Como cada primavera, aunque cada vez con más olor a verano, la Feria del Libro de Madrid inunda el Paseo de Coches del Parque de El Retiro con su fila casi interminable de casetas. En las tres semanas que dura, libros, autores, libreros, lectores y un calor asfixiante se darán cita en este icónico enclave madrileño para celebrar la cultura y, sobre todo, todas esas historias que viven entre las páginas de los libros.
Lo sabe muy bien Lorenzo Silva, autor de novelas como La marca del Meridiano o El alquimista impaciente, que ya se ha convertido en un clásico de la cita. Este año cumplirá 29 ferias y no ha faltado a ninguna, ni siquiera a la edición online de la pandemia. “Para mí es un momento muy reconfortante porque en el fondo es como un fin de curso gratificante, no como la parte del fin de curso de los exámenes sino como la parte donde recoges las notas y más o menos no son desastrosas”, comenta entre risas.
Esa entrega de notas no la hacen en este caso los profesores, sino los lectores, durante las cientos de firmas que se suceden en las tres semanas de feria. Ese encuentro, tan especial y repleto de nervios, ilusiones y ganas de compartir por parte de los lectores, también es algo muy especial para los que están al otro lado. “En la feria me siento en familia. La literatura es un ecosistema, las y los lectores son la otra mitad de los libros y me gusta verlos, escucharlos y darles las gracias por llevarse mis obras”, afirma Benjamín Prado, poeta, columnista de infoLibre y también asiduo a la cita de El Retiro.
Sin embargo, otros escritores se sienten en las firmas como el tercero en discordia de una relación amorosa. Esto le sucede a Manuel Vilas, Premio Nadal de este año 2023 por Nosotros y autor de una de las mejores novelas en español de los últimos años, la aclamada Ordesa. “La relación emocional que tienen los lectores con los libros es sagrada y luego, de repente, cuando llega a que se lo firmes hay un momento en el que dice: ‘Bueno y ahora tiene que entrar un tercero en esta relación’”, relata Vilas, que nota un cierto miedo en los lectores cuando acuden a las firmas por si el autor de ese libro con el que han conectado tanto les cae mal y “ensucia” la relación que tienen con la novela. “Y claro, cuando el escritor deduce todo esto, se angustia por no saber estar a la altura de la emoción del lector. Tú también buscas empatizar con esa persona que está tan emocionado con el libro y procuras meterte en su sensibilidad”, añade.
Un miedo compartido por una de las escritoras más populares de las últimas décadas en nuestro país, Elvira Lindo, creadora del mítico personaje infantil Manolito Gafotas y autora de una amplia obra. “Ante las firmas me siento contenta y también con un ligero pánico escénico por no saber si estaré a la altura de lo que espera la gente que tengo al otro lado del mostrador”.
Sin embargo, para llegar a la firma, los lectores suelen tener que esperar pacientemente una cola que también le da mucha presión al escritor. “Si vas a la feria y firmas todo es maravilloso. Lo malo es cuando hay huecos o no tengas mucha cola. Si en una tarde dedicas solo 4 o 5 libros te vas a casa deprimido”, reconoce Vilas. Esa inquietud también la sentía Anna Bosch, escritora que debuta este año en la Feria del Libro de Madrid con su primer libro, El año que llegó Putin. “Cuando iba de camino a Sant Jordi y me encamine a mi primer puesto para firmar, de repente me entró la congoja de: '¿Irá alguien?', porque pensé, a ver si voy a estar yo allí y no viene nadie a que le firme el libro. Te entra ese pánico escénico del que hablan los actores. Supongo que cuando me meta en el metro para ir a El Retiro me volverá a pasar”, confiesa.
Dedicado a…
Después de esperar la cola pertinente, templar los nervios y charlar unos segundos con el escritor, llega uno de los momentos más especiales para el lector, el de la dedicatoria. En ese momento, cuando se abre el libro y el escritor se dispone a preguntar a quién le dedica el libro para después firmarlo, todos los lectores tienen clara la respuesta…salvo algunos despistados. “A mí me fascinan muchísimo los que dudan a quién poner en la dedicatoria, se quedan: 'no sé, da igual', otros me dicen: 'Para la familia', como si el libro fuera casi un bien familiar u otros que tras la duda te dicen: ‘Bueno, pues ponme a mí mismo’”, cuenta entre risas Vilas, al cual también le maravillan los lectores que llegan a la firma con una dedicatoria pensada de casa y él solamente tiene que escribir lo que le dictan.
