Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) sí sale de casa durante el confinamiento, y lo hace utilizando la misma puerta que de costumbre: la de los libros. El infinito en un junco (Siruela), su último título —ganador del Premio Ojo Crítico y del Los Libreros Recomiendan—, un ensayo sobre el desarrollo de la tecnología del libro y cómo la escritura y la lectura transformaron a la humanidad, toma en estas semanas otro peso. No es (solo) una invitación a buscar respuestas en la Antigüedad, la reivindicación de unas humanidades menospreciadas en valor de la ciencia, o del papel frente al e-book, sino que se ha convertido en la constatación teórica de una experiencia compartida: en los momentos más difíciles, los libros se vuelven un oasis.
La historia que recorre Vallejo, en un libro tan interesado en la historia y la filología como en el poder de la narración, es la de una empresa común por la conservación del conocimiento y la democratización de las ideas. Una que va desde la megalomanía de la Biblioteca de Alejandría, un proyecto desmesurado que da cuenta de la importancia del libro ya en el siglo III a.C., hasta la labor de las bibliotecarias que llevaron las letras a cada remoto pueblo español. En momentos oscuros de aislamiento e incertidumbre, cuanto todo lo conocido parece estar en peligro, esta doctora en Filología Clásica ve en su estanterías mucho más que unas resmas de papel: la huella de una improbable victoria colectiva.
Pregunta. En estas últimas semanas se ha discutido largamente si el libro debería ser o no un bien de primera necesidad. Pero no se discute si la música lo es, o si el cine lo es o si el teatro lo es. ¿Por qué tiene ese aura el libro?
Respuesta. El libro como objeto es muy perfecto y muy poderoso. La música, el cine son espectáculos que necesitan reunir a gente, en cambio el libro al lector le da una enorme independencia: con un libro de papel, no necesitan electricidad, conexión a Internet ni a nadie más que tú; los podemos tener en nuestra casa almacenados, recurrir a ellos cuando queramos... Como objeto, es casi perfecto. Y en este momento nos dan justo lo que necesitamos. De hecho, aunque estés confinado los libros te sacan del encierro mental; si estás solo, te alivian la soledad; pero también, si estás enclaustrado con varias personas, te permiten momentos de intimidad que son necesarios. En El infinito en un junco cuento el momento en que San Agustín ve por primera vez a un lector en voz baja, porque hasta ese momento lo que él había visto siempre eran lectores en voz alta, y él se da cuenta de algo que a nosotros, como lo tenemos interiorizado, no nos llama la atención, pero que es asombrosos: es una persona que está cerca de ti pero a la vez no tienes ni idea de dónde está su mente, porque está dentro del libro. Filosóficamente, se considera uno de los primeros testimonios de la intimidad históricamente documentados. Y eso es tremendamente poderoso.
P. Además de su valor como objeto, como tecnología, ¿tiene que ver también con que se le haya dado un valor como continente del conocimiento y la cultura que no se le ha dado a otras artes?
R. El libro es un objeto que viene de unos tiempos en los que ser duradero importaba, y se creó para desafiar el paso del tiempo. Hay muchos siglos de historia detrás de los libros. Y yo siempre insisto en que los libros son objetos que tienen aura, que no todos los objetos la tienen. Pasa con los formatos musicales: el vinilo tiene aura, pero los cds no, y me extrañaría que acabaran en los anticuarios. El libro tiene aura como objeto y también como conocimiento. La gente acude a los libros con ganas de aprender, y el libro tiene esa dimensión de ser vehículo de ideas, de conocimiento, de saber... Que no es ninguna concepción elitista, sino algo que nace de una genuina curiosidad, de la certeza de que aprender es un placer. Además, hay en el papel algo que parece más seguro, más fiable, más contrastado.
P. Desde que comenzó la crisis sanitaria, ha aumentado la lectura de La peste, de Albert Camus, y del Decamerón. ¿Qué respuestas buscamos en libros como esos?ha aumentado la lectura de La pesteDecamerón
R. En los momentos en que vivimos algo que nos pilla desprevenidos, como ha sido todo esto, porque realmente estábamos desacostumbrados a las epidemias, y nos encontramos en una realidad nueva, con unas reglas desconocidas, donde todos estamos improvisando porque nadie había imaginado que el problema llegaría a tener estas dimensiones, en los momentos de desconcierto buscamos antecedentes en la literatura. ¿Cómo vivieron personas que se encontraron frente a situaciones parecidas? De esta forma, determinados libros renacen como guías para el mundo contemporáneo. En los años noventa, Baltasar Gracián se convirtió en una especie de libro de cabecera para la gente de los negocios y estuvo en las listas de más vendidos. Estamos en continua conversación con el pasado. Y la literatura no solo describe los acontecimientos, sino que crea sentido. Y lo que hace soportable la realidad es precisamente darle un sentido. Es lo que estamos intentando hacer ahora.
