A principios de los 60 del siglo pasado, Camilo José Cela escribió Los zapatos de la Noche de ReyesLos zapatos de la Noche de Reyes. "Como alguien nos dijo ―hace muchos años ya― que era un tanto dudosa la existencia de los Reyes Magos cabalgando sus caballos alados y velocísimos con un completo bazar a cuestas, por todos los caminos el mundo, nosotros miramos, pasado el primer momento de estupor, para nuestros zapatos, para nuestros traidores zapatos que, estando en el secreto, tan callado se lo tenían".
De nada le sirvió, cuenta, que sus zapatos mostraran un ejemplar arrepentimiento. "Aquella mañana se borró de nuestra mente todo un mundo misterioso, afable y sobrecogedor, y otro mundo ―si no misterioso, indescifrable; si no lleno de amabilidad, sí pletórico de hiel; si no sobrecogedor como un cuento de brujas en la alta noche, sí espantable como una cierta y concreta terrible evidencia― pasó a llenar la infantil cabeza recién vacía, como un vaso que se derrama".
Pero, una cosa es descubrir la verdad y otra bien distinta ser consecuente con tu hallazgo y a los escritores, que cada día aplican el principio de suspensión de la incredulidad, no se libran de ese principio ni siquiera en este terreno.
"Queridísimos Melchor, Gaspar y Baltasar:
… en Ciudad Rodrigo cesé de creer en ustedes, encantadores Reyes Magos, cuando me di cuenta de que ustedes no creían en mí".
Fernando Arrabal empieza así su Carta a los Reyes Magos, en la que confiesa que en algún momento pensó que "ustedes, los tres monarcas, eran hijos del 'primer' condenado a muerte de la Guerra Civil", que les creyó herederos a la vez del Quijote y de Leonardo. "Hoy pensaría que son ustedes los supervivientes de Dadá, del Surrealismo, de la Patafísica y del Pánico". Y, por supuesto, pide regalos, entre otros (estamos en 2012) "el primer pasaporte, coleccionable, que expida la República Nazional de Cataluña" pero también "unas bragas, usadas, de la señora Merkel" o "un pelo del culo, pero limpio, del señor presidente de todas las Rusias". A los 80 años recién cumplidos, Arrabal seguía siendo el de siempre.
"Aparentemente nadie cree ya en los Reyes Magos", afirma Jesús González Requena en Los Tres Reyes Magos. La eficacia simbólica. "Y, sin embargo, el rito sobrevive, y su vigencia se ve confirmada, de un modo extraño, por los propios actos de quienes manifiestan su descreimiento. Unos actos que parecen probar eso mismo que sus palabras niegan: que, a pesar de todo, algo en su interior sabe de su utilidad".
No creer es, sí, un pequeño inconveniente pero que la realidad no nos estropee una fiesta maravillosa.
Molesta, pero no impide
Las figuras de los Reyes de Oriente están profundamente arraigadas en la tradición cultural católica, por lo tanto, en la tradición cultural española. No debe pues extrañarnos que nuestra literatura ofrezca muestras notables de obras protagonizadas por Melchor, Gaspar y Baltasar: teatrales (el Auto de los Reyes Magos, obra de teatro escrita probablemente en el siglo XII, encontrada en la Catedral de Toledo y a la que Menéndez Pidal dio nombre en 1900 y que inspiró el auto sacramental en lengua catalana Adoració i representació dels Reis), piezas del cancionero, poema, epístolas…
… y cuentos, como los de Emilia Pardo Bazán. La escritora firmó, y quien echó las cuentas fue Ángeles Quesada Novas, veintiocho cuentos a la Navidad, catorce al Año Nuevo, diez a Carnaval y Semana Santa, y nueve a la festividad de los Reyes Magos. De estos últimos, en dos (El rompecabezas y Lo que los reyes traían) "el protagonismo lo detenta la versión hispana de la festividad consistente en ofrecer regalos a los niños", mientras que los otros siete: La visión de los Reyes Magos, Los Magos, Sueños regios, Los Santos Reyes, La estrella blanca, El triunfo de Baltasar y El error de los Magos (que se recuperó en el trabajo del que extraemos las citas) están protagonizados por los reyes.
