Marina Lobo: "Echo de menos cuando se premiaba a la gente buena y no a los gilipollas"

La precariedad laboral y la imposibilidad del acceso a la vivienda, la desinformación y los bulos, la desigualdad social y la lucha de clases, el feminismo y el machismo. Parejas de temas que van de la mano y en los que la cómica y guionista Marina Lobo (León, 1992) profundiza en su primera novela, La mejor empleada del mundo (Temas de Hoy, 2025), en la que tampoco faltan otras preocupaciones millennials como la maternidad (o no), la meritocracia (o no), el auge de la ultra derecha, los conspiranoicos, la gentrificación, el turismo masivo, la soledad, la ansiedad, la salud mental y el impulso primitivo de mandarlo todo al garete para sencillamente disfrutar de ver Madrid arder. Todo ello, aunque parezca imposible, tratado con humor y sarcasmo (y no poca rabia) en una trama aparentemente privada y cotidiana que termina transformándose en un delirio colectivo.
¿Qué es La mejor trabajadora del mundo?
Una novela que cuenta la historia de Carla, que es esa chica que hemos querido ser todas en algún momento. Esa persona que de repente, harta de todo, decide vengarse, mandarlo todo a la mierda y consigue romper todo eso que creemos que nunca vamos a poder romper. Por eso, creo que esta novela es un desahogo para mucha gente.
A partir de la vida cotidiana de una dependienta precaria de un tienda de ropa, la historia se va liando de manera muy delirante.
Eso es lo guay (risas). De hecho, el de Sanlúcar de Jojois es de los capítulos que más me ha gustado escribir. O el de Iker Jiménez. Son los más divertidos, por surrealistas. Pero es que llega un momento en el que dices 'vale, es exageración, pero algo parecido podría ocurrir'. Creo que esa es la clave de esta ficción, que estamos en un mundo tan loco que podría pasar una historia similar y nos la creeríamos en el estado actual de los medios de comunicación, de degradación de cierto tipo de sistemas. Nos podríamos creer que un escándalo así pudiera llegar a a desvelarse en algún momento. O una escena en directo con Jorge Javier y Ana Rosa peleándose (risas).
Volvamos al principio de la historia, que empieza con esa chica anónima que trabaja en una tienda de ropa cualquiera, comparte un piso pequeñito en Madrid, sale de fiesta para olvidarse de todo... La mejor trabajadora del mundo tiene muchos temas pero, ¿es la precariedad laboral el principal?
Claro, de ahí el título, porque nos están diciendo todo el rato que lo tenemos que dar todo, a la vez que no nos dan nada. Tanto a nuestra generación como a la que viene detrás, como a nuestros padres, que sufren también lo que nos pasa a nosotros. Es un drama intergeneracional, principalmente millennials y generación Z por ahora, aunque ya veremos después, porque afecta a todas las generaciones. Ese es el verdadero drama. La precariedad está en toda la novela porque es imposible que no esté. Creo que está en prácticamente cualquier libro de nuestra generación, pero también está el feminismo, el compañerismo, la no meritocracia, la maternidad o no maternidad. Tenía claros muchos temas que quería tocar y los fui integrando dentro de la trama.
Una trama que discurre en el entorno laboral y luego en pisos compartidos chiquititos, porque claro, la nómina no da para más. Y, por encima de todo eso, el discurso reaccionario de que los jóvenes no se esfuerzan lo suficiente para ahorrar y poder comprarse un piso.
A lo mejor no nos esforzamos lo suficiente porque hemos visto que haciéndolo tampoco vamos a poder acceder a la estabilidad de una vivienda, comprada o alquilada, por lo que optamos por tener una mejor calidad de vida. En el momento en el que tú no puedes optar a una tranquilidad, te dices 'ya que esto no lo puedo tener, quiero tener más tiempo para mí, más tiempo con mi familia'. Como no vamos a tener esa calidad, hemos dicho 'pues yo quiero teletrabajar, una jornada reducida, no voy a echar horas extra porque al jefe le salga de las narices, ya que eso no me va a dar el cambio vital que necesito'. Yo creo que de ahí viene esa ruptura entre cierta parte de esa generación anterior y las que han venido detrás. Hay, además, jefes que no entienden esto porque se han acostumbrado a vivir de personas que básicamente renunciaban a vida y a familia por quedarse trabajando. Ahora eso ya no va a ser.
