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Ha nacido una australiana

Fernando Pérez Martínez

La noticia me la dio su abuelo, de esplendente sonrisa en la que no cabían más dientes, mostrándome en el móvil la imagen de la madre primeriza, con la huella todavía en su joven rostro, bello y sonriente, de las cuarenta y ocho horas de esfuerzo que duró el parto. También se veía en la pantalla, acurrucada en el regazo materno, a una recién nacida, colorada y perfecta, con los ojitos cerrados y esa expresión circunspecta de los bebés, de seriedad trascendente.

Nació australiana porque la España de los desahucios y los rescates bancarios no la quiso española. A sus padres, universitarios, también les negó mi país el pan y la sal, pese a ser su madre española, quizá debido a eso. Por fortuna el padre, un hombre decente y preparado, es además australiano. Aunque lejos, allí sí encontraron casa y trabajo. Condición imprescindible para concebir un futuro apacible en el que establecer los sueños al amor de una familia. Allí nació Cecilia, que en mi país no pudo nacer.

En la patria del pelotazo y la trapisonda no importan estas naderías que amenazan a la población. Importa si somos vascos, castellanos o catalanes o gallegos o valencianos… y quién es más gallardo, la nueva hidalguía que nos confunde en interminables e inútiles disquisiciones. Si son antes las nacionalidades que las personas; las altas finanzas, por bajas y arrastradas que sean, que las pensiones y salarios menesterosos…, importa el ruido político, el estruendo de las grandes palabras que ofuscaron a nuestros ancestros de un siglo XIX que todavía no se marchita. La vida de las personas es una cuestión menor para nuestros contemporáneos.

Los que tienen la sartén por el mango no se quieren dar cuenta que el que acepta las criminales condiciones de trabajo que en esta tierra se ofrecen, ha llegado huyendo de la muerte, dispuesto a lo que sea a cambio de refugio. Mientras consienta un sueldo indigente que le permita vivir hacinado con un puñado de compatriotas y mandar todos los euros que su mísero salario le permita a la casa lejana, es bienvenido. Con ello su familia logrará sobrevivir y con el tiempo podrá construir una chocita, un ranchito… un techo que les cobije en el país de origen, un lugar al que poder volver cuando las condiciones laborales de esta España en B pasen factura al emigrante, que por muy subsahariano, americano, árabe, oriental o del este de Europa que sea, no es más que un ser humano como los de aquí.

En mi país, a nadie de los que pintan en la Administración del Estado le importa la gente de nuestra tierra, pues según el Gobierno, los españoles son tan soberbios que no quieren asumir el papel de mano de obra esclava acorde a las condiciones laborales y vitales que aceptan a vida o muerte los extranjeros procedentes de países más subdesarrollados y mortíferos que el nuestro. La cuarta economía de la Unión Europea, sea lo que sea que eso quiera decir.

La élite que gobierna este país, prefiere en los tajos españoles, trabajadores extranjeros obligados a aceptar los recortes mezquinos que establecen sin alternativa los roñosos patronos de la troika. Que millones de españoles no puedan tener hijos aquí, que tengan que buscar en el extranjero el lugar donde criarlos como es debido ¡A quién le importa!

Qué harán esas élites repeinadas cuando la mayoría de los españoles seamos andinos, caribeños, subsaharianos, árabes… Nos querrán igual. Es decir, nada.

Ayer nació Cecilia, una española que no será española, será australiana. Suerte que tienen en las antípodas.

Puerco Gobierno, ¡ojalá tengan que vivir, ellos/ellas y sus familias en las mismas condiciones que imponen a nuestro pueblo y a quienes la patera desafortunadamente lanzó contra el litoral hispano en lugar de otras costas en las que la explotación de hombres y mujeres se practica con mayor miramiento, de modo más humanitario.

Bienaventurado planeta, regado con lo mejor de cada casa española, que acoge como a hijos propios a aquellos que ni el Gobierno de España, ni la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, supo/quiso dejar nacer entre su familia.

¡Eh, fulanos importantes, émulos de Nacho el del ático, de Rato, de Blesa…! cuando seáis viejos y desvalidos, en vuestra vida de cochambre afectiva, un efusivo y estresado pariente harto de vosotros, que habrá aprendido vuestras patéticas parodias amorosas, os asignará con fría indiferencia a un desconocido desprovisto de cualificación y paciencia, para que vele por vuestras necesidades. Deseo que le importéis lo mismo que a vosotros, ¡engendros desnaturalizados!, os interesamos los demás.

La puñetera cuarta economía de la Unión Europea, Cecilia. De qué le servirá lo que eso pueda significar a un bebé español nacido a miles de kilómetros de su casa.

Bienvenida a Australia, Cecilia querida, que seas feliz. Desde el otro lado del planeta os queremos.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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