Art Spiegelman, embajador del cómic en el Reina Sofía

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Si no le pone cara a Art Spiegelman (Estocolmo, 1942), uno de los responsables de que el cómic sea hoy lo que es, quizás se lo imagine con cabeza de ratón. Es el peso de Maus, la obra que le valió el Premio Pulitzer en 1992, convirtiéndola en la primera novela gráfica en alcanzar tal logro, y que se ha convertido en la pieza clave de su carrera. De su carrera, y del tebeo contemporáneo, marcado para siempre por su narración personal del Holocausto, a través de la memoria de su padre y de animales antropomorfos. Si hay alguien que puede hablar con autoridad de la deriva y la situación de un género con mil ramificaciones, seguramente sea él. 

Porque Spiegelman no es solo uno de los autores más relevantes del género, sino el que abrió la puerta a que el el cómic fuera concebido como arte. El Museo Reina Sofía ha hecho bien en ficharle para una conferencia magistral ahora que el centro de arte dependiente del Ministerio de Cultura dedica su primera exposición al género, a partir de la obra de George Herriman (1880-1944), autor de Krazy Kat. La charla Las palabras y las imágenes chocan: ¿Qué %@&*! pasó con los cómics?, impartida por el estadounidense el miércoles por la tarde ante 350 pares de ojos expectantes, prometía ser una enciclopedia del tebeo.  

Y tuvo parte de libro de historia, pero también parte de ensayo. Porque desde la introducción del teórico y autor de cómics Santiago García —Premio Nacional por Las Meninas y guionista de obras como El Vecino, dibujado por Pepo Pérez—, la conferencia se constituía en una defensa del cómic como arte con sus particularidades, sus audacias y su derecho a figurar "incluso en los museos", como decía Spiegelman mientras se santiguaba. Si durante gran parte de su historia, decía García, muchos historietistas habían mantenido su profesión en secreto como si fuera algo "sospechoso o despreciable" —sus dibujos eran parte de una industria y no un arte, y eran "para niños o para adultos no muy inteligentes"—, Spiegelman fue "esencial" para que los dibujantes se convirtieran en los tipos cool de la fiesta. 

"Art Spiegelman", decía García, "hizo que en su día destruyera mucha de las ideas preconcebidas de lo que se suponía que podía ser un cómic. Los 30 últimos años del cómic los hemos dedicado a la digestión de MausMaus". Una digestión que a su propio autor se le está haciendo particularmente larga. Hay unas conocidas viñetas post-Maus, fechadas en 2011, en las que Spiegelman se encoge ante las tres preguntas que estudiantes y periodistas le han hecho ya miles de veces: "¿Por qué el cómic? ¿Por qué los ratones? ¿Por qué el Holocausto?". Esta novela gráfica, que prácticamente motivó la creación de ese concepto —¿cómo se iba a llamar cómic o tebeo a aquella obra oscura y compleja sobre la Shoah?—, aparece aquí y allí en el ágil discurso de Spiegelman, pero no es ni de lejos el centro de la conferencia. 

El autor está más interesado en hablar del cómic como un arte del espacio, del tiempo y de los símbolos. Parece —y es— complejo, pero desde la publicación de Maus Spiegelman es, además de creador, conferenciante. Le ha cogido práctica. Su discurso fluye, ágil y florido por la historia del cómic, del Krazy Kat de Herriman a la Nancy de Ernie  Bushmiller o al Dick Tracy de Chester Gould. En los personajes de Herriman, un gato y un ratón que nacen como garabatos al pie de otras viñetas, ve el autor de Maus una "intersección entre alta y baja cultura, entre infancia y adultez, un lugar en el que el tiempo, el espacio y la palabra se encuentran". El cómic. 

Y empieza por el espacio. "La historieta tiene un componente arquitectónico", asegura el autor. En la gran pantalla a su espalda, unas viñetas marcan la dirección de la mirada del lector. Por ejemplo, en Maus una página organizada en dos largas columnas verticales sirven para materializar la caída a los infiernos de Spiegelman padre en Auschwitz. Y la del World Trade Center, cuyo final abordó en Sin la sombra de las Torres (2004). Muestra una vidriera de una iglesia gótica, con sus imágenes  que cuentan la historia de la Biblia: "Los cartoons [dibujos animados, pero también bocetos] podrían venir de aquí". 

"Los cómics no son solo diagramas en el espacio, sino también en el tiempo", advierte. Lo muestra de nuevo con un ejemplo. La tira cómica está a oscuras, en negro, y solo le ven las palabras de sus protagonistas, que parece ser una pareja pillada en un momento... amoroso. Se hace el silencio. Una viñeta. Dos viñetas. Tres viñetas. Uno de los dos pregunta: "¿Joyce?". "Seguramente contó. ¡Dos viñetas serían pocas y cuatro, demasiadas!", exclama Spiegelman, que compara el tempo del cómic con el de un monologuista. 

Un autor cuya obra magna consiste en representar lo irrepresentable, el horror de los campos de concentración, está lógicamente interesado en la ética del cómic. ¿Qué significa ese %@&*! del título de su charla? El público y el lector sabe que ese % no indica aquí un porcentaje, sino un insulto, una blasfemia. "Son símbolos y abstracciones que toman significado gracias a vosotros", dice Spiegelman al público. Y también: "Los símbolos necesitan mucho conocimiento para ser entendidos". Un conocimiento obtenido del entrenamiento como lector, pero también de las convenciones. Las que hacen que se comprenda que una nube con un mensaje dentro refleja los pensamientos del personaje. Y las mismas que hacen reconocibles las caricaturas de hombres y mujeres negros o judíos. "Las representaciones no son inocuas", advertía. 

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En pantalla, una viñeta: "Que no le engañen, cualquiera puede ser dibujante. ¡Solo son líneas sobre papel!". "Pero esas líneas son mortales", apunta Spiegelman. Pasa la diapositiva. Es el dibujo que acompañaba a su ensayo publicado en Harper'stras la polémica por la publicación de unas caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten. En la obra del estadounidense se ve, en el centro, a un Mahoma enfurecido, rodeado de la caricatura de un afroamericano, de un judío, de un piel roja, de un mexiano, de un cura pederasta... Su editor solo censuró una imagen: los pechos desnudos de una mujer. 

La conferencia de Spiegelman terminaba en el inicio: en un alegato del cómic como arte. Y no precisamente por Roy Lichtenstein el creador que hizo entrar el cómic en el museo con sus obras a gran escala de viñetas con sus puntos benday. "Él no hizo más por los cómics de lo que Warhol hizo por la sopa", decía, entre las carcajadas del público. Y, finalmente, una regañina: "Hace tiempo que se debe un reconocimiento al cómic por parte de los museos". El Reina Sofía agacha la cabeza. 

 

Si no le pone cara a Art Spiegelman (Estocolmo, 1942), uno de los responsables de que el cómic sea hoy lo que es, quizás se lo imagine con cabeza de ratón. Es el peso de Maus, la obra que le valió el Premio Pulitzer en 1992, convirtiéndola en la primera novela gráfica en alcanzar tal logro, y que se ha convertido en la pieza clave de su carrera. De su carrera, y del tebeo contemporáneo, marcado para siempre por su narración personal del Holocausto, a través de la memoria de su padre y de animales antropomorfos. Si hay alguien que puede hablar con autoridad de la deriva y la situación de un género con mil ramificaciones, seguramente sea él. 

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