Después de lo trans es un libro que Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, Madrid, 2000) querría no haber escrito. Nace de una certeza: por mucho que sus intereses fueran por otros senderos, el hecho de ser una mujer trans hacía que, sí o sí, en las entrevistas y debates acabaran preguntándole sobre la transexualidad. Lo vio en la promoción de sus libros Reina y Excepción, el primero, una narración autobiográfica de sus vivencias como estudiante en París; el segundo, un poemario. “Esta cuestión de la autorreferencialidad”, dice, “cómo se nos exige a las personas trans que si tenemos un espacio en el discurso público es para que estemos hablando de lo trans. Eso me repatea”.
Pero Después de lo trans, editado por La Caja Books y disponible en librerías el 3 de marzo,es un libro sobre... lo trans. Sobre los posibles orígenes de la transexualidad, sobre si estos son relevantes o no en el debate, sobre los desafíos filosóficos que plantea, sobre su relación con el feminismo o con la izquierda, sobre los desarrollos normativos de los derechos de las personas trans, y no solo. Por una vez, las preguntas insistentes sobre lo trans están justificadas. ¿No hay ahí una incoherencia? Al contrario: “El ensayo se plantea casi como una manera de pasar página, de pasar a otra cosa”. Por ahora, imposible: la publicación del libro, previsto para finales de 2020, ha coincidido finalmente con la publicación del borrador de la Ley Trans y su debate público. Pero cuando pase el año se ha propuesto rechazar las preguntas sobre el tema y remitir al libro. Hay que aprovechar.
Pregunta. En una columna publicada recientemente en El País, Elvira Lindo escribía: “Hay algo que ha dificultado la comprensión de este asunto y quiero decirlo: el lenguaje académico. Los derechos humanos se defienden con el lenguaje del pueblo, comprensible, directo. De qué sirve engolfarse en una jerga destinada a un público universitario”. ¿Qué piensa de esta idea, sabiendo que usted misma escribe desde ese “lenguaje académico”?El Paísescribía
Respuesta. Creo que son esferas distintas. Es evidente que para la defensa de la Ley Trans no se puede entrar minuciosamente a intentar elaborar distintos conceptos. Una de las razones por las que las posiciones transexcluyentes pueden ser tan seductoras es porque dan definiciones muy simples, aunque muy falseadas, de las cosas. Cuando dicen que el sexo es una realidad que no se puede negar, lo dicen con un desarrollo que tiene poco que ver con los planteamientos antropológicos o científicos sobre este tema. Es más fácil decir que el sexo es una realidad que entrar a hablar de las variaciones entre personas catalogadas dentro del mismo sexo, de cómo influye la mirada en el género, cómo se separa el género en identidad y en estructura social... Un hándicap es que tengamos que responder diciendo precisamente que las cosas son más complejas, que la realidad no se deja reducir a esas definiciones tan simplistas; esto hace que el mensaje tenga un calado más difícil. Pero no creo que desde la defensa del colectivo trans se haya hecho eso, veo el lenguaje académico más presente en la reacción transexcluyente. Desde la defensa de lo trans se ha apelado a los derechos humanos, que es la única respuesta posible que no requiere debate.
P. ¿Por qué en estas conversaciones está tan presente la teoría queer, siendo esta una escuela filosófica marginal?
R. En Liberalismo sexual, de Ana de Miguel, un libro que tiene unos años [2016], ya se construye un hombre de paja terrible sobre la teoría queer, diciendo entre otras cosas que incluye pedofilia o expandir el deseo a los animales. Creo que es una cuestión de aires de época: en el momento en el que estamos, una parte más conservadora de la izquierda, construida en torno al rechazo a la posmodernidad, encuentra en la teoría queer algo a partir de lo cual se puede crear una caricatura para ridiculizar al oponente. En lugar de reflexionar sobre por qué se sufren derrotas o por qué la izquierda tiene dificultades para salir victoriosa, es más fácil decir que esto es porque el capitalismo nos ha engañado y se está colando en la izquierda con su relativismo.
