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Cultura

El libro que se me atragantó

Portada del libro 4321, del escritor Paul Auster.

Cada final de año, los medios proponen listas de libros que merecen la etiqueta de “los mejores”. Y hay quien piensa que tan útiles como esos listados de excelencia serían los de mediocridad, pero se publica tanto vulgar que tal clasificación se antoja imposible.

Sí podemos, en cambio, preguntar a lectores empedernidos qué se les atragantó en 2018; así que, en lugar de una felicitación, este año mandé a muchos escritores una petición: comparte con nosotros ese abandono.

No todos consideraron adecuada mi propuesta. José C. Vales recuerda un libro que abandonó violentamente, “arrojándolo contra una pared” porque “estaba espantosamente mal traducido y editadoespantosamente ”. Lo comentó con los responsables de la edición, pero no les quiere afear su trabajo públicamente: “Todos hacemos lo que podemos: a veces las cosas se dan bien y a veces mal, pero no es cuestión de ir por la vida ni juzgando a los demás ni dando lecciones a nadie.” Tampoco quiere hacerlo Azahara Alonso (que a veces encuentra en la última página razones que justifican un libro entero); no obstante, ofrece algunas razones por las que ha dejado un libro: uno, “en el segundo capítulo porque trataba sobre una de mis fobias; una novela en la tercera página porque había contado hasta entonces varios tópicos y decenas de adjetivos; y varios poemarios y ensayos porque me parecían pretenciosos o de artificio”.

El tiempo, ese gran limitador

Otros justifican su renuncia con razones extraliterarias. “Empecé a leer los Episodios Nacionales de GaldósEpisodios Nacionales y por falta de tiempo no he podido terminar ni el primer tomo —me dijo Inma Chacón—. Es una de esas lecturas pendientes que he de plantearme cada año”. Para Mª Ángeles Cabré, en este 2018 tan intenso para feministas y ciudadanos y ciudadanas de Catalunya, y ella es ambas cosas, ha sido difícil encontrar espacio y calma. Así, leyó y presentó en Barcelona el primer volumen de los Diarios de Virginia WoolfDiarios, “pero aún no he encontrado el momento para poder disfrutar al detalle de los muchos tés que se toma la autora” en el segundo.

A veces, es cuestión de oportunidad. “Este año anduve persiguiendo Sur, de Antonio SolerSur, pero al final no pude ni siquiera abrirlo. Pasa mucho que la avalancha de novedades te hace posponer una lectura, y que este deseo de lectura concreto vuelve intermitentemente, durante semanas o meses, hasta que finalmente se satisface”, me contó Alberto Olmos que tiene muchos libros a mano y al que le cuesta (“si no soy devoto del autor, y ya casi no es uno devoto de nadie”) dejarlo todo e ir a la librería a comprar un libro. “Yo leo de biblioteca. El libro de Soler anda ahora en manos de otro lector, y yo lo espero. En realidad, me gusta leer así: con un punto de sorpresa y otro de azar. Sin haberlo leído, Sur de Antonio Soler es uno de los libros en los que más he pensado este año. No es poca cosa.”

Tampoco era el momento de que Cristina Morató leyera Amor robado, de Dacia MarainiAmor robado, , relatos “que describen el sufrimiento, el silencio y la impotencia de unas mujeres que, en distintos ambientes, sufren la lacra de la violencia de género. Te enfrenta a una realidad tan cruda y actual, que he necesitado distanciarme para retomar la lectura”.

Tras esas respuestas, empecé a pensar que hay más renuncias de las que creía. “Mi lista de libros no terminados es larga como un día sin pan: simplemente porque ya no tengo paciencia, no hay tiempo que perder y no tengo ningún sentimiento de culpa al respecto”, confirmó Ignacio del Valle. También Isaac Rosa: “Si no abandonase libros que no me interesan, no tendría tiempo para leer los que sí me interesan. Y suelo ser muy paciente y dar muchas páginas de margen”. Puestos en el compromiso de citar sólo uno de los desatendidos, el primero eligió los noir de Pierre Lemaitre, “no me parecen verosímiles”, y el segundo, Solenoide, de CartarescuSolenoide,: “Lo empecé con entusiasmo, pasé decenas de páginas alternando la admiración con el fastidio, y acabé por pensar que Cartarescu es un genio, pero Solenoide no merece tantas horas”.

