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¡Por todas las diosas!

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“Los niños pequeños son amantes de las historias y de los mitos, es curioso ver cómo en los quioscos proliferan todavía muchos libros de mitología griega. Y ese atractivo es el atractivo hacia lo fascinante y lo fabuloso”. Lo decía, en una de esas charlas patrocinadas por bancos, Carlos García Gual, filólogo y experto en cultura clásica. “Es un atractivo hacia un mundo que es humano, que es el mundo de las grandes pasiones, de las ideas, etc. Todo eso son cosas que enriquecen nuestra vida”.

Una afirmación que, sospecho, suscribe Sergio Sánchez Benítez. Cuando estudiaba Filosofía en la Universidad, Sánchez se preguntaba a menudo hasta qué punto, para pasar del mito al logos, “necesitamos ese primer eslabón que es el mito y en qué medida el mito, el pensamiento mágico, no resulta necesario para evitar los excesos del logos, de la razón”. Confiesa que no alcanza a explicar claramente el porqué, pero intuye que el mito es necesario a todas las edades, y en especial en la infancia.

Esa intuición subyace en su libro La casa de la Moira. “Las Moiras son las tres diosas griegas que reparten suerte y administran el hilo de la vida”: una hila, otra mide el hilo y la tercera lo corta, “y la materia prima con la que trabajan es nuestro destino”. Permiten hablar, a través de un elemento mágico, de la muerte. “Es muy importante que los niños y niñas tengan presente la finitud de sus vidas como un dato más que cada cual interpretará en función de sus creencias, que ojalá sean personales y no inducidas por otros. En ese sentido, la metáfora del hilo es tan sencilla como poderosa”.

Las Moiras tienen otras ventajas: son mujeres fuertes; no tienen un jefe de taller que les diga cuándo o por dónde tienen que cortar los hilos; no administran la longitud de la vida en función de las supuestas buenas obras de los humanos “sino como expresión de una voluntad misteriosa que llamamos destino o azar a falta de otra palabra mejor”; y son “muy modernas, porque tienen madre (Nix, la Noche), pero, según algunas fuentes, no tienen padre”.

Sánchez nos piden que nos fijemos en el hecho de que en la mitología clásica hay tantas diosas como dioses, y las diosas son a menudo más poderosas que las divinidades masculinas (“de hecho, las Moiras pusieron firmes a Zeus y compañía más de una vez”).

Las diosas son guerreras

Obviamente, utilizar el término “feminismo” relacionado con la mitología griega o la romana es inadecuado, aunque… “Quizá pueda resultar resbaladizo hablar de personajes antiguos, mitológicos o históricos, como feministas, pero desde luego no lo es, en mi opinión, definirlos tales desde nuestro punto de vista privilegiado de individuos del siglo XXI”, confirma Sara Palermo, contratada predoctoral en el Departamento de Filología Clásica de la Universidad Autónoma de Madrid. Y con ella viene a coincidir Rodrigo Verano, profesor del Departamento de Filología Clásica de la Universidad Complutense: “No me parece que sea del todo inadecuado. Es cierto que hablar de feminismo en el contexto de las culturas antiguas puede ser anacrónico, pero una lectura feminista de la mitología y de la antigüedad en general es no solo posible, sino necesaria”.

La mitología griega, prosigue Verano, está llena de mujeres empoderadas, desde las propias diosas; como Atenea y Ártemis, que son diosas guerreras, cada una en su contexto, y vírgenes, sin por ello asumir un papel secundario o pasivo, más bien todo lo contrario. “La mujer en la mitología griega es cualquier cosa menos un adorno”. Palermo nos propone un ejemplo: las mitológicas amazonas se han abierto paso hasta la contemporaneidad a través de la Mujer Maravilla (Wonder Woman), amazona ella misma, que ha ofrecido y sigue ofreciendo a las mujeres un modelo inspirador de empoderamiento. “¿Cuánto hay de feminista en el relato mitológico o en su recepción contemporánea en el personaje de Wonder Woman? La respuesta no es relevante. Lo que importa es el valor simbólico que estas figuras entrañan”.

Un valor, vengo a pensar, difícil de encontrar en los modelos de índole e inspiración religiosa, donde la mujer desempeña siempre un papel secundario. Palermo me pide prudencia. “Esa afirmación implica que, por lo contrario, la mujer en la mitología grecorromana alcanza una especie de ‘papel principal’, dato altamente criticable. No hay que perder de vista que el contexto cultural y religioso en el que estos mitos se gestaron era extremadamente patriarcal y, en cierta medida, misógino”.

Es decir, continúa, las mujeres que allí aparecen no dejan de ser instrumentos doctrinales, ejemplos positivos de virtud que imitar o bien ejemplos negativos de perdición de los que guardarse, pero siempre una virtud y una perdición conformes a las normas de esa ideología patriarcal. “Aun cuando la mujer del mito parece ser su protagonista, está al servicio de una voz y una ideología masculina”. Quizá la diferencia esté en el poder social que los relatos religiosos conservan todavía en nuestra cultura, que los hace un tanto “intocables” frente a la mitología grecorromana, que casi se nos olvida que también era reflejo de religiosidad.