¿Dónde queda la reivindicación en la calle en todo esto? ¿Acaso no es una opción? ¿No ven los jóvenes la calle como un lugar donde reivindicar nada, aparte de a Franco?
Soy optimista respecto a esto con las movilizaciones por la vivienda, por ejemplo. Creo que la lucha por la vivienda va a ser la gran unión de nuestra generación y de las que vienen después. En esta novela, Carla se lo guarda todo para ella, aunque sola no puede gestionar sus problemas, hasta que se hunde y resurge con sus compañeras de tienda y con su madre, lo cual demuestra que juntas se hace mucho más que separadas. Creo que todos juntos y con una movilización, que puede ser en redes sociales o en la calle, porque es algo que se tiene que retroalimentar, se pueden cambiar las cosas. De manera individual no cambiamos nada, pero no está todo perdido. No es que de repente vaya a haber una manifestación masiva y Pedro Sánchez diga 'voy a poner fin al problema de la vivienda', pero sí que pienso que cuando ellos crean que pueden perder las elecciones por esto, o que la vivienda mueva tantos votos que haya que cambiarlo sí o sí, les pueda forzar a cambiar las cosas.
¿Se hace demasiado ahora la revolución en las redes sociales y poco en la calle? ¿Se consigue algo a través del móvil?
Quizás algo se haga. Yo creo que puede ser, sobre todo, la mecha para encender las calles después. Es decir, que algo que pasa en redes, como fue el movimiento Me Too sí que puede encender la calle después y más en estos tiempos que vivimos, en los que de repente una trama entera se descubre a través de medios de comunicación, de internet, de una cuenta de Instagram. Eso enciende algo que va más allá y pone en entredicho cosas que conocíamos, como la Corona, un gobierno o cualquier otro estamento. Las redes sociales y la calle son complementarias muchas veces, no creo que teniendo una pierda la otra. También creo que las redes tienen muy mala fama, primero por los dueños que tienen (risas), pero también porque el boom de las redes en la pandemia ha desacelerado un poco todos los movimientos en la calle y todos los movimientos colectivos, que ahora sí se están recuperando poco a poco.
Decidir ser madre o no, poder ser madre o no, es otro de los asuntos de La peor empleada del mundo, porque todo está relacionado. ¿Por qué la gente sigue opinando abiertamente sobre la maternidad o no de las mujeres?
Yo nunca he tenido instinto maternal y siempre lo he dicho, pero aún así me siguen insistiendo en ello. Eso me da mucha rabia porque cuando una amiga se queda embarazada yo no le digo 'ay Dios mío, ¿pero lo has pensado bien?' No se me ocurre joderle el día (risas). Me parece importante tenerlo claro, tanto si quieres como si no quieres ser madre. Hace poco se hicieron virales las declaraciones de Lola Índigo, en la que se le dio mucha caña por cómo lo decía, pero claro que lo decía con desprecio, porque a saber cuántas veces se lo han preguntado y la chavala está harta. Por eso, muchas veces también tú misma pones una barrera que, lejos de ayudar a la gente a revisarse o a poder cambiar de opinión, lo que hace es ponerla más firme en sus decisiones. Es como nos pasa a veces con los fachas, que parece que si les confrontas muy directamente se encierran más en sí mismos. O con los que todavía no son fachas, pero igual expresan alguna duda. Pues con esto pasa igual.
El drama de la maternidad está más en no poder tener hijos por la situación que te rodea que en preguntar si quieres o no quieres
Es que tener hijos es una decisión vital esencial.
