Si existe alguna guía que detalle cómo publicar un libro de éxito en equis cómodos pasos, seguro que Permafrost incumple cada uno de ellos. El debut narrativo de la poeta Eva Baltasar lo tenía todo para ser una novela marginal, ignorada por la prensa generalista y fuera de los grandes circuitos comerciales. Está escrito en catalán, una lengua que pese a ser hablada por 10 millones de personas sigue siendo minoritaria, y cuya literatura no lo tiene fácil para encontrar lectores fuera de Cataluña. Su autora, autora de diez poemarios, vive lejos del mundo literario, también geográficamente, ya que reside en Cardedeu, un pueblo del Montseny de 17.000 habitantes. La historia, narrada a lo largo de 130 escuetas páginas, está protagonizada por una mujer lesbiana con tendencias suicidas, e incluye varias escenas de sexo entre mujeres además de explorar la sexualidad infantil.
Y sin embargo. Permagel, título del original en catalán, ha vendido más de 10.000 ejemplares desde su publicación en marzo (la tirada media anda por los 2.700 ejemplares y baja cada año) y ganó el Premi Llibreter de 2018, otorgado por los libreros. Su traducción al castellano agotó la primera edición en una semana, se ha convertido en un éxito instantáneo y aparece ya en las listas de los mejores libros del año pese a haber sido lanzada en noviembre. Se han vendido ya los derechos para las traducciones al inglés y al francés. Baltasar tiene asegurada la publicación de otros dos volúmenes, Mamut y Boulder, que completarían un tríptico, y esto tanto en su edición en catalán con el sello Club Editor como en castellano con Literatura Random House.
¿Qué ha pasado? "Pues no lo sé", dice Baltasar (Barcelona, 1978), "yo estoy sorprendida". Y es más asombroso si se piensa en el origen de la novela. "Un día fui a una psicóloga a contarle mi vida porque tenía problemas existenciales", recuerda la escritora con naturalidad, como si tener "problemas existenciales" fuera lo normal... o sabiendo que lo es. Ante el "lío" mental, la psicóloga recetó un ejercicio: escribir, brevemente, su biografía. "Empecé y pensaba: qué rollo, esto ya me lo sé. Descubrí incluso que empezaba a mentirle a mi propia terapeuta. Pero me gustó. Dejé la psicóloga y me puse a ver hacia dónde me llevaba esto". Es el momento de precisar que esto no es autoficción: esas primeras "mentirijillas" exculpatorias dieron luz a un personaje que biográficamente tiene poco que ver con Baltasar, aunque sí comparta el detalle de la homosexualidad.
Sobre esto último, ella precisa, de nuevo con más sencillez de la habitual: "No he querido construir una novela pensando en un personaje que sea lesbiana. Ella es lesbiana porque yo lo soy y me es muy fácil escribir desde aquí. Si yo no lo fuera, seguramente ella no lo sería". Y aunque Baltasar señale que "estamos en 2018 y ya hay cierta apertura", es verdad que los libros protagonizados por mujeres que desean a otras mujeres no solo sigue siendo escasa, sino que parece estar reducida aún —con contadas excepciones— al terreno de la literatura LGTBI, tan combativa como minoritaria. "Quiero pensar que lo que prima es su voz, no el que sea lesbiana. Es lo que ha pasado, y me alegro. Las etiquetas al final son reduccionistas y no me gustan", protesta. Desde luego, no se venden 10.000 ejemplares en catalán apelando solo a las mujeres lesbianas.
Hay otra etiqueta con la que tampoco parece sentirse del todo cómoda, y es la que califica a su novela de "feminista". Si lo hace, es porque la recomiendan con pasión, entre otros tantos, escritoras feministas como Luna Miguel, Pilar Bellver o Gabriela Wiener, y porque lo hacen señalando que Permafrost hace sonar una voz habitualmente callada, y toca temas, como la sexualidad femenina libre o el rechazo de la maternidad, todavía tabú. "Escribo porque lo necesito y lo disfruto, y si fuera hombre también lo haría. Quizás mis personajes serían masculinos, no sé. La idea no es escribir un libro solo para mujeres, o solo para lesbianas. No me gusta que lo encasillen", se revuelve la escritora, que también concede: "Si sirve para dar voz a colectivos que lo necesitan, pues adelante".
