Tokio 2020 (o 2021) llegaba con la difícilmente superable vitola de los Juegos Olímpicos de la pandemia. Quizá por el impacto de la crisis sanitaria, o quizá porque muchos deportistas llegaron a unos niveles de presión y exigencia insostenibles, se han convertido también en los Juegos que han mostrado el lado más frágil y humano de los y las deportistas. Las hazañas más comentadas han sido gestos de compañerismo, la valentía ha sido retirarse.
Todo ello ha aumentado el nivel de escrutinio del mayor evento deportivo del planeta: ¿es el gran exponente de los valores individuales y colectivos o un macronegocio? Sobre estas y otras cuestiones hemos hablado con tres figuras de la cultura española durante los que probablemente sean los Juegos más intelectualizados de la historia.
Eduardo Maura: Soñar con Barcelona 92’ y conformarse con la Expo
El primer recuerdo olímpico del filósofo y escritor Eduardo Maura tiene que ver con Barcelona, “como para casi todas las personas de mi generación”. Maura tenía 12 años cuando la capital catalana acogió los JJOO y su mirada a esas semanas es “de cierta frustración”: “Yo quería ir a los Juegos, pero mis padres me llevaron a la Expo, supongo que porque duraba más meses o porque les parecía más cultural y más apropiada para un niño”. Admite, eso sí, que lo pasó muy bien en Sevilla. Atendiendo a esta anécdota no sorprende que Maura sea autor del ensayo Los 90: Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal, 2018).
Maura es consciente del lado más siniestro de los JJOO sin que ello signifique su renuncia a disfrutarlos: “Sabiendo que hay una dimensión oscura (económica, geopolítica o incluso de batalla cultural por ver quién los acoge y cómo se hacen), sigo creyendo que son muy divertidos y es un espectáculo que siempre veo independientemente del huso horario”.
Su primer acercamiento al olimpismo fue con el baloncesto, al que es un gran aficionado. No obstante, puntualiza que en aquel entonces la agenda deportiva la lideraba muy por encima de los JJOO Miguel Induráin. Reconoce que los logros del ciclista navarro y la primera Copa de Europa del Barça marcan en mayor medida su memoria deportiva de 1992. Pese a ello, intenta ver todo lo que puede durante los Juegos. “Me gusta especialmente el ambiente que hay en la gimnasia. Se llevan muy bien entre ellos y compiten muchísimo”, dice, aunque destaca cómo a rasgos generales durante este periodo “nos acercamos a deportes que no vemos nunca más: el balonmano, el atletismo de fondo, el waterpolo, etc”.
El interés de Maura se mueve también en el lado más “geopolítico” de los JJOO. Recuerda que la concesión a Tokio buscaba repetir, tras el terremoto de 2011 y la posterior catástrofe de Fukushima, el espíritu de reconstrucción nacional que ya tuvo Tokio 64’ (cuando las secuelas materiales y anímicas de la Segunda Guerra Mundial todavía pervivían en el país asiático). Para Maura, la principal amenaza al olimpismo es el interés por convertirlo “en una mera oportunidad de negocio”. Un objeto además difícilmente alcanzable, ya que como indica el escritor “casi todos los indicadores económicos dan a entender que en los últimos 20 años los JJOO no son un buen negocio: se dijo con Sydney y con Atenas, y se ha dicho desde luego con Londres y con Río”.
En su opinión, “Madrid dio siempre la sensación en sus candidaturas de que ese negocio es lo que buscaba por encima de todo, junto a una especie de orgullo y competitividad por destacar sobre el resto de España”. A Maura nunca le pareció “sana” la actitud con la que aquellos gobiernos municipales planearon estas intentonas, a lo que suma su “nula simpatía” hacia quienes integraban esos consistorios. No cree, además, que un evento de estas características sea lo que una ciudad como Madrid necesita en estos momentos: “Lo que debe construir es un modelo de sostenibilidad”.
El filósofo destaca de Tokio 2020 que un tema tan relevante como la salud mental haya saltado a la palestra a través de lo deportivo, con el caso de la gimnasta Simon Biles como gran exponente. Maura reivindica la capacidad de la generación Z a la hora de “detectar problemas que las generaciones anteriores no catalogábamos como tales”. En este caso, “formas de violencia y perjuicio a la salud que antes no lográbamos identificar”. Atribuye el mérito a una opinión pública “más sensible y rejuvenecida, a la que se le acusa de no aguantar que se le diga nada cuando es ella la que está diciendo cosas muy interesantes”.
Natalia Carrero: Vista a los puntos ciegos del olimpismo
En su libro Vistas olímpicas (parte de los Episodios nacionales contemporáneos que la editorial LenguaDeTrapo está publicando), la escritora Natalia Carrero analiza la otra Barcelona del 92’, la que vivía de espaldas a los JJOO. Lo deportivo tiene un papel tangencial en la novela, aunque la autora recuerda vivir muy de cerca el desarrollo de la candidatura y la posterior celebración de un acontecimiento convertido en símbolo de la España moderna. En su memoria ocupa especial presencia el momento de la concesión: “La irrupción de esa noticia lo cambia todo en mi imaginario del pasado, aunque este imaginario es imaginación y no verdad. Convertirse en olímpicos implicaba modernizar y cambiar todo, o al menos ese era el discurso que irrumpió”.