 

Manuel Guedán se apeó de la lectura de Ordesa, de Manuel VilasOrdesa, . “Fue repentino: los dos primeros tercios de libro me gustaron muchísimo, y me emocionaron, luego tuve de pronto la sensación de que se estaba repitiendo y opté por abandonar”. (En su lista de pendientes continúa La educación sentimental, de Flaubert). Y dos de mis interlocutores traicionaron a (o fueron traicionados por) Paul Auster. “Me deslumbra con su capacidad de urdir y montar historias, pero me cuesta mucho interesarme de verdad por lo que me cuenta —me explicó José Ovejero—. Empiezo siempre a leerlo con entusiasmo, pero al cabo de un tiempo me descubro pensando en otras cosas. Una vez que he entendido en qué consiste su construcción deja de interesarme. Con 4 3 2 1 me pasó lo mismo, que me pareció una construcción muy inteligente y atractiva, despertó inmediatamente mi curiosidad... pero la fui perdiendo y no pasé de 400 páginas de las casi 1.000 que tiene”. Para Empar Fernández, que sigue añorando al autor de La trilogía de Nueva York o de Brooklyn Follies, “4 3 2 1 es un ejercicio de virtuosismo que gira sobre sí mismo y que exige un esfuerzo de discernimiento por parte del lector que no tenía ganas de realizar. Es uno de aquellos autores que, agotada una primera fase deslumbrante, parecen estar escribiendo siempre la misma historia.”

Dos que no pasaron la prueba de Antonio Gómez Rufo fueron Patria, de Fernando AramburuPatria, y Una educación, de Tara WestoverUna educación. Fermín Bocos no completó Gran Hotel Abismo, de Stuart JeffriesGran Hotel Abismo, subtitulado: Biografía coral de la Escuela de Frankfurt: "Arranca bien, con datos interesantes y poco conocidos de la vida y la obra de Adorno, Benjamin, Marcuse, Horkheimer, etc., pero (seguramente porque uno se va haciendo mayor, o porque ya los tiempos son otros y también los marcos mentales), no pude terminarlo. Quizás el año que viene”. Y Juan Bolea se rindió sin contar las 50 sombras de Grey: “Creo que es un grave insulto a las mujeres”.

La sospecha

A Esther Bendahan le costó El hereje, de PaduraEl hereje, , “un libro con varios libros, así que iba por partes. Me propuse terminarlo porque me interesaba el tema. Aunque había partes que me resultaban innecesarias”. Ahora le sucede con El impostor de CercasEl impostor: le interesa, pero lo coge los sábados, día reservado para los libros que no lee durante la semana. “Me propongo terminarlo, a pesar de que considero que hay zonas superfluas”.

Irene Zoe Alameda lo intentó con The Courage to Act (El coraje de actuar), de Ben Bernanke, pero no dejaba de interrumpir la lectura con otras que le resultaban más estimulantes, porque cuando un autor académico “intenta aderezar su pensamiento teórico con digresiones biográficas, el resultado puede ser muy torpe”: Bernanke “debería haber evitado novelar su vida y haberse ceñido a su gestión de la crisis de 2008”. Dicho esto, es muy disciplinada y como ya ha pasado la página 400, en 2019 lo terminará…

Es uno de los propósitos de Año Nuevo recurrentes. Care Santos tiene empezados pero pendientes Biografía de la humanidad, de Marina y RambaudBiografía de la humanidad,, y A hombros de gigantes, de Umberto EcoA hombros de gigantes,, está con la “documentación" para su próxima novela "y necesitaría otra cabeza u otra vida para leer por gusto”. Juana Salabert no pudo hincarle el diente al ejemplar que le enviaron de La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann ShaferLa sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey porque “se esfumó de mi pila de libros por leer. Salí a comprármela, justo antes de enterarme de que mi hija se la había llevado prestada, seducida por el encanto algo excéntrico de su título… De modo que le he pasado a una amiga el nuevo ejemplar y me he dejado el mío pendiente para después de Reyes”.

En las respuestas detecto que algunos abandonos son más dolorosos que otros. Por ejemplo, cuando el autor de la obra es un escritor respetado.

