'Malnazidos', 'equidistanzia deszerebrada'

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En Consejo obrero, uno de los relatos recopilados en su crónica de la Guerra Civil, Manuel Chaves Nogales contaba la historia de un proletario señalado por los milicianos rojos por no querer ceñirse a los mandatos del sindicato. Al final el pobre hombre, muerto de hambre, se unía a la lucha por un trozo de pan. “Murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese”. El libro se llama A sangre y fuego pero es más indicativo el subtítulo: “Héroes, bestias y mártires de España”. Chaves Nogales veía “héroes, bestias y mártires” en los dos bandos y por eso ha sido criticado y despreciado por muchos, que lo tachan de equidistante. Uno puede debatir largo y tendido sobre ello mientras disfruta de la prosa rica y afilada del autor.

No es el caso de Malnazidos, una película que también ve héroes y mártires en los dos bandos. Si bien esa posición es cuestionable, su mayor pecado es el de ser un rollo mediocre, una comedia sin gracia, una aventura sin maravillas y una película bélica que no impresiona. Para colmo se basa en una premisa fantástica (en los dos sentidos de la palabra) desaprovechada por un guion anodino y una dirección completamente plana.

Cristian Conti y Jaime Marques firman ese guion (con retoques de Diego San José, autor de una de las mejores sátiras políticas de nuestra ficción, la serie de Juan Carrasco), dirigido por Javier Ruiz Caldera y el debutante Alberto de Toro. Pero es fácil ver que los problemas de la película se deben sobre todo a un diseño del proyecto que tiene la intención de molestar lo menos posible. ¿Quién querría hacer una película de zombis en la guerra civil española para no molestar? Pues Telecinco, probablemente buscando un nuevo fenómeno como el de Ocho apellidos vascos, comedia que tocó una tecla riéndose del conflicto identitario (y volvió a repetir con el nacionalismo catalán en la secuela, de nuevo con mucho éxito).

Examinar la polarización política en España es valioso, y reírse de ella, sano. Ojalá lo hubiera hecho una película buena y no Malnazidos. O al menos una película con la mala baba que tenía [REC], otra de zombis que retrataba España de una forma mucho más corrosiva con aquella comunidad de vecinos cotillas, malpensados y criticones. Los personajes en esta son una sarta de estereotipos que se pasean por la película sin desarrollo real, guiados por un guion perezoso que subraya hasta las cosas más obvias. La metáfora de un país enfrentado que se come a sí mismo ante una amenaza externa y mucho mayor no se le escapa a nadie, pero aun así el protagonista siente la necesidad de masticar el mensaje diciendo “solo hay una forma de salir vivos de esto: juntos”.

El protagonista, por cierto, es un soldado del bando franquista. Él es el héroe de la historia, un tío canallita que desafía la autoridad de Franco; un líder nato, calmado, práctico e inteligente cuando llega la hora de luchar. Frente a él, todos los rojos están enfadados, son irracionales y cabezones; unos críos descarrilados que no tienen mal fondo. Si esto es equidistancia o no también da para debate, pero lo verdaderamente interesante es preguntarse por qué en la España actual un fascista puede ser el héroe de una película comercial: si el protagonista fuera un rojo se liaría la marimorena por parte de los de siempre, algo que Telecinco sabe de sobra. Por supuesto, entre los personajes hay un político rojo que no es de fiar (¿puede haber un cliché menos subversivo y más en consonancia con los mensajes que abundan en los grandes medios?) y el héroe fascista es el único capaz de mirar por el bien común, probablemente lo menos creíble de una película llena de muertos vivientes.

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Pero lo más decepcionante de Malnazidos no es su discurso, escaso y comodón, sino que sea una película tan vacía en los aspectos más puramente cinematográficos. En lo visual es ordinaria, con una iluminación excesiva e irreal y decorados de cartón-piedra. En lo narrativo no hace nada nuevo, pasando por todos los clichés posibles con piloto automático. Los personajes viven en la España de los años 30 pero no tardan ni un minuto en entender las reglas de una historia de zombis. “¡Hay que disparar a la cabeza!”, grita enseguida un soldado enfrentándose a su primera horda de cadáveres.

Javier Ruiz Caldera ha firmado cosas muy graciosas, saliendo airoso de varias propuestas arriesgadas que mezclaban géneros y códigos diversos. Lo hizo en Spanish Movie, que importaba las parodias estadounidenses de la escuela de Leslie Nielsen, en Anacleto: Agente secreto, comedia que nacía de los tebeos de Bruguera y satirizaba las películas de espías, o incluso en la resultona Superlópez, que hacía lo propio con el personaje de Jan y el cine de superhéroes. En esas películas funcionaba más o menos la comedia y la acción, y también los toques románticos. En Malnazidos todos los elementos se anulan los unos a los otros: el código de comedia fallida, la película de zombis sin fuerza (ni sangre), la aventura bélica descafeinada y el supuesto thriller del que se conocen todos los giros desde el principio. Hasta una especie de escena post-créditos que promete secuela está hecha con vagancia.

Los discursos políticos (o la falta de ellos) son una cosa secundaria en el cine: lo único imperdonable en una película es la falta de originalidad y visión. Así se hacen películas como esta: zombis. Se mueven y hacen ruido pero están huecas.

En Consejo obrero, uno de los relatos recopilados en su crónica de la Guerra Civil, Manuel Chaves Nogales contaba la historia de un proletario señalado por los milicianos rojos por no querer ceñirse a los mandatos del sindicato. Al final el pobre hombre, muerto de hambre, se unía a la lucha por un trozo de pan. “Murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese”. El libro se llama A sangre y fuego pero es más indicativo el subtítulo: “Héroes, bestias y mártires de España”. Chaves Nogales veía “héroes, bestias y mártires” en los dos bandos y por eso ha sido criticado y despreciado por muchos, que lo tachan de equidistante. Uno puede debatir largo y tendido sobre ello mientras disfruta de la prosa rica y afilada del autor.

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