De la historia a la autoficción: las voces de mujer del Premio Planeta

"Parece que la Guerra Civil y la novela histórica están perdiendo un poco de terreno hacia novelas de orientación femenina". Lo destacaba el escritor Juan Eslava Galán, miembro del jurado del premio Planeta, en la rueda de prensa previa a la entrega del premio el pasado 15 de octubre. Si los periodistas se apresuraban a hacer conjeturas sobre una posible ganadora —se llegó a hablar, en medio de la locura, de Inés Arrimadas—, en la tradicional cena de entrega se susurraba el nombre de un autor: Santiago Posteguillo. Pero ese anuncio flotaba sobre el galardón. El escritor, autor de dos sagas de éxito sobre Escipión y Trajano, miraba en Yo, Julia a Julia Domna, emperatriz romana esposa de Septimio Severo. Y la finalista, la periodista y debutante en la novela Ayanta Barilli, relataba en Un mar violeta oscuro la historia de su familia a través de cuatro generaciones de mujeres, desde su bisabuela a ella misma. Las crónicas y las entrevistas se llenan de alusiones al feminismo y al #MeToo. ¿Pero qué implica esta "orientación femenina" en la construcción de las obras y en su recepción, según los autores?

"Me están preguntando mucho por eso", dice, entre sorprendida y algo molesta, Barilli. La locutora de esRadio (Libertad Digital) no entiende la fijación, impulsada en parte por la editorial. "A Santiago también le preguntan por lo de escribir sobre una mujer siendo hombre. Pero Tolstoi escribió Ana Karenina y Flaubert escribió Madame Bovary, y dijo 'Madame Bovary c’est moi' ['Madame Bovary soy yo'], y a nadie le sorprendió". Habría que señalar que Flaubert nunca escribió tal cosa —más bien, una persona cercana a una amiga del escritor francés aseguraba que esta se lo había oído decir—, y sin embargo sí dejó por escrito, sobre otros personajes masculinos: "Fui en [La tentación de] San Antonio, San Antonio"; "[Sobre Frédéric Moreau, protagonista de La educación sentimental] Yo". En cualquier caso, el propio Posteguillo trataba, ya tras la cena, de desactivar la sorpresa del público al escuchar que un autor ganaba en el año de la "orientación femenina": el escritor reivindicaba la "capacidad de empatía" del escritor para crear "un personaje femenino que a las mujeres y a los hombres les parezca creíble".

Y eso que él mismo es consciente de que el olvido de su Julia se ha debido en parte a que han sido los hombres quienes escribieron la historia. En la "nota histórica" a la edición, el novelista da cuenta ya de la dificultad de acercarse a un personaje femenino real cuando estos suelen ser nombrados solo de pasada en las fuentes clásicas, dominadas por los varones. De hecho, fue el trabajo de una historiadora, Barbara Levick, de la universidad de Oxford, el que le abrió el camino. En Julia Domna, syrian empress (un volumen de 2007), la académica se preguntaba cómo era posible que una estratega de ese nivel no tuviera ya ninguna novela ni película. En realidad, descubriría Posteguillo más tarde, sí había una obra de teatro sobre ella y escrita por un hombre, Michael Field. "Pero no", cuenta el autor en un hotel del centro de Madrid, el inicio de su larga gira promocional, "¡es un seudónimo de dos mujeres! Dos mujeres victorianas que escribían teatro en verso a finales del XIX y principios del XX, Katherine Bradley y Emma Cooper". El novelista tiene otra curiosidad que contar: el volumen original que consultó en Cambridge resultó estar mal catalogado. "Eso me hizo pensar: ¿cuántos años lleva esto sin que nadie venga a por él? Es olvido sobre olvido sobre olvido".

Y no solo olvido. Cuenta Posteguillo que a Julia la perseguía una fama "de tipo Mesalina, de promiscua". Era la visión que dan Aurelio Víctor y la Historia Augusta, ambas muy posteriores a la vida de la emperatriz. Sin embargo, el novelista apunta que, Dion Casio, contemporáneo de la emperatriz, y Herodiano ni siquiera mencionan estas acusaciones. "Quienes hablan mal de ella son de Roma, de Italia, a diferencia de los historiadores de Oriente. ¡A ver si va a ser una cuestión de xenofobia!", critica. Y no deja de señalar que el historiador británico Anthony Birley dice, en una biografía de Septimio Severo publicada en 1971: "[La acusación de adulterio] es bastante creíble". "Lo asume así, paf, sin cuestionarlo", dice Posteguillo, que ve en ello la aceptación acrítica de un estereotipo machista. Y concluye: "Construir un personaje femenino requiere más trabajo porque tienes que cotejar muchas más fuentes, y además tienes que desbrozar el sexismo tanto de fuentes clásicas como de fuentes modernas. El que haya historiadoras ahora ayuda mucho".