P. En su perfil de Twitter, todos los días publica un pequeño fragmento de una obra literaria relacionada, de alguna manera, con la situación de confinamiento, con la soledad, con el aburrimiento o con la enfermedad. ¿Qué encuentra en esos textos?perfil de Twitter
R. Me interesan esas referencias porque tienen la ventaja de que nos distancian de lo que estamos viviendo, pero al mismo tiempo tenemos la posibilidad de aprender de la experiencia de los que nos precedieron. Al final, necesitamos las palabras antiguas para creer en la posibilidad de un tiempo nuevo, hay un consuelo en eso, hay posibilidades. Y si no, simplemente sentir una corriente de solidaridad. Solo el hecho de que nos podamos identificar con gente que vivió hace siglos y sus experiencias es un ejercicio necesario en un mundo en el que todo son fronteras, en el que todo es insistir en las diferencias, en lugar de en lo que nos une. Gracias a la imaginación literaria, podemos fomentar la empatía con los demás.
P. Algunos de estos fragmentos señalan de forma evidente a la enfermedad o la reclusión, pero con otros se aleja de las sinopsis habituales: se nos señala, por ejemplo, la importancia que tiene la peste en Romeo y Julieta, que impide que Romeo reciba el mensaje de Julieta a tiempo. ¿Qué dicen las relecturas de los clásicos de nuestras circunstancias?Romeo y Julieta
R. Las lecturas que hacemos de los clásicos tienen mucho más que ver con nosotros, con nuestras inquietudes, que con ellos. Y todas esas relecturas son legítimas, e indican que la literatura tiene la capacidad de ser transmisora de mensajes de los que sus propios autores no son conscientes, porque superan sus marcos mentales y su época, y sin embargo están allí. Esto lo empecé a hacer por diversión, pero luego se convirtió en reto: me voy haciendo listas, miro un poco por ahí la estantería.... Y para mí es importante que sean mensajes positivos. No en el sentido ingenuo o new age, pero sí me parece importante utilizar las palabras para descargar co un poco de humor, o para contagiar esperanza, ahora que la palabra contagiar nos suena tan peligrosa y tan letal. Los libros sobre pandemias tienen una vertiente oscura, pero ahí también algo luminoso: si hasta en los tiempos más duros conseguimos hacer vivir nuestra imaginación, somos más fuertes de lo que creíamos.
P. El infinito en un junco nos señala la Antigüedad como un tiempo no tan lejano, a unos hombres y mujeres no tan distintos de nosotros aunque vivieran en unas circunstancias radicalmente distintas. ¿Nos creemos más modernos de lo que somos?El infinito en un junco
R. Es curioso, porque sí que es una lección. Tendemos a pensar que lo vivimos todo por primera vez. Esa especie adanismo se da en todos los campos, desde la política a la vida privada: a todos nos parece que tener un hijo o enamorarnos es algo que estrenamos nosotros. Las pandemias han sido parte de la experiencia de la humanidad durante siglos, lo que pasa es que en otras épocas no podían permitirse el lujo de olvidarse de eso porque no tenían nuestras condiciones de salud. Y de vez en cuando viene bien pararse a reflexionar, mirar al pasado, porque nos da muchas claves sobre nosotros mismos. Cuando decidí escribir el libro, quería rebelarme a partir de la esperanza, una rebelión contra todo lo apocalíptico. Somos frágiles, es cierto: nosotros, nuestros conocimientos, nuestros hallazgos, nuestros versos, nuestra música... pero qué maravilloso es que lo hayamos hecho sobrevivir a través de los siglos.
Esta una narración épica de mucha gente anónima —copistas, bibliotecarias, viajeros, sabios, poetas, pero también esclavos, monjes y monjas...— que en su pequeña esfera, desde su lugar en la historia, ha formado parte de una gran cadena. Esa gente ha protagonizado una tarea de salvamento maravillosa. Es una reivindicación de esos pequeños gestos, de ese negarse a aceptar un mundo en el que no existe un libro que tú amas. Nosotros hoy somos herederos de esa lucha que no ha acabado, que es la lucha por reunir el conocimiento necesario para estar mejor preparados, entender mejor el mundo que nos rodea, avanzar en la ciencia a pesar de todos los obstáculos. Ahí estamos embarcados todos, desde los pequeños a los grandes.
P. Esa certeza de la fragilidad también está en el ensayo. Se nos cuenta, por ejemplo, cómo el Imperio egipcio desaparece en una sola generación, y que tuvieron que pasar 14 siglos para que entendiéramos de nuevo su escritura.
