"Es indudable que, en campo adversario, Mussolini, hombre de pensamiento y de acción, escritor eficaz e incisivo, orador persuasivo y vivaz, podría convertirse en un caudillo, un matón temible". Eso escribía Giovanni Gasti, inspector general de seguridad pública, en la primavera de 1919, unos años antes de que la Marcha sobre Roma diera el poder al líder fascista. "Pese a todo, esta, y solo esta, es mi gente. Lo sé bien. Yo soy el inadaptado por excelencia, el protector de los desmovilizados, el extraviado en busca de un camino. Pero la empresa está ahí y hay que sacarla adelante. En esta sala medio vacía dilato las fosas nasales, olfateo el siglo, luego estiro el brazo, busco el pulso de la multitud y estoy seguro de que mi público está ahí". Eso escribe el novelista italiano Antonio Scurati (Nápoles, 1969), poniéndolo en boca de Mussolini, a punto de hablar en el acto fundacional de los Fascios de Combate, en marzo de 1929. Eso es lo que hace su libro El hijo del siglo, que ahora traduce Alfaguara: contar al fundador del fascismo desde sí mismo.
A juzgar por los números, la empresa ha sido exitosa: la novela —una "novela documental" según su autor, en la que no hay "ningún diálogo inventado"— ha vendido más de 220.000 copias en Italia, según la editorial. Scurati trabaja en una trilogía, que debe cubrir la vida del dictador hasta su muerte en 1945, y HBO prepara una adaptación del volumen para la televisión junto a la productora Wildside. El éxito no ha sido cuantitativo: el atrevimiento de Scurati —un libro de más de 800 páginas que trata de explicar la creación de un líder carismático y el sometimiento de una nación, entre 1919 y 1925— ha generado un debate encendido en Italia. De un lado, los que, como su autor, consideran que el acercamiento equidistante y desde dentro a la figura de Il Duce solo puede llevar al rechazo de toda su propuesta política, en una renovación de la propuesta antifascista. Del otro, los que ven un riesgo en este regreso de Mussolini al debate público, con una obra que se reivindica como "narración posideológica", algo que podría ejercer de nuevo su fascinación sobre los menos concienciados.
No es la primera vez que Scurati sale en su propia defensa, y no es la primera vez que lo hace, tampoco, en sus maratonianas jornadas de promoción en España. Desde el principio tuvo en mente, cuenta, evitar una identificación del lector con su protagonista: "Justamente porque era un tema muy delicado, decidí que para evitar el riesgo de crear una empatía en el lector con los fascistas, para evitar el riesgo de hacer de Mussolini un héroe trágico, tenía que adoptar un criterio muy riguroso". La novela llegaba, de hecho, después de años de estudio de la figura del dictador. "Ese criterio fue el de contar el fascismo a través de los fascistas, desde dentro, pero permaneciendo fiel a la realidad histórica documentada, o con un testimonio de autoridad. Estaba convencido de que, haciéndolo así, al final habría surgido —al final de la lectura, no como prejuicio— toda la violencia, todo el mal que supone el fascismo".
El escritor asegura que no estaba entre sus objetivos establecer un grado de equivalencia entre los años veinte y treinta y la actualidad, algo por otra parte relativamente frecuente en los últimos años, tanto por el eco de la crisis económica como por la inestabilidad política y el auge de la extrema derecha. "El escritor, el artista, no hace previsiones sobre la recepción de la obra", lanza. Pero él mismo, en la fase de documentación y escritura, se quedaba "estupefacto" ante los paralelismos, "que estaban ahí". "No hay duda", defiende, "de que una de las razones para el gran interés que hay sobre este libro, se debe al hecho de que los lectores encuentran un paralelismo y sienten la necesidad de comprender qué pasó hace 100 años para comprenderse en el presente. Lo utilizan como brújula de lectura de la contemporaneidad". No es una interpretación forzada. Los Fascios de Combate, cuenta, se definen a sí mismo como "un antipartido". "Nosotros no somos la política, somos la antipolítica", clamaban. "No son palabras de hoy prestadas al ayer, sino palabras del ayer que vuelven a hoy", subraya Scurati.
Pero no son los nostálgicos del fascismo quienes preocupan al escritor, autor también de una obra biográfica sobre el literato y militante antifascista Leone Ginzburg, marido de Natalia Ginzburg. "Estos siempre existirán de generación en generación, y que son violentos, terribles, pero son pocos, por suerte", apunta. Le preocupan, más bien, "la multitud", esa bestia extraña a la que tan bien conocía Mussolini, "las grandes masas que siguen a los líderes populistas, que no tienen ninguna filiación con el fascismo". "Mussolini inventó la tipología de líder populista", aventura, "ellos descienden de Mussolini, pero sin la parte fascista". Pero entonces, ¿qué pasa con aquel tuit de Matteo Salvini, que citó a Mussolini y su lema "Muchos enemigos, mucho honor" en el aniversario del nacimiento del dictador? ¿Y qué pasa con Vox, que usó hasta en dos ocasiones un lema de Ramiro Ledesma, uno de los fundadores de Falange? ¿No tienen ellos "la parte fascista"?
