Jeanette Winterson (Manchester, 1959), aseguraba una reseña publicada en el New York Times en 1993, "ha sido comparada con un improbable panteón de figuras literarias, desde Flannery O'Connor hasta Gabriel García Márquez, Italo Calvino, Milan Kundera y Virginia Woolf. La hipérbole no solo parece imprecisa; oscurece la originalidad de su voz, su distintiva mezcla de romanticismo e ironía, erudición y pasión". Hacía ocho años que Winterson había entrado en el mundo literario con Fruta prohibida, novela autobiográfica sobre su salida del armario en una familia ultrarreligiosa. La crítica se encarga de Escrito en el cuerpo, una historia de amor en la que el género del narrador es una incógnita. Esa misma autora publicaría en el año 2000 Powerbook, una novela de apariencia futurista en la que los capítulos tenían nombres como "Abrir disco duro" o "Vaciar papelera". En 2012, escribiría ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, un libro de memorias más audaz que la mayoría de la autoficción moderna. No es osado decir que Winterson ha pasado su vida literaria abriendo barreras.
Así que no es extraño que la editorial Hogarth Press, fundada hace ya un siglo por Virginia y Leonard Woolf, la haya elegido a ella para iniciar su última locura: una serie en la que autores como Margaret Atwood —El cuento de la criada— o Jo Nesbø —creador del comisario Harry Hole— versionan clásicos de William Shakespeare. Winterson ha elegido Cuento de invierno, transformada en El hueco del tiempo (Lumen), que está lejos de ser una de las obras más conocidas del bardo. De hecho, fue una de las más tardías, ha quedado con frecuencia a la sombra de La tempestad, su última pieza, y ha supuesto un quebradero de cabeza para los estudiosos. Perfecta para Winterson. Y no solo por su brusca mezcla de tragedia, comedia y romance. "Cuento de invierno tiene mucho de cuento de hadas", dice la escritora durante una visita a españa para participar en el encuentro literario Hay Festival de Segovia. "Hay un bebé abandonado, una identidad equivocada (el bebé está vestido con ropa cara, pero son unos pastores quienes lo recogen). Yo fui una niña abandonada, yo soy una identidad equivocadasoy ."
La escritura de Winterson nunca ha ido a caer muy lejos de su historia personal, quizás porque esta resulta suficientemente literaria. Nacida en una familia humilde y dada en adopción, la pequeña Jeanette creció en el pentecontalismo, una corriente evangélica que interpreta la Biblia de forma literal y que cree en la segunda venida de Jesucristo y en el fin del mundo. Winterson, criada para ser misionera, apenas tuvo acceso a la lectura. Pero la sobreprotección se convirtió en rechazo cuando se enamoró de otra mujer, a los 16 años, y su madre la echó de casa. Es un cuento con final feliz: la historia de su primer amor se convirtió en su primera novela, y desde la publicación de la segunda Winterson se ha dedicado a tiempo completo a la escritura durante toda su vida.
Pero ahí está la Biblia —uno de los pocos libros de su casa, junto a las leyendas del rey Arturo—, el abandono, el poder transformador del amor, las complejas relaciones maternofiliales. También en El hueco del tiempo. En él, Winterson cambia Sicilia por el Londres actual, al rey Leontes por un broker de la city, a la reina Hermione por la cantante Mimi. Cambia al pastor del cuento de Shakespeare por un músico/camarero de un bar de mala muerte. Pero ahí está el ataque de celos de Leo que le hace romper con su amor y con su mejor amigo y que le empuja a abandonar a Perdita, su hija recién nacida. Y está el arrepentimiento y el perdón, que hacen que, como por arte de magia, la hija perdida sea encontrada y la esposa que se creía muerta vuelva a la vida. "Todo el mundo necesita el perdón. ¿Quién no ha hecho mal a alguien, algo que lamenta haber hecho? Todos necesitamos un poco de magia. El perdón es un poder mágico, igual que el amor."
