¡Lea la República!

Madrid, 2014. Plaza de Cibeles. Miles de personas enarbolan banderas tricolores…

No, no es el rodaje de una película sobre los acontecimientos que desembocaron en la proclamación de la Segunda República. Las calles españolas, sobre todo las de la capital, pueden testificar de esa eclosión republicana. ¿Nostalgia de un tiempo que ninguno de esos abanderados vivió?

“La gente no tiene ni idea de lo que fue la República, por muchos esfuerzos que hemos hecho para contarlo, porque la gente que lee libros es apenas un 1% de la población.” El escritor Rafael Torres cree que esa recuperación de la enseña roja, amarilla y morada no es la reivindicación de un pasado que desconocen, sino un grito: “identifican la bandera de España, que es esa, con la libertad, con el reparto de la riqueza o de la pobreza, con la igualdad, con la fraternidad, con la libertad. Porque esos son los principios de la República”.

Torres, republicano confeso y apasionado, es autor de varias obras (entre otras, 1931. Biografía de un año y Viva la República, ambas en La Esfera de los Libros) en las que vuelve una y otra vez a esa época que, para él “es sinónimo de libertad, de democracia. Y no ha habido ni libertad ni democracia fuera de la República, ni la puede haber”. Asegura que “llamar en su día a las cosas por su nombre” le costó la carrera periodística, porque “al franquismo le sienta muy mal que le recuerden que es un régimen genocida”. Y evoca con satisfacción que, para sorpresa de todos, “sonó la flauta: a la gente le interesaba, después de tantos años criminalización y de mistificación de la República”.

Su nombre figura, pues, entre los de otros autores de una abundante bibliografía que no hace sino engordar, y que es, en sí misma, reflejo de nuestra historia.

Habla, mudita

Sí, los libros de historia y quienes los escriben han sufrido los mismos avatares que el país del que hablan.

“Con su victoria, el franquismo impuso su versión del período 1931-39, que no podía ser contestada en el interior, pero sí desde el exterior, en especial por el hispanismo anglosajón, cuyas obras de síntesis de los 60 y 70 constituyeron un revulsivo y el desarrollo de una percepción distinta, básicamente positiva, del proyecto republicano”, escribió el doctor en Historia y profesor de Filosofía Rafael Núñez Florencio.

Explicaba después que, con la democracia, ese enfoque se consolidó “aunque solo fuera por reacción antifranquista”. Surgió luego, hacia mediados de los 90, un “revisionismo” que atribuye el fracaso republicano a la izquierda, “mientras que esta en nombre de la 'memoria histórica' se considera heredera y continuadora de los ideales progresistas de entonces”.

Por todo ello, concluía, “la República, y lo que conlleva, sigue siendo en España cualquier cosa menos un asunto meramente académico”.

Las palabras de Núñez Florencio datan de 2006. Un año más tarde, alguien (y éste es sólo un ejemplo entre otros posibles) vino a darle la razón: “Como no podía ser de otra manera, la irresponsable Ley de Memoria histórica, promovida por el Gobierno actual y por quienes lo sostienen, ha provocado todo un aluvión de estudios y libros sobre la Segunda República española, y sus funestas consecuencias. Era fácilmente previsible que el esfuerzo de historiadores y creadores de opinión por contrarrestar debidamente una visión parcial, sesgada y sectaria de la Historia, ofreciera la otra realidad histórica, la otra parte de la memoria histórica que, no se sabe por qué, algunos se empeñan en desenterrar. La justicia más elemental exige que, si por el interés de una parte no hay más remedio que desempolvar la memoria histórica, la otra parte la complete”.

La historia al servicio de la política actual

Es lo que los historiadores llaman “política de la historia”.

“Los libros que se publican para el gran público sobre los años 30 en general tienen una visión presentista —afirma Rafael Cruz Martínez, Profesor Titular del Departamento de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense—. Es decir, están hablando de la actualidad, la conciencia crítica y la rivalidad que existe ahora mismo se traslada se utiliza la argumentación sobre los años 30.”

Cosa distinta son los libros eruditos, esos que apenas llegan y desde luego no copan los escaparates, obras con las que “uno podrá estar de acuerdo o no pero tienen una documentación y unas tesis que son dignos de debate”.

Cruz Martínez, cuyo último libro sobre el tema es Una revolución elegante: España 1931 (Alianza Editorial), entiende perfectamente este “no dejar de volver” sobre lo vivido en los años 30.

En general, es normal que tal cosa suceda porque para los historiadores, “es bastante habitual renovar las interpretaciones que hay sobre los regímenes y los procesos políticos y acontecimientos históricos”. Desde ese punto de vista, la renovación es permanente, por muchos trabajos que se hayan realizado hasta entonces.

Y en el caso concreto de la Segunda República, esa renovación “es más importante todavía porque existe una idea bastante extendida de que la República, lo que entonces ocurrió, fue la causa de la Guerra Civil”. Y hay que combatir esa creencia generalizada.

“En mi trabajo y en otros se insiste en que lo que sucedió durante la Segunda República es independiente de las circunstancias que produjeron la guerra. Y, en concreto, mi libro, que es sobre 1931, el comienzo, indica que el proceso político que se inicia entonces es un proceso que tuvo éxito para la coalición gobernante, se solventaron las principales obstáculos que existían para poder crear un gobierno, unas cortes constituyentes y elegir un presidente de la Republica”.

La medida de ese éxito la da comparar lo que aquí pasaba con lo que pasó antes (los cambios políticos ocurridos en los cien años anteriores) y con lo que sucedía fuera: Francia en el inicio de la Tercera República, Portugal en su Primera, o la República de Weimar en Alemania.

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Lo que hay, lo que habrá

La bibliografía sobre la República, lo que a ella nos llevó o lo que de ella se deriva, es abundante. Basta con darse una vuelta por la página web de cualquier librería para atisbar esa exuberancia: estudios académicos, defensas de parte, testimonios personales, recopilatorios de textos escritos en caliente por los políticos, los intelectuales y los periodistas que vivieron ese tiempo…

La Niña Bonita seguirá dando que hablar, y que escribir. “Va a seguir existiendo una renovación permanente –sentencia Cruz Martínez—. Hace falta decir muchas cosas sobre la República".

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