Cuando el lector ya se decide, la pelota pasa al otro lado y al escritor le toca el turno de escribir una dedicatoria. “Intento hablar un poquito con la persona y poner dedicatorias personalizadas. Si es verdad que para cada libro tengo dos o tres dedicatorias tipo, pero las intento personalizar. Si además tengo tiempo porque no hay mucha cola, las personalizo del todo”, asegura Rosa Montero, periodista y escritora, autora de libros como El peligro de estar cuerda y premiada el año pasado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
En una misma línea se ubica Lorenzo Silva, al que también le gusta personalizar y ser agudo en las dedicatorias pero al “no poder ser ocurrente 100 veces en una tarde”, admite llegar a El Retiro con dos o tres ideas preestablecidas, también por si el lector no habla demasiado o si tiene que ir rápido por la cola. Sin embargo, si algo tienen en común todas las dedicatorias de Silva es que siempre deja un espacio para expresar su gratitud con el lector: “Para mi siempre es una alegría para mi que alguien me lea y creo que la lectura es un viaje compartido entre quien escribe la historia y quien la lee”, añade.
También le sucede algo parecido al autor de novela juvenil y de libros como Pulsaciones o Play, Javier Ruescas. “Agradezco a los lectores que hayan venido, que me lean y luego añado un guiño relacionado con la trama o los personajes de la novela que estoy dedicando”, afirma el escritor, que admite que las dedicatorias más especiales son las escritas para a sus padres: “Me hace mucha ilusión, y una y otra vez lo que hago es agradecerles que confiaran en mí desde el principio y me dieran alas para soñar”.
Anna Boch, en su caso, siempre aprovecha la firma para preguntarle sobre su libro al lector, porque le da muchísima información. “Además de preguntar el nombre de la persona intento saber por qué le interesa, por qué lo ha comprado o a qué se dedica y si es un periodista joven le suelo desear suerte en la dedicatoria”, afirma la escritora, que también trata de personalizar: “Intento que cuando la persona lo vea diga: ‘No ha puesto solo a Amalia con cariño o con afecto, sino que quienes me conocen saben que esta Amalia solo soy yo, porque ha puesto esto que es solo para mí"'. Este cambio continuo de dedicatoria también le ocurre a Lindo que, además de la personalización, admite hacerlo para no aburrirse de sí misma.
Otros escritores optan por otros elementos distintivos. Manuel Vilas, por ejemplo, pone mucho énfasis en la caligrafía: “No soy muy original en las dedicatorias, pero, a cambio, la caligrafía es muy bonita, eso siempre me lo dicen muchos lectores. Lo que no saben es que es una caligrafía heredada de mi padre”, admite. Aunque no solo la caligrafía es su elemento personal, cuando el libro está dedicado a alguien de su pueblo, el escritor también suele poner “¡Viva Barbastro!”. Benjamín Prado, por su parte, suele, además de escribir la dedicatoria, hacer un pequeño dibujo relacionado con el argumento del libro firmado.
Dedicatorias especiales
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“El mundo del lector es muy interesante y muy libre, muy desacomplejado”, afirma Vilas, y quizás por eso, sobre todo en el caso de los escritores más veteranos, las firmas son una mina inagotable de anécdotas y momentos especiales. “Recuerdo que le dediqué Niños feroces a un niño de 10 años. Es una novela durísima de la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental y yo le dije a la madre: ‘Bueno, no sé si este libro es para este niño’, y me contestó: ‘No, no, si se lo ha leído ya, ya no tiene remedio’. El niño se ve que era muy despejado”, comenta Lorenzo Silva entre risas, al cual también le parece muy especial cuando le traen libros antiguos, ya manoseados y desgastados con los que los lectores tienen una gran conexión emocional.
Otras dedicatorias son muy emocionantes porque el escritor observa algo personal en ellas. “Con Ordesa me han pasado 50.000 cosas. La gente utilizaba el libro para solucionar problemas familiares. Es una novela sobre las relaciones entre padres e hijos y muchas veces esas dedicatorias eran para un miembro de la familia que no se hablaba con otro”, recuerda Vilas.
También Prado rememora una dedicatoria muy emocionante: “Un año vinieron los padres de una chica que por desgracia había fallecido muy joven. Me contaron que siempre leía mis libros y que se llevaban el nuevo para ponerlo, dedicado a ella, al lado de los demás, en su cuarto. Realmente, se me partió el corazón, pero descubrí cuánto amor puede haber en la tristeza”.
Como cada primavera, aunque cada vez con más olor a verano, la Feria del Libro de Madrid inunda el Paseo de Coches del Parque de El Retiro con su fila casi interminable de casetas. En las tres semanas que dura, libros, autores, libreros, lectores y un calor asfixiante se darán cita en este icónico enclave madrileño para celebrar la cultura y, sobre todo, todas esas historias que viven entre las páginas de los libros.