¿Y qué pasa si te arrepientes después de tener un bebé? Es mucho peor que alguien tome una decisión sin saber lo que quiere realmente a que no la tome. Este tema me cabrea mucho y quería mostrar diferentes posturas, por eso en la novela una de las chicas sí quiere tener hijos, pero no puede o no encuentra el momento, que es un drama que viven muchas amigas mías y amigas de mucha gente, a las que les gustaría tener un niño o una niña, que siempre han tenido instinto maternal, pero no tienen estabilidad. No tienen un curro y una vivienda que les permita ser madres, y para mí ese es un drama bastante fuerte también. Muchas no los queremos tener, pero otras muchas sí y no pueden. Por eso, el drama de la maternidad está más en no poder tenerlos por la situación que te rodea que en preguntar si quieres o no quieres. Pero ahí está esa sensación de estar siendo continuamente juzgadas, además de por nuestros tíos y primos en las comidas familiares, por los fascistas que te están diciendo que tienes que dar a luz porque, si no, vas acabar con la raza humana. Esa es una doble presión que nos imponen.
Al mismo tiempo, la novela tiene muchísimo humor, con frases muy divertidas y cargadas de intención. ¿Ver sufrir a los pijos es lo más parecido al ascensor social que nos podemos permitir?
Totalmente. Por eso nos gustan de repente los vídeos de pijos sufriendo, ¿no? (risas). Es verdad que ver a los pijos llorar es de los pocos privilegios que nos podemos permitir ahora mismo, seguramente. Verles de repente pasarlo mal. Yo creo que por eso también atraen tanto según qué tipo de dramas de influencers ricos. Aunque no las sigas, te gusta ver cualquier drama de las Pombo. ¿Por qué? Porque te dices 'joder, que sufran un poco'.
Ver a los pijos llorar es de los pocos privilegios que nos podemos permitir ahora mismo
¿Los libros de autoayuda en realidad solo quieren que te hagas del Opus Dei?
Además que sí (risas). A mí me parece que ha habido una deriva, sobre todo de cierto sector mainstream de la autoayuda y la psicología, que de repente te dice 'lo que necesitas es estabilidad, encontrar un marido que te quiera y no salir todas las noches de fiesta'. Ese es un discurso súper reaccionario que está en medios de comunicación, incluso en personas de corte progresista y de izquierdas, así que de repente dices 'cuidado, que nos la están volviendo a meter doblada con este discurso que me parece muy peligroso también'.
¿Se nos ha ido de las manos idolatrar a gente de mierda?
Eso es algo de un capítulo que llamo La rebelión de los gilipollas (risas). Ahora, de repente, al que no querrías tener a tu lado de amigo o de compañero de piso le votas para presidente o te suscribes a su canal de YouTube. ¿Pero por qué estamos haciendo famosa gente de mierda? Es algo que está ocurriendo en nuestra generación, sí. Cada poco hay un ejemplo claro, cada poco sale un Frank de la Jungla o un personaje de esta índole que te dices '¿pero por qué seguimos haciendo famosa a esta gente con la de personas estupendas que hay? Es como que de repente nos atrae lo estúpido. No sé si es porque saca esa parte de nosotros que muchas veces acallamos y te lleva a preguntarte cómo puedes pensar ciertas cosas. Te preguntas '¿cómo puedo ser de repente en mi mundo interior tan clasista o tan racista?' Pues hay gente que lo saca sin ningún tapujo y hay al otro lado alguien que, cansado de callarse, a lo mejor dice 'mira cómo lo dice y no pasa nada'. Y no solo no pasa nada, sino que encima le dan dinero. Me llama mucho la atención, porque tendríamos que pensar verdaderamente si la persona a la que nos estamos suscribiendo o a la que le estamos dando dinero la querríamos a nuestro lado. De verdad creo que muchas veces no la soportaríamos más de dos minutos.
¿Por qué estamos haciendo famosa gente de mierda?
Y de ahí, a otra afirmación: "Echo de menos cuando ser buena persona estaba bien visto"
Claro (risas). Es que echo muchísimo de menos cuando se premiaba a la gente buena y no a los gilipollas, que es lo que que nos pasa ahora.