R. Es algo que habíamos olvidado, porque el discurso últimamente tenía unas modulaciones soberbias. Eso de que nosotros, cada uno por separado, construimos nuestra suerte, nuestro destino, al margen de los demás... Todo ese universo conceptual del neoliberalismo y del individualismo exacerbado se basa en olvidar ese hecho principal: que todos somos frágiles. Y es bueno recordarlo. Eso no quiere decir que vea esta pandemia como algo beneficioso ni nada semejante, pero el reconocimiento de nuestra fragilidad es una llamada a la colaboración. Si todas las personas que han ayudado a salvar los libros y las ideas, y los que mantienen todavía esa cadena de transmisión, no hubieran sido consciente de que ahí había algo frágil y que era necesario salvar, no hubieran hecho ese esfuerzo de conservación. Es una moneda de dos caras: nos hace sentir más débiles, pero nos despierta y nos hace conscientes de que no podemos dejar de luchar colectivamente por las cosas que nos importan.
P. Otra reivindicación importante del libro es la cultura, en este caso la lectura, como espacio de desarrollo personal en un contexto hostil. ¿Está relacionado con eso nuestro consumo casi compulsivo de cultura en estos días?
R. La historia de los libros, la lectura y la escritura también es la historia de la extensión de algo que era el privilegio de unos pocos. En Egipto y en Mesopotamia la gente que sabía escribir pertenecía a la aristocracia, era gente muy poderosa porque dominaba una tecnología arcana. Estos siglos de historia son la lucha por extender el conocimiento de esa tecnología. Hemos llegado a un momento en el que prácticamente ha desaparecido en nuestras sociedades el analfabetismo, pero ha sido una tarea difícil y lenta. Saber leer y escribir nos da una independencia enorme, y ahora lo estamos comprobando. Nos escribimos, leemos, y podemos buscar las ideas de las que queremos rodearnos, las palabras que deseamos oír con los ojos. Eso nos da mucha libertad. Solemos recurrir a una contraposición entre las redes y los libros, pero en las redes se escribe y se lee mucho; ahora mismo hay mucha comunicación lingüística, verbal y escrita, nos alivia mucho el poder expresarnos.
En El infinito en un junco hablo de cómo había bibliotecas en los campos de concentración; cómo se fabricaban libros, como podían, en el gulag... En su libro Vestidas para un baile en la nieve, Monika Zgustova entrevistó a mujeres supervivientes, y recoge un testimonio muy bonito: había una niña nacida en el gulag, que no conocía el mundo exterior, y las compañeras de su madre hicieron un esfuerzo, con trocito de papeles, con collages, por hacerle un libro de cuentos. Muchos años después, ya siendo una anciana, esa niña recordaba todavía con emoción aquel libro que le habían regalado. Hay ahí algo que nos une a los libros y que hace que en todos los momentos, en las guerras, en medio de los bombardeos, creo que en IFEMA ahora también, las bibliotecas broten espontáneamente o por esfuerzos organizativos.
Carta sobre el poder de la lectura
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P. El libro comienza con la construcción de la Biblioteca de Alejandría, y se nos cuenta cómo la historia de la escritura es también la historia de la política cultural, de cómo sin esfuerzos a veces desmedidos no hubiéramos llegado a donde estamos hoy. ¿Qué mensaje hay en eso para nuestro presente?
R. Analizo en el libro los casos más famosos de destrucción de libros, de censura, pero después de haber rastreado esta historia, creo que la desidia y la indiferencia de los Estados y de los poderes es más dañina para los libros que los intentos de destruirlos. Ese es también el mensaje. Un proyecto como la Biblioteca de Alejandría fue definitivo y revolucionario, como todas las bibliotecas que los romanos crearon y llevaron por toda Europa y África —igual que los acueductos y los foros—, y si los Ptolomeos no hubieran decidido invertir en ese gran proyecto, seguramente el mundo sería muy distinto.
Luego llegan momentos difíciles, como la Edad Media, donde se desarrollan pequeños refugios no organizados, como las abadías y los monasterios, que salvaron los libros. Pero cuando realmente avanzamos es cuando existe esa conciencia de que merece la pena apostar por el conocimiento, por los libros, por las bibliotecas, por la cultura en un sentido amplio. Cuando hay más prosperidad, cuando hay más progreso, es cuando hay más bibliotecas. Se podría establecer como un índice de desarrollo. Y el libro es también un homenaje a las bibliotecarias, que en la Antigüedad no, pero luego ha sido un oficio predominantemente femenino. Han sido representadas como mujeres hurañas, amargadas, con moño tirante y mal humor, pero figuras como María Moliner, las bibliotecarias de la República, las misiones pedagógicas nos muestran que fueron mujeres muy avanzadas y muy progresistas. Ellas son en buena medida responsables de todo lo que hemos logrado.