Frédéric Lenoir: "La humanidad progresa cuando se tiene en cuenta el bienestar animal"

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Frédéric  Lenoir (Madagascar, 1962) es filósofo, experto en historia de las religiones y sin embargo autor de éxito. Su Sobre la felicidad. Un viaje filosófico suma en Francia más de 300.000 ejemplares, ha vendido más de tres millones de sus cerca de 40 títulos y aparece en los medios semana sí y semana también, ya se trate la islamofobia, las raíces del catolicismo en Francia o el poder de la meditación. Publica a toda velocidad: solo en 2017 llegaron a las estanterías del país vecino tres libros nuevos. Uno de ellos era Carta abierta a los animales (y a los que no se creen superiores a ellos), que acaba de editarse en España en el sello Ariel. Porque está, además, particularmente comprometido con un asunto que se aleja a priori de sus dominios: los derechos de los animales

Cuenta con orgullo cómo en Francia, desde 2015, los animales son considerados por el Código Civil como "seres vivos dotados de sensibilidad", y no como "bienes", un proceso también abierto en España, donde hasta ahora han estado en el mismo saco que, por ejemplo, un coche. El pasado año fundó la asociación Ensemble pour les Animaux (Juntos por los Animales), que rechaza "la oposición entre el ser humano y otros animales". En el libro que ahora se traduce al castellano cuestiona esta división, de la que hace responsable a las religiones, y la tradición filosófica que la sostiene. Pero también pone distancia con el antiespecismo y se muestra escéptico ante algunos argumentos del movimiento animalista. 

El autor llega a Madrid poco después de que el programa Salvados haya reabierto el debate sobre la industria de la carne. Él también abrió los ojos a través de la alimentación: "Descubrí que el filete que había en mi plato y que los huevos que compraba venían del sufrimiento. Y ahí me pregunté si tenía derecho a comer como si no lo supiera". Habla con el entusiasmo que le ha situado entre los divulgadores más disputados de Francia, y con el optimismo que ha hecho que algunos le encasillen dentro de la cuestionada corriente del pensamiento positivo. Y asegura que lo que le llevó a su defensa de los animales no fue ni siquiera la empatía que sentía por ellos desde niño, sino un "deseo de coherencia". 

Pregunta. ¿Cómo se enlaza este tema con el de la religión, al que se ha dedicado usted hasta ahora?Respuesta

. De dos maneras. De un punto de vista negativo, las religiones, sobre todo las monoteístas, han jugado un papel importante en crear una separación radical entre el hombre y el animal. Si la Biblia nos dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, el hombre tiene derecho a dominar a los demás animales, lo que le ha legitimado para explotarlos y considerarlos como objetos. Porque no tienen alma. 

El lado positivo es la espiritualidad. Me interesa mucho la cuestión de la espiritualidad personal: cómo llevar una vida buena a la manera de los filósofos griegos. Y, para mí, extender el altruismo hacia todos los seres sensibles forma parte de una conciencia espiritual verdadera. Schopenhauer dice que la cima de la moral es la compasión por los animales, porque son los seres más alejados de nosotros. Tener consideración y respeto por seres que se nos asemejan, por nuestra familia o nuestros amigos, es fácil. Más difícil es hacerlo con los extranjeros, y aún más con seres sensibles que no consideramos humanos. Respetar a los animales es lo que exige mayor conciencia moral. La humanidad progresa cuando se tiene en cuenta el bienestar animal.

P. Pero una gran parte de la sociedad occidental no cree ya en la existencia del alma. ¿Por qué sigue prevaleciendo esta idea?

R. La idea permanece cuando la creencia ya no está. Se convierte en algo cultural. A una ideología religiosa de dominación del animal ha sucedido una ideología del consumo: es práctico tener animales y no reflexionamos sobre lo que son, sobre su estatus. Pero sí, hay muchas personas ateas que hoy defienden que los animales son inferiores al hombre sin pensar en que esta idea les viene de la religión. Y cuando la ciencia nos dice lo contrario.

P. Con todo esto, ¿dónde queda el humanismo?

 

R. El humanismo nació ya en la Antigüedad un momento en que era necesario para que la gente dejara de matarse entre sí. Porque se consideraba que se podía asesinar a un extranjero, que la mujer era inferior al hombre, que había seres humanos que podían ser tratados como cosas… Y hay una serie de corrientes, como el estoicismo, que surgen entonces. Pero hoy hay que ir más lejos. Necesitamos un nivel superior de ética, en el que consideremos que no hay que respetar solo a todos los seres humanos, sino también a todos los seres sensibles.

