Desde este lunes, el nombre de Javier Marías no ocupa titulares por haber ofendido a alguien en sus artículos de opinión. Ni hashtags ni alertas de que esto huele a clickbait, ya saben, esos titulares sensacionalistas para atraer lectores. No fue así el domingo, cuando llegó a ser el tema más comentado en Twitter por una entrevista en El País Semanal en la que comparaba a las feministas con “las monjas de toda la vida” y acusó a los tuiteros de decir “cualquier cosa, a veces sin haber leído el artículo”. Esto último –y pese a facilidad con la que enciende las redes sociales a cada tanto- lo dice el escritor “de oídas”, pues no tiene ordenador ni teléfono inteligente: sigue escribiendo a máquina, enviando SMS y usando el fax. Un detalle, lo de su gusto por lo analógico, que subraya en cuanto le dejan, como si enunciarlo le salvara de esta época contemporánea que en ocasiones parece aborrecer.
Esta semana, o estas horas de tregua entre polémica y polémica, Marías (Madrid, 1951) es noticia por su literatura. Acaba de publicar su última novela, Berta Isla, más de 500 páginas en las que el escritor, académico de la RAE y traductor, cuenta una historia de espías, pero a la inversa. El motor de esta publicación, editada por Alfaguara, no es el espía, sino la mujer que espera en casa a que regrese de su misión.
Empecemos por lo más prosaico: la labor de escribir Berta Isla duró 770 días, de los cuáles, 331 fueron dedicados exclusivamente a escribir, tarea que Marías ejerce de manera muy particular. Termina una página, la corrige, la revisa y la vuelve a teclear en un ciclo que puede repetirse cuantas veces haga falta. En esta novela, el escritor conjuga todo un universo de dualidades: está el matrimonio, pero contado por separado; combina la primera con la tercera persona en la narración; la acción sucede entre Oxford y Madrid; y hay dos personajes principales que parecen tirar de una cuerda desde cabos distintos, el hombre/espía que huye, la mujer/esposa que espera.
La novela ya ha sido vendida para su publicación en 13 países, según ha adelantado la editora de Alfaguara, Pilar Reyes, en el acto de presentación de Berta Isla. Hablamos de uno de los escritores en español más leídos en todo el mundo, uno de los seis autores en esta lengua que la editorial británica Penguin tiene en su colección dedicada a los clásicos modernos. Los otros cinco son: Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Pablo Neruda; un podio de ases de la literatura. Quizás la última dualidad, en este caso al margen de la ficción, se sitúe en este campo: la de un escritor de un éxito internacional innegable (traducido a 44 lenguas y publicado en más de 50 países) que sin embargo levanta asperezas entre el público de su país con sus columnas.
Una de espías
Marías empezó a hablar de Berta Isla en 2015. Le apetecía volver al mundo del espionaje después de la trilogía Tu rostro mañanaTu rostro mañana, recuperar algunos personajes como el agente Bertram Tupra y, sobre todo, novelar sobre un tema que siempre le ha traído de cabeza: la espera. “Tenía ganas de adentrarme en ese tipo de historias de personajes, tradicionalmente hombres, que se van, desaparecen, y a veces vuelven a aparecer”, explica el escritor en la presentación de su última obra ante la prensa. Habla de soldados, pescadores e incluso de aquellos que un día bajaron a por tabaco y nunca más regresaron. En la literatura han quedado multitud de títulos sobre la materia -desde la Odisea, de Homero, a La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis, pasando por el relato Wakefield, de E. L. Doctorow- que Marías ha tomado como inspiración para esta obra.
Luego, claro está, aparecen las autorreferencias. Marías ya jugueteó con la ausencia en su breve historia La canción de lord Rendall. Y atendiendo a otros aspectos narrativos, en Berta Isla el escritor también vuelve sobre sus propios pasos literarios y estilísticos. Marías utiliza de nuevo una voz narradora femenina, como hiciera en Los enamoramientos; regresa a una historia de matrimonios, al igual que en Corazón tan blanco hace 25 años; y recurre al mismo ambiente universitario de Oxford, escenario de su anterior Todas las almas.
