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Filmadrid regresa con público en medio del debate sobre si los festivales han de apostar para siempre por la vía 'online'

Si 2020 fue el año en el que nos tocó sobrevivir a la pandemia, en 2021 hemos aprendido a adaptarnos a sus consecuencias. Un año después de comprobar cómo los festivales de cine improvisaban cambios y soluciones en medio de un estricto confinamiento, es un buen momento para pensar en cómo encaran su futuro ante un panorama algo menos dramático, aunque igualmente incierto.

Con el arranque de Filmadrid, de la mano de Destello bravío (Ainhoa Rodríguez, 2021), regresa un añorado encuentro para la cinefilia de la capital. El pasado año la organización optó por la cancelación, en lugar de aplazar su celebración o trasladarse íntegramente al formato online. En esta ocasión vuelven apostando por la presencialidad total (con las correspondientes medidas de distancia social e higiene) frente a los formatos híbridos que se imponen en muchos festivales medianos. Es el caso del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT), que concluyó la pasada semana y exhibió su programación tanto a pie de sala como en Filmin. Las responsables de ambos festivales desgranan a continuación dos formas diversas de encarar una misma realidad adversa.

Los festivales más allá de la pantalla

Nuria Cubas, directora de Filmadrid, explica que la organización en estos tiempos de un festival íntegramente presencial (salvo por la sección The Video Essay, ya exhibida virtualmente y en una pase en sala antes de la pandemia) tiene “algo de intuición”. Desde su punto de vista, “el festival es presencial o no es”.

Por ello en 2020, una vez estalló la pandemia, tuvieron claro desde el primer momento que no continuarían adelante pese a que “el festival estaba medio montado y la competición prácticamente entera” (solo mantuvieron The Video Essay). “Para nosotros la idea de festival tiene mucho que ver con los autores y las autoras que vengan, toda la comunidad que se genera al alrededor; no es simplemente ver películas”, argumenta. Cubas cree que las películas de un festival en línea pueden acabar siendo víctimas de lo que caracteriza a las plataformas de vídeo bajo demanda: “El contenido por el contenido”. “Que está superbién, por supuesto, pero no es lo que nosotros consideramos un festival”, matiza.

Para Mane Cisneros, directora del FCAT, el formato híbrido que han perfeccionado en esta edición ha sido sin embargo “un acierto”. Subraya, eso sí, el aumento del número de proyecciones físicas en salas de más de 60 películas que han formado parte de la programación. En otra sustancial diferencia con Filmadrid, la edición de 2020 (originalmente fechada en abril) se trasladó a diciembre en un contexto de restricciones horarios y perimetrales que mermó considerablemente el apartado presencial.

Aunque está satisfecha con la decisión de haber ofrecido las películas del festival en Filmin para que quien no pudiese acercarse a Tarifa tuviese la oportunidad de disfrutar de las películas, reconoce que faltaban “los encuentros, las mesas redondas y todas las actividades colaterales que completan las miradas de la pantalla”. Aboga por que el año pasado vuelvan a ser presenciales, pero al mismo tiempo se retransmitan en streaming: “La tendencia debería ser volver a la presencialidad tomando nota de lo que hemos aprendido”. Para la gestora, solo los grandes festivales del mundo pueden sobrevivir en este contexto manteniendo su formato anterior.

De espejos y periferias

Con una intención que remite a la idea de Cisneros sobre completar las miradas de la pantalla, en Filmadrid han diseñado unas sesiones espejo de las películas que conforman la competición oficial. Así, La Casa Encendida acogerá hasta el 13 de junio proyecciones matutinas de obras estrechamente relacionadas con la película que se exhibirá en la sesión de tarde: desde películas previas de los y las cineastas hasta otras que les influyeron o dialogan con sus concepciones del cine. “La idea es prepandemia, pero precisamente ahora las circunstancias nos han dado la razón: hay más necesidad de parar un poquito y pensar cada cosa tranquilamente”, dice Cubas.

