La crisis económica ha dejado un reguero de palabras que habían sido ingenuamente olvidadas (o incluso jamás pronunciadas) hasta entonces. Una de ellas ha sido “desigualdad”. El abismo entre ricos y pobres se ensanchó y el espacio que mediaba precariamente entre ambos se fue despoblando. Lo mismo ha pasado con los libros, como asegura el informe La lectura en España presentado el martes por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) en la Biblioteca Nacional. El porcentaje de lectores frecuentes –los que leen todos los días o varias veces a la semana— ha pasado de un 40,2% en 2008 a un 47,2% en 2012, según datos de la federación. Pero los que no han abierto un libro han pasado del 35% al 39,4% en un año, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas recogidos en el informe.
Daniel Fernández, presidente de la federación, no dudaba en hablar de “desigualdad lectora”, y José Antonio Millán, coordinador del informe, advertía de que hay dos grupos de lectores: “los que están accediendo [a los libros] en todos los soportes” y los que “se van quedando fuera de la sociedad del conocimiento”. El documento estudia distintos ámbitos del libro, desde el estado de las bibliotecas y librerías hasta el resurgir de los clubes de lectura, y es el tercero de este tipo que publican los editores después de los de 2008 y 2002. Es también el más desesperanzador, porque recoge las caídas de la crisis y sus consecuencias. Fernández lo definía como el “paisaje después de la batalla”. Y ha sido dura. “Lo fundamental”, apuntaba, “es que con las estadísticas en la mano se ha producido, si no un retroceso, un estancamiento de los índices de lectura”.
El acceso a la lectura, recoge el informe, ya era desigual antes de la crisis. El acceso a los libros —si ampliamos el concepto de lectura a revistas, diarios, webs y demás medios, el 92% de la población es lectora— es más fácil para los sectores más privilegiados de la población. Así, los mayores lectores son los universitarios, estudiantes o trabajadores, que viven en grandes ciudades, y es menos probable que lean “los jubilados con estudios primarios que residen en municipios con menos de 10.000 habitantes”, como indica Luis González, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, en el informe. También hay más lectores entre los jóvenes de entre 14 y 24 años (todavía inmersos en el sistema educativo y con más tiempo libre) y entre las mujeres.
Bibliotecas para algunos
Pero la Gran Recesión ha afectado duramente a todas las herramientas que se habían puesto en marcha para paliar estas desigualdades arrastradas durante siglos. La caída más significativa es la de las bibliotecas públicas, especialmente necesarias, “sobre todo para quienes están en situación precaria o de desempleo”, como defiende José A. Gómez-Hernández, enseñante de Biblioteconomía desde hace décadas. Esta red empieza a verse afectada por la crisis a partir de 2010, como recoge el informe, lo que afecta al número de centros (en 2014 hay 234 menos que en 2010), de bibliotecarios (217 menos entre un año y otro) e inversión en compras (en 2014 se invirtieron 56 céntimos por habitante, y en 2009, 1,50 euros). Los cambios, advierte Gómez-Hernández, no ha sido siempre reflejado por las estadísticas: se reducen horarios de apertura, la colección envejece, se reducen horas al personal no fijo, los ordenadores quedan obsoletos…
Los efectos de los recortes fueron distintos en las comunidades pobres que en las ricas. Si en Cataluña hay hoy 21 bibliotecas más que en 2010, en Extremadura hay 64 menos. Los centros pequeños, normalmente en municipios menos poblados o en las periferias de las ciudades, han sufrido más “porque a sus ayuntamientos les cuesta mantenerlas por sí solos”, como explica Gómez-Hernández, lo que agrava la breca geográfica: ahora es más difícil que los habitantes de un pueblo tengan acceso a libros de manera gratuita. El resultado es que en 2014 se hicieron 8,3 millones de préstamos menos que en 2010.
Adiós a las librerías de barrio
Las otras mediadoras de la lectura, las librerías, no han salido mejor paradas. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística, en 2013 había en España 5.864 establecimientos de este tipo, 1.210 menos que en 2008. Esto, asegura José Manuel Anta, tiene “una repercusión directa en el mantenimiento de las redes culturales y sociales de carácter local”. El Mapa de las librerías, un estudio llevado a cabo por asociaciones de libreros, asegura que solo 159 de ellas venden más de 600.000 euros anuales. “Las pequeñas librerías”, dice este empresario, presidente de la federación de distribuidores, “son las que cuentan con estructuras financieras más frágiles, lo que las hace más vulnerables a los vaivenes del mercado”.
De hecho, mientras que las cadenas de librerías (La Casa del Libro, FNAC, El Corte Inglés…) perdieron entre 2010 y 2014 el 19% de su facturación, las librerías independientes ganaron un 25,4% menos. Pero son estas, precisamente, las llamadas “librerías culturales”, aquellas que tienen “una vocación innovadora” según el escritor y crítico Jorge Carrión, que trabajan con fondos editoriales y no solo con novedades y que organizan actividades que refuerzan el tejido cultural. Las librerías de barrio han tendido a desaparecer, mientras en los centros de las ciudades se mantienen las grandes cadenas.
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La entrada en vigor de la LOMCE en 2013 acabó también con otra de las herramientas de iniciación a la lectura. Si la anterior ley educativa contaba con un tiempo diario de lectura de al menos media hora, a lo largo de Primaria y Secundaria, la norma redactada por el Partido Popular lo eliminaba e introducía la comprensión lectora de un saco dispar de competencias que tratar transversalmente, junto al “emprendimiento” o la “comunicación audiovisual”.
Mientras, el catálogo de libros editados crece cada año: en 2015 fueron 80.181, un 2% más que en 2014. Pero la tirada media sigue bajando y se sitúa ya en los 2.800 ejemplares. Cada vez más libros que leen los mismos y siguen lejos del alcance de los de siempre.
La crisis económica ha dejado un reguero de palabras que habían sido ingenuamente olvidadas (o incluso jamás pronunciadas) hasta entonces. Una de ellas ha sido “desigualdad”. El abismo entre ricos y pobres se ensanchó y el espacio que mediaba precariamente entre ambos se fue despoblando. Lo mismo ha pasado con los libros, como asegura el informe La lectura en España presentado el martes por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) en la Biblioteca Nacional. El porcentaje de lectores frecuentes –los que leen todos los días o varias veces a la semana— ha pasado de un 40,2% en 2008 a un 47,2% en 2012, según datos de la federación. Pero los que no han abierto un libro han pasado del 35% al 39,4% en un año, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas recogidos en el informe.