Crítica de arte
Guadalupe en El Prado: pintura milagrosa, comisariado cobarde

La leyenda dice así: en lo alto del cerro del Tepeyac, al indio Juan Diego se le apareció la virgen de Guadalupe para pedir que se levantara una ermita en su honor. El paisano fue donde el obispo, que lo despachó con incredulidad. Contrariada, la señora volvió a aparecérsele. Esa vez, le dejó una prueba con la que convencer al eclesiástico: un retrato fijado, milagrosamente, sobre su ayate (una capa confeccionada con burda fibra de agave). El pródigo, nos dicen, convenció a fray Juan de Zumárraga, prelado al cargo de aquella diócesis, y tras él, a un sinnúmero de religiosos, virreyes, monarcas y devotos, que contribuyeron a la "internacionalización" de la imagen sagrada.
Hace unos días se inauguró en el Museo del Prado Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España, una exposición que intenta reconstruir los pormenores de un "trasiego devocional y artístico que continúa hasta nuestros días, y [que] no tiene parangón en otras zonas de la geografía europea". La muestra comienza por la rápida difusión del culto guadalupano y continúa por los modelos formales de la representación mariana que, sin duda, influyeron en la construcción de la imagen sagrada. Por ejemplo, el de la Inmaculada Concepción (vírgenes erguidas sobre una media luna, sujetadas por querubines, cubiertas de estrellas) o la "mujer vestida de sol", que se mienta en el Apocalipsis y que se representa rodeada de rayos.
También se detiene en el fascinante asunto de las imágenes sine manu facta, es decir, no hechas por manos humanas. La denominación puede resultar engañosa, porque no solo incluye a las "reveladas" sin la intervención de ningún procedimiento técnico (en este sentido, el historiador del arte Victor Stoichiță escribió un hermoso ensayito en el que trata el paño de la Verónica –un lienzo sobre el que, sin mediadores, queda impreso un rostro– como anticipación de la técnica fotográfica).
Pero igualmente hay pinturas non manufactas, como el "verdadero retrato" de santo Domingo con el que la virgen del Rosario, santa Catalina y María Magdalena obsequiaron a los frailes del convento de Serrano, o los cinco "iconos verdaderos" (tablas bizantinas torpemente ejecutadas) del rostro de Cristo (¿cinco?: el primero fue llevado a un tal rey Abgar por uno de los discípulos para curarle una enfermedad; los cuatro restantes se calcaron espontáneamente en los cuatro pliegues del lienzo en el que se transportaba el original).
El ingenio de los copistas
Conviene reparar en cómo las imágenes milagrosas –necesariamente únicas e irrepetibles– tienen el privilegio de ser las más reproducidas de la historia. En Tan lejos, tan cerca… no veremos el retrato "original" de santo Domingo bajado por las santas mujeres, sino un grabado de Pedro de Villafranca Malagón (h. 1638) a partir de un cuadro de Vicente Carducho (doble pirueta). Tampoco el paño de la Verónica "auténtico", sino la versión de Zurbarán (1658) que se conserva en el Museo Nacional de Escultura.
La multiplicación de las imágenes santas (y el deseo por poseerlas) responde a una creencia bien asentada en la cultura cristiana: la copia retiene, en menor o mayor medida, las cualidades extraordinarias del original. La exposición da cuenta de cómo un sinnúmero de copistas se las ingenió para trasvasar las propiedades inaprensibles del modelo a sus reproducciones, desde "tocarlas" con la imagen sagrada o mediante la preservación a escala 1:1 para que no se perdiese un centímetro de santidad.
Se escribieron tratados, se hicieron cartones para facilitar el calco y se armaron justificaciones teóricas para sortear las dificultades del empeño y salvaguardar las propiedades miríficas de las versiones que saturaron las capitales del imperio: si Dios mismo era el artífice de la imagen del ayate, es lógico que los pintores cometiesen errores; ¿acaso hay algún artista cuya técnica rivalice con la del Eterno Hacedor?
