Álvaro Pombo en la cima: Premio Cervantes 2024
Poeta, narrador, articulista (entre otros artículos, un buen puñado de retratos de amigos) y ensayista, frecuentador de los textos filosóficos, de Álvaro podría decirse que es un escritor orquesta. Su formación académica, intelectual, se inició en España, tuvo de condiscípulo a José Antonio Marina, uno de sus grandes amigos, y continuó en Inglaterra, su familia era anglófila, y cuando regresó a su país, en 1977, se incorporó al círculo de escritores que compartían tertulia y saraos con Juan Benet, cuyo peculiar sentido del humor se asemejaba al del santanderino. Por la estrecha relación que mantuvo Benet con Rosa Regás, sus primeros libros, cuentos y poesía aparecieron en la editorial La Gaya Ciencia, muy innovadora en los diez años que siguieron a la muerte de Franco.
Su prestigio, sin embargo, empezó a cuajar cuando ganó el Premio Herralde, con El héroe de las mansardas de mansard (1983), para pronto consagrarse como narrador internacional en la Feria de Frankfurt de 1985, tras la cual su obra fue traducida al inglés, al francés, al alemán (por la prestigiosa Elke Wehr, ya fallecida), al italiano, al portugués y al holandés. Y aunque sus libros hayan aparecido aquí y allá, podría decirse que su editorial por antonomasia ha sido Anagrama. Allí han aparecido sus mejores libros, al menos aquellos que yo prefiero: El metro de platino iridiado (1990), Premio de la Crítica; Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey (1993), la preferida de Pombo; Donde las mujeres (1996), Premio Nacional de Narrativa; y la reciente Santander, 1936 (2022).
Adscribirlo a una generación o grupo no resulta prudente, pero sí podría decirse que ha compartido trayectoria literaria, pues todos ellos coincidieron en determinados encuentros personales, así como en instituciones como la Academia de la Lengua, o editoriales, con Javier Marías, José María Merino, Luis Mateo Díez, Paloma Díaz-Mas, Félix de Azúa, Eduardo Mendoza, Juan José Millás, Vicente Molina Foix o Antonio Muñoz Molina. Además, esa nómina de autores empezaron a darse a conocer durante los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia.
Sea como fuere, la vocación de Álvaro Pombo ha consistido siempre en expresar el mundo, en mostrarlo a través del lenguaje, a menudo con humor e ironía, los cuales le han servido para mostrar las distorsiones de la realidad; en ser escritor, en suma. La gran tarea para él estribaba en componer un universo personal, valioso, y en saber contarlo, no perdiendo nunca de vista al lector. En alguna ocasión ha recordado que se movía en un ambiente donde se contaban historias, que siempre le había gustado hablar y que buena parte de su vocación literaria tenía su origen en los relatos narrados de viva voz. Tal vez por ello —nos dice— dicte sus novelas y componga un relato oral que le gustaría que pudiera ser leído en voz alta.
Y aunque ha declarado en alguna ocasión que detestaba el realismo, que no se consideraba un escritor realista a la vieja usanza, me parece que como mejor se entiende su narrativa es dentro de la llamada tradición de la estética del realismo psicológico, anglosajón y español, enriquecido por la evolución de sus distintas corrientes a lo largo del siglo XX y XXI, procurando evitar, hasta donde le sea posible, el costumbrismo, que no por ello deja de tener cierto peso en sus relatos. En ese sentido, reconoce Pombo que la influencia de Iris Murdoch, de quien proviene la idea de la falta de sustancia, ha sido para él “absolutamente definitiva”. Siguiendo a la citada escritora, en sus novelas individualiza a unos pocos personajes sobre un fondo histórico, social, real, como ocurre, por ejemplo, en Los delitos insignificantes (1986). Es lo que Pombo le gusta llamar psicología ficción.
El caso es que nuestro autor cree que la novela debe mostrar siempre la realidad, y cómo se manifiesta la naturaleza humana, a través de las relaciones personales, influido —según reconoce— por el existencialismo y la fenomenología. No en vano, su preocupación por captar la psicología de los personajes proviene también de la novela anglosajona. Sobre el estilo, alguna vez ha comentado que le interesa poco, que no lo considera esencial, y aún así pesa mucho en él. En diversas ocasiones ha repetido: “Escribo como hablo, literalmente (…), de hecho, escribo la mitad de las veces hablando, porque dicto gran parte de las cosas”. Así pues, para él, la literatura no puede ser solo estilo y forma, sino que las ideas también desempeñan un papel importante. Habida cuenta de que hallamos el significado del mundo sobre todo al narrarlo, ya que lo que no se verbaliza, se nos escapa. En la novela, nos dice, insuflamos las “figuras humanas de posibilidad pura con tanta energía que llegan a existir”. Pues, de acuerdo con su discurso de entrada en la Real Academia: “Toda mi caminata, desde mi juventud (...), todo el sentido de esta (...), ha sido determinada por una firme voluntad de verdad (...), de caracterizar la verdad que es propia de los textos narrativos”. No en balde, en la contestación, Carmen Iglesias resumió el núcleo central del discurso de Pombo como “el juego entre lo verosímil, lo verdadero, la realidad y la ficción”.
Si, para Pombo, la novela es “una imitación de la vida”, “el gran novelista no es el que cuenta cuentos, sino el que inventa seres reales con toda la opacidad que tienen los seres reales. Esto es lo que me gusta en la novela”. Así, “todos los sentimientos expresados —nos dice— son ficcionalizados, ficticios. Si fueran reales, no serían literarios”, por lo que no resulta raro que niegue la presencia de lo autobiográfico en sus narraciones, pues “lo extraordinario es siempre interior”.
Una vez obtenido el Cervantes, tras conseguir el Premio de la Crítica, el Nacional de Narrativa, el Nadal, el Planeta y el Premio Internacional Menéndez Pelayo en el 2023, le quedan ya muy pocos galardones que conseguir en el sistema literario español. Pombo ha destacado sobre todo como narrador, pues a las novelas citadas habría que añadir los Relatos sobre la falta de sustancia (1977). Su estilo, su prosa, no se asemeja a ningún otro, pues el pensamiento, el concepto, el gusto por los neologismos de raigambre filosófica, lo hacen singular. Álvaro Pombo es, en suma, un narrador mayor, por lo que solo podemos alegrarnos de que por fin le haya sido concedido el Premio Cervantes.
El escritor Álvaro Pombo gana el Premio Cervantes 2024
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P.S. Muchas de las opiniones del autor provienen de las entrevistas que ha concedido, de sus ensayos o artículos.
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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.