El mito que nos acompaña

Estos dos expertos, también Sánchez Benítez, saben (y se felicitan por ello) que la cultura clásica impregna nuestra vida diaria, y que la mitología ocupa un lugar preferente. “Vivimos rodeados de paisaje mitológico grecolatino: los nombres de dioses aparecen en las calles, se asoman a los rótulos de tiendas y bares, porque siguen estando para nosotros cargados de simbolismo”, dice Rodrigo Verano. Seguimos asociando el nombre de Afrodita o Venus al erotismo, el de Heracles a la fuerza física, el de Atenea al conocimiento y la ciencia. En particular, subraya, el colectivo LGTBIQ+ ha reivindicado, quizá por la conexión de lo griego con la homosexualidad que está presente en nuestro imaginario, muchas de las figuras de la mitología clásica: “el mundo antiguo ha sido un refugio para gente queer de todos los tiempos”.

Verano, que en 2019 organizó “Sobre diosas y heroínas: mujeres y mitología grecolatina en los cuadros del Museo del Prado” (donde colaboró Sara Palermo), nos pide que miremos alrededor de esa pinacoteca, un olimpo madrileño en el que habitan (las estatuas de) Neptuno y Apolo, también (más discretamente, cerca de la plaza de Colón) Andrómaca, la esposa de Héctor, el héroe troyano de la Ilíada. O que analicemos nuestro idioma, lleno de palabras que remiten a relatos mitológicos de la antigüedad, como explicó en “Palabras que cuentan mitos de la antigüedad” y “Una epopeya que cabe en una palabra”.

En ese roce frecuente están también las reinterpretaciones de los mitos. Sara Palermo mencionaba más arriba a Wonder Woman; ya imagino a los aficionados a Star Wars levantando la mano: ¿qué hay de lo mío?

“Los héroes y villanos no dejan de ser los mismos”, responde la experta. Que, al pronunciarse en esos términos, no hace referencia a sus representaciones iconográficas, aunque también haya algunas similitudes, sino más bien a la función que desempeñan los héroes en la mitología grecorromana y los superhéroes en los cómics contemporáneos. “En ambos espacios representan ejemplos de buena conducta, de respeto de las normas, de devoción y dedicación a su papel civilizador. Eso sí ―concede―, quizá se intenta que los héroes actuales parezcan un poco más humanos que los semidioses del mito antiguo”.

Desde luego, las historias épicas siempre comparten un fondo común; pero, además, muchas sagas heroicas de los siglos XX y XXI tienen episodios directamente inspirados en la tradición clásica. En Star Wars, dice Rodrigo Verano, “el paralelo más importante no es mitológico, sino histórico: se ha relacionado el comienzo de la saga con la época final de la república romana y el comienzo del imperio con Julio César y Augusto. En otras sagas es más claro aún, como la de Percy Jackson”.

Al cabo, el mito es un puente hacia formas de conocimiento no racional. “Es algo que los surrealistas entendieron bien”, apunta Sergio Sánchez. Él cree que necesitamos mitos para explicar la realidad y para explicarnos a nosotros mismos; la clave es no confundir el mito con la realidad y, aunque parezca paradójico, la literatura, las artes, las humanidades en general nos ayudan a identificar los mitos ocultos en la supuesta racionalidad de muchas ideas y disciplinas, “y al hacerlo, al desenmascararlos, nos permiten disfrutar con ellos, reírnos de su magia y de nosotros mismos. En definitiva, nos ayudan a ser niños”.

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Tenemos que terminar. Por no olvidar a sus protagonistas, le pregunto cuál de las tres Moiras le cae mejor… “Mi favorita, igual que para la protagonista de La casa de la Moira, es Cloto, la que hila”.

Me interesa también saber las preferencias de los académicos. “Es una pregunta muy personal…”, responde Rodrigo Verano. “Cada una de ellas tiene algo. Me gusta Atenea porque es hiperactiva, siempre está haciendo cosas, no para nunca; tiene mucha energía y voluntad en todo lo que hace y eso, a los docentes, nos atrae especialmente. Pero la diosa Ártemis, que vive al margen de la sociedad (y, especialmente, de los hombres) y habita en las regiones salvajes es también fascinante”.

Curiosamente, Sara Palermo coincide. “Ártemis, Diana para los romanos, diosa de la caza, de los bosques y de la femineidad”, responde. Es una diosa que encarna un concepto un tanto desafiante en el panteón grecorromano: “no esconde su sexualidad como Atenea, ni hace de ella un arma como Afrodita, ni mucho menos está dispuesta a negar su existencia para ponerle las cosas más fáciles a quien quiera abusar de ella. En resumen, reclama el control y se niega a que su sexualidad sea definida por los demás”.

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