Cuenta Isaac Rosa (Sevilla, 1974) que en la presentación de su anterior novela, La habitación oscura (2013), en la que dibujaba el poco esperanzador retrato de un grupo de amigos que busca refugiarse de la precariedad y la decepción, un lector le soltó: "Me ha gustado mucho y tal pero ya no puedo más, escribe una novela de amor". Habría que decirle ahora aquello de "ten cuidado con lo que deseas". Porque el autor regresa con Feliz final (Seix Barral), título en el que según lo solicitado aborda una relación de pareja. Solo que ese amor ya está hecho añicos, y Rosa sigue su caída en orden inverso, desde la ruptura y el rencor hasta el luminoso inicio. Desde las primeras páginas vuelan los cuchillos y se oye el estrellarse de las esperanzas. Baste con decir que el recuento del paso de los años no es muy alentador.
Luego se defenderá de quienes acusan (con cariño) al libro de "deprimente", como la escritora Carolina del Olmo, que lo presentaba junto a Belén Gopegui y el propio autor el miércoles en Madrid. Pero comienza justificando su nuevo campo de acción: "Esta novela, aunque pueda parecer temáticamente muy alejada de las anteriores, es coherente: no nos está hablando solo del amor, de una ruptura, de una pareja, sino de dónde estamos y qué nos pasa. Ese malestar amoroso, si lo miras de cerca, es un malestar social". Si en La habitación oscura reflexionaba en torno a la posibilidad o no de una resistencia frente al monstruo de la crisis, y en La mano invisible (2011) medía el peso del trabajo en nuestra sociedad, ahora le toca a la intimidad del amor. La tierna cotidianidad compartida, pero también el ritmo acelerado que atropella la vida, las discusiones por la crianza de los hijos, la incómoda sensación de que en algún sitio debe esperar algo mejor.
Pregunta. En un momento de la novela se discute si el amor se ve más afectado por las condiciones materiales, el dinero que hay en la cuenta corriente, o por un, digamos, destino común que tienen las relaciones y que uno no puede sino repetir. ¿Cómo zanja la discusión?
Respuesta. Bueno, la discusión en la pareja es si hemos sido nosotros o nuestras circunstancias, si esto ha ocurrido porque somos así, o si son nuestras condiciones de vida las que nos han empujado. Seguramente la respuesta estaría en un punto intermedio, porque en el amor todo es mucho más complejo. Pero para mí la discusión no tiene mucho sentido porque no sé ya distinguir entre dentro y fuera, no sé qué somos nosotros y qué son las circunstancias, porque las circunstancias materiales son parte de nosotros y las tenemos dentro. Si hablamos incluso más allá de lo material, si hablamos del mundo cultural capitalista, es difícil separar hasta qué punto eres hijo de tu tiempo o es que eres así.
P. ¿Y qué implica hoy ser hijos de nuestro tiempo?
R. Quería sobre todo señalar cómo vivimos en una época en la que tendemos a individualizarlo todo y a psicologizarlo todo, todo es culpa tuya y responsabilidad tuya: si te echan del trabajo o no consigues trabajo es que no tienes actitud, y si te deprimes es problema tuyo, y si enfermas es problema tuyo porque estás somatizando o no te cuidas, y si fracasas en el amor es problema tuyo o de tu pareja. Y yo creo que hay otras responsabilidades, y tenemos que pensar en otras interferencias que hay en nuestras relaciones, no solo materiales, sino que tienen que ver con el modelo de vida que llevamos, y que al final metemos en nuestra familia. Tienen que ver con la precariedad, por supuesto, pero también con la aceleración, la ansiedad en la que vivimos, la obsolescencia, el miedo a no estar al día… Ese estado neurótico o depresivo lo llevamos también al amor.
P. Las novelas de temática amorosa suelen considerarse impermeables a la política y la ideología. Quería contradecir esa idea, ¿pero cómo hacerlo?
