"La crisis climática, producida por el consumo insostenible de los recursos limitados del planeta, es la amenaza más grave y urgente que se cierne sobre la humanidad y sobre toda la biosfera". El manifiesto lo firmaba un centenar de escritores españoles —entre ellos, Isaac Rosa, Marta Sanz, Laura Freixas...—, que se unían así a las movilizaciones organizadas en España para el próximo 27 de septiembre, fecha de la Huelga Mundial por el Clima. La supuesta afición de los novelistas por sumarse a manifiestos constituye todo un cliché conservador, pero en este caso había un importante elemento de novedad: la lucha que les unía era la batalla contra el cambio climático. Los escritores se sumaban a la llamada de las organizaciones ecologistas que promueven la jornada, pero ¿qué hay de sus obras?, ¿cómo pasa la preocupación por el cambio climático de las calles reales a las calles ficticias, o viceversa?, ¿en qué consiste el compromiso literario, tan discutido, cuando se habla de emergencia climática?
"Primero se trata de un compromiso como ciudadano, claro", dice Lola López Mondéjar, autora de libros como Cada noche, cada noche e impulsora del manifiesto junto con el escritor Javier Morales. Y, de hecho, en la lista figuran autores vinculados desde hace tiempo al movimiento ecologista, como es el caso de Jorge Riechmann, poeta, profesor de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y militante de Ecologistas en Acción. Pero en la nómina son mayoría los que hasta ahora no parecían haber hecho del ecologismo una cuestión central en su vida pública o su obra. No es tan sencillo: López Mondéjar habla de una suerte de "despertar moral". "La obra de muchos escritores —como la recepción de los lectores— está atravesada por una cuestión moral, que es amplia y abarca muchos asuntos distintos", explica. "A muchos nos preocupa el planeta, a mí misma, por supuesto, y no es algo nuevo. Pero si ahora hablamos de esto ahora, es porque de alguna manera la figura del intelectual sirve como espejo".
Sirva como ejemplo lo que cuenta Aixa de la Cruz, autora de novelas como Cambiar de ideaCambiar de idea y La línea del frente. Ella no estaba en el manifiesto, pero eso no significa que no esté dándole vueltas al tema. "Me he preguntado por esto", cuenta, "si escribí tal texto [Cambiar de idea] como una forma de manifestar mi disconformidad con respecto a la violencia patriarcal, ¿qué voy a hacer ahora para manifestar mi posición con respecto a la emergencia climática?". Descarta, de entrada, que su compromiso como escritora tenga que ver con su ejemplo ciudadano, algo que sí defiende López Mondéjar, que insiste en la responsabilidad social del escritor como figura pública. Esta última se plantea, por ejemplo, comenzar a rechazar invitaciones para asistir a charlas que le supongan cruzar el Atlántico, cambiándolas por conexiones de Skype o similar. "Tenemos muy poquita relevancia", objeta Aixa de la Cruz, "¿quién me va a oír decir a mí que yo no voy al Hay Festival de Perú por conciencia climática?". Más importante que la vida personal de los autores, considera sus textos o, más bien: "lo que promulguemos en nuestros escritos".
Esta la enésima vuelta al debate del compromiso en literatura. Si en el último medio siglo se ha diseccionado la idea del intelectual comprometido y en las últimas décadas se ha extendido esa implicación más allá de la cuestión partidista o de clase hacia la lucha feminista y antirracista, el ecologismo, y particularmente el que batalla la crisis climática, plantea sus propios problemas. (Problemas no tan sencillos de resolver: varios de los firmantes, consultados por este periódico, declinan participar en el reportaje). Si escribir desde una perspectiva de género pasa por dibujar a personajes femeninos que no se dobleguen a los clichés machistas, por ejemplo, ¿en qué consistiría una escritura ecologista? "Escribir con perspectiva ecológica", esboza Layla Martínez, escritora y editora del sello Antipersona, "tendría que ver con situar la crisis climática o el estado de la naturaleza en un eje de conflicto, convertir la crisis climática en algo que determina la trama o a los personajes".
¿Quién cuenta el cambio climático?
Parece sencillo; no lo es tanto. Porque escribir con perspectiva de género, de clase o antirracista, continúa, tiene también que ver con "romper el mito de que el sujeto hombre blanco, burgués, occidental... es el sujeto universal". "Todas las demás experiencias han sido silenciadas", defiende, "y se ha negado que el conflicto de clase, raza y género existía y que marcaba nuestra forma de ver el mundo". ¿Qué tiene que ver esto con la ecología? "Creo que eso es una pista de lo que puede ser una perspectiva ecológica [en la ficción], que tendría que ver con tener en cuenta que la experiencia de la crisis climática está afectando ya a nuestras vidas en todos los ámbitos y que va a hacerlo más en el futuro". Si el negacionismo es una idea extendida, o si se ve a los científicos como unos exagerados, esa preocupación no estará presente en la ficción. Aixa de la Cruz señala que, si se compara la presencia en el debate público de la crisis climática con la del feminismo, por ejemplo, que ha entrado con fuerza en la vida pública —incluyendo el discurso literario— en los últimos dos o tres años, ambos asuntos "no están al mismo nivel mediático y social". Eso no quiere decir, claro, que no lo estén en el futuro.