P. En el ensayo habla de manera crítica de un concepto como el de “autodeterminación de género”. ¿Por qué no le parece adecuado o útil el concepto de autodeterminación de género?
R. Ha habido un error, tanto por parte de la reacción transexcluyente como por parte de la defensa de los derechos trans, al trasladar el concepto de autodeterminación, que en origen es un concepto jurídico, a la esfera de la reflexión político-filosófica. A nivel jurídico, la autodeterminación no es sino el reconocimiento de la identidad de género libremente manifestada. Lo que pasa es que al hacer la traslación a nivel político o filosófico, se ha concebido esta autodeterminación como si realmente fuera una elección. Esa es la caricatura que se hace: te levantas una mañana, te pones una peluca concreta y escoges tu género. En ese error ha incurrido también una parte de la izquierda: en el programa de Catalunya en Comú a las elecciones catalanas se habla de autodeterminación no como concepto jurídico, sino como el derecho de las personas trans a elegir libremente su género. Si entramos en esos términos del debate tenemos todas las de perder, porque es ahí donde quiere la reacción transexcluyente que estemos, porque habla de una especie de liberalismo absoluto. El género en ningún caso se escoge, pero sí es totalmente lícito asegurar los mecanismos más transparentes, seguros y eficientes para que se reconozca la identidad libremente manifestada. Sin caer en un determinismo biológico —aunque haya causas biológicas que influyan en el desarrollo de las identidades trans—, si entramos en un marco que asume que no existe esa libertad, que la libertad del sujeto es la libertad para reconocerse, es un marco mucho más favorable que estar hablando del derecho a decidir.
P. Algunos activistas LGTB defienden que “los derechos humanos no se debaten”, pero usted insiste en que que no sería bueno renunciar a la conversación filosófica o científica sobre lo trans. ¿Para usted, qué condiciones de partida tendría que tener el debate sobre la existencia trans y sobre los derechos trans, de tener alguna?
R. Esa conversación no se puede dar por redes sociales. Yo me he dado cuenta a lo largo de este último mes, con el debate sobre la Ley Trans en Playz, que es que una parte de lo que molesta a esa reacción transexcluyente no es tanto lo que yo pudiera decir o el tono que pudiera tener, sino el mismo hecho de que yo tuviera una voz y pudiera expresarme. Hay buena parte de esa reacción transexcluyente a la cual va a ser imposible convencer o incluir dentro de un proyecto político. Pero porque esa parte exista no se debe renunciar a apelar a aquellas personas que puedan tener reticencias, pero que se acerquen a ello no desde el miedo o desde un lugar un poco vil, sino que lo hagan con preocupación genuina. Puede haber personas que cuando están manifestando este miedo a que se cuelen violadores en los baños públicos haciéndose pasar por mujeres —aunque sepamos que no tiene sentido, porque los verdaderos violadores ya se cuelan en los baños públicos y ya hay agresiones sin que exista esta ley—, estén haciéndolo sin mala fe. Hay que debatir y tender puentes con aquellas personas con las que sea posible.
P. De las críticas a la Ley Trans, ¿cuáles le han parecido más legítimas o interesantes?
R. Es complicado, porque todo el debate está embarrado de tal manera que es difícil distinguirlas. Hay una cuestión que me parece que puede entrar dentro del debate, que es la propuesta de establecer un periodo de reflexión antes de llevar a cabo el cambio registral. Las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos prohíben que el cambio registrar tenga que obedecer a una modificación hormonal o a algún tipo de cirugía, pero no contempla que sea una vulneración la posibilidad de un informe psicológico o un periodo de reflexión. También creo que tienen razón las personas trans que señalan que sería ridículo exigirle a una persona trans seis meses de reflexión sobre su identidad cuando probablemente hayan tenido que esperar muchísimo más. Yo, cuando cambié mi DNI —un proceso que va por registro civil y por lo tanto tiene un juez—, me tocó un juez que ralentizó las gestiones, por lo que pasó prácticamente un año desde haber depositado la demanda, con todos los requisitos, hasta que esa petición me fue concedida. Pero en esos términos del debate, y no en los del borrado de las mujeres, sí es posible entrar en un diálogo.