Y quizás estas respuestas digan más de lo que parece sobre el éxito de Permafrost. Finalmente, Baltasar lo achaca a "la honestidad que destila". Frente a una madre obsesionada con el reconocimiento social —y también con el de sus hijas— y una hermana que se parapeta tras un "soy feliz" constante y un abuso de la medicación, en este monólogo interior la protagonista hace uso de eso que se llama "honestidad brutal". Leemos: "No me tomo la medicación, la química es una brida que retiene, que permite avanzar a paso inofensivo. Supone una redención anticipada, aleja del pecado o quizá solo enseña a denominar pecado al ejercicio de nuestra libertad lograda en un estado de paz, previa a la muerte, claro". Leemos: "Un suicida con éxito es hoy un héroe. El mundo está lleno de desaprensivos titulados en primeros auxilios, se hallan por doquier, discretos y grises como palomas, agresivos como madres".
Baltasar ve "un reflejo de época" en varios de los personajes: las dinámicas familiares, la hermana que repite frases dignas de Mr. Wonderful, el éxito medido en términos de adecuación a las convenciones sociales. "La protagonista se niega a estar adormecida, y esto hace que sufra mucho la vida pero que cuando la goza la goce bien. Ella ha conseguido eso de vivir con intensidad", reclama la autora. Lo de "vivir con intensidad" aquí no es sinónimo de viajar mucho, vivir aventuras, tener una gran vida social. Es, en parte, sinónimo de tener sexo: "El sexo actúa como meditación; al meditar, estás arraigado en el presente, no estás ni con las neuras del pasado ni con las preocupaciones del futuro. Y eso la salva un poco". Y "vivir con intensidad" se convierte también en reconocer la futilidad de la vida y la cercanía constante de la muerte.
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Eso fue lo que encandiló de inmediato a Maria Bohigas, responsable de Club Editor, uno de los sellos más prestigiosos de la literatura en catalán. La historia de la publicación del libro es, de nuevo, excepcional: Baltasar decidió probar con esta editorial y enviar su manuscrito, sabiendo que, si finalmente el libro llegaba a estar alguna vez en librerías, el proceso podía durar un año. A los 20 minutos, recibió la respuesta positiva (y entusiasta) de la editora. "¡En 20 minutos! Es todo muy sorprendente", reconoce la escritora. "Aunque yo soy una persona muy tranquila, medito mucho… Todo lo que venga, con calma. Y con curiosidad: a ver qué pasa".
Pasa que, por ahora, tiene encargados otros dos títulos, y uno de ellos, Mamut (sobre la maternidad; Boulder abordará la vida en pareja), ya muy avanzado. Pasa que, por ahora, tiene que abandonar la cueva y atender a ese mundo exterior con el que suele marcar distancias. Y pasa que, por ahora, Baltasar sigue haciendo gala de una aparente resistencia de teflón que resulta envidiable: "Lo que piensen de mí me importa un bledo, yo escribí un libro para mí, y como me dio la gana. Si la editorial lo quiere, bien, y si no, haré otra cosa. Y así va a seguir siendo".
Si existe alguna guía que detalle cómo publicar un libro de éxito en equis cómodos pasos, seguro que Permafrost incumple cada uno de ellos. El debut narrativo de la poeta Eva Baltasar lo tenía todo para ser una novela marginal, ignorada por la prensa generalista y fuera de los grandes circuitos comerciales. Está escrito en catalán, una lengua que pese a ser hablada por 10 millones de personas sigue siendo minoritaria, y cuya literatura no lo tiene fácil para encontrar lectores fuera de Cataluña. Su autora, autora de diez poemarios, vive lejos del mundo literario, también geográficamente, ya que reside en Cardedeu, un pueblo del Montseny de 17.000 habitantes. La historia, narrada a lo largo de 130 escuetas páginas, está protagonizada por una mujer lesbiana con tendencias suicidas, e incluye varias escenas de sexo entre mujeres además de explorar la sexualidad infantil.