“Hoy nadie habla ya, el largo diálogo de los hombres acaba de cortarse, y un hombre al que no se puede persuadir es un hombre peligroso”. Lo dijo Albert Camus en los fulgores de la II Guerra Mundial y lo repetía Sandra Maunac, directora del ciclo Trobades & Premis Mediterranis, el lunes en el Madrid de la pandemia. Sucedía en el contexto de la jornada camusiana La conspiración del silencio, una especie de aperitivo en la capital de las que se celebran en Menorca desde 2017 y que regresan al pueblo de Sant Lluís entre el 18 y 20 de junio. ¿Por qué ahí? Porque en ese pueblo de hoy 6.000 habitantes nació Catalina María Cardona, abuela del autor francoargelino.
Presidiendo el escenario del Instituto Cervantes, donde se celebraban las charlas, se leía otra cita del ensayista, periodista, novelista y premio Nobel de Literatura: “No hi ha vida sense diàleg”, “No hay vida sin diálogo”. Sobre esa idea volvían la escritora y activista libanesa Joumana Haddad, el periodista francés Edwy Plenel, director de Mediapart, y Jesús Maraña, director editorial de infoLibre. Pero también el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, que inauguraba las charlas. Por la tarde será el turno de Hocine Rahli, Elena Medel, Marina Garcés, Sami Naïr, Javier de Lucas y Luis García Montero.
En las jornadas se identificaban dos amenazas para el diálogo, valor defendido por Camus y heredado por quienes le ven como padre ideológico: de un lado, la polarización y el odio, del otro, la indiferencia. “Cuando triunfa la sinrazón, la dialéctica del odio, todo está perdido”, advertía el ministro socialista. Pero la primera charla del día, con Haddad, Plenel y Maraña, se centraba en la segunda, con el título de Agitar la indiferencia. Por un periodismo de ideas. Y, de hecho, el director editorial de este periódico llegaba a decir que, en el debate sobre la polarización, intensificado durante la pandemia, se olvida otra amenaza quizás más silenciosa: el desentendimiento de los ciudadanos. “Algo que puede hacer más daño que la polarización o la provocación del odio, que es el quedarse parados y pensar que la cuestión no va con ellos”, decía.
Lo mismo señalaba Haddad, con la guerra civil libanesa muy presente. “Agitar la indiferencia” es, decía, el motivo por el que escribe, por el que habla, por el que insiste en vivir en un país que considera “insufrible”: “Para que mi furia y mi indignación colosales agiten a los otros”, para “transformar ese mundo que nos asfixia y nos drena”. La indignación, por tanto, no como emoción en la que muere el diálogo, sino como emoción que lo aviva. “La pandemia más peligrosa que tenemos es la indiferencia”, indicaba la creadora y periodista. “Ese poder infernal que poseen muchos seres humanos de pensar me da igual, de no sentir compasión ni rabia”. Por eso criticaba a quienes blanden la indiferencia como un “espíritu de supervivencia” o como “resistencia” frente a los rigores del mundo. La indignación, venía a decir, es un compromiso ciudadano, aunque la indiferencia se considere a menudo más civilizada.
Jesús Maraña advertía también sobre los peligros de otro valor considerado como civilizado: la neutralidad. Lo hacía regresando al trabajo de Albert Camus como periodista, en el Combat clandestino de la Resistencia francesa. Citaba uno de los artículos que se le atribuyen, como editorialista del periódico: en él, cuenta cómo, tras una labor de sabotaje de los antifascistas franceses, los invasores alemanes fusilaron durante tres horas a 86 hombres de un pueblo vecino. “¿Pero es posible leer sin rebelarse y sin sentir una total repugnancia estas simples cifras: 86 hombres y 3 horas?”, se preguntaba el autor. Le dolía la violencia nazi, por supuesto, pero también la indiferencia de los ciudadanos “que permanecen al margen”, considerando que el conflicto no es su conflicto y que el riesgo no es su riesgo. En ese sentido, el director editorial de infoLibre defendía la necesidad de un periodismo comprometido “no partidista, no sectario, sino existencial”. De ese “periodismo de ideas” que reivindicaba Camus.
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“Se confunde el buen periodismo con la llamada objetividad o la neutralidad, dos conceptos que no tienen nada que ver”, decía. “El periodista tiene la obligación de separar los hechos de las opiniones, pero eso no implica neutralidad. Ante una barbaridad, un buen periodista no puede ni debe ser neutral. Tiene que decir aquí están los hechos, aquí están las opiniones y aquí está mi compromiso”. A eso añadía Edwy Plenel, director de Mediapart, socio editorial de este periódico, la preocupación de Camus, en el amanecer democrático de Francia tras la contienda, por “elevar el país elevando su lenguaje”. El periodismo de ideas que defendía el autor francoargelino, decía, “no quería decir un periodismo editorial o de opinión, sino un periodismo que aporte sentido, que dé una visión de la realidad y permita al público comprender mejor lo que le sucede”.
Pero para eso, apuntaba Plenel, hay que “liberar a la prensa del dinero”, un proyecto que el propio Consejo Nacional de la Resistencia estaba muy lejos de considerar menor y que formaba parte de su programa. Lo anotaba Jesús Maraña en un decálogo extraído de los mandamientos periodísticos de Albert Camus. El periodismo, resumía, tiene que ser independiente de los poderes económicos y pertenecer a los lectores, a quienes debe respetar. El periodismo debe ser “antisectario”, algo que incluye el compromiso de rectificar y de aceptar el error propio. El periodismo debe preocuparse menos por informar antes que por informar bien. El periodismo debe partir de los datos. Y debe “competir contra la banalidad”. Reformulaba esto último Joumana Haddad: “Hay que resistirse contra la facilidad”. Algo que Edwy Plenel secundaba: “El periodismo también tiene que decir que no, el periodismo no es una veleta”. Cuando se preguntaba desde el público por una respuesta del periodismo ante el triunfo de la derecha en las elecciones autonómicas en Madrid, Jesús Maraña defendía la necesidad de hacer de la información “una herramienta” para que los ciudadanos sepan lo que votan, “interpretando la realidad sin trampas”.
Sobre la charla flotaba una pregunta que se hacía Albert Camus y que recuperaba Haddad, como “hija de las palabras y de las bombas”: “¿Son las palabras más fuertes que las balas?”. ¿Tiene sentido dedicar tiempo al diálogo que se reivindica en las jornadas, es suficiente la conversación y los datos y las ideas? ¿O pasarán por encima las balas, como ya contempló la generación de Camus? Unas balas que, advertía la creadora libanesa, que a veces tienen la forma de “leyes, ideologías, políticas, tácticas económicas”. “Honestamente, no lo sé”, respondía ella. Pero habrá que hacer como si así fuera.
“Hoy nadie habla ya, el largo diálogo de los hombres acaba de cortarse, y un hombre al que no se puede persuadir es un hombre peligroso”. Lo dijo Albert Camus en los fulgores de la II Guerra Mundial y lo repetía Sandra Maunac, directora del ciclo Trobades & Premis Mediterranis, el lunes en el Madrid de la pandemia. Sucedía en el contexto de la jornada camusiana La conspiración del silencio, una especie de aperitivo en la capital de las que se celebran en Menorca desde 2017 y que regresan al pueblo de Sant Lluís entre el 18 y 20 de junio. ¿Por qué ahí? Porque en ese pueblo de hoy 6.000 habitantes nació Catalina María Cardona, abuela del autor francoargelino.