Anuario de la perplejidad existencial

Al quedarse atrás la vida, muchos de los recuerdos de lo acontecido se presentan asociados a las circunstancias emblemáticas en las que se encuadraron. Pensar en los eneros infantiles, por ejemplo, estará seguramente asociado para muchos con aquellas ilusionantes y mágicas noches de Reyes. Ya un poco más mayor, mayo es el mes en que toca hincar los codos para los exámenes. Y en julio, cuando uno ya se gana los cuartos, llega el momento de las merecidas vacaciones.

Inspirado por este círculo infinito de las cosas, la persistente periodicidad que marca el ritmo de la vida, Felipe Benítez Reyes ha querido crear en su último libro un “almanaque literario”, un compendio de historias, doce, que se corresponden cada una con un mes del año. Con el título de Cada cual y lo extraño Cada cual y lo extraño(Destino), el premio Nadal y Nacional de Literatura recupera un género por el que siempre ha “sentido inclinación”: el relato corto. Y a través de él, hila una reflexión sobre la existencia, la propia y la de los otros, siempre insondable en su aparente evidencia.

“Quería hablar de que la vida es extraña”, dice por teléfono el autor (Rota, 1960). “En principio a todos nos parecen normales, pero vistas desde fuera, todas las vidas son raras. El entendimiento de la realidad es difícil”. Igual de complicado que es, da fe, el cultivar la historia breve, por muchas décadas de oficio que lleve a cuestas. “Me gusta mucho como lector, pero también es un reto, porque se basa en la intensificación”.

Poeta, narrador y ensayista, el escritor no se anima a decantarse por una sola de las apariencias que puede adoptar la literatura. “La poesía exige intensidad y esfuerzo, mientras que la novela requiere de una concepción, el desarrollo de unas estructuras narrativas, de los personajes… La escritura es difícil, hay que poner todos los sentidos. No solo hay que saber lo que se quiere transmitir, sino también dejar un ámbito de sugerencia para el lector: las historias tienen que tener una capacidad de reverberación”.

Con un tono entre la ironía y la melancolía, eso es precisamente lo que ha intentado hacer con los relatos de Cada cual y lo extraño, que recogen las vivencias de niños, jóvenes, adultos y mayores, algunos enamorados y otros desenamorados, en ocasiones extáticos y muchas veces confundidos: “Hay libros que te fascinan, pero a veces ocurre la situación milagrosa en que un libro entra a formar parte de tu vida, y eso es a lo que aspira uno como escritor, a que lo que escribes tenga significación en la vida de los demás”.

Como dice “no saber hacer otra cosa”, todos los días dedica su tiempo a la afanosa labor de teclear. Aunque publicó su último poemario, Las identidades, hace tan solo unos meses, en febrero, no significa que la producción sea industrial: “El libro de poemas lo he escrito a lo largo de siete años, a la vez que empecé a escribir Cada cual y lo extraño, lo que pasa que por los azares editoriales, a veces te juntas con varios”.

Bloguero consagrado, el escritor acaba de abrirse una cuenta en Twitter. “Lo que pasa que no me entiendo con ello”, dice. Pero, ¿sería capaz de comprimir sus relatos cortos en tan solo 140 caracteres? “Hay grandes pensamientos que necesitan menos, pero otros muchos más”, apunta. “Entre un tuit y una novela de Dickens, yo me quedo con la novela, pero también es verdad que puede haber grandes aforismos de cinco o seis palabras”.

Al quedarse atrás la vida, muchos de los recuerdos de lo acontecido se presentan asociados a las circunstancias emblemáticas en las que se encuadraron. Pensar en los eneros infantiles, por ejemplo, estará seguramente asociado para muchos con aquellas ilusionantes y mágicas noches de Reyes. Ya un poco más mayor, mayo es el mes en que toca hincar los codos para los exámenes. Y en julio, cuando uno ya se gana los cuartos, llega el momento de las merecidas vacaciones.

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