P. ¿Y cree que eso está sucediendo?

R. Sí, lo creo. El siglo XIX fue el de la lucha contra la esclavitud, el siglo XX el combate por la emancipación de la mujer, y creo que el siglo XXI será el de la toma de conciencia del sufrimiento animal. Se dice a menudo que cómo podemos ocuparnos de los animales cuando hay gente que sufre. Pero, históricamente, los mismos que se han preocupado por los animales son los que lo han hecho también por la emancipación de la mujer, los obreros o la abolición de la esclavitud. Lamartine dice que no se tiene un corazón para los humanos y otro para los animales: "O se tiene corazón o no se tiene". No hay que oponer esas luchas, porque la integración de la moralidad es la prueba de nuestra época.

P. En la defensa de los derechos de los animales, y en el antiespecismo, hay diferentes discursos. Para usted, ¿el hecho de matar a un animal, a cualquier animal, es un problema en sí mismo, o se trata más bien de minimizar su sufrimiento?

R. La cuestión es más bien el sufrimiento. No creo que matar a un animal sea en sí mismo un problema, porque es ley de vida que, desgraciadamente, siempre vaya a ejercerse algún tipo de violencia hacia otros seres sensibles, aunque solo sea para comer. Las verduras también tienen su sensibilidad, cuando se camina se puede aplastar a insectos, si se quiere dormir quizás haya que matar a un mosquito y cuando tomamos antibióticos estamos matando a seres vivos como son las bacterias. La cuestión no es no matar, sino tomar conciencia para que esta violencia necesaria se ejerza sobre los seres menos sensibles posible. Hacia los seres menos desarrollados y menos inteligentes. Es una cuestión de grado. Es mejor comer una verdura que un animal, y mejor comer mejillones u ostras que un cerdo o una vaca, porque no tienen en absoluto el mismo nivel de conciencia o sensibilidad. Estamos obligados a tomar decisiones, y estas serán siempre imperfectas.

P. No cree en el "Meat is murder" ["La carne es asesinato"], un lema que usa parte de este movimiento."Meat is murder"

R. No, no estoy de acuerdo. Quienes lo defienden son incoherentes. Cortar un árbol puede ser un asesinato y no se dan cuenta de que ellos también lo están cometiendo. Se trata, como he dicho, del grado de inteligencia y de sufrimiento. Nunca tendremos las manos limpias. Y luego hay que elegir: todos los medicamentos se ensayan sobre animales. Si queremos curar a nuestros hijos, habrá que ensuciarse las manos. Siempre va a haber que tomar partido, y no hay que ser extremista.

P. El movimiento animalista y el ecologismo van a menudo de la mano. Pero no siempre: por ejemplo, con la eliminación de especies invasoras, que los segundos defienden como necesaria y los primeros suelen condenar.

R. De nuevo, se trata de tomar partido. Yo estoy más con la sensibilidad ecologista que con la antiespecista. Hay que tener en cuenta la totalidad del problema. Por eso no estoy contra la caza de regulación, que es necesaria. A veces hay demasiados jabalíes en una región, y no es bueno ni para otras especies ni para el hombre. ¿Pero por qué hay un lazo entre el ecologismo y la defensa animal? El consumo de carne es insostenible desde el punto de vista ecológico: para la cría se utilizan cantidades de agua colosales y extensiones de tierra enormes. Una hectárea puede alimentar a 2 personas carnívoras o a 50 vegetarianas. Esto demuestra que incluso cuando se sitúa al ser humano en el centro hay que tener en cuenta la condición animal.

P. Si usted habla de grados y la ciencia nos ha ido descubriendo, por ejemplo, el nivel de inteligencia o sensibilidad de los cerdos, ¿es posible que el baremo vaya cambiando?

R. Eso es. La moral no es una ciencia exacta. Es en función del conocimiento que se tiene que cada uno puede ajustar su modo de vida. Pero una vez que se conoce, como ha sucedido con los cerdos, habría que actuar en consecuencia. Yo dejé de comer cerdo definitivamente cuando comprendí su nivel de conciencia.

P. En este caso, su elección personal ha sido la de no comer cerdo, sean cuales sean las condiciones en las que el animal haya sido criado.

