"Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y el control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido, sino en la memoria. No en la violencia, sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad", declama el actor Ricardo Darín convertido en el fiscal Julio Strassera en el clímax final de su alegato en la película del momento.
Sí, estamos mirando hacia Argentina en 1985 desde la España de 2022. Rememorando algunos, descubriendo otros, aquel juicio en el que por vez primera en la historia universal un tribunal civil condenó a una dictadura militar. Incluyendo como al dictador Jorge Rafael Videla, jefe de Estado de facto entre 1976 y 1981, condenado a cadena perpetua (aunque solo cumpliría inicialmente cinco años, el resto de su vida seguiría siendo un periplo de procesos judiciales, encarcelamientos y arrestos varios).
Tras su estreno en cines en septiembre, ha sido su llegada al streaming en Prime Video lo que ha terminado por convertir a Argentina, 1985 -dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por el mencionado Darín junto a Peter Lanzani como el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo- en la película de la que hay que hablar en estos días. No en vano, viene precedida, asimismo, por diversos premios en festivales internacionales tan respetados como Venecia o San Sebastián (y más), además de haber sido preseleccionada como candidata al Oscar por Argentina. Hasta Hollywood puede llegar la memoria histórica, tanto y más merece la pena, es justo.
Fue precisamente en el Festival de Venecia donde, hace unas semanas, Ricardo Darín comentaba el especial impacto de la cinta entre el público español: “Un término que utilizaron mucho en las críticas, en charlas, en todas las ruedas que tuvimos de periodistas, era el término envidia. Traté de poner paños fríos a eso, porque entiendo que por una cuestión de números y de contextos diferentes son situaciones que no merecen mucha comparación, más allá de lo que emocionalmente significa”.
Con esta reflexión concuerda Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) e impulsor en España de la primera exhumación con métodos científicos en una fosa con personas desaparecidas por el franquismo, quien más que de envidia prefiere hablar a infoLibre de "admiración" hacia un país que, tras celebrar el juicio contra las Juntas Militares en 1985, siguió batallando hasta tumbar las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que fueron promulgadas poco después (en 1986 y 1987) para cortar en seco el proceso abierto. "En 2005 eso abrió las puertas de los juzgados y, a día de hoy, hay más de mil condenas. Eso refleja que, en un momento dado, la política y una base social argentina reunieron las fuerzas para tumbar aquel muro de impunidad. Como decía Eduardo Galeano, la justicia es como las serpientes, solo muerden a los descalzos. Aquí las víctimas del franquismo todavía no han conseguido unos zapatos", destaca.
Y como todavía esas víctimas siguen descalzas las en nuestro país, en 2010 comenzó su andadura la querella argentina contra los crímenes del franquismo en base al principio de jurisdicción universal para juzgar crímenes de lesa humanidad. Concretamente, coincidiendo con el aniversario de la Segunda República, fue el 14 de abril de 2010 cuando Darío Rivas e Inés García Holgado, dos familiares de víctimas de la represión franquista, presentaron una querella en un juzgado de Buenos Aires bajo el derecho internacional de los derechos humanos y la constitución y las leyes argentinas. Los abogados fueron Carlos Slepoy y Ana Messuti en Madrid, y David Baigún, Máximo Castex, Ricardo Huñis, Beinusz Szmukler, Carlos Zamorano y Héctor Trajtemberg en Argentina.
Todavía hoy abierta, su andadura está reflejada en películas documentales como El espejo de la memoria: la querella argentina contra el franquismo (2015) y El silencio de otros (2018). "La querella argentina sigue viva", remarca a infoLibre Messuti, quien además de iniciar la vía argentina participó en la segunda de estas películas, que "conmocionó mucho a la gente", a pesar de lo cual insiste en la idea de que "no se puede establecer ese paralelismo entre el sistema judicial de ambos países". Y apostilla sobre Argentina, 1985: "Confieso cierto miedo al ver esta película porque he perdido a mucha gente y no aguanto ver películas de torturas, pero esta tiene un nivel fantástico en ese sentido porque no te muestra nada del horror, sino que lo cuenta indirectamente a través de las palabras y a la gente le llega igual la emoción. No refleja, sino que evoca los primeros movimientos de la justicia internacional en Argentina".
Igualmente hacia la misma dirección señala Gutmaro Gómez Bueno, director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el franquismo y profesor titular de Historia Contemporánea en la misma universidad, quien concede a infoLibre que ver esta película "da envidia, como todo lo que se hizo allí y no hizo aquí", aunque dejando bien claro que "no son procesos comparables". "Cuando la vi pensé que el punto fuerte es que aleja la política del tema de la memoria, haciendo que desde el principio veas la trama desde el punto de vista de las víctimas", plantea, añadiendo: "No te lo muestra como una cosa de buenos y malos, sino que hay que empatizar con las víctimas. Desde ahí arranca y es lo que aquí falta. A partir de ese arranque ya es una memoria que sirvió para algo positivo, que se ha consensuado, que construye la identidad de una democracia débil, mientras en España es todo lo contrario".
