La leyenda iconográfica española ha descubierto un nuevo personaje para ampliar su censo, junto a El Lazarillo de Tormes, El Buscón, de Quevedo, o Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, y lo ha hecho a medio camino entre la primera decena de los años del siglo XXI y su segunda centena. La aparición del “pequeño Nicolás” editorializa a nuestra sociedad y la forma, no ya de hacer política, nada más alejado de sus intereses, sino de cómo ser y cómo progresar, lo cual nada tiene que ver con la “meritocracia” que llena la boca de nuestros próceres.
El “pequeño Nicolás", entendió, desde su más tierna infancia que el sistema de selección en nuestra sociedad tiene una clave: “estar”, moverse cerca de la ubicación del poder y sus tentáculos, ser reconocido, trasladar el sentimiento de ser “uno de los nuestros”; el “pequeño Nicolás” quiso estar, como Blesa, para pasar de ser un “sin curriculum” a ser nombrado presidente de la cuarta entidad financiera de España, como Bárcenas, de discreto empleado administrativo a mover los fondos de un gran partido político, llegando a ser senador, como Villalonga, de compartir pupitre con su amigo José María a presidir Telefónica, Rajoy también supo estar ahí y ahora es Soraya quien está ahí…
El “pequeño Nicolás” no es el fraude que se nos ha querido vender, se granjeó la simpatía de los poderosos y, poco a poco, fue ganando espacio entre ellos, su álbum de fotos se puede comparar sin complejos al de cualquier “prima dona social” de nuestro momento: los reyes, Felipe VI y Letizia, Rajoy, Soraya, Cospedal, Rato, Esperanza Aguirre, Arturo Fernández … y hasta Alberto Contador, para llegar a contar con un coche oficial, a su servicio, de la alcaldesa de Madrid, con chofer y policía asignado a su vigilancia, en un ripio que requiere de algo más que picaresca.
El “pequeño Nicolás” acertó al trazar su camino. Sin este episodio, explosionado desde alguien cercano, habría podido consolidar su plan y atacar las altas cimas, FAES aparte. Nadie iba a medirle por su formación, sus capacidades, su integridad o sus méritos; trabajó bien su ubicación, siempre cerca del poder, desde sus tempranos 15 años, con total disposición a servir al “jefe”.
El gran drama para nuestra sociedad es que este chapucero sistema de elección de elites, endogámico, es la “clave de bóveda” para que la corrupción corroa las estructuras del poder en nuestro sistema, vaciándolo de sus esencias, desintegrándolo. El caso del “pequeño Nicolás” editorializa sobre nuestro sistema y sus perniciosos métodos, quizás ahora desaparezca un tiempo, pero volverá a aparecer porque él ya ha probado las mieles del bien vivir e igual que decía el protagonista de El Lazarillo de Tormes: “[…] Desde que me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio[…]”. Ni él, ni sus amigos, se resignarán.
Mario Martín Lucas es socio de infoLibre
La leyenda iconográfica española ha descubierto un nuevo personaje para ampliar su censo, junto a El Lazarillo de Tormes, El Buscón, de Quevedo, o Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, y lo ha hecho a medio camino entre la primera decena de los años del siglo XXI y su segunda centena. La aparición del “pequeño Nicolás” editorializa a nuestra sociedad y la forma, no ya de hacer política, nada más alejado de sus intereses, sino de cómo ser y cómo progresar, lo cual nada tiene que ver con la “meritocracia” que llena la boca de nuestros próceres.