P. En el libro señala cómo este choque entre parte del feminismo y la militancia trans ya se veía en la Segunda Ola. ¿Hay algo intrínseco en este conflicto a las reivindicaciones feministas y trans?
R. En España, no hace tanto, esta cuestión de la Ley Trans no era algo que fuera conflictivo. En 2014, Andalucía aprueba una ley autonómica votada por unanimidad por todos los partidos. Pero se han importado debates que ya se daban en los Estados Unidos, por ejemplo, en los años setenta, y que se producían entonces por este cuestionamiento de la noción de sexo y género y la fundamentación de la opresión. No es necesariamente lo que teníamos en España hasta hace poco. Hay una trampa muy común dentro de la reacción transexcluyente: la noción de que hay un solo feminismo, que es el suyo, y que tiene unos preceptos muy específicos. Esto es claramente falso. Hay un feminismo de la igualdad, hay un feminismo de la diferencia, hay desarrollos ecofeministas... El feminismo nunca ha sido una corriente teórica que se postulara como un bloque monolítico. El conflicto quizás tiene algo de inevitable, pero lo que no es inevitable es el resultado. En el Reino Unido hemos visto cómo este debate ha acabado resultando en una disminución de los derechos de las personas trans, particularmente de los menores, en el acceso a los bloqueadores hormonales. La izquierda favorable a los derechos de las personas trans no tiene que entrar en el fatalismo, pero tampoco en su contrario, en celebrar la victoria prematuramente. Creo que podría suceder que se produjera un retroceso en los derechos de las personas trans, sobre todo cuando algunos de estos colectivos no se posicionan solo contra la nueva ley, sino contra la de 2007.
P. Este sector transexcluyente viene a defender que la propia definición que hacen de sí mismas las personas trans cuestiona los fundamentos teóricos del feminismo en cuanto a la relación entre sexo y género, y que esto por tanto es inadmisible. ¿Qué piensa de esto?
R. Esto no es así. Incluso teóricas feministas que luego han sido transexcluyentes, como es el caso de Judith Lorber, que la cito en el libro, distinguen entre el género como identidad y el género como estructura social y proceso. Fundamentalmente porque aunque sean estructuras sociales, no somos ajenos a cómo nos influyen y cómo funcionamos dentro de ellas, y tampoco lo son las feministas de la reacción transexcluyente, que también cumplen con ciertos roles de género y cierto guion generizado de cómo tiene que comportarse en sociedad una mujer. Creo que esa separación no es tan radical y no se fundamenta en nada que constituya una divergencia teórica tremendamente importante. Muchos planteamientos feministas ya han analizado esta relación, y eso no es antifeminista ni va en contra de los postulados del feminismo.
Creo igualmente que hay planteamientos que no tienen mucho sentido, como que la opresión se fundamenta en el sexo: evidentemente, la opresión no se fundamenta en una división cromosómica ni genital, y la opresión tampoco se fundamenta en una mención registral. Cuando hay una agresión en la calle, no intervienen cuáles son los documentos legales o cómo se está registrado. Y hay que recordar que todo este pánico a la entrada de hombres en los baños de mujeres es algo que han sufrido mujeres biológicas butch [término en inglés para definir a las mujeres lesbianas consideradas masculinas], cuando al entrar en baños de mujeres se les percibía como el otro, como lo raro, con miradas bastante despectivas, como diciendo no es este tu sitio. Para la gente obsesionada con la realidad del sexo, este fenómeno sería inexplicable.
P. El movimiento transexcluyente defiende la abolición del género, pero usted explica en el libro que no cree que eso sea posible a corto plazo.
