‘Código Emperador’: alguien tiene que hacerlo

No todas las películas se hacen para los festivales, ni tienen por qué. Código Emperador, a pesar de inaugurar este viernes el Festival de Málaga, no se llevará ningún premio en el palmarés (o no debería), pero es de esas producciones que hacen industria, y eso es lo mejor que se puede decir de ella. No es poco. Dirigida y escrita por dos currantes como Jorge Coira y Jorge Guerricaechevarría (los Jorges, en este caso), se integra en una tradición de thrillers decentes y formulaicos, ni más ni menos, cuyo destino es el de venderse bien en el mercado internacional y entretener durante poco más de hora y media a quien la vea.

Código Emperador es una película tan falta de espíritu rupturista que su protagonista se llama Juan. Un tipo gris y soso, como todos los que lleva interpretados Luis Tosar en su carrera (cuando él tiene pinta de ser todo lo contrario, pero le salen bien los hombres introvertidos que se van calentando como ollas a presión). Este Juan es un detective que trabaja para una organización que controla el cotarro, digamos, en España. Con estoicismo y frialdad se dedica a buscar trapos sucios a políticos y jueces, ayudar a limpiar la imagen de futbolistas y personajes de la cultura, y en general a mantener la sartén del Estado por el mango.

Tres relaciones con mujeres (una romántica, otra de amistad y una tercera paternal) hacen que su rutina amoral se desmorone: ellas son las que le devuelven algo de ternura, compasión y juicio. Sí, esta es una película en la que las mujeres cumplen una función instrumental en el viaje del protagonista, porque a pesar de lo que algunos dicen, el cine de hombres sigue existiendo.

Guerricaechevarría, colaborador eterno de Álex de la Iglesia, ha escrito algunos taquillazos como Celda 211 y El niño (muchas de ellas protagonizadas por Tosar, casualmente). Código Emperador, aunque con menos lustre, sigue la estela de aquellas: también se propone pintar de fondo el retrato del país que tenemos e intenta tratar al espectador con respeto, aunque toma algunas decisiones fáciles desde el principio (¿Por qué esa mujer a la que acaban de asaltar decide confiar en un desconocido, subirse en su coche e invitarlo a la casa de sus jefes? ¿Es simplemente un poco corta?) y toma un desvío en el segundo acto que poco aporta a la historia más allá de darle a la película una dimensión internacional.

Jorge Coira, que en su currículum tiene un porrón de series y películas y en los últimos años ha firmado junto a su hermano Pepe Coira la fantástica Hierro en Movistar Plus+, lleva con pulso y saber hacer el thriller y se preocupa por darle fondo a los personajes. Cuando rueda ese intento de secuestro con el que empieza la película consigue transmitir el pánico y la opresión de Wendy (Alexandra Masangkay) con planos cerrados, montaje rápido y un sonido difuso. El ingrediente estrella de la serie que protagonizaba Candela Peña era la capacidad de los Coira para imprimir naturalidad y credibilidad en un género que, como muestra Código Emperador, puede estar muy trillado. Aquí Coira hace lo justo en ese sentido, aunque está más centrado en mostrarnos el viaje de este hombre deshumanizado que lleva a cabo actos muy cuestionables de forma aséptica y quirúrgica. Tres adjetivos, deshumanizada, aséptica y quirúrgica, que se pueden aplicar fácilmente a la película. Fría, si queremos ser diplomáticos. Ni siquiera la historia de amor tiene algo de interés, química o pasión.

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Todos los ingredientes por separado están bien. La fotografía es de otro currante, Pablo Rosso, que imprime un ambiente oscuro y bañado de colores fríos que le va perfecto a la historia. La música puede resultar algo cargante, pero acompaña. El reparto cumple sin tener oportunidades de lucimiento, aunque si tenemos algo que agradecerle a Código Emperador es que nos dé esta especie de Q de James Bond patrio y siniestro interpretado por Miguel Rellán. Pero la suma de los ingredientes dan como resultado un caldo soso.

Porque curiosamente esta es una película que no incomoda ni molesta, a pesar de tocar tantos palos supuestamente arriesgados como las cloacas del estado o la inmigración. Aunque quiere decir algo de España (y lo subraya en un masticadísimo monólogo final), Código Emperador no tiene mucha esencia española. Es difícil saber exactamente cómo son esos que supuestamente mueven los hilos del Estado desde arriba, pero probablemente se parecen más a lo que mostraban Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña en El reino y Antidisturbios: personajes cutres con maneras sucias y torpes que acaban saliéndose con la suya no con inteligencia sino por la fuerza.

Esta organización de espionaje con acceso a la tecnología más puntera e investigadores capaces no parece real, sino más bien algo salido de una película. Aunque eso es lo que es, al fin y al cabo, Código Emperador. “¿Te gusta lo que haces?”, le dice Wendy a Juan (¡!) en un momento de confesiones íntimas. “Bueno, alguien tiene que hacerlo”, responde él. Así es también en el cine: alguien tiene que hacer industria.

No todas las películas se hacen para los festivales, ni tienen por qué. Código Emperador, a pesar de inaugurar este viernes el Festival de Málaga, no se llevará ningún premio en el palmarés (o no debería), pero es de esas producciones que hacen industria, y eso es lo mejor que se puede decir de ella. No es poco. Dirigida y escrita por dos currantes como Jorge Coira y Jorge Guerricaechevarría (los Jorges, en este caso), se integra en una tradición de thrillers decentes y formulaicos, ni más ni menos, cuyo destino es el de venderse bien en el mercado internacional y entretener durante poco más de hora y media a quien la vea.

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