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"Intento reformular", contesta el escritor, parándose a pensar unos segundos: "Hay que ampliar el punto de vista. No hay que limitarlo a Salvini, que cita a Mussolini, ni a Vox, que mira a Falange. Tenemos que fijarnos en los movimientos que no son hijos de la cultura política fascista, que están incluso alejados en muchos aspectos". Porque Scurati ve hijos del populismo iniciado por Mussolini "también a la izquierda". "También Podemos", dice, antes de reconvenirse: "No, ya no me meto más en este jardín. Digamos el Movimiento 5 Estrellas en Italia, o Matteo Renzi, del Partido Demócrata…". ¿Qué rasgos comparten? Para el escritor, "toda la polémica contra la vieja política, contra las instituciones paralmentarias, a la que se pinta como corrupta o ineficiente, todo ese descrédito…". Estos nuevos líderes, asegura, aplauden la retirada de la confianza de los ciudadanos en los antiguos partidos, e incluso les animan: "Haces bien, la política es ineficaz, corrupta, vieja —Mussolini hablaba de las 'momias' del Gobierno—". No son solo los partidos de clara herencia fascista, defiende, los que usan "el sentimiento de amenaza, del extranjero que está ahí y va a atacarte, del descenso de clase". "Ese sentimiento de las masas lo usaba Mussolini para construir su poder", zanja Scurati. "Y decir que los de extrema derecha son los únicos herederos es infravalorar el problema".
De hecho, una de las principales características que el autor dibuja en su Mussolini es la de "un hombre hueco", sin "ideología". Los Fascios de Combate, explica, reducían todo su programa a esa única palabra: "combate". "No tenían doctrina, no tenían principios, no tenían ideales. Este es el líder populista que escucha una cosa en el bar o en el mercado y lo secunda, es todo táctica y nada de estrategia". ¿Y cómo, desde ese supuesto vacío ideológico, se acaba construyendo un referente vital para la extrema derecha en el último siglo? Scurati identifica dos elementos que sostienen todo su discurso: de un lado, el "culto a la violencia como valor supremo"; del otro, el nacionalismo de "contenido agresivo y totalitario". Todo lo demás, asegura, desde el hombre nuevo hasta la política demográfica, pasando por la "superación del conflicto entre trabajo y capital"... "Todo es papel mojado. No logra aplicar ninguna de esas cosas que para nosotros hoy representan el corpus ideológico de la extrema derecha".
Uno de los principales logros que se atribuye Scurati ha sido el de combatir la ceguera colectiva que se había apoderado de los italianos con respecto a Mussolini, un inevitable "padre de la patria italiana". "Es una figura que se ha retirado en el sentido psicoanálitico, se ha retirado de la conciencia de los italianos, como un complejo neurótico. Y por eso no hemos ajustado cuentas con esa figura, con el hecho de que Italia fuera la cuna del fascismo, de que muchos italianos fueran fascistas", critica. "La enorme atención recibida y el consenso de los lectores, ese consenso se debe a esto. Que se supera esa anulación, esa eliminación". M. El hijo del siglo constituiría una "narrativa popular que ajusta cuentas sin contraposición política, y que cuenta qué fue Mussolini, qué fue el fascismo". La opinión sobre esto, dice, dependerá de quién la reciba, y Scurati se quita responsabilidades sobre ello. "Si Mussolini dice: 'La masa es una mujer, le gusta que la dominen', un joven progresista no machista dice: 'Esto qué es, qué me está contando'. Si lo escucha un joven militante de extrema derecha lo escucha, dirá: 'Sí, Eso es'. Pero porque ya es fascista".
"Es indudable que, en campo adversario, Mussolini, hombre de pensamiento y de acción, escritor eficaz e incisivo, orador persuasivo y vivaz, podría convertirse en un caudillo, un matón temible". Eso escribía Giovanni Gasti, inspector general de seguridad pública, en la primavera de 1919, unos años antes de que la Marcha sobre Roma diera el poder al líder fascista. "Pese a todo, esta, y solo esta, es mi gente. Lo sé bien. Yo soy el inadaptado por excelencia, el protector de los desmovilizados, el extraviado en busca de un camino. Pero la empresa está ahí y hay que sacarla adelante. En esta sala medio vacía dilato las fosas nasales, olfateo el siglo, luego estiro el brazo, busco el pulso de la multitud y estoy seguro de que mi público está ahí". Eso escribe el novelista italiano Antonio Scurati (Nápoles, 1969), poniéndolo en boca de Mussolini, a punto de hablar en el acto fundacional de los Fascios de Combate, en marzo de 1929. Eso es lo que hace su libro El hijo del siglo, que ahora traduce Alfaguara: contar al fundador del fascismo desde sí mismo.