R. Me alejo de la tesis de Paul Preciado de que el régimen de la diferencia sexual va a desaparecer en los próximos 50 años, porque creo que no es así, que esa epistemología binaria no desaparece tan fácilmente. Se hace más permeable, se extiende, se amolda a lo que hay en una época, pero el hecho de que vengamos de una historia en la que esas categorías no han dejado de existir hace que esa diferencia sexual vaya a permanecer durante mucho más tiempo de lo que los más optimistas con su desaparición quieren creer. Es curioso, porque una de las personas a las que cito para decir que estoy de acuerdo con ella es a Amelia Valcárcel [contraria a la ley trans y crítica con el transfeminismo], que dice que este sistema de mecanismos duales está fijado en la mente humana con absoluta impronta. Creo que en esto tiene un poco de razón. El feminismo transexcluyente, que habla de las personas trans como un obstáculo para la abolición del género, debería leer a las que supuestamente son sus referentes. Debería leer a Amelia Valcárcel y descubrir qué es lo que dice.
P. En el libro aborda también las tensiones entre PSOE y Podemos como socios de Gobierno como un factor que ha condicionado el debate público.
R. Este ambiente de crispación y polarización para mí obedece mucho a motivos partidarios. Toda la parte en la que hablo de las tensiones entre el PSOE y Podemos está escrita hace seis meses o así, y luego las cosas se han desarrollado tal cual. Creo que obedece a motivaciones políticas y luchas de poder.
P. ¿Cómo cree que ha afectado este enfrentamiento al debate público o al sentir social, teniendo en cuenta que España es uno de los países más receptivos a los derechos de las personas trans? ¿Hay otros elementos más allá de la disputa entre PSOE y Podemos?
R. Creo que hay otros elementos. Dentro del feminismo hay una tensión por ver quién conduce el movimiento. Después de movilizaciones como los últimos 8 de marzo, una generación anterior de feministas ve cómo su hegemonía dentro del movimiento, que anteriormente era menos mayoritario, se ve desplazada por la irrupción de generaciones más jóvenes, que tienen otras demandas. Hay tensiones también dentro de la izquierda que se enlazan con esa corriente pseudomaterialista o de izquierda reaccionaria. Además de tensiones con el PSOE, hay tensiones por el mero hecho de que Podemos esté en el Gobierno: creo que su presencia en el Gobierno hace que ciertos sectores de la izquierda se sientan huérfanos y tiendan a criticar todo lo que desde él se propone. Y hay un ambiente internacional que influye: el hecho de que en Reino Unido se vea este debate desde hace tiempo condiciona cómo lo vivimos aquí. Vemos incluso cómo han empezado a surgir Alianzas LGB [grupos de gais, lesbianas y bisexuales], excluyendo la T de trans, y cómo si analizamos las conexiones entre ellos vemos que vienen del Reino Unido y que se han implantado de manera meramente virtual en distintos países. Por último, a posiciones conservadoras les interesa que se le dé voz a estas ideas, y no se puede menospreciar la alianza tan estrambótica entre Lidia Falcón y Libertad Digital u otros medios de ultraderecha para hablar de estas cuestiones, o cómo medios de derechas han dado voz a feministas para oponerse a esto cuando hace un tiempo estarían tirándose de los pelos.
P. ¿Cree que la ley va a salir adelante?
R. Tengo la esperanza de que al PSOE le importe más que la dinámica partidista el hecho de que, siendo un partido de Estado, le interese canalizar y asimilar los avances LGTBI. La ley creo que eventualmente se aprobará, pero tampoco porque el PSOE sea una fuerza magnánima, sino porque será lo que mayoritariamente le interese. A no ser que el debate se contamine hasta tal punto que le vaya mejor dando más voz y voto a la transfobia.
Después de lo trans es un libro que Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, Madrid, 2000) querría no haber escrito. Nace de una certeza: por mucho que sus intereses fueran por otros senderos, el hecho de ser una mujer trans hacía que, sí o sí, en las entrevistas y debates acabaran preguntándole sobre la transexualidad. Lo vio en la promoción de sus libros Reina y Excepción, el primero, una narración autobiográfica de sus vivencias como estudiante en París; el segundo, un poemario. “Esta cuestión de la autorreferencialidad”, dice, “cómo se nos exige a las personas trans que si tenemos un espacio en el discurso público es para que estemos hablando de lo trans. Eso me repatea”.