 

Alexis Ravelo admira a Alejandro Gándara, La media distancia o La sombra del arquero le fascinaron. Pero no La vida de H. “Quizá me acerqué con demasiadas expectativas. Pese a su buena prosa (Gándara sigue teniendo el don de la frase brillante), se me comenzó a caer de las manos ya casi desde las primeras páginas”. Claudio Cerdán idolatra a James Ellroy, pero apenas avanzó con Perfidia, aunque, “como en las malas películas románticas, todo se resume con ‘no eres tú, soy yo’. La paternidad ha limitado mi tiempo hasta el punto que me siento con menos paciencia. Eso también ha hecho que las lecturas de este año hayan sido magníficas”.

Leo Zelada no ha respondido a La llamada de la tribu, de Vargas LlosaLa llamada de la tribu,. “Me parecía tediosa. Además, esa apología del converso, estilo Testigo de Jehová, que hace el autor del pensamiento liberal y de personajes más que cuestionables, era por momentos delirante”. Suele aferrarse a las lecturas, pero “los catequismos ideológicos de cualquier tipo me parecen infumables”.

Juan Bonilla no soportó Borges, de Bioy CasaresBorges,, “un libro para beberlo a sorbos”, pero se le hizo insoportable ese Borges “en plan cotilla al que todo le parece mal, con sus pellizquitos de monjas y su impúdico pudor (no piensa leer Lolita, no gusta de la pornografía)”. Dejó la lectura sistemática en la página 530 (de 1.600) y continuó “alborotadamente, mirando el índice onomástico para ver qué decía de algún autor que me interesara”. Tampoco la Poesía Completa de AleixandrePoesía Completa pasó la prueba. “Hay tantos amigos que lo ponderan como grandísimo poeta que, contra las opiniones del joven que fui, me dije: quizá estuviera equivocado y me estoy perdiendo a un verdadero gigante”. Pero no: “Casi todo me parecía palabrería para poetas palabreros, el escaparate de una confitería con algún verso imponente que ojalá me hubiera encontrado suelto”. Quizá le sorprenda saber que Ángela Vallvey quiso volver a leer la Historia del corazón, “un libro que me encantaba cuando era adolescente, en una vieja edición que había en casa, y he dejado algunos poemas sin acabar después de sufrir una sobredosis de adverbios y de nostalgia”.

De Nobel a Nobel: a Javier Sáez de Ibarra un amigo le recomendó que leyera a Bob Dylan. “El jurado dijo de él que se lo daban ‘por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición estadounidense de la canción’. Leí, en efecto, unos versos. Bueno”. Luego se acordó de que antes había ganado Tranströmer, y antes aún otra poeta llamada Herta Müller “‘quien, con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, describe el paisaje de los desposeídos’. Como lo que les ocurre a los desposeídos me interesa sobremanera, he empezado por ella.”

Los inasequibles al desaliento…

Colorín, pingajo y hambre

Colorín, pingajo y hambre

Marta Sanz acaba todo lo que empieza; no así Juan Gracia Armendáriz, quien sin embargo sí lo ha logrado en 2018, “circunstancia muy poco habitual en mis hábitos de lectura. Quizá se deba a que todos los que he leído pertenecen a un campo literario que me interesa mucho, hasta cuando el resultado no colma las expectativas. A veces hay que tener en cuenta el consejo que le dio Gertrude Stein a Hemingway: “De los malos libros también se aprende”. Luis Alberto de Cuenca elige los libros con cuidado, “lo que trae consigo que no haya dejado, al menos que yo recuerde, ninguno sin terminar”. Y Rafael Argullol es de los que quieren leer pocos libros, y los leen de cabo a rabo. “En cambio no he empezado a escribir uno que creía que empezaría”.

Porque, claro, yo pregunté por libros que no habían podido terminar y todos entendieron que me refería al acto de leer, si bien podría haber sido cosa del escribir. Argullo unió ambas posibilidades en su respuesta; Juan Ramón Biedma se centró únicamente en la segunda. “Hace poco afirmaba en una revista que, como lector, con tal de que una novela histórica funcione, estoy enteramente abierto a la patraña. Pero que, pasado ya al papel de escritor, termino obsesionado con la ambientación, el dato y del detalle. Pues ni más ni menos es ese el mal del que he resultado objeto estos últimos meses, en los que me he encontrado tan sumergido en la búsqueda documental para construir una novela que transcurre en 1936 que se me ha pasado el año sin llegar a comenzarla.

Quizá en 2019…

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