Cervantes y Shakespeare, condenados a encontrarse

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Se atribuye al valenciano Vicente Clavel la idea de celebrar la "Fiesta del Libro Español". Clavel, que vivía en Barcelona y tenía una pequeña editorial cervantina, pensó que el 7 de octubre, cumpleaños (o eso se creía) del autor del Quijote podía ser el día adecuado. Pero, la primera celebración en 1926, evidenció que tal fecha no era la más conveniente… quizá el 23 de abril resultaba más adecuado: un día de primavera (mejor temperatura), festivo en Cataluña (más compradores), en el que se conmemoraba la muerte de Miguel de Cervantes.

En realidad, el entierro de Cervantes. Claro, que tampoco es el día del fallecimiento de Shakespeare quien, sí, murió un 23 de abril, pero del calendario juliano, correspondiente al 3 de mayo del gregoriano. Aunque, ¿a quién le importa? No a la Unión Internacional de Editores que, aprovechando esas dos (ejem) efemérides más la coincidencia de otro deceso, el del Inca Garcilaso de la Vega, propuso a la Unesco celebrar lo que desde 1995 conocemos como el "Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor". (Por cierto: en su web se sigue diciendo que "el 23 de abril es un día simbólico para la literatura mundial ya que ese día en 1616 fallecieron Cervantes, Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega". En fin.)

Cervantes y Shakespeare, unidos para siempre. "Forman parte de ese grupo selecto de escritores que no solo han sido capaces de escribir una gran obra literaria, la lista sería larguísima, sino que esta obra ha tenido una gran influencia en la posterioridad, han marcado líneas maestras de evolución de nuestra literatura occidental", asegura José Manuel Lucía Megías, catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. "Sin ellos, hoy en día la literatura tal y como la leemos sería otra cosa; ni mejor ni peor, sino otra cosa".

"Se parecen porque abordan la condición humana, sin concesiones en toda su complejidad, luz y miseria ―añade Pilar Ezpeleta, traductora literaria especialista en Shakespeare y directora del Departamento de Traducción y Comunicación de la Universitat Jaume I―. Se parecen porque podemos volver a ellos una y otra vez y podemos encontrar en sus textos una parte de lo que somos y de lo que son nuestros semejantes, de lo que fuimos y de lo que seremos".

Se parecen pero, por supuesto, hay diferencias. Una la apunta Lucía Megías: "Cervantes ha sido el creador de la novela moderna, pero no puede decirse lo mismo de Shakespeare, que no ha creado el teatro moderno, por más que su teatro sea excelente y esencial para el empuje del teatro inglés desde el siglo XVIII, muy influido por modas francesas hasta ese momento". La otra la señala José Ramón Díaz Fernández, profesor de la Universidad de Málaga: cuando la gente habla de don Miguel, "casi todo el mundo se refiere a Don Quijote y el resto de su obra no tiene un alcance popular tan amplio".

Su vigencia

 

Me cuenta Díaz Fernández un chascarrillo a modo de aperitivo que ofrece a sus alumnos: en una entrega de la serie Star Trek, terrícolas y klingons se pelean por la posesión de la obra de Shakespeare. "No se disfruta del Shakespeare auténtico hasta leerlo en el klingon original", asegura alguno de los implicados en la disputa. "En ese momento saco el ejemplar que tenemos en Biblioteca de The Klingon Hamlet, en el que viene el texto en su idioma 'original' junto con la correspondiente 'traducción al inglés'. Mis alumnos se suelen quedar estupefactos y no saben cómo reaccionar ante semejante afirmación". Curiosos, deléitense el celebérrimo monólogo TaH pagh taHbe, ser o no ser.

Apasionado de Shakespeare y experto en su eco cinematográfico, Díaz Fernández explica la pervivencia del autor inglés a partir de una constatación: abordó temas eternos, "no una temática propia de su época, sino que hoy en día la reconocemos como propia: el amor, el odio, los celos…". Problemas que no son ni propios ni exclusivos de la cultura anglosajona, "ahora se está estudiando el 'Shakespeare global', cómo la obra de Shakespeare tiene relevancia para personas en la India, en Japón, en culturas totalmente alejadas de la occidental".

Coincide Ezpeleta. Si el teatro de Shakespeare vuelve a interesarnos una y otra vez es "porque sus personajes viven, sufren, sienten, reflexionan y reaccionan situaciones y sentimientos que son comunes y universales a la condición humana en sus dimensiones individual, social, ética, moral, o política. Dibuja su dimensión más luminosa pero también presenta aquellos rincones más oscuros o deleznables. Volvemos a él una y otra vez porque aborda, dejándolos abiertos sin cerrar ningún dogma, los temas centrales de nuestra existencia, la identidad, la lealtad, la envidia, la mentira, los deseos, los anhelos... la relación de los hombres, y también de algunas mujeres, con su historia y con su mundo. Lo hace desde la comedia, la tragedia y la historia". En definitiva, "Shakespeare nos permite mirar y apropiarnos de todo ello, revisitarlo, reescribirlo y reavivarlo de acuerdo con nuestras necesidades e inquietudes presentes".