Un agujero en la memoria

Tampoco es casualidad que Ayanta Barilli nombre a una escritora, Delphine de Vigan, cuando menciona a los principales referentes de Un mar violeta oscuro. "Nada se opone a la noche. Lo leí de una sentada, me volvió loca. Me parece un trabajo tan valiente, tan bien escrito, tan de verdad...", alaba la autora. En el libro, la novelista francesa trata de reconstruir la vida de su madre, recientemente fallecida, en una investigación autobiográfica que cuestiona la posibilidad de conocer la verdad al mismo tiempo que la persigue. La finalista le debe mucho a esa obra, con la que comparte propósito. Solo que Barilli, en este caso, se remonta hasta su bisabuela, de la que apenas le han hablado en su familia y que en un momento dado le describen como una "puta" casada con "Belcebú". Barilli utiliza la documentación médica de su bisabuela, una novela escrita por su abuela y el diario y la correspondencia de su madre para hacer crecer una rama familiar olvidada. La historia de estas mujeres está marcada —entre otras cosas— por una ley que escuchaba antes al esposo que a la esposa, una sociedad que condenaba las relaciones extramaritales en las mujeres pero no en los hombres y por la violencia machista. Barilli define el resultado como "el proyecto más importante" de su vida. Y no quiere definirlo como nada más: "Eso de autoficción es tan feo... Y hay esta necesidad de etiquetarlo todo. ¿Es una autobiografía? ¿Es una novela? ¿Es feminista…? Pues no es nada, es Un mar violeta oscuro y es lo que es".

"Me doy cuenta del agujero enorme de la memoria de una familia. Me doy cuenta de que no sé nada, de que he desaprovechado las ocasiones que he tenido para hablar con los mayores, que soy huérfana de madre y que me faltan 400 páginas de historia. Comienzo una investigación familiar, pero cuando me topo con ella me asusto y doy un paso atrás". ¿Importa menos la historia de las mujeres? "Es el problema de la falta de atención y de cariño hacia la gente mayor", responde la escritora, sin marcar el género, "no les vemos como personas, sino como quien te cuida, quien te hace la tortillita. Y son generaciones que han vivido dos guerras, tanto hombres como mujeres, que han vivido muy mal y han perdido mucho".

¿Qué se descubre cuando la historia la cuentan las mujeres, o cuando se cuenta a través de las mujeres?

— La verdad es que no hago ningún distingo. Para mí un hombre y una mujer son lo mismo, han de ser lo mismo. No hay literatura masculina y literatura femenina. Lo que pasa es que las circunstancias concretas de la vida de las mujeres en Occidente en el siglo XX es la que está relatada en esta novela.  Pero también es la circunstancia de los hombres. Me llama mucho la atención y me parece preocupante que muchas de las preguntas que se hacen alrededor de este libro tiren por las diferencias y no lo que nos une.

Pero lo que viven estas mujeres, ¿lo hubieran vivido de ser hombres?

—No, desde luego que no. Las mujeres han sido y son víctimas propiciatorias de una cultura, de una educación errónea. Pero los hombres también. Este libro me parece, en ese sentido, que realiza un recorrido por eso. Hay, desde luego, hombres malvados que actúan de modo injustificable y mujeres que no saben reaccionar ante eso. Pero también, según avanza la historia, hay hombres luminosos que saben acompañar.

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Uno de esos "hombres luminosos" es, de hecho, Fernando Sánchez Dragó, su padre y ahora su personaje, cuya correspondencia con la madre de Barilli y con la propia escritora durante su niñez aparece en el libro. Ella dice no sentirse abrumada por el interés que ponen los medios en hablar de él: "Estoy acostumbrada". En la madrugada de la entrega del Planeta, la página de Wikipedia del premio recogía a modo de burla que en realidad el finalista de 2018 era Dragó, que había firmado con el nombre de su hija.

Ni Posteguillo ni Barilli creen que sus libros vayan a ser leídos por más mujeres que hombres, ni al contrario. Pero en realidad es más probable que los lean ellas: según el barómetro de la lectura de 2017, algo menos del 65% de las mujeres dicen leer un libro al año, mientras que solo lo hace el 54% de los hombres. Entre los 45 y los 54 años, la diferencia es más acuciante: el 73% de ellas lee al menos un libro al año, algo que solo dice hacer el 52% de ellos. 

 

"Parece que la Guerra Civil y la novela histórica están perdiendo un poco de terreno hacia novelas de orientación femenina". Lo destacaba el escritor Juan Eslava Galán, miembro del jurado del premio Planeta, en la rueda de prensa previa a la entrega del premio el pasado 15 de octubre. Si los periodistas se apresuraban a hacer conjeturas sobre una posible ganadora —se llegó a hablar, en medio de la locura, de Inés Arrimadas—, en la tradicional cena de entrega se susurraba el nombre de un autor: Santiago Posteguillo. Pero ese anuncio flotaba sobre el galardón. El escritor, autor de dos sagas de éxito sobre Escipión y Trajano, miraba en Yo, Julia a Julia Domna, emperatriz romana esposa de Septimio Severo. Y la finalista, la periodista y debutante en la novela Ayanta Barilli, relataba en Un mar violeta oscuro la historia de su familia a través de cuatro generaciones de mujeres, desde su bisabuela a ella misma. Las crónicas y las entrevistas se llenan de alusiones al feminismo y al #MeToo. ¿Pero qué implica esta "orientación femenina" en la construcción de las obras y en su recepción, según los autores?

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