Ya tenemos las manos manchadas de sangre y los ojos vendados desde hace un tiempo como para entrar en maniqueísmos y en el debate de si está bien o mal ver el mundial de fútbol masculino de Catar que se celebrará en noviembre y diciembre.
Yo sí veré el mundial de Catar y lo haré por principios: el fútbol, como deporte popular, no debería caer en el dominio de unos señores vestidos de negro y corbata que nos niegan el ocio por el negocio convirtiendo el arte de sortear líneas con una pelota a ras del verde en un deporte para élites.
Son muchos argumentos explotados de manera crítica y coherente por parte de asociaciones de derechos humanos y de manera hipócrita por los medios de masas sobre por qué no se debería ver este mundial.
En primer lugar, los 6.500 trabajadores inmigrantes muertos desde su elección para celebrar el mundial. Una injusticia injustificable. Ahora bien, los 7.000 kilómetros que aproximadamente me separan de Catar me van a permitir bien poco influir en la vida de este país.
Prefiero hablar de mi entorno, que es en el que puedo cambiar e influir; además, a ningún pueblo le gusta que le digan desde fuera cómo hacer sus revoluciones. Hablando de trabajadores/as, me preocupa la opinión publicada en mi país que avalancha mediáticamente a nuestra ministra de trabajo con cada pequeña subida del salario mínimo.
Los 7.000 kilómetros que aproximadamente me separan de Catar me van a permitir bien poco influir en la vida de este país
Y… hablando de migrantes, me preocupa la política genocida y racista en la valla de nuestra Melilla en contraste con la acogida de migrantes venezolanos o ucranianos. Es cierto que las cantidades de muertos son distintas y no es menos cierto que los hechos son los mismos: migrantes muertos.
Tampoco creo que podamos hacer mucho por evitar esas 'muertes naturales' , según las autoridades cataríes… pero tal vez sí podríamos hacer algo por evitar “nuestras muertes naturales en centros de menores”. En este mundial, podremos ver jugadores como Pepe (Portugal) o Luis Suárez (Uruguay), conocidos por escenificar sus brotes de violencia con agresiones a otros jugadores. ¿Imagináis que hubieran recibido la misma respuesta que Ramón Barrios o Mamadou Barry? También hay George Floyd en tu país.
Veamos más. En 2018, recuerdo ver por televisión cómo corría Kylian Mbappé la banda contra Argentina en el Kazán Arena en el corazón de una Rusia que ya llevaba cuatro años de conflicto en aquella guerra del Dombás de la que nadie hablaba —¿por qué?— y a la que parecía que nadie le importaba.
Dicen que en Catar no respetan a la comunidad LGTBI y cierto será. Ahora bien, no creo que hace cuatro años el líder conservador y ultraortodoxo Vladímir Putin la respetara… Y nadie presentó el no ir ni el dejar de verlo.
En el caso de España, si podríamos parar el auge de los delitos de odio contra este colectivo. ¿Cómo? Rechazando la normalización de la extrema derecha en los medios de comunicación con intereses privados e instituciones democráticas.
También recuerdo el fracaso de España en la Eurocopa de Portugal de 2004, un año después de participar en la guerra de Irak. No estuvo tan mal, nos dejaron participar al menos, no como a la selección rusa en Catar, ¿qué tendrán esos soviéticos, serán peores chavales?
¿Y qué me dicen de esas mujeres cataríes carentes de derechos? No creo que vayamos a cambiar nada. Ahora bien, en nuestro país, sí deberíamos reclamar, por ejemplo, que las futbolistas del Rayo Vallecano tengan equipo médico y no sean discriminadas por el hecho de ser mujeres (ver aquí y aquí).
Más preguntas: ¿Por qué el gobierno que se dice más progresista de la historia avanza en una ley del deporte que obliga a deportistas federados a tener un seguro privado en perjuicio de la Seguridad Social? ¿Qué pensarán en Guatemala cada vez que vemos un partido del equipo de Florentino Pérez, el Real Madrid?
Hablar de todo esto es responsabilidad de los periodistas, no mía.
La clave está en los futbolistas y entrenadores sin que podamos culparlos porque solo están haciendo su trabajo, como dice Luis Enrique: “No soy político, decido mi lista y me centro en el fútbol”.
Donde sí hay que actuar es en la educación de los niños que se están formando en el presente y serán más tarde nuestros futbolistas. Si ponemos los derechos humanos y la igualdad en el foco de las escuelas con iniciativas que fomenten el espíritu crítico podríamos conseguir que, dentro de doce años, estos chavales se negaran a participar en este tipo de competiciones. Los maestros/as suelen transmitir a los niños/as que se ocupen de lo suyo y no de los demás, ¿por qué no lo hacemos mejorando nuestro país?
No podemos permitir que deje de ser “del pueblo” esa cultura de poner en un descampado dos piedras o camisetas como porterías creando una cancha sin límites en las que el final del partido lo marcaban la puesta de sol, un “abrojo” que pinchaba la pelota o las voces de aquellas madres que, desde el balcón de sus edificios o asomándose a las plazas de los pueblos, veían ese último dribbling y ese último disparo que sus hijos ejecutaban como una cosa no menor y sin importancia.
Yo sí lo valoro, solamente porque es un juego, y ese es otro de los principios por los que sí veré el mundial de Catar.
Por estas razones y, por mis contradicciones, veré el mundial de Catar. Porque el fútbol ha de ser cultura popular. Ha de ser un juego que cree lazos entre personas. Porque ha de ser del pueblo. Porque no quiero plazas y parques vacíos con carteles criminales que dicen “prohibido jugar a la pelota” mientras los niños/as llenan sus horas de ocio en los videojuegos de fútbol de EASports.
Porque quiero que esos locos bajitos nunca dejen de joder con la pelota.
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Paco Ochoa es socio de infoLibre
Ya tenemos las manos manchadas de sangre y los ojos vendados desde hace un tiempo como para entrar en maniqueísmos y en el debate de si está bien o mal ver el mundial de fútbol masculino de Catar que se celebrará en noviembre y diciembre.