La escritora escribe como habla: con un ritmo improbable y fragmentado, vistosas imágenes y sentencias que recuerdan a un refrán que nadie hubiera dicho nunca. Con humor. Con franqueza. ¿Pudor? "Oh, yo nunca he tenido de eso", contesta. ¿Las redes sociales? "Hay ciertos problemas que realmente son vuestros problemas [de los jóvenes], no los míos, y eso está genial." Y no oculta su fe en la literatura como fuerza de transformación. A la pregunta de si siente como un peso que su ficción haya sido asociada con la autobiografía o la no ficción, contesta: "Nunca. La literatura es un detector de mentiras, y la primera que detecta es la del escritor. En mi trabajo, y en el trabajo que me interesa, lo que busco es la autenticidad". Nada que ver, explica, con el documental: "Las cosas que le han tocado a una no se cuentan tampoco de modo literal. Mi trabajo consiste en transformarlas potenciando su esencia". Eso es, de hecho, lo que defiende en El hueco del tiempo: una versión que cambie la palabra de Shakespeare para conservarla tal y como está.
Su nueva novela juega, de hecho, con la posibilidad de parar el tiempo, de que el pasado sea, por primera vez, reversible. ¿Qué piensa de sus primeras obras ahora que una nueva generación empieza a descubrirlas, empujada por el nuevo movimiento feminista? "Cuando leo estas novelas, es como encontrar una carta escrita por ti, de tu puño y letra, y que apenas puedas creer lo que pone". O: "Cada libro mío es como un mensaje en una botella que alguien lanzara al mar para que otra persona lo encontrara y lo leyera. Pero supongo que también hay mensajes para mí, a medida que voy haciéndome mayor". O también: "Es como visitar una casa en la que vivías hace años, y ves las habitaciones, el jardín, pero ahora vive en ella otra persona. Esa otra persona serían todos los lectores. Yo vivo en otro lugar, en otro libro".
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No es modesta con respecto a su aportación al feminismo y al colectivo LGTBI en un momento en el que la literatura queer estaba relegada a una recóndita estantería de las librerías. "Fruta prohibida y yo formamos parte de ese cambio, del cambio que nos ha permitido estar aquí y hablar de estas cosas. En Escrito en el cuerpo, el género del narrador no está claro. Ahora, el libro resuena de manera distinta en la gente que lo lee. En inglés es fácil no determinar el género. Pero al traducirlo, propuse cambiar los pronombres y verbos de sitio, o que en vez de ella o él se usara ellos [they]. ¿Cómo podía yo saber que 30 años más tarde se iba a usar el pronombre they entre las personas trans para no marcar el género?".
Y también en la literatura contemporánea. Sabe que Fruta prohibida fue una de las primeras muestras de la autoficción actual, de moda desde hace ya unos años. "Fue muy difícil que la gente entendiera esto", dice, frunciendo el ceño. ¿Por qué? "Bueno, había un asunción de que las mujeres siempre escriben sobre sí mismas, sobre bebés y sus casas, mientras que los hombres escriben sobre lo objetivo, porque podían hablar del mundo. Y por eso los hombres tenían un espacio amplio en la literatura, y las mujeres uno pequeño." Ella, claro, no está de acuerdo: "Si lees a Henry Miller, tiene personajes que se llaman Henry. Nadie dice: 'Oh, esto es autobiografía', dicen 'Esto es literatura'. Y yo digo: '¡A la mierda!".
Después, Winterson es capaz de volver a la profundidad y el lirismo: "Siempre digo: léete como ficción, como una historia, pero también como un hecho. Es mucho más interesante". Y de nuevo, como cuando en sus libros atraviesa, en mitad de una confesión grave, dolorosa, una aguja de humor negro: "Aunque supongo que si vuelvo a tratarme como un personaje de ficción tendré que aguantar toda esta mierda otra vez".
Jeanette Winterson (Manchester, 1959), aseguraba una reseña publicada en el New York Times en 1993, "ha sido comparada con un improbable panteón de figuras literarias, desde Flannery O'Connor hasta Gabriel García Márquez, Italo Calvino, Milan Kundera y Virginia Woolf. La hipérbole no solo parece imprecisa; oscurece la originalidad de su voz, su distintiva mezcla de romanticismo e ironía, erudición y pasión". Hacía ocho años que Winterson había entrado en el mundo literario con Fruta prohibida, novela autobiográfica sobre su salida del armario en una familia ultrarreligiosa. La crítica se encarga de Escrito en el cuerpo, una historia de amor en la que el género del narrador es una incógnita. Esa misma autora publicaría en el año 2000 Powerbook, una novela de apariencia futurista en la que los capítulos tenían nombres como "Abrir disco duro" o "Vaciar papelera". En 2012, escribiría ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, un libro de memorias más audaz que la mayoría de la autoficción moderna. No es osado decir que Winterson ha pasado su vida literaria abriendo barreras.