Militar antes que historiador, el británico Antony Beevor (1946) se ha convertido sin duda en uno de los grandes narradores de lo más cruel y sórdido, a la vez que muy real, del mundo del pasado reciente. Empezó como novelista y de ahí pasó al ensayo histórico, género que elevó a la categoría de superventas con Stalingrado, libro ya clásico en el que recreaba con magistral soltura el principio del fin del terror nazi.
A partir de ahí se sucedieron los recuentos de la Guerra Civil española, la batalla de Creta o la caída de Berlín en la Segunda Guerra Mundial. Inmerso nuevamente en aquel brutal conflicto, y coincidiendo con la efeméride de los 70 años de su fin, el escritor se ha arremangado para introducirse en el lodo de un combate aún más visceral y sangriento, el de Ardenas 1944, libro publicado por Crítica con el subtítulo de La última apuesta de Hitler.
Como viene acostumbrando, Beevor ha entretejido en este nuevo ensayo la macro y la microhistoria, los hechos generales y las vivencias particulares para dar forma a un relato que quiere ser tan riguroso como esclarecedor en el que, como marca de la casa, no ahorra en detalles muchas veces escabrosos.
Experto en cubrir con soltura el espacio que separa la anécdota de la categoría, el británico pinta aquí la traca final del dictador alemán, un intento a la desesperada por reconducir el curso de la contienda con una ofensiva en el Frente Occidental lanzada en los gélidos bosques de Bélgica, Francia y Luxemburgo que, ya se sabe, terminó por fracasar dejando tras de sí el rastro de 75.000 bajas estadounidenses entre muertos y heridos y más de 80.000 alemanas.
Pregunta. Probablemente, la mayor revelación del libro son las ejecuciones de alemanes perpetradas por los soldados estadounidenses, de las que usted ya ha dicho que seguramente le traerán cola en aquel país cuando presente el libro en unos meses. ¿Significan estas revelaciones que la historia de la Segunda Guerra Mundial aún no se ha terminado de escribir?
Respuesta. No, eso sería ir demasiado lejos. Siempre, en todas las guerras, hay ejecuciones de prisioneros. Lo que pasa es que quizás los historiadores no han escrito sobre ello. En EEUU, creo que desde la Guerra de Vietnam, que supuso un caos moral, la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en una especie de tema sagrado. Y este culto a la más grande generación, como la llaman, la generación de la guerra, ha hecho que los historiadores se muestren reticentes a enfrentarse a su parte menos gloriosa.
Cuando hablamos de crímenes de guerra, también hay que tener en cuenta los diferentes tipos que existen. Hay una enorme diferencia entre disparar a civiles o disparar a prisioneros. No es que intente justificar los asesinatos de prisioneros, sino que hago una distinción entre ambas cosas. Es como cuando hablas del racismo: puede abarcar desde un chiste malo al asesinato. Por tanto, no debería haber una única palabra para cubrir todo el espectro de lo que significa un crimen.
El problema con la guerra, especialmente en lo que se refiere a cómo los hombres tratan de suprimir su propio miedo, es que se crea un tipo de violencia que es impredecible, que tan pronto puede explotar como disiparse. En el Frente Oriental se encuentran ejemplos de granaderos Panzer de las SS que disparaban a prisioneros rusos, pero que cuando se cansaban les daban una palmada en la espalda y les regalaban un cigarrillo o comida. Es totalmente impredecible, y es por eso por lo que hay que subrayar que, en tiempos de guerra, puedes estar vivo, o muerto, o estar vivo y de repente muerto por un cambio de humor repentino.
Hablar de esto como asesinatos es ponerlo al nivel de lo civil, y repito que no es que lo justifique, pero sí intento comprenderlo. También, si un soldado estaba malherido, se decían: ¿para qué lo vamos a cargar en la nieve hasta el hospital de campaña, si se va a morir antes de que lleguemos? Así que lo disparaban allí. ¿Hasta qué punto es eso un crimen, o hasta qué punto sirve, como ellos dirían, para evitarle a ese hombre un sufrimiento mayor? Por eso digo que este es un tema sobre el que no debe generalizarse, ni del lado alemán ni del estadounidense.
Cuando se habla de la masacre de Malmedy, perpetrada por las SS, hubo que crear un ambiente de terror y miedo por orden de Hitler para que cundiera el pánico entre los estadounidenses y se vinieran abajo. Fue una política deliberada, y por supuesto que fue un crimen. Cuando los estadounidenses perpetraron su propia masacre en Chenogne, eso fue diferente, porque se trataba de una nueva unidad que había sufrido numerosas bajas, es decir, se trataba de una venganza.
Otra cuestión desagradable del lado estadounidense era la de las tropas de retaguardia, que en cierto modo querían probarse a sí mismos que eran soldados competentes, y en cuanto tenían la oportunidad disparaban a los prisioneros en un intento de vengar a su patria. Eran este tipo de estadounidenses macho que querían venganza por Malmedy. Pero en realidad solo era una justificación de su deseo de matar y así probarse a sí mismos que eran soldados competentes. En fin, que lo que trato de explicar es que resulta importantísimo subrayar que existen variaciones enormes en lo que se refiere a la idea de matar a prisioneros.
