LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Cómo Estados Unidos ha caído en la trampa ucraniana: 1990-2022

Portada de 'La derrota de Occidente', de Emmanuel Todd

Emmanuel Todd

La derrota de occidente es el nuevo ensayo del antropólogo e historiador Emmanuel Todd, siempre luminoso en sus análisis documentados. En esta obra, el autor hace un repaso por la situación que se vive a día de hoy en Ucrania y Rusia y analiza la compleja posición de los países de la órbita occidental (Reino Unido, Estados Unidos...).

infoLibre adelanta aquí el capítulo titulado Cómo Estados Unidos ha caído en la trampa ucraniana: 1990-2022. La obra está editada por Akal.

------------------------------------------

El periodo transcurrido desde la caída del Muro de Berlín no ha sido bien comprendido. La quimera original era que el colapso de la URSS era el resultado de una victoria estadounidense. Pero en el momento en que se produjo, como hemos demostrado, los propios Estados Unidos llevaban 25 años en declive. Si el comunismo implosionó, fue por razones internas: la estratificación educativa hizo añicos un sistema ya debilitado por sus contradicciones económicas.

En varias ocasiones hemos rastreado las consecuencias de esta quimera, pero de un modo disperso. Para poner punto final a este libro, ha llegado el momento de reunir en una secuencia cronológicamente ordenada los elementos diseminados a lo largo de los capítulos precedentes. Utilizaremos lo que ahora sabemos sobre la evolución interna de las sociedades rusa, ucraniana, de Europa oriental y occidental para proponer una nueva lectura de las tres décadas que siguieron a la Guerra Fría y sumieron a la OTAN en la trampa ucraniana.

El colapso de la URSS volvió a poner la Historia en movimiento. Creó un vacío que succionó el sistema occidental, principalmente el estadounidense, en un momento en que él mismo estaba en crisis y atrofiándose en su centro. Se desencadenó un doble movimiento: una oleada expansiva de Estados Unidos, al mismo tiempo que en su interior se producía un aumento de la pobreza y la mortalidad. El declive de la religión y, sobre todo, de las creencias cívicas colectivas que la habían sucedido, fue más fuerte y más extremo que en el resto del mundo avanzado. Hay que señalar que todos los actores de la guerra, Rusia incluida, se vieron afectados por el mismo movimiento hacia un estado cero de la religión, algo que no siempre se manifiesta en la aparición de un espíritu nihilista, que niega la realidad del mundo y tiende a la guerra, sino que en todas partes las poblaciones parecen ahora incapaces de reproducirse. En el mundo liberal occidental stricto sensu –Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Escandinavia– la fecundidad se aproxima a 1,6 hijos por mujer; 1,5 en Alemania y Rusia.

Todas las naciones, incluida Rusia, son «inertes», en el sentido en que definí este concepto en el Capítulo V, más que activas. No existe un sentimiento colectivo potente que las anime a restaurar su grandeza mediante gestas económicas, la guerra o cualquier otro proyecto que una a sus ciudadanos en un ferviente esfuerzo común. Allí donde predominaban las formas familiares complejas, que integraban al individuo con el grupo, queda un residuo de colectividad que permite a los gobiernos emprender una acción más eficaz. He descrito Alemania (de familia jerárquica) como una sociedad-máquina. Añadiría aquí que Rusia (de familia comunitaria), a pesar del ideal soberanista que impulsa a su clase dirigente, a pesar de su capacidad para recuperarse económica y tecnológicamente (como Alemania), no es nacionalista en el sentido clásico. También es una "nación inerte", razón por la cual Putin quiere, por encima de todo, evitar una implicación total en la guerra; ha llevado a cabo una movilización lenta porque también los rusos, aunque sigan más apegados a su nación que los franceses (por ejemplo), son individuos posmodernos que piensan ante todo en sus placeres y dolores. Sin embargo, están protegidos de la forma extrema que ha adoptado la posmodernidad: el nihilismo, el mal propio de las sociedades cuya antropología define como individualistas, con el mundo angloamericano a la cabeza. En Francia existen contrapesos al nihilismo porque una buena parte de su periferia tenía estructuras familiares complejas (jerárquicas, comunitarias y otras). En cambio, nada detiene a Estados Unidos e Inglaterra en su deriva centrípeta, narcisista y finalmente nihilista. Gracias a un componente jerárquico, Escocia quizá se encuentre a salvo.

En el mundo angloamericano, la fase de la nación inerte parece que se rebasó en 2020. Mientras que las clases dirigentes rusa, alemana y francesa siguen siendo etnonacionales, las de la Americanosfera han perdido su fundamento cultural original. El sentimiento aristocrático que prevaleció en Inglaterra hasta alrededor de 1980 ha desaparecido desde entonces. En cuanto a Estados Unidos, hacia 1990 aún podía considerarse una nación, bien es cierto que imperial, pero que conservaba un hogar cultural vivo. El Estados Unidos de hoy ya no es un Estado-nación; ha perdido a su clase dirigente y su capacidad de marcar un rumbo. Hacia 2015, alcanzó lo que he denominado un estado cero. Esta expresión no significa que el país ya no exista ni produzca nada, sino que ya no está estructurado por sus valores originales, protestantes, y que la moralidad, la ética del trabajo y el sentido de la responsabilidad que impulsaban a su población se han evaporado. La elección de Trump, adalid de la vulgaridad, seguida de la de Biden, adalid de la senilidad, habrían sido la apoteosis de ese estado cero. Las decisiones de Washington han dejado de ser morales o racionales. Así que no otorgaré a este Estados Unidos, que ya no sabe quién es ni adónde va, la imagen paranoica clásica de un sistema manipulador eficaz.

Volvamos a la geopolítica. La guerra en Ucrania cierra el ciclo iniciado en 1990. La ola expansionista, que sigue vaciando de sustancia y energía el corazón de Estados Unidos, se ha estrellado contra Rusia, una nación inerte pero estable.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué los estadounidenses se han comprometido en un combate que no pueden ganar? ¿Por qué se han encontrado en guerra con Rusia cuando, desde Obama, su bibliografía geopolítica ha hecho de China su principal adversario? Incluso en un momento en el que, también desde Obama, parecía haberse puesto en marcha un repliegue, un retorno a una postura internacional más modesta.

La conciencia histórica de los actores occidentales (y no sólo de los estadounidenses) está bajo mínimos. Nuestros gobiernos están tomando decisiones, pero su visión del equilibrio de poder mundial –militar, económico, ideológico– y de cómo está evolucionando es, como hemos visto, fantasiosa. Su no-conciencia y la consiguiente ausencia de un proyecto real justifican un enfoque cronológico: es examinando las decisiones concretas de los actores, en una secuencia histórica que no han sabido gestionar, como podemos entender la inexorable y absurda marcha hacia la guerra a la que hemos asistido. La existencia de un componente nihilista en Estados Unidos y de otro en Ucrania, de distinta naturaleza, excluye a priori una interpretación racional de la Historia. Nuestro único consuelo será ver cómo la fusión de los dos nihilismos, el estadounidense y el ucraniano, conduce a una derrota, revancha última de la razón en la Historia.

Más sobre este tema
stats