Algunas de esas razones explican también la pervivencia de Cervantes, quien, en el Quijote, "crea una nueva forma de novelar (los personajes evolucionan a medida que les pasan cosas en la novela), que se ha convertido en el modelo de nuestro modo de novelar moderno", por lo que leer el Quijote ("no así otras obras de Cervantes"), resulta una experiencia muy cercana a nuestra estética actual. Así lo cree el profesor Lucía Megías, quien añade que "Cervantes escribe desde los márgenes de su tiempo, del poder de su tiempo, por lo que no es voz unívoca de una forma particular de entender el mundo (como sí lo fue Lope de Vega, que es la voz literaria de la Monarquía Hispánica). Este escribir en los márgenes le permitió crear una variedad y riqueza de temas, argumentos y personajes que hoy en día siguen dando respuestas a muchos de nuestros interrogantes". Así, cuando "Sancho sale de la Ínsula Barataria diciendo que pobre entró y que pobre sale y que pocos gobernadores pueden decir lo mismo, no podemos dejar de pensar: ¡qué razón tiene en esta España actual donde los casos de corrupción son una constante de las noticias del día a día!".

Desde luego, no se nos antoja disparatado suponer que Cervantes reconocería alguno de sus argumentos en este patio de Monipodio en el que se ha convertido la escena pública española. Más cuesta recrear su imagen, esquiva a fuer de conocida. Lucía Megías, autor de La juventud de Cervantes (libro del que hablamos aquí) y La madurez de Cervantes, asegura que de Cervantes, como de todo gran artista, tenemos con dos imágenes: "una mítica, que hemos ido construyendo a lo largo de los siglos, donde Cervantes es depositario de grandes valores de nuestra cultura y de nuestra civilización; y una real, un acercamiento al Cervantes hombre, que es la que intentamos desentrañar con los documentos y las investigaciones humanísticas. Son dos caras de una misma moneda, construcciones del tiempo y de nuestras necesidades de tener referentes, héroes a nuestro alrededor, en quien reflejarnos".

Trazar paralelismos y hacer comparaciones es casi inevitable cuando hablamos de dos hombres que dan nombre a sendos idiomas: "la lengua de Shakespeare", decimos, y también "la lengua de Cervantes".

El salto a la gran pantalla

Pero, que eso no nos haga olvidar que si son universalmente conocidos no es tanto por la lectura de sus textos como por la versión cinematográfica de sus obras. Y aquí, el inglés gana por goleada. "No existe ningún género cinematográfico que no haya sido tocado por la mano de Shakespeare", sostiene Díaz Fernández (quien me ha facilitado alguna de las imágenes que ilustran este reportaje).

 

Arnold Schwarzenegger como Hamlet en El último gran héroe (John McTiernan, 1993).

Entre sus favoritas, Campanadas a medianoche por su calidad y porque se rodó en España; las adaptaciones de Kenneth Branagh, en particular Enrique V; Trono de sangre (Macbeth) y Ran (El Rey Lear), ambas de Kurosawa, porque "la trasposición a la sociedad japonesa es magistral". Menciona además un Romeo y Julieta tailandés y las muchísimas adaptaciones bollywoodenses. Y siente debilidad por el trabajo del soviético Grigori Kosintsev: "El año 57 rodó Don Quijote, interpretación socialista de Don Quijote como héroe de la lucha de clases. El año 64, Hamlet, el mejor Hamlet llevado a la pantalla, que destaca la cuestión política sobre la introspección del personal. Y luego, el 70, una versión del Rey Lear totalmente apocalíptica, en la cual se ve la política de tierra quemada que llevó a cabo Stalin".

El famoso triángulo: Miguel, William y 'Cardenio'

Además de ser autores adaptados al cine, aparecen como protagonistas o secundarios, en numerosas producciones e incluso hay una película en la que Miguel y William se conocen. Algo que no ocurrió, si bien la mera posibilidad ha entretenido a muchos e inspirado, por ejemplo, el Encuentro en Valladolid (1989) de Anthony Burgess.

 

Florilegio de madrastras

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Cartel de Miguel y William, dirigida por Inés París.

También se ha hablado sobre si Cervantes podría estar en el origen de una obra perdida de Shakespeare, Cardenio, representada por primera vez en 1612 o 1613 y atribuida (40 años más tarde), a un Shakespeare ya decadente (ayudado por la nueva figura dramaturgia de la época, John Fletcher), que tiene como base una historia inserta en Don Quijote. De ella hablaron Roger Chartier en este libro y Daniel Tubau en esta serie de tres artículos (1, 2 y 3) cuya lectura les recomiendo.

Por lo demás… feliz Día del Libro.

Se atribuye al valenciano Vicente Clavel la idea de celebrar la "Fiesta del Libro Español". Clavel, que vivía en Barcelona y tenía una pequeña editorial cervantina, pensó que el 7 de octubre, cumpleaños (o eso se creía) del autor del Quijote podía ser el día adecuado. Pero, la primera celebración en 1926, evidenció que tal fecha no era la más conveniente… quizá el 23 de abril resultaba más adecuado: un día de primavera (mejor temperatura), festivo en Cataluña (más compradores), en el que se conmemoraba la muerte de Miguel de Cervantes.

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