¿Madrid mola o no mola?
Es que eso nos preguntamos, ¿no? (risas). Yo siempre tuve claro que quería venir, pero nos está ahogando de tal manera que hasta la gente a la que nos gustaba Madrid cuando nos vinimos ahora estamos preguntando 'joder, ¿qué ha pasado?' ¿Por qué nos ponen en esta situación de tener que odiar esta ciudad? Que realmente no odiamos la ciudad en sí, sino las políticas que se han tomado los últimos años y cómo nos han expulsado de todos nuestros sitios, de nuestro bar de confianza, de nuestro piso, de nuestro barrio. La gente con hijos seguramente se han tenido que ir a otro barrio. Paralelamente, hay una sensación también de que todos los que somos de fuera pero venimos a Madrid somos un poco apátridas de no ser de ninguno de los dos sitios. Es una sensación muy compartida, porque al final somos muchas personas de otras comunidades autónomas, sobre todo de la España despoblada, las que nos hemos venido aquí por gusto o por obligación, o por una combinación de ambas, y creo que deberíamos hacer un Madrid mejor para todos porque esto ya empieza a ser un poco irrespirable.
Los madrileños de toda la vida también sentimos eso, ha cambiado mucho Madrid.
Es que al recordar cómo eran las cosas la nostalgia es un componente importante pero, aparte de eso, hay otro componente real de que todo cambia más rápido que antes. Tu vecino cambia más rápido que antes, el bar de abajo cambia más rápido que antes. Todo te cambia más rápido porque no se está sosteniendo la sociedad como se tendría que sostener. En esta ciudad, y seguramente en otras grandes ciudades que vivan procesos similares de turistificación, con tanto airbnb, es todo muy líquido.
No faltan en esta historia otros de los pobladores de nuestro paisaje contemporáneo: los conspiranoicos.
Tenía muy claro que tenía que haber un personaje conspiranoico, porque me hacen mucha gracia. Creo que es un sentimiento un poco grupal cuando, de repente, tu típico amigo o tu primo suelta una barbaridad y se pone a hablar de chemtrails o lo que sea. Cada vez eso es más común y nos quedamos todos con cara de '¿merece la pena eh discutir con esta persona?' Pero solemos optar por callarnos y sufrirles en silencio (risas). Pero en la novela, Carla le dice 'mira, ya no me callo más, eres un idiota'.
Acabas de estrenar Conspiradas, un podcast sobre conspiranoicos junto a Albanta, de Keep it Cutre al que acabamos de premiar en infoLibre. ¿Ha llegado el momento de las cómicas?
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Está llegando un poco. Un poquito. En programas antes solo había hombres y ahora cada vez más hay mujeres. Recuerdo los inicios de La Resistencia y, oye, ha pegado un buen cambio porque se estaba quedando muy atrás. Cada vez se van integrando más, que es lo que mola. Es decir, todo empezó como comedia de chicas versus comedia de chicos, en el sentido de tías que lo petaban en comedia, pero que hacían sus espacios, mientras ahora estamos en el proceso de integración,
La dedicatoria final de la novela lo resume todo: "Este libro es un reconocimiento a todas las dependientes que trabajan cara al público aguantando las peores actitudes del ser humano y llegando hasta el hueso mismo de la sociedad capitalista".
Es que es verdad. Cuando trabajé de dependienta me di cuenta de eso y me decía 'Dios mío, es que esto saca lo peor de la humanidad'. Recuerdo que a la que más ventas hacía en un mes le daban un día extra de vacaciones, y había una compañera que se iba a la cola a poner su número en lo que llevaban los clientes quitando el de sus compañeras para conseguirlo. Ese día de vacaciones extra saca lo peor de la humanidad. Y cuanto más precaria seas más va a suponer para ti un plus por pequeño que sea, el capitalismo juega con eso. Si no llegas a fin de meses, ese plus puede hacer que seas la más malvada de todas.