R. Eso, no quería pensar el amor como algo cerrado, sino dentro de un sistema, un malestar amoroso extendido. En esa búsqueda me acabé dando cuenta de algo que le leí también a [la socióloga marroquí] Eva Illouz, que es esta idea de que el amor es un microcosmos privilegiado para observar las dinámicas de la modernidad, que mirando al amor nos damos cuenta de qué sociedades estamos construyendo. Así que mirar al amor era una forma de visibilizar todo lo que nos está jodiendo no solo el amor sino también la vida.
P. Es una novela que duele leer, ¿ha sido doloroso escribirla?
R. Yo discrepo con que sea doloroso leerla. Está hecha con materiales dolorosos, pero quiero creer que la sensación que deja en la lectura se parece más al alivio. Porque puede servir para poner en común ese dolor, para poner en común cómo nos sentimos en las relaciones, no solamente en el desamor, sino en la cotidianidad, en el desgaste diario. Una de las cosas para las que puede servir es para saber que esto le ocurre a más gente, que el malestar amoroso es algo extendido.
P. Justamente en la novela se repite la idea de que uno cree que su amor es especial y se da cuenta de que se enmarca en una repetición de siglos.
R. Eso sí puede ser triste. Darte cuenta de que lo que creías que era tan extraordinario en realidad es un cliché. No solo que te pareces a otras parejas, sino que reproduces una serie de comportamientos que hemos aprendido. Porque sí es verdad que todos queremos que nuestro amor sea extraordinario, vivirlo con esa intensidad que nos han contado y que creemos que tenemos que mantener a lo largo del amor. Estamos educados —no sé si maleducados— sentimentalmente para esta idea del amor con mayúsculas, el amor épico y trágico que comienza en lo más alto y termina en lo más alto también, y del camino intermedio no sabemos nada. No tenemos tantas representaciones que nos hablen del amor mediano, del amor que tenemos la mayoría, y de cómo se va rompiendo.
P. En las últimas décadas el feminismo se ha encargado también de este desmontaje del amor romántico. ¿Qué le debe la novela a ese proceso?desmontaje del amor romántico
R. Yo creo que lo que más ha cambiado las relaciones ha sido el feminismo. La discusión sobre el amor romántico es muy recurrente, pero creo que el amor romántico está mucho más desacreditado de lo que nos parece, se le ve el cartón. Todos nos hemos convertido en unos descreídos del amor, y todos sabemos que cuando le decimos a nuestra amada o a nuestro amado “Te amaré como nunca te ha amado nadie” le colocamos las comillas. Esa discusión sobre el amor romántico tiene sentido, sobre todo por parte de los que más lo han sufrido, las mujeres y todos aquellos colectivos que se salían de la norma del amor heteronormativo y patriarcal, que está claro que tienen más prisa e interés en demolerlo. El único miedo, que aparece en la novela, es eso de tirar el agua sucia y el bebé. Que te cargues el amor romántico, no lo sustituyas por nada y te lleves por delante también no solo lo que tiene de opresivo y machista, sino lo que pudiera tener de liberación, de afirmación personal, de compromiso… ¿Con qué otro amor vamos a reemplazarlo?
P. A lo largo de la novela, él personaje masculino habla de su carrera, del ERE que viven en la empresa; ella le afea su dedicación al trabajo y habla de su conexión física con la maternidad . ¿Tenía claro que cada personaje tiene el peso social de su género?
R. No quería hacer tampoco dos estereotipo. Desde el momento en que ellos están en una batalla de relatos, y luego en la búsqueda de un relato común, parten desde posiciones encontradas, de asignación de culpas y responsabilidades. Sí que es verdad que tienen unos perfiles muy marcados en cuanto a lo que valoran: ella busca un amor basado en el afecto y en construir un refugio juntos, y él sigue buscando la intensidad amorosa. Ella da más importancia a lo psicológico y él a lo social.
