La literatura como enfermedad

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Bambi. Así llamaban a José Luis Rodríguez Zapatero, y antes que a él llamaron Bambi a Tony Blair. Al británico, porque llegó a prime minister muy joven, el más joven desde 1812. Al español… “Alguien me llamó Bambi y, casualidades de la vida, Bambi era la película que mi hija mayor me hacía poner una y mil veces cuando era pequeña. Quiero a Bambi –declaró ZP–. Del personaje queda la idea de que es un poco ingenuo. Yo no creo serlo”. Tampoco lo creía ése al que se atribuía la ocurrencia. “Desde luego –diría más tarde Alfonso Guerra– no ha resultado un Bambi de peluche, más bien parece de acero”.

En ambos casos, Bambi es sinónimo de tierno y bisoño como el ciervo de Virginia popularizado por Walt Disney, inspirado a su vez por el ciervo europeo que protagoniza Bambi, una vida en el bosque, de Felix Salten.

Es una muestra de lo muy útiles que resultan los referentes literarios (o cinematográficos) cuando queremos caracterizar a determinadas personas o comportamientos. Tanto que, en no pocas ocasiones, se incorporan al nomenclátor médico para definir complejos y síndromes.

Así, mucho después de que Sófocles inmortalizara el mito de Edipo, Sigmund Freud elaboró una teoría que bautizó con su nombre: el complejo de Edipo, en el que “el hijo, ya de pequeño, empieza a desarrollar una particular ternura por la madre, a quien considera como su bien propio y a sentir al padre como un rival que le disputa esa posesión exclusiva; y de igual modo, la hija pequeña ve en la madre a una persona que le estorba su vínculo de ternura con el padre y ocupa un lugar que ella muy bien podría llenar”. Años después, Carl Gustav Jung propondría llamar “complejo de Electra” a la versión femenina del de Edipo.

Dorian, Peter y Wendy

No todos los síndromes y complejos de estirpe literaria están aceptados como trastorno psicológico por la Organización Mundial de la Salud, pero eso no ha impedido que su uso se generalice, seguramente porque la mención de la referencia basta para entender de qué estamos hablando.

Pensemos en Dorian Gray, el hombre que por intermediación de Oscar Wilde vendió su alma al diablo para no envejecer jamás. No hay en el listado oficial de enfermedades psiquiátricas un síndrome con su nombre, pero si menciono el Síndrome de Dorian Gray a buen seguro les vendrá a la mente algún famoso adicto a la cirugía estética, víctima de un trastorno debido a la ofuscación que sufre ante sus defectos físicos o porque no sabe afrontar el envejecimiento.

La incapacidad de afrontar el proceso de maduración, que tanto ha inspirado a escritores de todas las épocas, tiene otras variantes. De las personas con rasgos de carácter debidos a infancias difíciles, incapaces de asumir las responsabilidades asociadas a la edad adulta, algunos afirman que padecen el Síndrome de Huckleberry Finn, si bien David Nylund se refirió con ese sintagma a los niños que tienen Síndrome de Déficit de Atención con Hiperactividad.

Más conocido es el suscitado por el ejemplo de Peter Pan, que debemos al psicólogo norteamericano Dan Kiley. Acuñó el término en 1983 para definir a las personas que se rehúsan a crecer. Y todo Peter necesita una Wendy que le ayude en su incapacidad de resolución de los problemas, de ahí que lanzara también la fórmula “Síndrome de Wendy”. 

Cenicienta, Ana, Emma

Un par de años antes de que Kiley popularizara sus etiquetas, Collete Downing había publicado El complejo de Cenicienta. El miedo oculto de la Mujer de la Independencia. Su historia era personal: mujer de éxito y madre de tres adolescentes, descubrió algo que la descolocó: sólo quería que alguien cuidara de ella. Peor aún, no era la única, son muchas las mujeres que confían en que aparecerá un príncipe azul que las protegerá.

Las relaciones amorosas, tan fértiles en la literatura, brindan otras dos manifestaciones con nombre de heroína de ficción: el Síndrome de Madame Bovary o bovarismo es el estado de insatisfacción crónica afectiva o social, derivado del incumplimiento de las expectativas generadas; el de Anna Karenina lo padecen quienes muestran una obsesión enfermiza y destructiva hacia otra persona.

Flaubert y Tolstoi hicieron diagnósticos certeros. Y Shakespeare, una de cuyas criaturas es el arquetipo de la celotipia patológica, más frecuente en los varones, conocida hoy como Síndrome de Otelo, descrito en un clásico de los 60 varias veces actualizado, Síndromes raros en psicopatología, y englobado en los delirios de persecución y celos.

