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Ácida caricatura teatral de Juan Carlos I

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Juan Carlos I está visiblemente drogado, causa (en teoría) de los fármacos que toma para paliar el dolor de la cadera, la pelvis, los lumbares, la rodilla. En su delirio, dos extrañas figuras irán haciéndole rememorar su trayectoria. "¿Sois de la ETA?", pregunta el monarca con los pantalones a media asta, entre muecas dignas de un mal viaje de ácido. "¿Eres gilipollas?", responde uno de los dos misteriosos personajes. 

Así comienza El Rey, nueva producción del madrileño Teatro del Barrio (del 4 de noviembre al 17 de diciembre) bajo la dirección de Alberto San Juan. Y, si el retrato de Juan Carlos I puede parecer, tan solo con esa imagen, inusualmente irreverente, a partir de ahí no hace más que ganar en acidez. La obra —protagonizada por Luis Bermejo encarnando al rey emérito, acompañado de Willy Toledo y el propio San Juan— no se queda en la caricatura del monarca, ya representado en la cultura popular con cierto aire bobalicón. El Rey pretende también plantear ciertas dudas en torno a su papel político. Y es ahí donde el tono se endurece. 

"No tratamos de entregar ninguna verdad alternativa, sino cuestionar la verdad oficial y animar a un esfuerzo personal por buscar información que no circula por los canales mayoritarios", contaba Alberto San Juan el pasado lunes, tras un pase previo del montaje. El Rey hace aparecer sobre escena, encarnados por Bermejo y Toledo, a personajes como Franco, Tejero, Don Juan, Felipe González o Adolfo Suárez. Todos ellos hacen un repaso a la actuación del Borbón en distintos momentos de su carrera política. 

Comenzando por su relación con Franco —encuentro con Don Juan en el yate Azor mediante— y su instrucción en España. Juan Carlos, futuro rey, jura la bandera del régimen y sus principios, alterna con Franco y se distancia de su padre. Se niega a volver al exilio cuando Don Juan se lo ordena. Se convierte a la democracia por indicación de Kissinger, que aparece como una oscura presencia tras el atentado contra Carrero Blanco. Orquesta el proceso de cambio de forma que "los vencedores de la guerra no se conviertan en los vencidos de la democracia". Y participa en la caída de Adolfo Suárez en pro de un Gobierno que pudiera acometer reformas "controlando a la calle". 

No queda títere con cabeza, de Juan Luis Cebrián a Javier Cercas, en esta obra "de ficción", como insisten sus creadores. No se podía esperar menos de unos exintegrantes de la compañía Animalario, artífice de Alejandro y Ana: todo lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del presidente (2003). "Me he planteado la posibilidad de si alguien puede denunciarnos o querellarse por las cosas que se plantean aquí, y un par de abogados han revisado el texto. En cualquier caso, nosotros planteamos preguntas. Incómodas, espero, pero son preguntas, no afirmaciones", puntualiza San Juan. 

Por mucho que insistan en el carácter ficcional de la obra (en parte para guardarse las espaldas), la dramaturgia del propio director no inventa casi nada de lo esencial. San Juan se ha basado, sobre todo, en El precio de la Transición, del periodista Gregorio Morán (de 1991, reeditado ahora por Akal), "masacrado en los medios de comunicación por publicarlo en su día". "La difusión de la literatura crítica con la Transición era escasa, pero hace un año o así se hizo casi un lugar común. Últimamente, con el auge de Ciudadanos, hay un rearme en la defensa del proceso", dice el director. El Rey es una forma de "redoblar esfuerzos" para construir "una lectura crítica" de aquel momento político.

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Las palabras del monarca ficticio salen "casi todas las veces" de boca del ídem real tal y como quedaron registradas en El Rey, de José Luis de VilallongaEl Rey (1993). El aristócrata editó luego Franco y el Rey, título sobre las relaciones entre ambos a partir de conversaciones con Juan Carlos I que recoge en parte la obra. "He sido un antifranquista pasional, pero después de mi trabajo junto al Rey he empezado a tener una visión distinta del general", dijo elocuentemente Vilallonga en la presentación del libro en 1998. 

"Este año está cargado de un simbolismo brutal. 40 años después de los 40 años [de franquismo] vuelve a cambiar la cosa. Y ahora que estamos en un momento de cambio es obligado reflexionar sobre el cambio anterior", opina San Juan. El Teatro del Barrio lleva cuestionando desde su nacimiento la historia reciente de España, con obras como Las guerras correctas (tomando la entrevista de Iñaki Gabilondo a Felipe González sobre los GAL), Autorretrato de un joven capitalista español, o Ruz-Bárcenas (basada en la declaración del extesorero ante el juez Ruz sobre la caja b del PP). De todas ellas, El Rey es la que más evidentemente busca la risa. "El humor puede ser revolucionario", lanza San Juan. 

El espectador llega a la obra consciente del tono respetuoso de la mayor parte de los medios ante el monarca. El público recuerda quizás la autocensura de la portada de El Jueves cuando Juan Carlos I abdicó en su hijo, o la condena a los autores de aquella viñeta protagonizada por Felipe VI sobre el cheque-bebé por injurias al heredero. Y cuando llega a la sala se encuentra con Juan Carlos I devorando la bandera franquista, a Franco ofreciendo sardinillas a Don Juan, al rey tratando de zafarse del cadáver del dictador. "Todo lo que se puede comprender se puede transformar", dice Willy Toledo en escena, que es en realidad Chicho Sánchez Ferlosio. Todo de lo que puede uno reírse, también. 

Juan Carlos I está visiblemente drogado, causa (en teoría) de los fármacos que toma para paliar el dolor de la cadera, la pelvis, los lumbares, la rodilla. En su delirio, dos extrañas figuras irán haciéndole rememorar su trayectoria. "¿Sois de la ETA?", pregunta el monarca con los pantalones a media asta, entre muecas dignas de un mal viaje de ácido. "¿Eres gilipollas?", responde uno de los dos misteriosos personajes. 

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