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Democracia: un lobo para el hombre

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La primera pregunta lanzada al público parece sencilla: ¿Creéis en la democracia? La abrumadora mayoría levanta una papeleta recogida en la entrada donde se puede leer un “sí” en mayúsculas. La siguiente, en principio, también: ¿Deberían los responsables del Teatro Pavón Kamikaze, que recibe subvenciones de las administraciones públicas, decir lo que piensan sobre estas instituciones públicamente sin tener consecuencias? Los espectadores se vienen arriba con otra oleada de síes.

En este contexto, repleto de rabiosos demócratas, defensores de que otros opinen y hablen públicamente, los actores plantean el último interrogante: ¿Queréis finalizar ahora mismo el espectáculo como un acto de apoyo a la libertad de expresión? La platea se alborota, emite su voto y finalmente Un enemigo del pueblo (Ágora) continúa. Sin embargo, al igual que otros referendos celebrados en los últimos tiempos, el resultado puede ser incierto: el ensayo general del último proyecto del director teatral Àlex Rigola se suspendió a los 10 minutos en comunión con la voluntad de la mayoría.

El que fuera director de los Teatros del Canal inaugura la temporada del Pavón Kamikaze con esta versión libérrima de la polémica obra escrita por Henrik Ibsen en 1883. Resulta tentador buscar la conexión entre el libreto que propone ahora y su decisión de dimitir de la institución madrileña (dependiente del gobierno de la Comunidad) tras las cargas policiales que se produjeron durante el referéndum del 1-O. “¿Cuántas veces nos está permitido desviar la mirada ante una injusticia a cambio de no perder el trabajo? ¿Qué somos capaces de callar a cambio de la supervivencia económica?”. Él tomó partido -dice que por estar tranquilo consigo mismo- y ahora quiere que lo hagan los espectadores en esta función que estará hasta el 7 de octubre en el centro madrileño y posteriormente en el Temporada Alta de Girona.

“En esta obra hay dos protagonistas: los actores y la platea. Cuando el público toma la palabra, la ficción se pone en cero y se producen discursos maravillosos”, explica Rigola. La cuarta pared desaparece por completo y el público, cuando la función se convierte en ágora, se pasa de mano en mano el micrófono para intervenir. Sobre el escenario los actores Nao Albet, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes, que mantienen su nombre real y sus propias ropas, capean el desarrollo de la obra según la voluntad de los espectadores.

“Elaborar un proyecto así –continúa Rigola- requiere pedir a los actores una desnudez difícil de conseguir. Aunque parten de una ficción, porque al final han memorizado un texto, están en el presente y hay una nivel muy cercano con el espectador”. “En este sentido empecé a investigar con Àlex [Rigola] en Vania, quizás la experiencia más potente que haya tenido de cara a un público”, interviene Irene Escolar. “Sin embargo, aquí tengo la sensación de estar mucho más desnuda. El ejercicio se complica mucho más porque las personas son diferentes cada día y no sabes si las vas a convencer o lo que va a pasar”, completa la actriz. Además de en Vania, otra pieza en la que los límites entre el actor y personaje también se difuminaban, Escolar y Rigola llevan varios años formando un sólido tándem con obras como El público o Rock'n'roll. .

El precio del disidente

La trama es la siguiente: Escolar ejerce como la alcaldesa de un pueblo cuya máxima riqueza es un balneario al que acuden centenares de turistas, pero un informe solicitado por el médico del centro (Elejalde) descubre que las aguas están contaminadas y afectan a la salud de los clientes. A raíz de ahí, los vecinos se enzarzan en un debate sobre las medidas a tomar, incluyendo el cierre del centro con el consiguiente riesgo para la economía local. El dilema, en este caso, es un balneario, pero podríamos hablar de un cementerio nuclear o de cualquier otra pequeña decisión que ponga a prueba nuestra fidelidad ideológica.

No obstante, Un enemigo del pueblo pretende ir más allá del balance entre la ética y el interés personal. “La pieza habla de algo que cada vez está más en riesgo: el sufragio universal y la libertad de expresión. Cada vez se nos presiona más para autocensurarnos y no decir algo que te pueda llevar a juicio. Esto, en lo artístico, nos corta las manos”, denuncia Elejalde. “Detesto a la Fundación Francisco Franco, pero no me importa que hablan. Que digan todo lo que quieran decir, que hagan apología de lo que quieran, ya les rebatiremos”. ¿Qué hay de malo en compartir ideas?, se pregunta su personaje sobre las tablas. Precisamente, el mismo día que presentaban la obra a la prensa, un juez ordenaba la detención del actor Willy Toledo por no acudir a declarar tras una denuncia por insultar a Dios y la Virgen. Toledo formaba parte del elenco de Un enemigo del pueblo hasta que en agosto anunció que se retiraba por problemas de agenda. "Ha afectado mucho a la obra que Willy Toledo no participe porque hubiera sido otra pieza y más cuando estoy proponiendo a los actores que se presenten con su mismo nombre", cuenta Rigola.

A través de la libertad de expresión la obra termina por desembocar en un debate sobre el ejercicio más práctico de la democracia: el voto. ¿Quiénes son mayoría en el sufragio, los ignorantes o los inteligentes? ¿Todo el mundo está capacitado para votar? Brotan las dudas, las voces disonantes se quedan solas y, sin darnos cuenta, Rigola desnuda toda nuestra cobardía.

¿Cómo recibimos y tratamos a quiénes muestran dudas y discrepan sobre verdades aparentemente inamovibles? ¿Es la opinión y la voluntad de la mayoría el mayor enemigo para la razón y la libertad? Un enemigo del pueblo (Ágora) no ofrece ninguna respuesta, pero sí una clara evidencia de que nuestros pilares ideológicos probablemente no sean tan firmes como pensamos, y, quizás, deja el regusto de una moraleja: la democracia también consiste en juzgar con menos vehemencia a los versos sueltos.

 

La primera pregunta lanzada al público parece sencilla: ¿Creéis en la democracia? La abrumadora mayoría levanta una papeleta recogida en la entrada donde se puede leer un “sí” en mayúsculas. La siguiente, en principio, también: ¿Deberían los responsables del Teatro Pavón Kamikaze, que recibe subvenciones de las administraciones públicas, decir lo que piensan sobre estas instituciones públicamente sin tener consecuencias? Los espectadores se vienen arriba con otra oleada de síes.

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