P. Decía que intenta comprender…
R. Sí, uno intenta comprender. Trato de dejar los juicios morales para el lector, pero intento mostrar que hay diferentes puntos de vista.
P. ¿Y es esa imprevisibilidad de la que hablaba la cualidad que más abunda en el comportamiento del ser humano en guerra?
R. Hace falta investigar mucho más en el tema del miedo y el modo en que este produce violencia. Lo que es interesante es que hace unos años se llevaron a cabo algunas investigaciones sobre lo que se llama la noradrenalina, una droga natural que nuestro cuerpo produce con el miedo. Hubo una feminista británica que fue furiosamente atacada por otras feministas cuando sugirió que las mujeres que habían sufrido abusos volvían con sus abusadores porque se habían convertido en adictas a través del miedo, que producía noradrenalina. Como puedes imaginar se trata de un tema muy controvertido, pero curiosamente se ha investigado poco más.
Sabemos que, por ejemplo, existe un paralelismo con los soldados: cuando acaba una guerra, les resulta muy complicado readaptarse a la vida civil, porque han experimentado esta especie de subidón del miedo, un subidón de noradrenalina. Por eso creo que hay que investigar mucho más en este terreno, sobre la supresión del miedo. La primera vez que yo me enfrenté a este tema fue cuando estaba trabajando en mi libro sobre la Guerra Civil española: en una sociedad machista como la España de 1936, no podías mostrar el miedo. Pero la misma necesidad de suprimir este miedo fue la que creo una inestabilidad química.
P. Usted mismo ha mencionado que ha descubierto atrocidades que ha dudado si incluir o no en sus libros. ¿Al final, ayuda a alguien edulcorar la realidad?
R. No es edulcorar. Eso pasó solo en un libro, el de Berlín, pero también porque había cosas que podían ser malinterpretadas. No son cosas que yo haya escrito, sino descripciones hechas por otras personas. Por ejemplo, muchas mujeres intentaron suicidarse después de haber sido violadas, pero no lo consiguieron porque se intentaban cortar las venas a lo ancho de la muñeca, pero así solo consigues cortarte los tendones, si quieres matarte tienes cortar en diagonal, cosa que yo no sabía.
Una de esas mujeres me lo explicó, y es aquí donde se ve la necesidad de los relatos personales para entender lo que no entendías con los archivos. En los archivos rusos se hablaba de miles de mujeres que intentaban suicidarse en Prusia, y se cortaban las muñecas pero no se mataban, y era porque lo estaban haciendo mal. Hay detalles como esos que no sabes si incluir o dejar fuera, y quizá me haya equivocado en mis decisiones a ese respecto, no lo sé, es difícil de saber. (El historiador) Niall Ferguson me acusó de hacer pornografía de guerra pero, ¿dónde está la línea?
P. ¿Cómo encuentra este tipo de historias personales?
R. En los archivos, de los que hay diferentes tipos: están los archivos estatales, que guardan los informes oficiales, y también hay compilaciones de diarios. En los archivos estatales estadounidenses hay enormes cantidades de lo que se llama informes de experiencia del combate: los estadounidenses tuvieron los recursos, pero también la imaginación, de mandar a jóvenes historiadores vestidos con uniformes de batalla a entrevistar a los soldados justo después de la guerra. Los diarios también son muy importantes, más que las cartas, porque en estas siempre hay un elemento de autocensura que no se da en los diarios. Es la acumulación de materiales lo que es importante, no es solo cuestión de investigar en profundidad, sino en amplitud.
P. Llama a la Batalla de las Ardenas la última apuesta de Hitler. ¿Podría haberla ganado?
R. No. Ninguno de sus generales lo creía posible, y ellos sabían de lo que eran capaces sus tropas. También sabían de lo que carecía el ejército alemán en lo que se refiere a combustible, o raciones, etc. La idea de que iban a cortar a los británicos y canadienses por el norte es ridícula. Ya estaban demasiado debilitados cuando llegaron al río Mosa, hubiera sido imposible llegar a Amberes.
P. La historia de la Segunda Guerra Mundial, y de esta batalla en concreto, está rodeada de un contexto ineludible a la hora de narrarla. Por ejemplo, en esta batalla fue crucial la meteorología, porque hacía mucho frío, también bosques como el de Hürtgen, que parece estar cubierto de una especie de misticismo, como si fuera un lugar tenebroso, casi mágico.
R. Sí, y la gente sentía eso intensamente. La gente hacía mucha referencia a este bosque de Hürtgen, que era de algún modo siniestro. La fascinación de los alemanes por los bosques se remonta a antes de que existan recuentos, y es algo que en cierto modo los nazis recuperaron. Si los estadounidenses eran conscientes de esto o no, no lo sé, pero de algún modo sintieron instintivamente que aquel bosque les escuchaba. Por supuesto, para cuando la artillería comenzó a reventarlo en pedazos ya no parecía un bosque, pero al principio sí que tenía esa atmósfera siniestra.
