Hay que confiar en la Justicia, pero ¿en cuál de las dos?

Al neoliberalismo se le ha ido la política de las manos igual que se le fue su monstruo al doctor Frankenstein. Siempre ocurre lo mismo y a veces la locura del iluminado acaba en una catástrofe. Tanta regla basada en la desigualdad y tanta filosofía del dinero han terminado por ensanchar hasta el infinito y más allá la brecha que divide el mundo en dos, todo para unos pocos y casi nada para la gran mayoría. Tanto negacionismo ha hecho que todo dé un paso atrás. Tanto reescribir la historia ha resucitado el prestigio de los dictadores más sanguinarios de Europa, demostrando que se puede tener nostalgia del horror y que la ignorancia también es un arma de destrucción masiva. Los ultras van ganando como lo hacen siempre, convirtiendo a sus víctimas en seguidores y votantes suyos, formando un ejército de gente que tira piedras contra su propio tejado creyendo que bombardea al enemigo y que pone su ideología, si es que tal cosa aún existe, por encima de sus propios derechos. El resultado es que ahora, y con un apoyo popular incontestable, en la Casa Rosada está Javier Milei y en la Casa Blanca está otra vez Trump, este último exigiendo que le vendan Groenlandia y creando desde el primer día crisis diplomáticas con México o Colombia. Y como las deudas hay que pagarlas, en Washington harán y desharán a su antojo los multimillonarios que le han pagado la campaña y estaban en su proclamación, avalándolo dólar a dólar, si se me permite el trabalenguas. Esto se está poniendo muy, muy feo.

La lucha por el poder no tiene reglas ni castiga los golpes bajos, eso ya lo sabíamos. Pero ahora el verdadero eje del mal cuenta con el amplificador de las redes y las campañas que intoxican cabezas y envilecen corazones: tanto eslogan violento, tanto odio gratuito, tanto insulto sustentados por un anonimato que resulta incongruente en un mundo donde para registrarte en un hotel debes dar documentos de identidad, números de teléfono, cuentas de correo electrónico, tarjetas de crédito para cubrir imprevistos… Quienes se benefician de que en internet no haya que dar la cara no van a cambiar ese disparate. Y son los mismos que ahora mandan en Estados Unidos. Un panorama muy negro, sobre todo si Europa y el planeta entero no reaccionan.

En el país norteamericano hemos sabido, porque nos lo han dicho ellos, que el peso de la ley habría caído sobre el antiguo y nuevo presidente por alentar el ataque al Capitolio, con aquellos coroneles Tejero locales disfrazados de Toro Sentado, pero que al ser reelegido se echará tierra sobre el asunto. Esa declaración explica a las claras que la justicia está sometida por los gobiernos a los que debería vigilar y poner límites. Los poderes están separados sobre el papel y unos al servicio de otros en la realidad, o eso parece. En España vemos juzgados que van a dos velocidades, dependiendo de si se trata de imputar a personas del entorno de La Moncloa o de la Puerta del Sol: para unos, todo es rápido, a otros les aplazan una y otra vez su comparecencia, con el riesgo ¿calculado? de que los presuntos delitos cometidos prescriban.

En España vemos juzgados que van a dos velocidades, dependiendo de si se trata de imputar a personas del entorno de La Moncloa o de la Puerta del Sol

Recordemos, además, casos como el del jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, cuya declaración es la única que no se filtra a la prensa, qué arte, y cuyo móvil no cree el magistrado que le interrogó que deba investigarse, con los de otros, incluido el fiscal general del Estado, cuando Miguel Ángel Rodríguez aparece en todas las quinielas de filtradores y, según se ha publicado, admitió ante su señoría haber difundido, porque se los había mandado el abogado de Amador, los correos electrónicos entre este y Hacienda.

O tenemos sobre la mesa el caso Aldama, que estaba en prisión y fue liberado de un día para otro tras prometer llevar pruebas concluyentes contra medio Gobierno que no han aparecido, sobre las que casi no se ha vuelto a hablar y cuya supuesta búsqueda se dice que le ha valido al susodicho para destruir otras que le incriminaban. Hay que confiar en la Justicia, nos dicen. Vale, pero ¿en cuál de las dos? ¿La de la élite o la otra?

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