"Los jóvenes son crédulos, manipulables e ingenuos"
La protagonista de ese tiempo sostenido de la espera es la misma mujer que dan nombre al libro: Berta Isla. “Ella empieza a plantearse acerca de la moralidad o la inmoralidad del trabajo que le han dado a entender tiene su marido, pues el propio presupuesto parte de una vileza: ganarse la confianza de alguien para engañarle”, explica Marías sobre la evolución de su personaje femenino a lo largo de las tres décadas que abarca la novela. No obstante, el personaje masculino, el espía y marido de Berta (Tom o Tomás Nevinson), un hispanobritánico con facilidad para los idiomas y para fingir acentos, no está exento de dilemas éticos. “Normalmente la principal razón para hacer algo que no querríamos es el miedo. A veces, también la desesperación y la juventud. Los personajes, al principio de la novela tienen 20 años y las personas jóvenes son crédulas, manipulables e ingenuas. Acabamos de tener un ejemplo de ello en los atentados de Cambrils y Barcelona, que fueron ejecutados por gente muy joven”, reflexiona.
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En la rueda de prensa, Marías alterna las referencias a la novela con los comentarios sobre la actualidad. Por ejemplo: “Me asombra mucho la cantidad de novelas que se publican. Hay un verdadero aluvión de presentadores de televisión que tienen una o varias novelas. Yo no tengo nada en contra de esto, ya que en la literatura todos somos intrusos. Ahora bien, resulta curioso cómo todo el mundo, porque sabe leer y escribir, piensa que puede escribir una novela”. O esta otra opinión, al hilo de unas declaraciones en las que se mostraba preocupado porque la “gente ha perdido densidad, profundidad”: “Hay muchos escritores que han perdido sustancia y otros que no, yo espero estar entre estos últimos. Me he dado cuenta de que hasta Los enamoramientos, la acción de mis novelas tenían lugar en la época en las que las escribía. Me pregunté por qué y una de las razones podría ser que el tipo de ambigüedades, complejidades y debates que a mí me gustas resultarían inverosímiles en el 2017”. Que la contemporaneidad le es hostil, lo ha dicho Marías en decenas de ocasiones, sin embargo, esta simplificación de la realidad de la que habla, la achaca “a una deliberada destrucción del sistema educativo no sólo en España, sino en muchos otros países, en los últimos 30 años”.
El académico de la RAE termina de lanzar los últimos dardos de la jornada. Se ha convertido en un maestro de sembrar polémicas en Twitter sin ni siquiera tener una cuenta. Entre las alusiones al deterioro vital y moral del siglo XXI, el escritor regresa a sus inquietudes literarias para dejar una moraleja final sobre la espera. Lleva con soltura ese doble papel de gran escritor y polemista que le ha acompañado en los últimos años. “Cuando espera mucho y la espera toca su fin, bien porque llega el esperado o bien porque simplemente se acaba, esa situación genera algo de adictivo, porque hasta entonces el final es abierto, todo el posible”. Le pasa a Berta Isla, pero también a Marías cuando escribe: “Mientras no pongo el punto final todo es posible en la historia y, en cierta manera, uno termina por añorar esa época”. Todo tiempo pasado siempre fue, para algunos, mejor.
Desde este lunes, el nombre de Javier Marías no ocupa titulares por haber ofendido a alguien en sus artículos de opinión. Ni hashtags ni alertas de que esto huele a clickbait, ya saben, esos titulares sensacionalistas para atraer lectores. No fue así el domingo, cuando llegó a ser el tema más comentado en Twitter por una entrevista en El País Semanal en la que comparaba a las feministas con “las monjas de toda la vida” y acusó a los tuiteros de decir “cualquier cosa, a veces sin haber leído el artículo”. Esto último –y pese a facilidad con la que enciende las redes sociales a cada tanto- lo dice el escritor “de oídas”, pues no tiene ordenador ni teléfono inteligente: sigue escribiendo a máquina, enviando SMS y usando el fax. Un detalle, lo de su gusto por lo analógico, que subraya en cuanto le dejan, como si enunciarlo le salvara de esta época contemporánea que en ocasiones parece aborrecer.