El espectador de la tele pública también quiere divertirse

Ha llegado La familia de la tele a la pública y, antes de que los presentadores se hayan hecho con la casa, ya han salido en tromba los de “no con mis impuestos”. Ojalá fuéramos tan escrupulosos con nuestra contribución colectiva para todo; muchos no le vemos justificación a la ubicuidad histórica del fútbol masculino y aquí estamos. ¿Qué tiene que ser la tele pública? Es una buena pregunta para que nos detengamos en ella en serio. Lo primero, se me ocurre, tiene que ser referente, y con eso quiero decir el canal que se ponga por defecto, que era lo que ocurría en tantísimas casas de los que aún no hemos llegado a los 40: cuando ya había otras opciones, pero las uvas y las últimas horas, en la uno

La televisión que ha conseguido ser eso actualmente, la tele puesta como una más en las casas y los bares, en algunas y algunos de sol a sol, es Antena 3. Alguien pensará que es ideológico-sociológico, yo creo que es principalmente una cuestión de accesibilidad. Es una cadena fácil de ver, visualmente muy atractiva, como su hermana La Sexta, y está llena de –como cantaba la sintonía del Grand Prix (en aquella Televisión Española de los noventa)– “programas del abuelo y el niño”. Una tele para ver en familia, una tele que entretiene, que acompaña. 

Hacer periodismo sólo para otros periodistas (y políticos y analistas) no es la misión que tenemos. No hay nada menos de periodista que ser un esnob

Yo no me he sumado nunca al intento contemporáneo de “intelectualizar” Sálvame, ni tengo personalmente paciencia para verlo cinco minutos seguidos. Pero estoy lo bastante en el mundo como para saber que el propósito de una cadena, y el deber si es pública, no es sólo “informar con seriedad y rigor”, sino ser la compañía y el aliciente de quien no tiene ni puede permitirse otros. Lo primero para una tele pública es que a alguien se le ocurra ponerla, ser costumbre. Para hablar con soberbia de las telenovelas y los programas del corazón hay, supongo, que no haber visto nunca a una abuela sobrevivir a un duelo o a la soledad no deseada gracias, en parte, a esa cita diaria, a esas voces que atenúan, por un rato, el silencio.

He estado viendo La familia de la tele estos primeros días, en diferido y con el bloc de notas, que obviamente no es como está pensado para verse, y me he aprendido de memoria con mi hijo la sintonía que canta Camela. “Queremos que al llegar la tarde, al momento, llenarte de alegría, humor, sentimientos, como en el Un, dos, tres, respóndame otra vez”. Y sigue con la declaración de intenciones: “Aquí cabemos todos (todos en letras arcoíris de karaoke), así es, como en el Qué apostamos, vente y lo ves. El jefe cabe también, y un pueblo de Teruel”. A mí, que crecí en casas donde la tele siempre estaba puesta y que Camela me suena al R-12 de mi abuelo, esta sintonía me da mucho abrazo. Yo no necesito que Amaia cante delicadamente Cuando zarpa el amor para escribir públicamente que me la sé y la disfruto. No es un placer culpable, que por cierto es un concepto bastante reducido, sino la educación sentimental de tantos de nosotros.

La familia de la tele tiene ratos accesibles: cuando comentan los modelos creativos de la gala del Met (falta analizar también a los hombres, que además en esa ceremonia daban mucho juego) o cuando aparece Chenoa o hablan del nuevo sencillo de Aitana, todo personajes patrios que quien no conozca pues, chica, dónde vive; hay que saber un poco de todo, que diría mi madre. Pero peca de abundar en lo que han hecho siempre sus colaboradores importados de Sálvame, el cotilleo eternizado sin ritmo sólo para parroquianos. Respira cuando Inés Hernand y Aitor Albizua (fabuloso también en este registro) intervienen; hay margen, mucho, para hacerlo realmente un programa familiar, diverso y entretenido. La estética es una chulada, algo que no siempre consiguen los programas de la primera.

Tras ver el comunicado del Consejo de Informativos de TVE, he repasado el segmento desenfadado de una de las colaboradoras de La familia de la tele en el Vaticano y, siendo yo una die hard journalist, no veo por ninguna parte la falta de respeto, ni a los periodistas ni a la profesión. Es un programa de entretenimiento con su logo en el micro y ese segmento es exactamente eso: una croniquilla de color, como tantas que hacemos todos los días sobre todo lo humano y lo divino. A veces el color es la única manera de llegar a algunas personas. Claro que merece la pena y que se puede hacer dignamente. Hacer periodismo sólo para otros periodistas (y políticos y analistas) no es la misión que tenemos. No hay nada menos de periodista que ser un esnob.

Televisión Española, con José Pablo López al frente, ha venido a jugar: La Revuelta ha introducido a muchos jóvenes en el concepto de tele en directo, y con La familia de la tele quizás algunas abuelas y abuelos vuelvan a pensar que la primera también puede ser compañera entretenida de sus tardes. No creo que nada sea todavía ideal, pero estaré atenta, con mi bloc de notas y recuperando esa paciencia televisiva de los noventa, a toda la imaginación puesta en favor de la tele de todos. El informativo de la noche de Antena 3 no tendría esos datos sin el arrastre de un pegamento familiar icónico como Pasapalabra. Para que alguien llegue a beneficiarse de “la seriedad y el rigor informativos” de la uno, primero tiene que haberla puesto.

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