Decenas de miles de españoles vivían en barrios de barro mientras el país festejaba el final de la dictadura y encaraba la luminosidad de la tan ansiada democracia. Vallecas, Carabanchel, Tetuán, Orcasitas, Villaverde o San Blas en Madrid. Otxarkoaga en Bilbao. La Mina, Campo de la Bota, el Carmel, Nou Barris, Horta o Sant Martí en Barcelona. Fueron muchos los barrios obreros de casas bajas construidas literalmente a mano, por lo general durante la noche, para evitar que la autoridad competente las derribara a la mañana siguiente.
El éxodo masivo desde las zonas rurales hacia las grandes ciudades al término de la Guerra Civil marcó las cuatro décadas de posguerra. Extremeños, andaluces o castellanos dejaron todo atrás en busca de un porvenir dificultoso pero, quizás, con un poco de mucho trabajo, no imposible. Los grandes núcleos urbanos necesitaban mano de obra barata para su desarrollo, pero no estaban preparados para ofrecer viviendas asequibles a los recién llegados, que haciendo gala del más que genuino 'háztelo tú mismo', comenzaron a construir asentamientos y a organizarse como nuevos vecinos olvidados en la periferia.
"Yo volvería a vivir allí, te lo juro. Era una maravilla", asegura a infoLibre el fotógrafo Santiago Vaquero (La Puebla de Almoradiel, Toledo, 1951), quien recuerda la "empatía" y la "solidaridad" reinante, concretamente en su caso, en el incipiente barrio vallecano de Palomeras. "Al dejar la puerta abierta te están entregando su casa, y allí estaban las puertas abiertas como en los pueblos. Y si no tenías comida, se decía aquello de donde comen dos comen tres... o cuatro", recuerda divertido y algo nostálgico, aunque sin romantizar tampoco: "Actualmente, por desgracia, todos aquellos valores se han perdido, somos más individualistas y egoístas. Y eso que había muchas deficiencias, porque muchas veces no había agua ni luz, aunque eso fue avanzando. El agua la vendían unos aguadores que había con un borrico, un carro y una cuba grande. Y, si no era así, iban también andando con los barreños o bombonas hasta el Cine Paraíso, cerca de Portazgo, para coger agua y llevársela. Eso era la hostia".
Vaquero, albañil y activista que llegó a Vallecas en su juventud, es también el autor del proyecto fotográfico Un barrio saliendo del barro, en el que relata la realidad aquel Palomeras de finales de los años setenta y principios de los ochenta, que puede disfrutarse gratis hasta el 10 de febrero en el Ateneo Republicano de Vallecas. Un valioso archivo fotográfico, un ejercicio de memoria para recordar cómo fue lo que fue, no hace ni medio siglo. Un recorrido que muestra las casas, los movimientos vecinales y la vida en las calles de un barrio con nombre propio pero que podía ser cualquiera durante los años de salto del blanco y negro al color. Un día a día que, aunque cueste imaginarlo a quienes no lo vivieron, recuerdan perfectamente quienes lo lucharon.
"Estas fotos están localizadas en Palomeras Bajas y Palomeras Altas, hasta ahí llegamos, pero esto puede ser cualquier ciudad. La periferia de Barcelona, por ejemplo, tuvo la misma problemática que la de Madrid. Cuanto más hablo con más gente, más cuenta me doy de las similitudes", destaca Santiago, quien explica que él antes identificaba perfectamente las calles, pero con el paso del tiempo le cuesta más recordar cómo se llamaban: "Por eso, doy cada vez le doy menos importancia a la localización, precisamente porque hay mucha gente que también se identifica con estas imágenes sin ser de Vallecas. Que puede ser de cualquier otro barrio de Madrid, como Caño Roto, que en aquellos años tuvieron las mismas vivencias y los mismos problemas, se me ocurre. O de Orcasitas o Carabanchel. Cualquier barrio de Madrid tuvo esta problemática, igual que otras ciudades de España. Lo que yo quiero dar a entender y enseñar es la precariedad de cómo se vivía. Y también la alegría, porque es así. Era una maravilla cuando estaban las mujeres sentadas en la puerta de las casas".
Unas casas que construían los propios vecinos por las noches, tal y como cuenta el propio artista, explicando que se hacía así para acogerse a la ley que impedía a la policía tirar abajo una construcción una vez que tenía un techo. "El noventa por ciento de los que había allí eran albañiles, por lo que cuando llegaban de trabajar por la tarde, si había llegado otra familia, se juntaban todos, cogían y en una noche o dos como mucho subían las paredes, ponían el techo y ya la policía no podía tirar la casa. Hacer esas casas de esa manera era la leche", rememora.
Esta exposición, que a partir de febrero podrá también disfrutarse en el Centro Cultural Paco Rabal, junto a la Asamblea de Madrid, se centra concretamente en lo acontecido en Palomeras entre 1979 y 1984, cuando se derriba la última casa baja. Un lustro durante el cual se fue echando abajo el barrio por zonas y realojando a las vecinas y vecinos en "pisos colmenas", tal y como recuerda Santiago: "Los más jóvenes no queríamos que eso se hiciera porque les iban a quitar su vida. Pero tú díselo a esas señoras mayores que iban a tener luz, agua y calefacción, toda una serie de comodidades que no tenían. Se iban muy tristes, porque yo tengo alguna foto de una persona a la que adoraba y está sola con la cabeza agachada en su casa con los papeles y te dices 'que estará pensando esta buena mujer'. Estaba con mucha pena, pero se fue con mucha alegría porque iba a tener todas las comodidades que nunca habían tenido allí".