Su recuerdo se desplaza luego a las obras, la transformación de la ciudad. Unas construcciones que para muchos barceloneses serían completamente inaccesibles a nivel económico, señal del lado más “ultracapitalista y elitista” del olimpismo según Carrero. “No es el deporte para todos, es el deporte solo para unos cuantos escogidos”. Esta vertiente desigual y selectiva se trasladó a la propia Barcelona. Se ampliaron desigualdades que ya existían por medio del impulso de ciertas zonas de la ciudad en detrimento de otras que han sido progresivamente olvidadas. “Se trataba de embellecer apartando y quitando de en medio todo lo que no contribuyera a enseñar una determinada imagen de la ciudad”, afirma la escritora.
Carrero también vivió de cerca el polo opuesto a la euforia de 1992: los fracasos de las candidaturas olímpicas madrileñas. Residía en la capital cuando Gallardón llevó a cabo las primeras intentonas. Recuerda especialmente la de 2016. “Estaba por el centro de Madrid, donde había pantallas enormes para seguir la ceremonia de adjudicación, y lo viví con más espíritu crítico”, asegura. Las decepciones de Madrid y esa cierta desconfianza hacia su proyecto olímpico que también sugería Maura fueron un despertar generalizado del ideal de olimpismo, aunque muchos regresen a él cada cuatro (o cinco) años.
Y así llegamos hasta Tokio, los que califica como “los Juegos más higiénicos de la historia”. Considera que las circunstancias de la pandemia han puesto en primer plano una “higienización social superelitista” cuando el COI entrega, por ejemplo, alrededor de 1000 a entradas a “lo que llaman invitados” para la apertura. “El deporte debería ser mucho más populachero y divertido. Los Juegos tienen una parte bonita, pero el silencio respecto a otras cuestiones que los rodean es abrumador. Un silencio flagrante y atronador”, opina.
Pese al desencanto, la escritora no es ajena a los JJOO. Le gustan especialmente los deportes de agua, como la natación o los saltos. Evita dar el nombre de algún deportista predilecto, “para no fardar y porque me gusta más lo anónimo”.
Marcelo Criminal: Cantarle a unos Juegos
Marcelo García nació en 1997, así que pocos recuerdos puede guardar de Barcelona 92’. Este músico murciano de alias amenazante vivió con especial intensidad los Juegos de Londres. Le vienen flashes de ediciones anteriores a la británica: sonidos e imágenes de combates de judo o ejercicios de natación sincronizada mientras pasaba el verano en la playa. Pero en 2012 experimentó la experiencia olímpica mucho más de cerca. Visitó a sus tíos, que residían en Inglaterra, semanas antes de la inauguración y pudo ver el paso de la antorcha olímpica in situ. Puso sonido al cariño que guarda por aquellos días y aquellos JJOO con una canción: Londres 2012.
Marcelo Criminal rememora la “locura colectiva” que desataron Usain Bolt, pulverizador de los récords mundiales de 100 y 200m, y Michael Phelps, el hombre con más medallas en la historia de los Juegos. En cuanto a sus deportes favoritos, se queda con el judo y el hockey, aunque lo que verdaderamente le gusta es que cada modalidad “tiene su propio highlight y su momento de gloria, aunque no tengas idea de lo que ha pasado en ella los últimos cuatro años”. El cantante reconoce que en general no entiende nada de lo que sucede en muchas competiciones y a veces las ve “como quien se pone una peli experimental”.
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Pese a que su flamante juventud le impidió vivir los tiempos de los únicos JJOO celebrados en España, hay un momento que tiene muy marcado. Comenta lo memorable que fue el encendido del pebetero olímpico con aquel legendario tiro con arco, hasta el punto de que le parece raro que no sea la forma estándar de avivar la llama olímpica. Desde entonces este ritual se ha convertido en un más difícil todavía, pero ningún país organizador ha conseguido superar la magia y la tensión de ese instante. Es consciente, eso sí, de que en la España post El año del descubrimiento (película documental que revisita 1992 para abordar otro evento mucho más olvidado de aquel año: la quema del Parlamento de la Región de Murcia en Cartagena por parte de un grupo de ciudadanos) hay que ser un poco crítico con la pompa de aquella Barcelona noventera.
Aunque Marcelo disfruta los JJOO, también vivió con recelo (y un poco de sorna) las candidaturas madrileñas: “No recuerdo ni ilusión ni muchas ganas, solo recuerdo la pura broma por perder una y otra vez”. Cree que los fracasos de Madrid (y el dinero empleado en ellos) son “una representación en miniatura de la historia reciente de España y su burbuja inmobiliaria”.
Al menos con su última derrota Madrid esquivó los Juegos de la pandemia. Las implicaciones de ella en la organización del evento, que han llevado a unos estadios vacíos, no han supuesto sin embargo un desincentivo para Marcelo Criminal con la salvedad de que “la gala de inauguración fue un poco triste”. El cantante explica cómo de hecho le han impactado más algunas imágenes de la Eurocopa, en la que pudieron verse estadios completamente llenos como si nada hubiese sucedido en el último año y medio.
Tokio 2020 (o 2021) llegaba con la difícilmente superable vitola de los Juegos Olímpicos de la pandemia. Quizá por el impacto de la crisis sanitaria, o quizá porque muchos deportistas llegaron a unos niveles de presión y exigencia insostenibles, se han convertido también en los Juegos que han mostrado el lado más frágil y humano de los y las deportistas. Las hazañas más comentadas han sido gestos de compañerismo, la valentía ha sido retirarse.