La belleza propia, y la ajena

Hablábamos más arriba de Edipo y Electra, de hecho, se estudian al menos 16 mitos agrupados en cuadros psicológicos temáticos. Uno de ellos es Narciso: el clásico se enamoró de su propia imagen reflejada en una fuente; el moderno siente una admiración exagerada hacia sí mismo, sea por su físico, su personalidad o sus capacidades. Aunque si de belleza hablamos…

  “Ahí, sentado en un reclinatorio, con la cabeza apoyada sobre el respaldo para poder mirar el techo, las Sibilas del Volterrano me otorgaron quizá el placer más intenso que haya dado nunca la pintura. Estaba ya en una suerte de éxtasis ante la idea de estar en Florencia y por la cercanía de los grandes hombres cuyas tumbas acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba por así decir. Había alcanzado este punto de emoción en que se encuentran las sensaciones celestes inspiradas por las bellas artes y los sentimientos apasionados”.

El párrafo pertenece a El síndrome del viajero, texto de la obra Roma, Nápoles y Florencia en el que Stendhal narra su experiencia en la iglesia florentina de la Santa Croce. Años más tarde, la psiquiatra y psicoanalista italiana Graziella Magherini describió en turistas que visitaban la ciudad toscana un cuadro caracterizado por perturbaciones del pensamiento y los afectos e incluso crisis de pánico, El síndrome de Stendhal.

Enfermedades de libro

Enfermos que no lo son, y no hablamos de hipocondriacos, pueden sufrir el llamado síndrome de Munchausen, trastorno ficticio en el que el paciente refiere historias personales y enfermedades dramáticas que resultan ser falsas, lo que se relaciona muchas veces con una profunda necesidad emocional de ser cuidado y atendido. Peor aún, existe también el Síndrome de Munchausen por poderes: considerado una forma de maltrato infantil, consiste en que el cuidador del menor inventa síntomas falsos o los provoca para que parezca que el niño está enfermo. A buen seguro, Rudolf Erich Raspe se sorprendería al conocer esta derivada de su obra Las aventuras del barón Münchausen, inspiradas a su vez en la vida del noble sajón Karl Friedrich Hieronymus.

Tampoco Charles Dickens pudo imaginar que la medicina actual definiría el Síndrome de Pickwick, patología respiratoria obstructiva del sueño que se caracteriza por presentar obesidad, hipoventilación, somnolencia, cianosis, hipertensión… Y todo, porque alguien leyó Los papeles póstumos del Club Pickwick, donde se describe a la perfección la sintomatología de esa enfermedad.

La lista es larga. El Síndrome de La Bella Durmiente, conocido científicamente como Síndrome Klene-Levin, es un trastorno neurológico afortunadamente infrecuente caracterizado por períodos (semanas y hasta meses) de excesivo sueño. No sabemos si Perrault o los Grimm conocieron algún caso en la vida real, o si los mismos hermanos escribieron Rapunzel inspirados por alguna persona que padeciera la perforación gástrica en adulto por tricobezoar (bola de pelo). Vaya, que quienes lo padecen se comen el pelo… El Síndrome de Rapunzel fue descrito en 1968.

El libro que se me atragantó

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Más extraño aún se nos antoja el Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, que provoca en quien lo padece una alteración visual que puede manifestarse de dos maneras: como micropsia, cuando percibe los objetos más pequeños de lo que en verdad son; y como macropsia, si por el contrario los percibe de mayor tamaño. Y sin necesidad de comer la gallate cuyos efectos imaginó Lewis Carroll.

Hablando de crecer y disminuir… También existe un llamado Efecto Pinocho y no, la nariz de quienes lo sobrellevan no crece cuando mienten: se enfría. De hecho, científicos de la Universidad de Granada anunciaron recientemente que han diseñado el modelo de laboratorio más exacto hasta la fecha para averiguar si una persona miente o dice la verdad y está basado en la termografía.

Hay más, pero me detengo aquí. En catalán existe la palabra lletraferit de que hemos adoptado los castellanoparlantes: letraherido, el amante de la literatura. Y es que la literatura hiere. Porque la literatura, también puede ser una enfermedad.

Bambi. Así llamaban a José Luis Rodríguez Zapatero, y antes que a él llamaron Bambi a Tony Blair. Al británico, porque llegó a prime minister muy joven, el más joven desde 1812. Al español… “Alguien me llamó Bambi y, casualidades de la vida, Bambi era la película que mi hija mayor me hacía poner una y mil veces cuando era pequeña. Quiero a Bambi –declaró ZP–. Del personaje queda la idea de que es un poco ingenuo. Yo no creo serlo”. Tampoco lo creía ése al que se atribuía la ocurrencia. “Desde luego –diría más tarde Alfonso Guerra– no ha resultado un Bambi de peluche, más bien parece de acero”.

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