Unas mujeres que, por fin, iban a tener una vivienda digna después de años de un "esfuerzo increíble" en habitáculos de cuarenta o cincuenta metros, sin agua y sin luz, donde parían y criaban a sus hijos. "Esas mujeres tenían que amamantarlos, cuidarlos y criarlos precariamente, y después se tenían que ir a limpiar casas y a la mierda de otras personas", remarca el artista, que tiene más de trescientas fotografías sobre ese lustro en Palomeras, pero otras miles de la vida vallecana que retrató con profusión y pasión durante muchos años.
Un extenso archivo que comienza a salir a la luz gracias al empuje de su hijo Javier Vaquero (La Puebla de Amoradiel, 1984), quien ve en todas estas instantáneas, además, "los orígenes de lo que hace que la identidad vallecana sea la identidad que es", y que tiene que ver con todas las penurias que tuvieron que soportar los migrantes que sobrevivían en la ciudad en condiciones tan precarias. "Algo que no sucedió solamente en Vallecas, sino también en otros barrios. Pero esto devino en un tejido asociativo, porque las casas bajas son realmente el germen del tejido asociativo de Vallecas que llega hasta nuestros días, e incluso también de algunos partidos políticos podría decirse", apunta a infoLibre.
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La exposición nos recuerda, por tanto, esa otra "manera de vivir, muy asociada al apoyo mutuo, mucho más anticapitalista de la que vivimos en estos días", al tiempo que evidencia, en palabras de Javier, "la manera tan bestia con la que se hizo ese cambio urbanístico". "Lo siguiente sería documentar qué pasó cuando esas casas de tiraron y se metió en colmenas de pisos, ya en los ochenta, a una clase obrera que había estado viviendo de otra manera", señala Javier, comisario de Un barrio saliendo del barro, una muestra con la que resulta inevitable establecer un puente desde el pasado hasta el presente si ponemos el foco en ese barrio olvidado que está justo detrás de la parte más nueva de Vallecas: la Cañada Real.
"Sí, por supuesto, es igual que en la Cañada", sentencia Santiago, quien lamenta las cosas inimaginables que están pasando los vecinos tras más de dos años sin luz. "Y son casas, no un poblado de chabolas", apostilla Javier, quien recuerda que las casas viejas de Vallecas "se hicieron durante décadas, no se construyeron en 1976 y se tiraron en 1984". "Yo sé de gente que tiene casi ochenta años y llegó con tres años. Es un poblado que se generó realmente de manera súper permitida por el gobierno de esos momentos, porque sabían que tenían que meterlos en algún lado", puntualiza, mientras su padre destaca, a su vez, que hay también "asentamientos" en otros muchos lugares: "La gente que viene a las recolecciones, que viven en barracones hechos de cartones o de uralita. Es que sigue habiendo esas circunstancias y esas condiciones. Aquello era diferente porque eran, digamos, unos barrios formados, que tomaron su entidad pasando los años. Con esas mismas precariedades, pero diferente".
Contemplar estas fotografías nos muestra el pasado el pasado, nos avisa del presente y, por qué no, también nos señala algún camino alternativo al futuro de gentrificación, consumo y contaminación que se nos impone sin aparente alternativa. Una reivindicación de la identidad de barrio, menos centralizada y más solidaria. Eso es lo que sienten quienes han disfrutado ya de esta muestra, que pudo verse a finales de 2022 en el centro de Madrid. "Por allí, por La quinta del sordo, pasó gente que era de otros muchos barrios con mucho interés. Eso me despierta cierta esperanza al ver que sí que hay cierta necesidad de construcción identitaria de barrio. Vallecas la tiene muy hecha, otros quizás un poco menos. Pero sobre todo falta ver lo que tienen en común los barrios entre ellos. Venía mucha gente interesada porque le despertaba la memoria de su propio barrio. En una ciudad como Madrid, tan enfocada al centro, con los barrios tan precarios, ver de repente una puesta en común de esa periferia me pareció súper esperanzador. A lo mejor, simplemente tenemos que mirar unos años hacia atrás para ver que hay un montón de cosas y valores en común", termina Javier.
Decenas de miles de españoles vivían en barrios de barro mientras el país festejaba el final de la dictadura y encaraba la luminosidad de la tan ansiada democracia. Vallecas, Carabanchel, Tetuán, Orcasitas, Villaverde o San Blas en Madrid. Otxarkoaga en Bilbao. La Mina, Campo de la Bota, el Carmel, Nou Barris, Horta o Sant Martí en Barcelona. Fueron muchos los barrios obreros de casas bajas construidas literalmente a mano, por lo general durante la noche, para evitar que la autoridad competente las derribara a la mañana siguiente.