Cannes presume de diversidad. La selección de Cannes siempre ha estado orgullosa de presentar una amplia gama de estilos y realizadores, frente a lo que se ve como uniformidad del cine comercial estadounidense: lo que ellos promueven es más auténtico y, aunque sólo sea por eso, mejor. Aunque el festival reconoce el tirón o incluso la pertinencia de Tom Cruise y su Maverick, una selección oficial a concurso que incluye este año películas de Albert Serra, Cristian Mungiu, Park Chan-Wook, Ruben Östlund o Kelly Reichardt no puede considerarse cómoda, populista o perezosa.
Pero más allá de este catálogo del cine que se hace, las diversas secciones del festival aspiran ser ventanas a mundos muy distintos. No hay un criterio homogéneo de calidad, cada película es buena de maneras distintas, cada película se elige por méritos que no comparte con otras, tiene una estética propia. Pero todas dialogan con nuestro mundo. Como ejemplo, las cinco películas que propongo hoy, presentadas en el último par de días.
Plan 75 (de Chie Hayakawa) es una distopia relacionada con la alarma social en Japón ante el envejecimiento de la pirámide demográfica. Hay temas aquí que vienen de Ozu, y sería fascinante ver esta película en programa doble con Cuentos de Tokio. Tras una serie de atentados por parte de jóvenes dispuestos a equilibrar la demografía, el gobierno propone un plan de eutanasia voluntaria para aquellos que pasen de 75 años. Un grupo de mujeres trabajadoras se apunta al plan con entusiasmo.
La película sigue a una de ellas, a tres funcionarios del plan y a otro anciano, tío de uno de ellos, explorando como una medida burocrática tiene un impacto en vidas reales y en la propia humanidad de los implicados. Aunque al inicio se defiende la lógica del plan y sus virtudes, poco a poco emerge la idea de que la vida es más importante que la demografía y que es la política la que ha de adaptarse a los ciclos humanos. Por supuesto las películas protagonizadas por ancianos rara vez son comerciales, y sin embargo todos seremos ancianos, todos convivimos con ancianos. No es lo que creemos buscar en el cine, pero es lo que el cine puede delinear con emoción y elegancia.
También en la sección Un Certain Regard, War Pony (dirigida por Gina Gammell y Riley Keough) sobre dos adolescentes en una reserva india en los Estados Unidos. Los ejercicios de miserabilismo están a la orden del día en el cine más social que viene de la América de Donald Trump. Con ciertas similitudes con el cine de Sean Baker, War Pony presenta sin sentimentalismos y con detalle vidas que no podríamos conocer de otro modo. Nos hace asomarnos al fracaso del proyecto social estadounidense, a una intensa fractura social en la que podemos leer nuestro futuro.
No es fácil decidir si la sátira en cine sirve para algo. The Triangle of Sadness, de Ruben Östlund, que ganó la Palma de Oro en 2018 con The Square (y que repite en la sección a concurso) satiriza a los ricos. El problema de satirizar a los ricos es que puede resulta reconfortante verlos ridiculizados en la pantalla, pero cuando la película acaba ellos siguen teniendo el dinero y el poder. La película empieza presentando a dos modelos (Harris Dickinson y Charlbi Dean) invitados a un crucero de lujo lleno de caricaturas de millonarios: el oligarca ruso, el fabricante de armas, la señora esnob obsesionada con que laven las inexistentes velas del barco.
Si la sátira no es del todo efectiva (aunque no seré yo quien critique una escena en la que la granada que el empresario ha vendido a unos piratas le explota en la cara) la verdad es que la película funciona por sus excesos cómicos, en especial una larga conversación entre el capitán marxista del barco (interpretado por Woody Harrelson) y el oligarca ruso que cree en Ronald Reagan y por unos bandazos en la narrativa tan absurdos como sorprendentes.
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La recepción de Frere et soeur (Arnaud Desplechin), también a concurso, no ha sido buena (pocos aplausos dispersos en mi sesión), y en cierto modo es una historia de rivalidad y tensión entre hermanos que necesitaba un final más contundente. Pero la película tiene dos interpretaciones maravillosas de Marion Cotillard y Melvil Poupaud y no hay que olvidar que el cine también es, siempre ha sido, eso. En Cotillard, especialmente, uno ve cierto ideal. No hablo de belleza ahora. Hablo de dominio expresivo, de pertinencia de cada gesto, de capacidad comunicativa, de precisión que nos permite acercarnos a su arte en primer plano. El personaje que interpreta merecería desprecio en la vida real, pero tal como le da forma Cotillard querríamos movernos por el mundo como ella. La película, en la que es central el mundo del teatro, evoca otras (Eva al desnudo, Opening Night), y entra a menudo en territorio Almodóvar, de Strindberg y del James Joyce de Los muertos.
Y finalmente, la que ya es como una de las firmes candidatas a la Palma de Oro de este año, RMN, del director rumano Cristian Mungiu. Quizá sea la más desoladora de las cinco películas que aquí comento, ambientada en un pueblo de la región rumana de Transilvania en la que de repente estallan los prejuicios. En una larga escena hacia el final, la comunidad defiende la expulsión de unos trabajadores inmigrantes de Sri Lanka en la panificadora local. La ironía de que muchos rumanos, incluido el protagonista, hayan tenido que emigrar, es algo que está encima de la mesa. Pero RMN no es una simple ventana a un espacio geográfica y cronológicamente cercano. Durante esta discusión se blanden, con brutalidad e ignorancia, los argumentos xenófobos que se están difundiendo en muchos otros países europeos, incluido el nuestro, sobre la inmigración. Son palabras que reconocemos y que están prendiendo en conversaciones en las que participamos. Que los reconozcamos resulta escalofriante: RMN, con una puesta en escena fría, nos recuerda que los bárbaros están ya entre nosotros.
No todas estas películas son para todos, o quizá no incondicionalmente, pero todas tienen algo grande, todas nos descubren mundos enteros, nos interpelan y nos invitan al diálogo y la reflexión. Todas merecen el esfuerzo de aceptar su propuesta, de asomarse a sus mundos. Es realmente lo que se propone Cannes y este año está logrando con creces. Y aunque no es probable que lleguen a un cine cercano (y algunas de ellas realmente demandan pantalla grande) no se arrepentirán si las buscan en su plataforma preferida.
Cannes presume de diversidad. La selección de Cannes siempre ha estado orgullosa de presentar una amplia gama de estilos y realizadores, frente a lo que se ve como uniformidad del cine comercial estadounidense: lo que ellos promueven es más auténtico y, aunque sólo sea por eso, mejor. Aunque el festival reconoce el tirón o incluso la pertinencia de Tom Cruise y su Maverick, una selección oficial a concurso que incluye este año películas de Albert Serra, Cristian Mungiu, Park Chan-Wook, Ruben Östlund o Kelly Reichardt no puede considerarse cómoda, populista o perezosa.