La escritora reflexiona precisamente en estos días, marcados por la cumbre del clima en Nueva York y las protestas en todo el mundo, sobre la responsabilidad individual versus la colectiva en un asunto como este. "Creo", aventura, "que lo que puedo hacer a nivel individual no tiene la relevancia de lo que puedo hacer como votante pidiendo que las autoridades pongan en marcha cambios macroestructurales". Si ella ha renunciado a tener coche o no come carne desde hace años, ¿qué cambia eso en el gran esquema de los acontecimientos? Pero la literatura es una excepción. "Quizás la escritura de ficción sea uno de los pocos terrenos en los que el compromiso individual pueda tener peso en lo estructural. Si escribo una novela realista en la que los personajes tengan una cercanía costumbrista con su medio, creo que las cosas que no considero tan importantes que lleven a cabo los ciudadanos, sí será importante que lo hagan mis personajes".
La preocupación por el clima no es tan fácil de rastrear en literatura como otros ejes políticos. Se pueden enumerar libros escritos desde España que abordan la cuestión feminista, que reflejan la lucha de clases o —quizás más escasos en este país— que tocan el racismo. Pero no es sencillo encontrar narrativas en la que la crisis climática sea central. En Por si se va la luz (2013), de Lara Moreno, la huida de dos jóvenes al campo se asociaba a la necesidad de una vida pegada a la tierra como consecuencia de un cambio de modelo. Distancia de rescate (2015), de Samanta Schweblin, traía desde Argentina la reflexión sobre el uso del suelo y la escasez de recursos. No es fácil componer la lista. De hecho, cuando se habla de ficción preocupada por el clima, se suelen mencionar libros de la tradición anglófona y desde un género, el de la ciencia ficción: las novelas de J.G. Ballard, la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson, La carretera de Cormac McCarthy, El año del diluvio de Margaret Atwood...
Aquí cerca, pero dentro de mucho
"La ficción especulativa es la que más ha tratado la crisis climática", sentencia, sin dudarlo Layla Martínez, una de las autoras de Estío. Once relatos de ficción climática, donde también participaba De la Cruz. Lo asocia a dos motivos distintos. Primero, dice, está "la falta de conciencia" que provoca que se asocie este fenómeno "a algo lejano, en el futuro", lo que provoca que se deje, consecuentemente, al género que ha tratado más el futuro. "Por otro lado", añade, "creo que tiene que ver con la industria editorial española, qué se está tratando y quién lo está tratando". Porque uno de los aspectos esenciales del cambio climático, dice la escritora, siguiendo a los militantes ecologistas que piden justicia climática en el contexto de la crisis, es que no afectará a todos por igual. Por tanto, expone la escritora y editora, si escriben mayoritariamente hombres burgueses, blancos y occidentales, serán sus preocupaciones las que se reflejen en la literatura. "Creo que en la industria editorial española está muy sobrerrepresentada esa voz".
Isaac Rosa —firmante también del manifiesto y autor de novelas como Feliz final o La mano invisible— lleva un tiempo escribiendo en eldiario.es y en La Marea relatos de ficción con un mismo propósito: que dialoguen con las piezas informativas que los rodean, que "prolonguen" y "profundicen" en las noticias que nos ocupan a lo largo de la semana. El cambio climático acabó siendo, como es de suponer, uno de esos temas. En "Fin del mundo", publicado en La Marea, un director de cine viajaba a un territorio asolado por la sequía, los incendios y las lluvias torrenciales para localizar allí una película postapocalíptica, una crítica precisamente hacia esa tendencia a situar en un futuro lejano lo que ocurre aquí y ahora. En el de eldiario.es, titulado "Greta, fuerza 5", imaginaba una tormenta llamada Greta —"¿Se está riendo de nosotros?", se pregunta un personaje— que acosa a los gobernantes occidentales, reunidos en una cumbre internacional como la que se celebra estos días en Nueva York. No fue fácil encontrar estos puntos de partida, dice Rosa, "porque el cambio climático no tiene todavía un imaginario al que remitirnos, ni hay tampoco apenas representaciones".
