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Leyendo a los lectores

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El acto de presentación, el pasado jueves, era un acontecimiento en sí: el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros databa de 2012, y eso que era un estudio que se quería y había venido siendo anual. "Nuestra propia crisis hizo que se interrumpiese", señaló Daniel Fernández, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). De hecho, la crisis (tiene que ser ella), continúa afectando al empeño: en 2012, las conclusiones se hicieron a partir de una encuesta realizada a 6.700 personas, en tanto que el ahora desvelado es fruto de las respuestas de sólo 5.000.

En el ínterin, desde luego, ha habido otros estudios, no equiparables pero sí útiles: los del Centro de Investigaciones Sociológicas, por ejemplo, o el informe La lectura en España, fechado en 2016, coordinado por José Antonio Millán e impulsado por la misma federación. En la presentación de este último, Fernández mencionó la necesidad de "conocer el paisaje después de la batalla", necesidad que esta semana ha vuelto a evocar, con las exactamente mismas palabras.

Los datos ya han sido publicados y comentados en infoLibre (para los muy cafeteros, aquí está el trabajo íntegro). La situación mejora, pero continuamos lejos de la media europea y el 40,3% de los españoles se muestra "inmune a los encantos de la lectura", lamentó el presidente de la FGEE (Óscar Sáenz de Santamaría, director general de Industrias Culturales y del Libro, lo expresó con más crudeza: "Hay gente a la que no le da la gana de leer"), a pesar de que "las sociedades lectoras, hasta ahora, han sido las que han progresado económicamente, pero también socialmente y culturalmente".

Curioso ese "hasta ahora", que no sé si es sólo una forma de hablar o la manifestación inconsciente de una duda.

No me da la vida

Pero volvamos la vista hacia ese grupo de irreductibles, esos 4 de cada 10 que no leen. ¿Por qué?, les han preguntado. Porque no me gusta, o porque no me interesa, han respondido algunos, aunque casi la mitad (47,7%), sobre todo los que tienen entre 35 y 44 años, han echado la culpa a la falta de tiempo.

Tiene su lógica, es la edad en la que, en principio, hay que atender trabajo y familia, hasta el punto de que Sáenz de Santamaría se permitió bromear con la necesidad de un "plan de conciliación para la lectura". Pero, lógico o no, marca un cambio: tradicionalmente, los que más leían eran los estudiantes (75,7%), seguidos por ese grupo de población ocupada (63,4% en 2012), que ahora pierde fuelle (61,5%) y cede su plaza a un segmento con índices de lectura tradicionalmente más bajos: los parados.

"Son lectores intensivos y han tirado la lectura hacia arriba", aseguró Antonio Mª de Ávila, director ejecutivo de la FGEE. Y, en efecto, un 63,2% de la población desempleada dice que lee, porcentaje que viene creciendo: cuando Javier Cortés, a la sazón presidente de los editores, presentó el informe de 2012, ya constató un aumento de lectores que tal vez, tal vez, podía atribuirse "al alto índice del paro, de personas que tienen más tiempo libre para leer".

Una vez más, parece lógico: lamentablemente hay muchos parados, y constituyen un grupo heterogéneo, dado que la crisis vivida no ha afectado a un único sector económico y hay personas de gran formación en el dique seco laboral. Tampoco la situación en la que quedan es igual para todos, depende de la prestación que reciban, de a cuántas personas tienen a su cargo, del nivel de ingresos global de la familia…

Por otro lado, y quien llama la atención sobre el particular es el sociólogo Francisco Javier Rubio Arribas, el porcentaje elevado puede ser fruto del efecto propio de las encuestas, "ya que es relativamente sencillo encontrar a gente que no lea pero es más complicado que lo reconozca en público. No leer no vende y, si acaso, representa un punto de humillación si lo expresas verbalmente a otros".

Rubio Arribas, estudioso de la sociología del desempleo, considera posible que los lectores desempleados sean "más compulsivos, quizás porque necesitan cubrir más tiempo libre (que no de ocio)". Por otro lado, "están los que afirman: 'he empezado muchos o todos, pero he terminado uno, que yo recuerde'. Es decir, devuelven los libros, si son prestados, sin leerlos".

Hechas todas las precisiones y salvedades, en un país que lee poco la cifra sigue siendo notable para un colectivo al que no se le presupone una boyante situación económica, en un tiempo en el que las bibliotecas, refugio para tantos, han sufrido cierres, reducciones de horario, personal, colecciones…

Hablando de bibliotecas: paradójicamente, el estudio registra simultáneamente una mejora en su valoración y un descenso en el servicio de préstamo.