Cartelas escuetas y asuntos espinosos, orillados
Aunque la exposición apunta hacia estas discusiones (a mi juicio, tan interesantes), la mayoría de ellas están meramente insinuadas en las escuetas cartelas y en algunos de los libros expuestos, como el Ars magna lucis et umbrae (1646) de Atanasius Kircher (un tratado sobre óptica e imagen), del que solo vemos el frontispicio.
Si queremos enterarnos de cómo los eruditos de la época justificaron las deformaciones de la imagen impresa en las ropas de Juan Diego (alguien dijo que, como la virgen lo colmó de rosas, él tuvo que plegar la capa para contenerlas y que ese doblez era el responsable de los errores de composición) o de cómo Antonio de Gama (un canónigo del siglo XVII) intentó explicar el procedimiento por el cual una manta tosca y sin imprimar se convierte en un soporte fotosensible (el sol atraviesa la imagen etérea de la virgen fijándola en la tela, que se colorea por los pigmentos de las rosas que acompañaron a la aparición), no quedará más remedio que leer el catálogo.
Igualmente, sorprende cómo todos los asuntos mínimamente espinosos han sido orillados por los comisarios de la muestra, Jaime Cuadriello (de la Universidad Nacional Autónoma de México) y Paula Mues Orts (del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México).
Sabemos, por ejemplo, que existió una ermita en el Tepeyac previa a las apariciones, edificada para espantar del lugar a las deidades prehispánicas, dato que problematiza el relato canónico de la mariofanía (recuerden, la virgen viene a pedir un templo… ¡que ya tendría!). Sobre estas maniobras de sustitución religiosa –empleadas por los frailes venidos de la península y responsables en buena medida de la expansión de la devoción guadalupana–, los comisarios se despachan con dos frases en una de las cartelas que afirman que, efectivamente, aquel paisaje montañoso ya tenía actividad religiosa previa.
Por supuesto, ni se insinúa una posible autoría terrenal de la imagen del ayate (de la que hay bastantes pistas, con nombres y apellidos), por más que se nos insista en los modelos europeos a los que responde (diplomacia, beso tu nombre).
Suma y sigue. Se incluye un cuadro de la Guadalupe extremeña, pero no se repara en que (ya es casualidad) a un señor apellidado Cuauhtlatoatzin se le presente una advocación solo reconocible por los conquistadores.
Obviar lo que nos separa
El empleo político de la imagen se despacha con un grabado de la Inmaculada Concepción (el interés en la defensa del dogma aparece en ocasiones como el principal responsable de la promoción guadalupana) venciendo a una princesa vestida de dirigente mexicana, algunas representaciones festivas de la jura como patrona de la Nueva España y protectora de la monarquía y con una pintura de castas (representación que explica los grados de pureza de sangre según el origen de los progenitores) en la que todos los estamentos de la sociedad, ordenados siguiendo unos estrictos cánones raciales, son bendecidos por la patrona de las américas.
El Museo del Prado bate su récord histórico respecto a 2019 con 3,2 millones de visitantes
Ver más
Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España parece uno de esos artefactos culturales armados bajo la premisa –tan espinosa– de celebrar lo que nos une, obviar lo que nos separa.
La exposición, claro, es interesante en sus indagaciones formales (trata por ejemplo, el problema teórico-religioso de la reducción de la escala en las copias destinadas a la devoción particular) y reúne un buen puñado de obras raras dignas de admiración, como las versiones asiáticas (asociadas al comercio con Manila) de la imagen. También se aprecia el esfuerzo museográfico, por más que uno se entere de que la planta de la exposición es un guiño a la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid (decisión cuestionable) solo cuando lo lee en la cartela del pasillo (de lo de montar un iconostasio con estores enrollables, hablamos otro día). Sobre todo lo demás, me temo, cobardía y ponerse de perfil.
Por cierto. Tras tantísima disquisición sobre la imagen sagrada y única, el milagro, la hierofanía y el Deus pictor, sepan que saldrán de la exposición por la tienda de recuerdos. Yo compré cuatro postales, a euro con diez la unidad. Tengo que preguntar si están «tocadas» o no.