Benito Pérez Galdós no ha tenido buen aniversario. El 2020 tenía que ser el año del centenario de su muerte, el reencuentro con sus (nuevos) lectores. Fue el año de la pandemia. Quizás para compensarle por las inconveniencias, el Instituto Cervantes se propuso poner en pie un homenaje casi de gala en el Teatro Real, que clausuraba sus Jornadas Galdosianas organizadas junto al Ministerio de Presidencia y otras instituciones. Era el mismo Teatro Real que Galdós frecuentó y que fue testigo de la llegada del canario a Madrid, del despertar de su vocación literaria y de su compromiso político. El acto, impulsado por Luis García Montero, director el Instituto, llevaba por título Galdós, un patriotismo cívico, y contaba con las interpretaciones de Ana Belén, José Coronado, Carlos Hipólito y José Manuel Seda, de los pianistas Rosa Torres-Pardo y Miguel Huertas y de los cantantes Adela Zaharia, Cody Quattlebaum y Marina Monzón. El recital contaba también con invitados ilustres: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la vicepresidenta Carmen Calvo y el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, entre otros.
Los textos seleccionados, hilo conductor en un espectáculo dirigido por José Carlos Plaza, se iniciaban con la llegada de Galdós a Madrid, allá por 1864, para estudiar Derecho: “Entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía... Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro real, y un café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos”. Los intereses iniciales de Galdós, su juventud despreocupada, se representaban en el Teatro Real sobre escena, en el Claro de luna de Beethoven interpretado por Torres-Pardo y en la voz de los actores. Pero el Galdós que presentaba el Cervantes iba creciendo con jirones de sus obras: las novelas La de San Quintín y La loca de la casa, pero también las obras dramáticas Electra y Alma y vida...
El título del acto no mentía, y se interesaba especialmente por la idea de patria en la obra de Galdós. Esta no se expresaba solo en su labor como diputado —lo fue en tres mandatos distintos—, ni únicamente en sus textos periodísticos y sus discursos. Los fragmentos que resonaban en las voces de Hipólito y Coronado eran las de sus narraciones. Las de los Episodios nacionales notablemente, pero también Fortunata y Jacinta o Tristana. En Trafalgar, escribe: “Por primera vez percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. (…) Comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, y saca de la obscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender”. La patria que dibuja Galdós a través de sus obras es una patria popular, construida sobre los hombros de los de abajo. En ellos está la soberanía y ellos son los que tienen que sentirse representados por las instituciones, defiende.
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Pero la patria es también la “cuestión social”. La de la educación y su difícil acceso a las clases bajas y a las mujeres. La de la asfixiante moral católica. Y la de la igualdad de género, presente con fuerza (y humor) en sus novelas, eminentemente femeninas. Entre ellas, destaca Tristana, leída aquí por Ana Belén: “Si nos hicieran médicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas, ya que no ministras y senadoras, vamos, podríamos… Pero cosiendo, cosiendo… Calcula las puntadas que hay que dar para mantener una casa…”, declamaba la actriz. “Cuando pienso lo que será de mí, me dan ganas de llorar. ¡Ay, pues si yo sirviera para monja, ya estaba pidiendo plaza en cualquier convento! (…) Yo quiero vivir, ver mundo y enterarme de qué y para qué nos han traído a esta tierra en que estamos. Yo quiero vivir y ser libre”. Tal y como señalaba el recital, el futuro de las mujeres (y la evidencia de que se encontraba cegado) no se trata en Galdós como un tema aislado de los grandes temas sociales que introdujo en su obra. Cuando el escritor habla de los estrechos caminos por lo que pueden moverse sus personajes, habla también de los estrechos caminos de España, de un Estado con una larga cuenta pendiente.
Pero el homenaje avanzaba hacia unas manifestaciones políticas que el escritor se preocupó, y mucho, de hacer públicas. Su declarado republicanismo, convencido de que la monarquía era un palo en las ruedas de la regeneración y el progreso. Y también su descontento con el “caciquismo” que vio luego entre los republicanos, con los que fue increíblemente duro cuando él mismo formaba aún parte de la Conjunción Republicano-Socialista. “Este partido está pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques y caciquillos. Tienen más que los monárquicos”, declaró en El Imparcial en 1910. “¡Esos vejestorios endiosados de Comité local y de barriada! ¡Papas rojos, que se creen infalibles e indiscutibles!”. En esa misma entrevista, anunciaba su intención de irse con los socialistas de Pablo Iglesias. No sería Galdós inmune al desencanto, pero, incluso retirado de la vida pública, seguiría pendiente de la política, cuyos límites él se había afanado en ensanchar: “Ha habido día en que pensé meterme en casa y no ocuparme de la política... Pero lo he pensado mejor”.
El recital se cerraba con un apunte más allá de Galdós, con las voces de sus sucesores. Le tocaba a hablar a Machado: “No es sólo Galdós el más fecundo de los novelistas españoles, es además el más fuerte, el más creador, el más original entre los maestros de su tiempo. (…) Espíritu burlón —no exento de gracia— sólo tomó en serio los libros malos. Entre estas gentes descuella Galdós como figura gigantesca”. Y a Lorca. Y a María Zambrano. Y a Luis Cernuda, que en el exilio hacía las paces con su propia idea de patria a través de las novelas del canario: “La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla, / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado. / De aquella nos consuela y cura esta”.
Benito Pérez Galdós no ha tenido buen aniversario. El 2020 tenía que ser el año del centenario de su muerte, el reencuentro con sus (nuevos) lectores. Fue el año de la pandemia. Quizás para compensarle por las inconveniencias, el Instituto Cervantes se propuso poner en pie un homenaje casi de gala en el Teatro Real, que clausuraba sus Jornadas Galdosianas organizadas junto al Ministerio de Presidencia y otras instituciones. Era el mismo Teatro Real que Galdós frecuentó y que fue testigo de la llegada del canario a Madrid, del despertar de su vocación literaria y de su compromiso político. El acto, impulsado por Luis García Montero, director el Instituto, llevaba por título Galdós, un patriotismo cívico, y contaba con las interpretaciones de Ana Belén, José Coronado, Carlos Hipólito y José Manuel Seda, de los pianistas Rosa Torres-Pardo y Miguel Huertas y de los cantantes Adela Zaharia, Cody Quattlebaum y Marina Monzón. El recital contaba también con invitados ilustres: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la vicepresidenta Carmen Calvo y el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, entre otros.