Otra de las novedades de Filmadrid es una división cronológica en dos etapas. Hasta el día 13 continuarán las proyecciones de la competición oficial y The Video Essay, mientras que del 9 al 12 de septiembre tendrán lugar la sección Vanguardias Live (que incorporan a lo cinematográfico aspectos performativos) y una retrospectiva de un director o directora todavía por anunciar. Una separación que Cubas explica por la (esperable y esperada) mayor apertura y el creciente ‘contacto humano’ que nos permitirá la mejora de la situación sanitaria tras el verano, ante el avance de la vacunación.

Los cambios en Filmadrid no pueden sonar mejor, especialmente porque todos apuntan en una misma dirección: la vuelta del calor humano. Mane Cisneros recuerda, no obstante, que traer invitados a un festival “requiere de enormes presupuestos”. “Especialmente si queremos mantener el formato virtual”, añade. En el FCAT se han visto obligados a renunciar a los invitados internacionales. En gran medida por su condición no solo de festival ‘mediano’, sino también (y esto es una diferencia de calado respecto a Filmadrid) de festival ‘periférico’.

Cisneros cree que el carácter periférico de un certamen no está solo en la procedencia de las películas exhibidas, sino también en su emplazamiento y en los costes que este implica: “Si un cineasta viene al FCAT aterriza en Málaga, y solamente el transfer hasta Tarifa cuesta 370€, más que los propios billetes de avióntransfer”. A eso hay que añadir los nuevos gastos que la pandemia ha supuesto para cualquier festival, desde PCRs hasta el alojamiento de un invitado obligado a confinarse.

Nueva realidad, ¿mismo cine?

Uno de los puntos en los que ambas gestoras ofrecen respuestas más dispares es en su manera de acercarse a las películas tras la crisis sanitaria. Nuria Cubas no ha percibido grandes cambios temáticos o artísticos. “Hemos intentado como siempre programar películas que sean experiencias y puedan generar un recorrido a través de muchos géneros, muchas duraciones y diferentes países”, puntualiza. Pese al cambio de estructura en Filmadrid, el cine que los espectadores encontrarán permanece: “Un abanico de posibilidades heterogéneo y con profundidad”.

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En opinión de Mane Cisneros, por el contrario, “ha cambiado muchísimo”. En cuanto a contenidos, remarca el crecimiento exponencial del porcentaje de documentales hasta copar el 70% de la programación. “Las ficciones en África son ya de por sí costosas y largas de sacar adelante, cuanto más en una situación de pandemia”, apunta.

Pero es en las distribuidoras donde pone el peso de estas transformaciones. Asegura que “se han lanzado a bocajarro por la promoción y la difusión online de todas esas películas que no pudieron estrenarse en salas”. Cisneros reconoce que esta cuestión “ha creado fricciones”, también entre festivales: “no ha dado tiempo a crear una estrategia de difusión online, sino que se ha ido parcheando e improvisando cómo se sacaban películas que se compraron antes de la pandemia con unos costes y una difusión que no se corresponden con el mundo que nos está tocando vivir”. Admite que esto ha repercutido en una pérdida significativa de estrenos en un momento en el que “el propio concepto de estreno se ha desdibujado”.

Como se desprende de estas últimas declaraciones, parece que los cambios estructurales provocados (o adelantados) por la pandemia se dejan notar ya en todo lo que tiene que ver con la industria cinematográfica. Cuanta más distancia se marca con ella, cuanto más se entiende el cine como un arte de fronteras elásticas que pueden llegar a romperse, menos chocante será adaptarse a un contexto que empuja a difuminar premisas asumidas como la de “proyección”, la de “estreno” o la de “festival”.

Si 2020 fue el año en el que nos tocó sobrevivir a la pandemia, en 2021 hemos aprendido a adaptarnos a sus consecuencias. Un año después de comprobar cómo los festivales de cine improvisaban cambios y soluciones en medio de un estricto confinamiento, es un buen momento para pensar en cómo encaran su futuro ante un panorama algo menos dramático, aunque igualmente incierto.

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