Esta semana ha supuesto la primera vez para los hermanos Carlitos, de 11 años, y Micaela, de 8, en muchos sentidos: era la primera vez que salían de su país, Argentina; y la primera que veían semáforos, que llamaron sobre todo la atención de la niña, que enseguida comprendió el funcionamiento: “¡Cuando está en verde y el señor se mueve, es que podemos atravesar la calle!”. También ha sido la primera vez que montaban en metro, lo preferían a coger un taxi por aquello de viajar bajo el suelo; y la primera que han ido a ver una película en pantalla grande, la recién estrenada Paddington.
No era la primera vez, sin embargo, que se relacionaban con el cine: ellos son, de hecho, protagonistas de Camino a la escuelaCamino a la escuela (desde este viernes 23 en cines), un documental dirigido por el francés Pascal Plisson, que sigue a cuatro niños, acompañados de sus hermanos o amigos, procedentes de Kenia, India, Marruecos y, en el caso de Carlitos y Micaela, de La Pampa, en sus trayectos para ir al colegio. Una actividad que en países como España pasa desapercibida por rutinaria, para muchos indeseada, pero que en sus casos supone toda una aventura diaria que ellos, con su ilusión y alegría, hacen divertida peso al esfuerzo, el cansancio y los muchos peligros que les acarrea.
Peligros, además, de los que aquí difícilmente podríamos imaginar. Pero que para niños como Jackson (11 años) y Salomé (6), keniatas, forman parte de su día a día. Por ejemplo: sortear a los grupos de elefantes que jalonan su ruta a la escuela, a 15 kilómetros de su casa. “Aunque nosotros no los veamos así, estos animales matan a gente todos los días”, ilustra Plisson, “y también hay una lucha entre las personas y los elefantes por el agua”. El cineasta, que ha residido en el país africano durante doce años, conoce bien la situación, porque la ha vivido de cerca.
Dedicado a rodar documentales sobre vida salvaje, Plisson atisbaba muchas veces a chavales correteando por la sabana con sus uniformes puestos. De ahí le surgió la duda: “les veía pero no sabía cuánto tiempo corrían: no sabía dónde estaban sus casas con respecto a la escuela”. Así conoció a Jackson y a su hermana, que andan todos los días dos horas de ida y otras dos de vuelta. “Tienen que salir de su casa de noche, y en su escuela ya han muerto niños a causa de los elefantes”. Aun sin paquidermos de por medio, para el bengalí Samuel, de 13 años, la travesía tampoco es un camino de rosas. Postrado en una silla de ruedas, necesita la ayuda de sus dos hermanos, que le empujan por farragosos caminos sin asfaltar mientras juegan y ríen. A cuatro kilómetros de su destino, les lleva más de una hora llegar.
Zahira, una niña marroquí de 12 años, lo tiene también cuesta arriba para poder estudiar. Literalmente, porque tiene que hacer 22 kilómetros todos los lunes para atravesar el Atlas y llegar a su destino. Gracias a dos amigas con las que queda a mitad de camino, el paseo se le hace al menos un poco más ameno, aunque no menos cansado. Carlitos y Micaela, que viven con sus padres en una casa aislada en medio de una vasta llanura, rodeados de vegetales y animales, tienen medio de transporte: un caballo, cuyas riendas lleva el chico desde los “cinco o seis años”, pero que de vez en cuando –sin que mamá se entere- deja manejar a su hermana.
Hay futuro
Los dos chicos argentinos han acompañado a Plisson en este viaje promocional a España, aunque la niña no ha comparecido ante los periodistas. Carlitos, muy tímido y con los ojos enormemente abiertos, pasó estos pasados lunes y martes por Madrid, y el miércoles viajaba a Barcelona, donde tenía previsto visitar el Camp Nou y el Museo del Barça, una de sus grandes ilusiones. A Qatar, por ejemplo, fue Zahira, mientras que Jackson visitó Japón. En total, la cinta ya se ha mostrado en 25 países, y en todos ha sido un éxito, especialmente en la Francia del director, donde ha sido vista por más de un millón y medio de espectadores y premiada con un Cesar al mejor documental.
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El origen del proyecto se remonta a uno de esos chavales con los que Plisson se cruzaba en la sabana, que le dijo: "Quiero educarme, quiero tener una buena vida, no vivir como mis padres”. Gracias a aquello pudo levantarse la película y, sobre todo, la asociación que el director ha montado para ayudar a estos niños a terminar sus estudios y tener un futuro mejor. A Samuel le están prestando también apoyo médico para que pueda recuperar la movilidad, que no está perdida del todo. A Carlitos le respaldarán para que vaya a un internado, que empieza en marzo, y para que después pueda conseguir su meta de convertirse en veterinario. Zahira también podrá seguir soñando con ser doctora, y Jackson con surcar los cielos como piloto.
Ayudarles directamente sin intermediarios es la mejor de las opciones, cree el director, que cuenta cómo, mientras rodaban la película, también trataron de poner su granito de arena. "Compramos un montón de libros para la escuela en Kenia, y 50 sillas para la de la India". ¿El problema? Que alguien acabó haciendo negocio y revendiéndolas. "Lo más fácil es ocuparnos nosotros, pero no podemos prestar ayuda a todo el mundo". Para hacer algo más, han publicado un libro homónimo, y han montado un proyecto pedagógico orientado a niños de entre 6 y 16 años a partir de la película, que se proyectará en escuelas españolas, así como la exposición Caminos a la escuela. 18 historias de superación, que se pudo ver hasta el 5 de enero en Madrid y que que próximamente llegará a Barcelona.
Y habrá más futuro para esta historia, la que se cuenta en pantalla y la que escriben los niños. El siguiente paso consistirá en lanzar una serie de televisión con los testimonios de otros chavales, desde China a Botswana pasando por Chile o Brasil, que ya se ha comenzado a rodar. "Y también habrá una película siguiendo los avances de los chicos de Camino a la escuela", agrega Plisson que, en paralelo ya tiene otro filme en el horno: "Siempre me han gustado los niños, y la siguiente película, que se llama Big Day, trata sobre chicos que tienen sueños y los cumplen, como uno cubano que quiere ser boxeador".
Esta semana ha supuesto la primera vez para los hermanos Carlitos, de 11 años, y Micaela, de 8, en muchos sentidos: era la primera vez que salían de su país, Argentina; y la primera que veían semáforos, que llamaron sobre todo la atención de la niña, que enseguida comprendió el funcionamiento: “¡Cuando está en verde y el señor se mueve, es que podemos atravesar la calle!”. También ha sido la primera vez que montaban en metro, lo preferían a coger un taxi por aquello de viajar bajo el suelo; y la primera que han ido a ver una película en pantalla grande, la recién estrenada Paddington.