P. ¿Tenía clara desde el principio la estructura de las dos voces?
R. Tenía clara tanto la estructura del orden cronológico inverso como la construcción de las dos voces, porque para mí una parte importante de la relación amorosa es el contar. Estar con alguien es estar contando con alguien, poner en común un relato de vida. Cuando empiezas, pasas a contarte junto a esa persona, y luego esos relatos se van alejando, puede que hasta la confrontación. Separarse es perder el relato común y contarte por tu cuenta. Ellos empiezan a contarse para ver esto de en qué momento se nos rompió, pero lo están haciendo como una forma de buscar el relato compartido, de ser capaces de contarse lo que han vivido. Quería que fueran voces claramente distintas, tipográficamente, pero que a lo largo del libro se fueran acercando y separando.
P. ¿Fue difícil reconciliarles?
R. Ellos se van uniendo cuando dejan de buscar culpas para contar qué les ha pasado realmente. Ahí es cuando encuentran un espacio común. Según van volviendo al inicio de su relación es más fácil, encuentran más cercanía. Porque ahí están las dos personas enamoradas que comparten vivencias, que comparten la idea de una relación… Van hacia lo que ellos llaman, quizás cínicamente, el parque temático del amor, ese origen de toda relación que todos tenemos y que con el tiempo visitamos en los aniversarios y cuando queremos recordar dónde nos enamoramos. Por desgracia para ellos, se acaban encontrando allí.
P. ¿Alguna de las dos voces resultaba más pegajosa, más convincente?
R. No, yo creo que al final las dos voces, con muchas discrepancias, se parecen bastante a mí. No podría decir “yo soy él” ni “yo soy ella”. En algunas cosas soy como él, en otras me parece un cretino, en otras me siento más como ella.
P. ¿Hasta qué punto es una novela sobre la crisis de los cuarenta hoy, y en ese sentido, hasta qué punto es generacional?
R. Por un lado, la novela cuenta el tiempo de vida de una relación, y hay unas estaciones comunes y unos ciclos en todas las relaciones amorosas, ya empiece ahora, hace 20 o que dentro de 30. Eso es común, esa gráfica de la subida fulminante, la meseta y luego el descenso. Pero luego hay elementos que no sé si llamarles generacionales o contemporáneos, que tienen que ver con lo que sucede aquí y ahora. En ese malestar amoroso que no es mío solo, sino que es común y me ha ido acompañando durante la escritura del libro a través de la gente con la que lo he hablado, sí puede haber un elemento generacional. O más bien biológico: estamos todos en una edad en la que estamos emparejados o ya separados, con hijos, llegando a ese lugar común que es la crisis de la mediana edad en la que pasamos ya la mayor parte de nuestra vida. Así que supongo que sí, que tiene parte de generacional.
P. Ella le afea a él, en un momento del libro, que él se ría de sus menciones a la crisis de los cuarenta.
R. Sí, como lo que domina nuestro tiempo es la ironía, todos hacemos bromas sobre la crisis de la mediana edad pero luego todos la sufrimos. Todos caemos además en los mismos tópicos, y la pasamos a la vez que nos reímos de ella.
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P. ¿Es posible reconciliar esa voz irónica con esa otra parte que vive de verdad el amor o quiere vivirlo, o que sufre una crisis vital?
R. Todos sabemos que el gran amor como búsqueda es una ficción, pero por otra parte todos lo deseamos y lo seguimos buscando. Lo que ocurre es que por el camino nos olvidamos seguramente de construir otros amores posibles, más habitables. Eso es quizás lo que podría reconciliar ambos aspectos.
Cuenta Isaac Rosa (Sevilla, 1974) que en la presentación de su anterior novela, La habitación oscura (2013), en la que dibujaba el poco esperanzador retrato de un grupo de amigos que busca refugiarse de la precariedad y la decepción, un lector le soltó: "Me ha gustado mucho y tal pero ya no puedo más, escribe una novela de amor". Habría que decirle ahora aquello de "ten cuidado con lo que deseas". Porque el autor regresa con Feliz final (Seix Barral), título en el que según lo solicitado aborda una relación de pareja. Solo que ese amor ya está hecho añicos, y Rosa sigue su caída en orden inverso, desde la ruptura y el rencor hasta el luminoso inicio. Desde las primeras páginas vuelan los cuchillos y se oye el estrellarse de las esperanzas. Baste con decir que el recuento del paso de los años no es muy alentador.