R. Absolutamente. Es como si comiera perro. Sin embargo, como huevos cuando sé que las gallinas han sido criadas al aire libre. O como marisco. Pero no voy a comer una langosta que ha sido arrojada viva al agua hirviendo, porque sé que es un sufrimiento innecesario. Se trata de adaptarse al conocimiento que vamos teniendo, pero toda elección es imperfecta: quizás descubramos un día que las ostras tienen un nivel muy alto de autoconciencia, como ha ocurrido con el pulpo, que yo ya no como.

P. ¿Se trata entonces de que la mayor parte de la población escoge hacer oídos sordos a este tipo de información?

R. Sí, porque pone en cuestión nuestras costumbres alimenticias. Si todos los niños, en el colegio, fueran a ver un matadero, dejarían de comer carne. Estoy convencido. Pero nadie quiere hacer eso. Al contrario: los mataderos son como centrales nucleares, no se pueden visitar y todo se esconde. ¿Por qué? ¿Cómo se puede ser cómplice de eso? El problema no son los mataderos, sino nosotros, porque existen para abastecer nuestro consumo a muy bajo coste. Si lo supiéramos, tendríamos que cambiar nuestras costumbres, y por tanto preferimos no saber. Una vez le dije a un amigo que desde que leí un libro sobre la inteligencia del cerdo, dejé de comer cerdo. Y él me dijo: "No me dejes nunca ese libro".

P. ¿Por qué cree que este tipo de decisiones personales sobre la alimentación generan tal rechazo social? Hay vegetarianos cuyas familias aceptan mal su decisión de no comer carne.

R. La alimentación es un pilar fundamental de la cultura, y gran parte de nuestros encuentros sociales suceden en torno a ella. Si en una comida familiar hay alguien que no quiere comer lo que el resto, es como si se situara al margen de la comunidad. Se convierte uno en un problema: no solo no quiere comportarse como el resto, sino que parece acusarles de algo. Cuando uno dice que no quiere comer carne porque el animal ha sufrido, se le está diciendo al otro, implícitamente, que a él sí le da igual que el animal haya sufrido. Y la gente puede percibirlo como algo agresivo. Al mismo tiempo, hay que afrontarlo y poner en cuestión ciertas costumbres sociales, igual que se hace con otras. E igualmente hay que ser capaz de asumir una crítica a nuestra tradición y nuestra cultura.

P. ¿No hay límites en la capacidad humana para actuar según su conciencia? Se sabe que la ropa de las grandes cadenas se produce a menudo en unas condiciones infrahumanas, y eso no hace que deje de comprarse.

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R. Romper con un hábito es un proceso lento. Vemos un reportaje, nos parece lejano, lo olvidamos y al poco nos atrapa de nuevo la costumbre. Y no tenemos las herramientas que nos permitan detectar realmente si tal objeto que compramos está ligado al sufrimiento humano o animal. Algo que ayudaría mucho es la trazabilidad obligatoria, de forma que, a través del código de barras, se pudiera saber dónde y bajo qué condiciones se ha fabricado el producto. Y que se le pusiera una nota al coste humano y animal de un objeto. Esto sí puede ser obligatorio, porque es una información legítima, como ya se hace con los ingredientes de los caramelos, por ejemplo. Si tuviéramos esto, creo que la gente tomaría decisiones más responsables.

P. Es usted optimista.

R. Todo es una cuestión de educación. Cuando Sócrates dice que el origen de todo mal es la ignorancia, tiene razón. Hay que conocer para poder decidir y evolucionar. Por eso no creo que haya que prohibir la cría industrial, sino dar a conocer sus condiciones para que la gente pueda exigir alternativas. La cría extensiva, o que se pueda abatir a los animales en las granjas, que es mejor que llevarlos al matadero, que vivan al aire libre y según su naturaleza… Se primaría una cría de calidad, y la gente aceptaría que esta fuera más cara, comería carne menos veces por semana y al final pagaría lo mismo. Yo apuesto por la conciencia.

Frédéric  Lenoir (Madagascar, 1962) es filósofo, experto en historia de las religiones y sin embargo autor de éxito. Su Sobre la felicidad. Un viaje filosófico suma en Francia más de 300.000 ejemplares, ha vendido más de tres millones de sus cerca de 40 títulos y aparece en los medios semana sí y semana también, ya se trate la islamofobia, las raíces del catolicismo en Francia o el poder de la meditación. Publica a toda velocidad: solo en 2017 llegaron a las estanterías del país vecino tres libros nuevos. Uno de ellos era Carta abierta a los animales (y a los que no se creen superiores a ellos), que acaba de editarse en España en el sello Ariel. Porque está, además, particularmente comprometido con un asunto que se aleja a priori de sus dominios: los derechos de los animales

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