La crisis climática tiene algunas características que hasta ahora la han hecho difícil de retratar desde la ficción, defiende Rosa. Hay en él "un elemento de abstracción" que dificulta abordarlo en términos creativos —también políticos, advierte— sobre todo si se pretende "ir más allá del lamento inofensivo o de la postal bienpensante, y despertar algo de pensamiento crítico". Pero el fenómeno es también "ácrono", flota en una indeterminación temporal, "es siempre un futuro, ni siquiera cercano, incluso inverosímil, improbable". "Nos falta mucho (a mí el primero)", admite Isaac Rosa, "para entender la gravedad del problema y la urgencia de tomar medidas. Seguimos viéndolo como algo que le pasará a otros, dentro de mucho tiempo. Seguimos viéndolo como algo secundario a otras crisis de nuestro tiempo". A esto, el escritor le suma otra preocupación: que la creciente atención al ecologismo se convierta en un "concepto vacío" que usen a su favor las multinacionales: para que eso no suceda, dice, "hay que añadirle siempre un sufijo: ecosocialismo, ecofeminismo".
Distopías vs. utopías
López Mondéjar cree que eso de ver la crisis climática como un futuro distante, asociado a los géneros especulativos, es precisamente cosa del pasado. "El cambio climático está aquí, y pensarlo en presente es necesario, porque ya nos puede la angustia", dice. En su último libro de relatos, Qué mundo tan maravilloso, la amenaza no es exactamente para hoy, pero sí para pasado mañana. En "Apoptosis", por ejemplo, plantea un suicidio colectivo de los jóvenes, que ven su futuro cegado por una catástrofe que no provocaron. Es uno de los tres cuentos que abordan el asunto en forma de distopía. Y, dentro de esta escuela, López Mondéjar menciona El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood convertida en serie de televisión que dibuja un Estados Unidos transformado en dictadura teocrática y machista. "La novela funciona como una pregunta radical sobre los populismos", plantea, "que nos hace pensar en las consecuencias de las derivas políticas actuales. En ese sentido, escribir sobre cambio climático nos hace ver como materiales lo que ahora son solo pronósticos o temores".
De hecho, la mayoría de ficciones centradas en el cambio climático, especulativas o no, suelen ser claras distopías: el mundo está sumido en el caos; los humanos se dedican, en el mejor de los casos, a sobrevivir; la violencia campa a sus anchas en unos mundos sin Estado ni comunidad. Layla Martínez es tajante: "Las distopías son reaccionarias y conservadoras. Su mensaje es que ahora la cosa está mal, pero va a estar peor, con lo cual me quedo como estoy porque lo que tengo no es tan malo". Es Lola López Mondéjar quien señala que "la ficción nos permite imaginar el futuro, e imaginar respuestas para ese futuro". La crítica de Martínez se basa en que es imposible hacer esto último desde el conformismo morboso de la distopía: "Necesitamos un relato capaz de abrir horizontes".
Porque en lo que ambas coinciden es en la capacidad transformadora de la ficción. "La ficción es una dramatización que está representando al mundo", defiende Lola López Mondéjar, "y eso a menudo es más comprensible y más útil que el discurso racional". Layla Martínez habla en los mismos términos: "El discurso científico moviliza muy mal, no se hacen revoluciones (o movilizaciones más pequeñas) con un libro científico en la mano". Los informes del IPCC, el panel de la ONU sobre cambio climático, máxima autoridad en la materia, son necesarios para conocer la magnitud del problema y las posibles soluciones, pero no servirá de mucho a la hora de llevar a la gente a la calle. "Necesitamos emociones, símbolos, mitos", reclama la escritora. "El discurso racional puede llegar incluso a naturalizar y banalizar las consecuencias de la crisis climática", advierte por su parte López Mondéjar, "y por eso tenemos que insistir nosotros". Ambas coinciden también en que la preocupación por el clima irá llegando a la ficción conforme aumente la conciencia sobre el tema. Otra cosa, dice Layla Martínez, es que lo haga "de una manera positiva para la movilización".
"La crisis climática, producida por el consumo insostenible de los recursos limitados del planeta, es la amenaza más grave y urgente que se cierne sobre la humanidad y sobre toda la biosfera". El manifiesto lo firmaba un centenar de escritores españoles —entre ellos, Isaac Rosa, Marta Sanz, Laura Freixas...—, que se unían así a las movilizaciones organizadas en España para el próximo 27 de septiembre, fecha de la Huelga Mundial por el Clima. La supuesta afición de los novelistas por sumarse a manifiestos constituye todo un cliché conservador, pero en este caso había un importante elemento de novedad: la lucha que les unía era la batalla contra el cambio climático. Los escritores se sumaban a la llamada de las organizaciones ecologistas que promueven la jornada, pero ¿qué hay de sus obras?, ¿cómo pasa la preocupación por el cambio climático de las calles reales a las calles ficticias, o viceversa?, ¿en qué consiste el compromiso literario, tan discutido, cuando se habla de emergencia climática?