Unos reyes para los que Pardo Bazán elabora "un perfil físico y psicológico absolutamente original de estos simpáticos personajes pertenecientes al ideario colectivo, el cual los ha dotado de unos rasgos físicos definidos y los ha connotado con un determinado simbolismo, relacionado siempre con valores espirituales". Obviamente, retratarlos como si los hubieras visto es parte del encanto…
"Los tres reyes han salido de sus palacios. Los tres son viejecitos ―sostiene José Martínez Ruíz Azorín en Lo que lleva el rey GasparLo que lleva el rey Gaspar―. El rey Melchor es alto, con una barba blanca, con sus ojos azules, con sus anteojos de oro. El rey Baltasar es bajo, un tantico encorvado, con un bigote largo y una perilla más larga todavía. El rey Gaspar no usa nada en la cara; va afeitado, pulcro, correcto, pero su nariz cae un poco en gancho sobre la boca, y en la comisura de sus labios hay algo como una sonrisa equívoca, inquietante, como una ironía vaga, desconsoladora". Si les apetece saber más, pueden escuchar el cuento narrado por María Martínez Azorín.
Fijado ya su retrato, ¿no les apetece saber cómo iban vestidos? ¿Y la comitiva, cómo era? Ramón María del Valle Inclán cree tener la información necesaria:
"Las estrellas fulguraban en el cielo, y la pedrería de las coronas reales fulguraba en sus frentes. Una brisa suave hacía flamear los recamados mantos. El de Gaspar era de púrpura de Corinto. El de Melchor era de púrpura de Tiro. El de Baltasar era de púrpura de Menfis".
Es un fragmento de La adoración de los Reyes, donde el creador del esperpento (y que nadie vea relación entre esa concepción literaria, que cito sólo por mentar a Valle sin mencionarlo, y lo que viene a continuación) imagina al trío real en marcha:
"Desde la puesta del sol se alzaba el cántico de los pastores en torno de las hogueras, y desde la puesta del sol, guiados por aquella otra luz que apareció inmóvil sobre una colina, caminaban los tres Santos Reyes. Jinetes en camellos blancos, iban los tres en la frescura apacible de la noche atravesando el desierto (…)
Esclavos negros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena, guiaban los camellos con una mano puesta en el cabezal de cuero escarlata. Ondulaban sueltos los corvos rendajes y entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de oro. Los Tres Reyes Magos cabalgaban en fila. Baltasar el Egipcio iba delante…"
Años más tarde, Gloria Fuertes nos traería noticia de las desgracias sufridas por uno de los camélidos de la noble comitiva:
El camello se pinchó
con un cardo en el camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.
Baltasar fue a repostar
más allá del quinto pino
e intranquilo el gran Melchor
consultaba su "Longinos".
—¡No llegamos,
no llegamos
y el Santo Parto ha venido!
—Son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido.
El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivos.
Ver másLeyendo a los lectores
Si les apetece escucharlo completo y en la voz de su creadora, aquí lo tienen.
Es sólo una muestra escueta y arbitrara, que podríamos completar con el sinfín de relatos para niños que cada Navidad llegan o vuelven a las librerías, pero valdrá para recordar la presencia que los Reyes tienen en nuestra literatura. Y en nuestras vidas, no en vano son los únicos monarcas a los que republicanos con galones reconocen cierta autoridad.
En su prólogo a la carta de Arrabal, Pollux Hernúñez mostraba sus dudas, no estaba seguro de que Sus Majestades pudieran escucharle "pues el barullo ambiente no es muy propicio para los sueños". La batahola sigue siendo poco favorable, pero ¿quién renuncia a contribuir con al menos una carta más al torrente interminable de misivas pidiendo regalos a los magos? Aunque los poemas y los cuentos nos falten, el género epistolar mantendrá el estandarte.
A principios de los 60 del siglo pasado, Camilo José Cela escribió Los zapatos de la Noche de ReyesLos zapatos de la Noche de Reyes. "Como alguien nos dijo ―hace muchos años ya― que era un tanto dudosa la existencia de los Reyes Magos cabalgando sus caballos alados y velocísimos con un completo bazar a cuestas, por todos los caminos el mundo, nosotros miramos, pasado el primer momento de estupor, para nuestros zapatos, para nuestros traidores zapatos que, estando en el secreto, tan callado se lo tenían".