Para Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València (IDHUV) y actualmente senador del Grupo Parlamentario Socialista, el "problema es que nosotros no hicimos lo que, mal que bien, hicieron, por poner dos ejemplos muy distintos, Raúl Alfonsín en Argentina tras la restauración de la democracia, o lo que desde un punto de vista muy diferente consiguieron en Sudáfrica Nelson Mandela y Desmond Tutu".
Y destaca a infoLibre: "En España no hemos tenido ni lo uno ni lo otro. No lo de Argentina, que aquí quedó vetado porque el pacto que se hizo para la transición suponía expresamente evitar un juicio a los crímenes del franquismo del modelo argentino, y lo único que se ha conseguido con muchísimo trabajo es la Ley de Memoria Democrática, que es un contrapeso muy positivo a todo lo que no se hizo desde 1977 en relación con los crímenes del franquismo. Al menos se podría haber intentado la solución del modelo de recuperación de la verdad sudafricano".
Por eso, a juicio del senador, el "déficit fundamental no es tanto, que lo es, no haber castigado los crímenes franquistas mediante tribunales que hubieran revisado esos crímenes y actuado contra las personas que todavía vivían, sino sobre todo no haber ido a ese cimiento de la verdad sin el que un proceso democrático queda cojo".
Ante el éxito internacional de Argentina, 1985, que bien podría ser refrendado por el Oscar en marzo, se pregunta Silva "qué hubiera pasado si España hubiera escuchado los testimonios de mujeres" como su abuela, "cómo sufrieron y lo que les hicieron a miles de familias". Por eso, apunta que aquí el "refugio muchas veces" ha sido la Guerra Civil, que es el "marco que entre comillas le conviene a la derecha". "Pero el verdadero problema aquí y el retrato que está por hacer es el de la dictadura, pues son millones de personas conviviendo con esos cadáveres, con esas familias a las que se les impedía saber lo que había pasado y darles sepultura mirando para otro lado, aprovechándose de la violencia y corrompiendo durante años la sociedad. Yo no conozco la película que haya reflejado eso", afirma.
Es por todo ello que lamenta Silva, tras reconocer el valor de cintas como La voz dormida de Benito Zambrano o El laberinto del fauno de Guillermo del Toro, que en nuestro país no haya habido una película que, por ejemplo, refleje con "crudeza" lo que él ha vivido en las exhumaciones de las fosas. "Toda es violencia", a su juicio, "no está retratada". Ha habido acercamientos comerciales recientes como Madres paralelas de Pedro Almodóvar, pero, "por alguna razón, no ha ocurrido en el cine español algo que haya retratado eso, habiendo miles de desaparecidos, montones de historias que pueden ser cinematográficas de cosas que ocurrieron".
Aprovecha en esta línea para citar Muerte en El Valle, película documental de Christina Hardt de 1996, como ejemplo de que obras "contundentes muchas veces se quedan en los márgenes". Por eso mismo, se pregunta cuantos proyectos habrán "muerto en las cunetas del Ministerio de Cultura buscando subvenciones o ayudas para rodar cosas interesantes", al tiempo que confiesa que lo que más le impresionó viendo Argentina, 1985 fue la visibilización de los testimonios de las víctimas porque él tiene "claro que parte del plan que había aquí en la Transición es que la gente que vivió todas esas cosas tan bestias se muriera sin hablarle a la sociedad". "Y en cierto modo se ha conseguido. Esa ha sido una victoria de la impunidad, que incluso alcanza en muchos casos al cine", remacha.
A pesar de esto último, aún mantiene Silva la esperanza de que "lo que son visualmente las exhumaciones, lo que cuentan las fosas", pueda llegar al cine porque permiten "un relato más coherente sobre la violencia". "Aquellos crímenes no existían, no se mencionaban, estaban fantasmizados. Existieron pero no se ven. Tengo la esperanza de que todo lo que se ha visto en las fosas acabe con ese discurso maniqueo de que tampoco eran tan manos, que eso ha funcionado también bastante incluso desde la crítica cinematográfica", indica, rematando: ""Nosotros llevamos años picando en esto, pero por eso igual pasado mañana alguien escribe un niño de pijama de rayas de un campo de concentración franquista y le mete un buen viaje a esta historia en España".
Messuti, quien fue escogida por Strassera como observadora para una misión de Naciones Unidas a la que finalmente no pudo viajar, opina que el valor de Argentina, 1985 es que recuerda "dónde empezó este pedaleo con la memoria histórica, y sobre todo con la justicia, porque a pesar de que sea memoria, el tema es de justicia". Y profundiza en esto último: "Piensas en los que van a recoger, a exhumar los restos de sus familiares. Son personas que no van todos a por la justicia, sino que lo que les interesa es recuperar los restos, porque esa es una forma de hacer justicia. Pero no es lo mismo que quien busca un juicio. Todo ese enorme espectro de cosas se dio mucho más en variedad en España que en Argentina, donde a todos se aplicaba sin temor el término desaparecido".