P. En España no estamos acostumbrados a que los relatos históricos se hagan amenos y entretenidos. ¿Cuál es el secreto de sus libros?
R. La gran ventaja, si quieres, de la historiografía británica, es que desde el siglo XVIII se ha venido escribiendo en una forma narrativa. Al contrario de los alemanes, que creen que la historia es una ciencia, y tiene que haber análisis y tesis que probar o refutar —lo que, francamente, es bastante ilegible, o al menos no ayuda a disfrutar de la lectura—, los británicos siempre han visto la historia como una rama de la literatura. No puede ser una rama de la ciencia, porque no se puede probar en un laboratorio ni nada por el estilo. Por eso, a la hora de escribir historia son importantes la fascinación y el placer. No se trata de separar la historia académica de la que no lo es. La académica, la que es realmente buena, se reconoce por su prosa soberbia. Y esos historiadores reconocen igualmente que es una rama de la literatura.
P. Después de las Ardenas, ¿cuál es el siguiente paso?
R. Al escribir sobre las Ardenas, empecé escribiendo un capítulo y medio sobre la Batalla de Arnhem, sobre el intento de cruzar el Rin en Holanda. Enseguida me pareció que era como tirar el tema, porque hay mucho que contar. Los británicos siempre lo han visto como un desastre heroico, pero fue mucho peor que un desastre, y el sufrimiento de los civiles holandeses que resultó de ello fue terrible.
Ya he empezado a investigar en los archivos holandeses, porque tienen un enorme recurso: en 1944, uno de los ministros holandeses exiliados en Londres grabó para Holanda una retransmisión en la que decía: 'la liberación va a llegar, llevad un diario'. Así que hay miles de ellos. Lo que quiero mostrar es cómo este desastre militar, como siempre lo hemos visto en Gran Bretaña, afectó a los civiles holandeses. Creo que su generosidad ha sido y sigue siendo enorme, en el sentido de que siempre dan la bienvenida a los veteranos, y siempre ponen flores en las tumbas a pesar de que aquello arruinó sus vidas.
P. Ha mencionado en ocasiones que la actual situación de Rusia con Putin recuerda al final de los años 30, lo mismo que aquí en España se ha dicho que los tiempos actuales recuerdan en cierto modo a los tiempos prebélicos. ¿Hasta qué punto tenemos que tomarnos estos paralelismos al pie de la letra?
R. Siempre trato de luchar contra esta idea de que la historia se repite, porque nunca lo hace. Es muy peligroso cómo los medios, especialmente los estadounidenses y británicos, utilizan la Segunda Guerra Mundial como punto de referencia cuando tratan de infundir importancia a algo. Es muy, muy peligroso. Recuerdo cuando presenté mi libro sobre la Guerra Civil española, en 2005: me quedé horrorizado de cómo periodistas españoles jóvenes e inteligentes me preguntaban: ¿crees que habrá una nueva Guerra Civil en España? Es como, mira, piensa en las condiciones: en 1936 había una depresión global, un mundo prácticamente dividido entre nazis y comunistas, y eso no existe hoy.
Europa se ha desmilitarizado, lo que puede suponer un peligro cuando uno piensa en las amenazas de Rusia o del Estado Islámico en Siria, pero ciertamente lo que no va a ocurrir es otra guerra civil en Europa, no creo que eso sea probable. Irónicamente, el mayor peligro es que si la UE tiene que aumentar su control, poder y centralización solamente para resolver la crisis del euro, los mismos nacionalismos con los que quería terminar acabarán imponiéndose. Pero eso es un peligro desde el primer momento, dada la, digamos, falta de lógica dentro del euro, que ha dado pie a una unión monetaria antes que política.
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Pero no creo que veamos problemas aquí, sino más bien en África del Norte y del Este y Oriente Medio, donde el Estado Islámico se ha expandido en forma de S, y podría seguir aumentando. Y por supuesto hay otras áreas. También creo que vamos a vivir el colapso de la nación-estado en muchos países y territorios. Veremos muy pocas fronteras: se podría decir ya que las fronteras, por ejemplo entre Siria e Iraq, está empezando a desaparecer. Así que sí: me temo que va a haber muchas cosas de las que preocuparse en el futuro, pero no será una repetición de 1939 o 1936.
P. ¿Y volverá a escribir sobre la Guerra Civil española?
R. No, por dios. No me gusta ir hacia atrás, prefiero moverme hacia delante. Hay muchas más cosas de las que escribir. Mi suegro acaba de publicar su último libro a los 86 años, así que todavía quedan muchos libros por escribir.
Militar antes que historiador, el británico Antony Beevor (1946) se ha convertido sin duda en uno de los grandes narradores de lo más cruel y sórdido, a la vez que muy real, del mundo del pasado reciente. Empezó como novelista y de ahí pasó al ensayo histórico, género que elevó a la categoría de superventas con Stalingrado, libro ya clásico en el que recreaba con magistral soltura el principio del fin del terror nazi.