Cine
'El faro de las orcas': Volver a la naturaleza
Península Valdés es un pedazo de tierra apenas amarrado a la Patagonia Argentina. En sus más de 3.600 kilómetros cuadrados de superficie apenas se agrupan 690 personas. La única población digna de ser considerada como tal es Puerto Pirámides. En la gran explanada que es esta casi isla todo crece en posición de cuerpo a tierra, aquí y allá se alzan solo unos pequeños arbustos espinosos. Hay poca agua y mucho viento, y los lobos de mar superan, con mucho, a las personas. Ese paisaje es el que Maribel Verdú lleva en la retina desde el pasado febrero, cuando se inició el rodaje de El faro de las orcas, la película de Gerardo Olivares El faro de las orcasque está desde el viernes en los cines españoles. "Casi dos meses de rodaje en la Patagonia, sin duda uno de los más increíbles de mi vida", dice por teléfono la actriz, ya de regreso al estrés de la vida urbana.
Las cuatro semanas en Península Valdés se completaron con otras cuatro en Camarones, un municipio de 1.300 habitantes en la provincia de Chubut. Y luego en Furteventura, donde se rodaron las escenas de agua con un animatrónic de la orca que luego se completaría con edición digital. No es, ni mucho menos, un tiempo de rodaje habitual. Tampoco que se priorice la localización por delante del coste de producción. Pero aquí es la forma de trabajo de Olivares la que se impone: este director formado en el documental ha filmado sus obras de ficción —La gran final, Entrelobos y Hermanos del viento— con las mismas premisas. Entre otras cosas, porque en ellas también ha elegido ceñirse a los hechos. El faro de las orcas se basa en la historia real de Roberto Bubas, Beto (el argentino Joaquín Furriel), guardafauna que ha establecido una relación especial con las orcas salvajes. Cuando Tristán (Joaquín Quinchu Rapalini), un niño con autismo, se entusiasma con un documental de televisión sobre él, Lola (Maribel Verdú) no duda en ir en su busca.
"Es una película terapéutica, totalmente, tanto para el público como para los que la hemos hecho. Qué regalo de rodaje, de historia, de paisaje, de director...", dice la actriz. Será, en parte, porque la historia de la que bebe es en sí terapéutica. En su libro Agustín Corazonabierto, el guardafaunas Roberto Bubas relataba la experiencia de un niño con autismo, este sí real, al que su madre llevó hasta él, convencida de que había algo en aquellas orcas que había visto en televisión jugando con él que llegaba al centro de su hijo, allí donde no alcanzaba ninguna otra cosa. "Es un hombre increíble", dice Verdú sobre Beto. Ha sido, más que una inspiración, un compañero de rodaje que les ha acompañado durante todo el proceso. "Lleva 25 años viviendo allí", señala la actriz recordando la extraña afición por el mar de un niño crecido en el interior, "¡ha estado 15 años en Punta Norte!". Verdú sigue sin ocultar su asombro.
Ni por él, ni por su objeto de estudio. "De 60.000 orcas que hay en el mundo, solo 7 arriesgan su vida [varándose] para cazar lobos marinos", explica. El trabajo de Bubas —del que quisieron alejarle en varias ocasiones por su poco ortodoxa cercanía con los cetáceos— ha permitido saber, además, que esta técnica única en el mundo, se transmite de generación en generación por un complejo sistema de aprendizaje de las hembras a las crías. Su vida, relata la actriz, ha transcurrido siempre en plena naturaleza, primero tomando notas y dibujos a mano de los ejemplares que avistaba desde la costa, para lo que debía acercarse al agua cada vez más. Un día, cuando le llegaba el agua a la cintura, una orca le acercó un manojo de algas. Él se lo arrojó. La orca volvió a traérselo. Así estuvieron jugando varias horas. Cuando volvió, al día siguiente, estaban de nuevo allí.
Este encuentro y la comunicación que se establece luego entre Tristán/Agustín y las orcas remiten a las anteriores obras de Gerardo Olivares. En Entrelobos, largometraje de ficción estrenado en 2009 y protagonizado por Juan José Ballesta, contaba la historia de Marcos Rodríguez Pantoja, un Mowgli a la española que se crió en la montaña, junto a los animales, hasta los 19 años. Aquella historia, como esta, cuestiona los límites entre el ser humano y el resto de animales, y la idea de que la inteligencia del primero sobrepase la de los segundos —Roberto Bubas, en sus conferencias, insiste en que la inteligencia de las orcas iguala a la de los grandes mamíferos terrestres—.
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Ambos largometrajes abordan también una cuestión más oscura: ¿Quién es realmente el salvaje? Si Marcos aseguraba que la vida en la civilización era más dura, Tristán huye instintivamente de las aglomeraciones y encuentra en los demás un motivo de desconfianza. El equilibrio que los tres protagonistas alcanzan en aquel lugar lejos de todo se ve roto por lo que llega de fuera. Incluso si el otro puede ser también una fuente de amor, compañía y comprensión, Olivares plantea que esta no es nunca una relación plácida. Hay tensiones. Las mismas que Maribel Verdú comenzó a ver de repente más claras al regresar a España, después de dos meses de desconexión física —la red de móviles no es la mejor— y mental. "Fue duro, muy duro", recuerda, "realmente esta vida de prisas, de tecnología, de estrés no se aguanta sin lo importante, sin tener tu espacio de paz, aunque sea en mitad del día a día".
Paradójicamente, la vuelta no fue nada plácida. Cuando llegó, se puso a ensayar "a tope" Abracadabra, el nuevo filme de Pablo Berger —con quien ganó el Goya a mejor actriz por Blancanieves—, y luego se metió con la producción de Invencible, una obra de teatro de Torben Betts dirigida en su versión española por Daniel Veronese que gira ya por España. "Pregúntame qué hago en Navidad", sugiere entre risas, "Pues paso el 24 con la familia y luego me voy a Palma, que actuamos el 25, 26 y 27". Los respiros existen, pero son cortos.