"No me extrañaría que tuviera mucho éxito en Alemania, donde la justicia procedió con mucha parsimonia para juzgar a los nazis", apostilla la abogada argentina, mientras Gómez Bravo, tratando de establecer cierto tipo de paralelismo cinematográfico, propone a futuro una película sobre la Transición "contando todas sus luces y sus sombras", viéndola también como cierto "éxito, no solo una rasgadura de vestiduras". "Contando lo que pudo ser y no fue también", puntualiza, insistiendo en que lo interesante de la cinta protagonizada por Darín es que la ves desde el punto de vista de las víctimas, lago "súper importante para empatizar con la historia y la memoria, sin necesidad de eso de comprender a todas las partes", porque este es un "proceso de violencia de derechos humanos y hay que comprenderlo desde ahí para luego ya analizar".
Javier de Lucas, quien también es impulsor y codirector de la colección de libros Cine y Derecho, zanja cualquier tipo de establecer un paralelismo cinematográfico directo entre España y Argentina en este asunto en particular porque, básicamente, "películas sobre los crímenes del franquismo no se han hecho". Y no se han hecho, según subraya, porque en nuestro país no hubo el intento judicial que sí hubo en el latinoamericano: "Eso explica la ausencia de filmografía que intentara cualquiera de los dos caminos, o bien revisar los crímenes del franquismo y exponerlos, bien o la justicia restaurativa".
A pesar de ello, se atreve como aficionado al séptimo arte a mencionar títulos más o menos relacionados como pueden ser Sierra de Teruel (André Malraux, 1939) o La guerra ha terminado (Alain Resnais, 1966). Más cercanas en el tiempo, entre otras, Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984), La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), La trinchera infinita (Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga, 2019) o Tierra y libertad (Ken Loach, 1995).
También menciona Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019), aunque le parece una película "fallida" y un "disparate" la visión que ofrece de Miguel de Unamuno. E incluso se atreve a debatir la corriente dominante expresando su discrepancia con la figura "idealizada" en Argentina, 1985 de Strassera y, "en cierta medida", también de Ocampo: "Strassera está lejos de ser el personaje que la interpretación de Darín hace pensar, era un tipo personalmente muy difícil hasta donde yo sé. Tiene el mérito indiscutible de haber sido el fiscal de ese juicio, pero el personaje tiene muchísimas vueltas".
Mirando al futuro, propone De Lucas historias que bien podrían ser objeto de películas relacionadas con nuestra memoria histórica, como por ejemplo una sobre las "dificultades y lo poco que se ha entendido la exhumación de Franco, que fue una decisión muy valiente y es increíble que ningún gobierno se hubiera atrevido desde 1975". "O la fuga de aquellos dos españoles de Cuelgamuros con la complicidad de las americanas, que eso ya está retratado en Los años bárbaros (1998), de Fernando Colomo, pero como una anécdota personal. No explica qué significó la operación de Cuelgamuros y esa es una película por hacer sobre toda esa ficción franquista de que el Valle de los Caídos era un lugar de reencuentro y de superación de la Guerra Civil cuando en absoluto era así", asegura.
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"En algún momento se podría hacer una película sobre cómo es posible que ochenta años después de la guerra haya costado tanto una ley de Memoria Democrática. Ahí hay material para algo más que un documental", lanza, para terminar él mismo: "A ver qué es capaz de hacer la generación tan brillante que tenemos de directores. Espero que alguno no se deje ganar por el espantajo de hacer otra película sobre la Guerra Civil o la posguerra y se decida a hacer una sobre alguno de estos temas".
Una gran producción que pueda internacionalizar la memoria histórica española de la misma manera que está sucediendo en estas semanas con la argentina. Una película con un generoso presupuesto y un reparto contrastado que ayude a difundir historias que siguen latentes pero alejadas de los circuitos comerciales. Como Estos muros, documental que cuenta la historia de los trabajos forzosos durante el franquismo a partir del poema escrito en roca que encontraron unos niños de principios de los años setenta en unas ruinas de Soto del Real (Madrid).
Propuestas culturales como la exposición que pudo verse hace unos meses en el Museo Nacional de Antropología con el título de Maternidades robadas en España (1939-1999). Ficciones sonoras como la desarrollada por la radio comunitaria (nada más alejado de lo comercial) Onda Color de Málaga sobre La Desbandá, en la que tuvo un papel funesto el ahora convenientemente desalojado de La Macarena Queipo de Llano. Nos rodean las historias que no nos podemos permitir olvidar por una cuestión de justicia, memoria y verdad.
"Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y el control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido, sino en la memoria. No en la violencia, sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad", declama el actor Ricardo Darín convertido en el fiscal Julio Strassera en el clímax final de su alegato en la película del momento.