paz y el perdón para tener un encuentro sencillo, sin bronca, sin gritos. Con voz medida, con silencios se expresa mucho más que con todo lo demás. Y esa mujer hizo un trabajo extraordinario para recomponer la paz en Euskadi, la tierra que más sufrió el desgaste aunque muchos lo han confundido todo con políticas que quieren hacernos volver al pasado amparándose en aquel error infinito.
Algunas veces he escrito sobre mi propia vida que podría ser objeto de una película que nunca se hará. Nací en Madrid de un padre franquista y falangista con el que jamás pude tener una conversación social, política o de cualquier cosa. Estaba imbuido en un odio que hoy aparece en nuestro Congreso y en la propia sociedad. Mi madre nada tenia que ver con aquella ideología, pero en los años 40 y 50 la mujer estaba en modo avión, que es sentir vibraciones pero sin molestar. Soportaba el que su marido y su único hijo no se entendían y, a veces hacía de moderadora con poco éxito. Había una asistenta en mi casa que venia a ayudar a mi madre que era una mujer buenísima de la que nunca pude conocer a su marido porque estaba en la cárcel por rojo. No supe nunca si murió en la cárcel. Pero estábamos en la posguerra, que conste en acta. Es uno de mis recuerdos, como comer separados porque ella era roja. Pero buena gente, buenísima y hermanada con mi madre, por ello quizá yo empecé a no congeniar con mi padre aunque era muy joven.
Nací en Madrid de un padre franquista y falangista con el que jamás pude tener una conversación social, política o de cualquier cosa.
Me crié con toda mi familia materna en el Valle de Mena, un valle precioso al norte de Burgos lindando con Bizkaia con lo que mis visitas a Bilbao con primos que amaban mucho aquella tierra cercana eran continuas. La capital vizcaína esta a 40 Km. del valle. Mi primer campo de fútbol que visite fue San Mamés y me hice del Athletic. De aquel equipo maravilloso del entonces Lezama, luego Carmelo y llego Iribar, mi ídolo. Y me hice un poco vasco. Me case después con una guipuzcoana de ocho apellidos vascos con la que vivo hace 52 años y de familia euskaldún. Aquello me hizo más vasco de lo que me sentía ya. Mis dos hijas fueron un pequeño tiempo a la ikastola para poder expresarse en euskera aun viviendo en Madrid por mi trabajo. Y hoy nos llaman aita y ama y nos saludamos cada día en euskera. Con esa vida entre Madrid y Euskadi conocí los dos extremos de este país hermoso. Es cierto que en aquella familia enorme había de todo, hasta batasunos , pero jamás tuve un problema con ninguno pese a que yo no comulgaba con la violencia y tuve conversaciones interesantes con ellos, pero jamás me levante de la mesa como había pasado muchas veces con mi padre, por mi cariño a lo vasco. Pero en aquella familia tolosarra nunca vi malas caras hacia mi persona. Hoy tenemos una relación continua y me conozco la N-1 como poca gente.
Esto que he narrado es personal y pido disculpas por referirme a mi persona, pero con ello explico mi admiración y hasta amor por esa mujer, Maixabel Lasa, con la que descubrí a mis muchos años que estaba equivocado. Es posible el perdón. Pero parece que solo es posible entre vascos. Ahora pienso si podría generarse un ejercito de maixabeles en esta España corroída por una política sin sentido que propicia solo el enfrentamiento. Soy pesimista porque no veo en esa derecha ningún motivo para soñar despierto. Quizá porque con mi padre jamás pude hablar de nada sin discutir, pese a ser joven, pero vi que con ese tipo de gentes, a los que conocí por amistad con él, era imposible sacar algún perdón, o simplemente comprensión. Esos traumas de joven permanecen porque ahora se renuevan. Hace pocos meses un compañero de mi trabajo con el que poco me traté me llamó proetarra porque nunca había condenado a ETA en las redes sociales. Yo no sabía que cuando te levantas tienes que condenar a ETA. Es el peor insulto que he recibido en mi vida y le eliminé de mi lista de “amigos”, si se puede llamar amigo a una persona así. Pero lo peor es que exista mucha gente así.
Hace pocos meses un compañero de mi trabajo con el que poco me traté me llamó proetarra porque nunca había condenado a ETA en las redes sociales.
Sigo soñando con Maixabel y su hija María Jauregui para el futuro y que sigan empeñados en la paz en Euskadi. Confío en ellos, en los vascos de verdad, que no solo son los que se tapan con la txapela. Hay mucha gente que esta reñida con la violencia después de lo pasado. Yo también. Los que pasaron la posguerra como yo pero del otro bando, ¿no serán capaces de pensar alguna vez que hay que sentarse a comer con el que piensa distinto?
Cesar Moya Villasante es socio de infoLibre. Este jueves recibió el Premio infoLibre al Librepensador 2021.
Cuando vi la escena de Maixabel Lasa, la esposa del asesinado por ETA, Juan Mari Jauregui, comiendo con el asesino de su marido se me saltaron las lágrimas de emoción. Hay que tener un coraje extraordinario por la paz y el perdón para tener un encuentro sencillo, sin bronca, sin gritos. Con voz medida, con silencios se expresa mucho más que con todo lo demás. Y esa mujer hizo un trabajo extraordinario para recomponer la paz en Euskadi, la tierra que más sufrió el desgaste aunque muchos lo han confundido todo con políticas que quieren hacernos volver al pasado amparándose en aquel error infinito.