No creo que el papel de la crítica de cine sea decirle al espectador qué debe ver; más bien nuestro trabajo es intentar aportar nuevas lecturas a partir de nuestros análisis, contextualizar, rebuscar en los huecos para sacar más sustancia. Pero para eso tiene que haber algo que analizar, una base a partir de la cual poder construir. No siempre es el caso.
El cine español reciente nos ha dado comedias muy buenas, con jugosos puntos de vista, interpretaciones estelares e ideas estimulantes (El buen patrón, Seis días corrientes, Cuñados, Lo nunca visto) o al menos muy dignas, películas que nos han hecho reír sin menospreciar al espectador ni descuidar todo lo que hace digerible a una película (Donde caben dos, Amor de madre, Lo dejo cuando quiera, Superlópez, Sin rodeos o Perfectos desconocidos). ‘Mamá no enRedes’ no es ni lo uno ni lo otro.
Daniela Fejerman debutó como directora de largometrajes con A mi madre le gustan las mujeres, en la que tres chicas supuestamente modernas (Leonor Watling, Silvia Abascal y María Pujalte) llevaban regular que su madre (Rosa María Sardá) saliera del armario. Exactamente 20 años después, Fejerman recupera la idea pero le da un giro muy poco inspirado: esta vez la matriarca (Malena Alterio) se sale de tiesto atreviéndose a tener una vida sexual activa con desconocidos a través de una app, algo que escandaliza muchísimo a su prole.
Tanto la premisa como la realización y el guion firmado por Fejerman son dignos de un sketch de programa de variedades de José Luis Moreno. Lo único supuestamente actual es la idea de la app, una especie de Tinder que sirve como macguffin para meter a esta mujer de mediana edad y sus hijos en situaciones pretendidamente graciosas.
Por lo demás, Mamá no enRedes es tan anticuada, manida y hortera como avisa su título, a la altura de joyas como Gym Tony. Desde su introducción animada, algo que se hacía en el cine y la televisión estadounidenses hace 50 años y llegó a nuestro país en los 90, hasta la dirección y la iluminación, pasando por sus diálogos y tramas, que podrían haber sido extraídos directamente de series de hace tres décadas como Las chicas de hoy en día o Canguros.
Y lo peor es que se intentará vender como algo revolucionario por una supuestamente moderna vuelta de tuerca a los roles de género (mujeres maduras saliendo con chicos jóvenes y presumiendo de tener varios pretendientes) que a estas alturas ya es casposa e incluso reaccionaria. Tanto como el humor de la película, que no deja sin tocar ningún cliché de los que se pueden encontrar en cualquier mal monólogo de un local de Madrid: feminismo, antivacunas, veganismo, catas de vinos, acentos, mala pronunciación del inglés, ecologismo, cirugía plástica, redes sociales y followers…
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En general una paletada retrógrada, vulgar y ya vista cuya existencia solo tendría sentido si fuera un éxito de taquilla, lo que intuyo que no será. Se nos llena la boca hablando de las maravillas del cine español actual, pero siguen materializándose en las salas proyectos que deberían morir en sus primeras fases de desarrollo, con la idea equivocada de que cualquier comedieta sin sustancia (¡ni gracia!) tendrá espectadores. Las corrientes de público que llevamos viendo incluso desde antes de la pandemia han demostrado que no es así, y que si no eres Santiago Segura (del que hablaremos dentro de poco, por suerte o por desgracia) más te vale hacer algo de calidad. Así, si te das un batacazo en la taquilla, algo tan corriente hoy en día, al menos podrás estar orgulloso de haber hecho una buena película.
Lo más doloroso de Mamá no enRedes es constatar lo desperdiciada que está en nuestra cinematografía una actriz de la altura de Malena Alterio, a la que hemos visto brillar en el teatro o volar con guiones de calidad en las televisivas Aquí no hay quien viva y Vergüenza. Aquí intenta defender un personaje poco interesante que se ve envuelto en un montón de situaciones insulsas y artificiales dándole la réplica a dos adolescentes, Óscar Ortuño y Sofía Oria, a los que se les da tanto peso que solo se manifiesta su falta de experiencia, algo que no ayuda a levantar dos personajes tan huecos (y, en el caso del hijo, irritante).
No la vean.
No creo que el papel de la crítica de cine sea decirle al espectador qué debe ver; más bien nuestro trabajo es intentar aportar nuevas lecturas a partir de nuestros análisis, contextualizar, rebuscar en los huecos para sacar más sustancia. Pero para eso tiene que haber algo que analizar, una base a partir de la cual poder construir. No siempre es el caso.