Y hablando de leer sin pagar: aproximadamente el 25% de los libros leídos durante el último año se leyeron en formato digital, y la mayoría, el 80%, fueron obtenidos de forma gratuita no necesariamente pirata, aunque… "Es verdad que hay oferta gratuita ―admite De Ávila― pero no tiene correlación con el porcentaje de libros gratis que se leen, libros de la zona oscura, al margen de la ley".

Dime dónde vives y te diré cuánto lees

Parece haber consenso: en líneas generales el amor por la lectura suele estar condicionado por la educación, la renta y el lugar de residencia (se lee más en las grandes ciudades que en las zonas rurales), tres factores íntimamente ligados entre sí.

El Barómetro vuelve a demostrarlo. Madrid es la región con mayor índice de lectores (71,4%), muy por encima de una media nacional (59,7%) que también superan Navarra, País Vasco, La Rioja, Cantabria, Cataluña, Aragón, Comunidad Valenciana y Baleares. Las tres que cierran la clasificación son Andalucía, Canarias y Extremadura, siendo esta última la única de todas las comunidades en la que no se ha registrado un incremento del porcentaje de lectores (aunque el descenso no es estadísticamente significativo).

Tampoco aquí podemos hablar de sorpresa, es un titular repetido: "Los madrileños son los españoles que más leen y los extremeños, los que menos, según los editores", se nos dijo en el lejano 2005, aunque el farolillo rojo también lo han ocupado en algún momento otras regiones que aquí también salen mal paradas).

Un estudio realizado en Madrid y publicado hace no mucho aseguraba que, dejando a un lado el soporte, el sexo del lector o tipo de obra elegida, "claramente se observa una directa relación entre el nivel de estudios finalizados y el ratio de lectores de los distintos medios".

Por cierto, y este es un hecho diferencial de las grandes ciudades, el residente madrileño lee en la intimidad del hogar, pero también en el transporte público: los grandes desplazamientos en metro y autobús le proporcionan un tiempo en el que el libro puede ser la mejor compañía.

A una conclusión semejante habían llegado, un par de años antes, en Cataluña: la actividad lectora está fuertemente relacionada con los niveles de formación académica de la población, el 85,5% de los que han cursado estudios universitarios se declaran lectores frente al 44,7% de los que han hecho estudios primarios.

La otra cara de la moneda es Extremadura, a pesar del enorme esfuerzo realizado para que ningún pueblo se quedara sin biblioteca. Pero, no seamos injustos, como señaló Eduardo Moga, director de la Editora Regional de Extremadura, en 2007 el porcentaje de extremeños que afirmaba haber leído al menos un libro en el último año no llegaba al 50%. "Estamos a la cola, sí. Es una situación lamentable, sí. Hay que seguir haciendo cosas, sí. Pero también hay que decir que ese dato es esperanzador". Los déficits históricos tardan años en ser superados, más aún en una comunidad eminentemente rural.

Como dejó escrito Luis González, director general adjunto de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, "se podría decir que resulta más difícil encontrar lectores entre los hombres jubilados con estudios primarios y que residen en un municipio con menos de diez mil habitantes. Por todo ello no es sorprendente que la región con una mayor proporción de lectores sea la Comunidad de Madrid y la que presenta un índice más bajo sea Extremadura a lo largo de la serie temporal (con unos veinte puntos de diferencia)".

Gracias a algunos chifletas / pervive nuestra historieta

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Mejoramos, pero

Antes de terminar, un apunte. En su interpretación de los datos, Daniel Fernández dejó constancia de una cierta incomodidad. "Sabor agridulce", lo llamó. En los cinco años transcurridos desde el anterior Barómetro, cinco años que "han sido fundamentales para el mundo del libro", el índice de lectura ha mejorado. Pero, añadió, si nos referimos a la lectura reposada y exigente el resultado no es tan esperanzador. "No sé si la lectura ha progresado".

Seguiremos atentos su evolución.

El acto de presentación, el pasado jueves, era un acontecimiento en sí: el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros databa de 2012, y eso que era un estudio que se quería y había venido siendo anual. "Nuestra propia crisis hizo que se interrumpiese", señaló Daniel Fernández, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). De hecho, la crisis (tiene que ser ella), continúa afectando al empeño: en 2012, las conclusiones se hicieron a partir de una encuesta realizada a 6.700 personas, en tanto que el ahora desvelado es fruto de las respuestas de sólo 5.000.

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