¿Antisemitismo o antisionismo? La batalla del lenguaje que Israel impone desde hace décadas

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, pronuncia una conferencia de prensa en Jerusalén.

“Para estos neonazis, ‘Palestina Libre’ es simplemente la versión actual de ‘Heil Hitler’”. Lo dijo esta semana el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en una nueva entrada del glosario que Israel ha ido imponiendo desde hace décadas, con mayor o menor predicamento según la audiencia, en su batalla por el relato del conflicto con Palestina a través del lenguaje. La identificación de cualquier crítica a la política del Gobierno de Israel con el antisemitismo la reproducen hoy en día sin ambages figuras políticas como Donald Trump en Estados Unidos o Isabel Díaz Ayuso en Madrid.

La de Netanyahu es una frase que se corresponde con el manual del Proyecto Esther, el plan de la organización conservadora estadounidense Heritage Foundation para aplastar rápidamente el movimiento propalestino en ese país, así como su apoyo en las universidades, las entidades progresistas y el Congreso. “Con la guerra de Gaza, esta organización lanzó una campaña no sólo para desacreditar ese movimiento, sino para desmantelarlo. Y algo central que hace es tachar a cualquier persona o entidad que haga una actividad propalestina de ‘afiliada a las Organizaciones de Apoyo a Hamás (HSOs)'”, explica a infoLibre José Vericat, investigador principal para Oriente Medio y el Norte de África del centro de pensamiento Real Instituto Elcano.

Entre esas “HSOs” que señala la Heritage Foundation está, por ejemplo, la destacada organización judía estadounidense antisionista Jewish Voice for Peace a causa de su solidaridad con Palestina.

Israel habla de “Hasbará”, propaganda política que presenta como “diplomacia pública”, para tratar de ganar el relato y controlar el lenguaje sobre el conflicto, sobre todo en las redes sociales. Así lo indica a infoLibre Esther González, una periodista que fue corresponsal en Jerusalén y que prefiere hablar tras el seudónimo que en ocasiones también ha utilizado para firmar sus informaciones. “Hay organizaciones que subvencionan e impulsan esa batalla dialéctica en las redes”, apunta. Como el uso del lenguaje ha sido un campo de batalla fundamental en este conflicto, los corresponsales extranjeros han de tener especial cuidado cuando citan a las fuentes. “No puedes hacer una cita usando un lenguaje que no sería el tuyo. Los fragmentos en los que ellos usan un lenguaje diferente, tanto una parte como la otra, tienes que sacarlos de la cita y ponerlos en la terminología que es apropiada en función del derecho internacional”, señala.

¿Muro o valla?

Un ejemplo muy claro es el muro. “Los palestinos lo llaman el muro del apartheid e Israel habla de una valla de seguridad. Pero lo que llaman valla tiene metros y metros de ancho. Es un muro que construye un país en el territorio de otro, apropiándose de territorio que no es suyo”, dice. Las organizaciones de derechos humanos, como UNICEF o Amnistía Internacional, hablan de “el muro” o “el muro de Cisjordania”.

Otro ejemplo son los asentamientos. La ONU habla de asentamientos, mientras que Israel, y también medios de comunicación occidentales más afines, los denominan “barrios judíos”. “Dicen que los llaman así porque están en ciudades israelíes pero son barrios judíos en territorio palestino, territorio ocupado, con lo cual son asentamientos ilegales para la normativa internacional”, señala la periodista. Una palabra fundamental en esta batalla del lenguaje es “terrorista”. “Hamás, además de tener un brazo armado, es también un movimiento político y social”, recuerda. Dos referentes del periodismo internacional, como la BBC británica y la agencia AP estadounidense, no usan, ni en este ni en ningún caso, el término terrorista porque consideran que siempre connota una valoración política.

“La mayoría de los medios británicos se refiere a esta guerra como la de "Israel-Hamás", de manera que no muestran qué territorio está siendo bombardeado ni lleva a pensar que la gente que la sufre no pertenece a Hamás. Otras guerras análogas sí se han descrito en base a los territorios invadidos, como cuando Estados Unidos invadió Afganistán. Poner el foco en Hamás borra la presencia de los civiles palestinos y su conexión con el territorio atacado”, indican las antropólogas Ammara Maqsood y Amandas Ong en el análisis Language Is a Powerful Weapon in the Israel-Palestine Conflict (El lenguaje es una poderosa arma en el conflicto Israel-Palestina), publicado en News Lines Magazine, una revista que nació para que en la cobertura mediática sobre Oriente Medio estuvieran más presentes quienes han nacido o vivido allí.

Las expertas destacan “la disociación de la violencia de Israel de sus consecuencias letales” cuando se dice que los civiles palestinos “mueren” en los bombardeos en lugar de que han sido asesinados. “La voz pasiva es la gramática del genocidio. Nunca o raramente un titular de un gran medio internacional dice que Israel ha matado a equis palestinos en Gaza. Siempre es en pasiva”, apunta el analista Vericat en el mismo sentido.

Camino del tabú en la academia

La intensa politización y polarización en torno al conflicto entre Israel y Palestina está convirtiéndolo más que nunca en un tema que se prefiere esquivar para evitar problemas. Ocurre en todos los espacios de opinión pública; en las redes por la beligerancia de los ataques, pero también en las universidades por temor a las consecuencias.

“Esto pasa sobre todo en Estados Unidos, pero aquí un poco también. Ya ves académicos, profesores, que prefieren no hablar de este tema. A mí, por ejemplo, el año pasado dos alumnas estadounidenses me acusaron de antisemita. Y yo me ciño a lo que dice el derecho internacional, pero eso no te exime de la posibilidad de que te acusen de antisemita. Entre otras razones, porque Israel ya ha llegado al absurdo en la explotación de la palabra antisemita para intentar deslegitimar a sus críticos. Incluso lo aplica a judíos críticos ya”, cuenta a infoLibre Ricard González Samaranch, profesor de Política Mediterránea en la Universitat Autònoma de Barcelona. “Cualquier persona que, por ejemplo, salga mucho en la tele hablando de este tema, sufre un volumen de mensajes de odio que no se compara con los que recibes si te dedicas analizar otros conflictos del mundo”, anota.

En relación a la deformación del término antisemita, esta misma semana el embajador de Palestina en España, Husni Abdel Wahed, en una entrevista concedida a infoLibre, aclaraba el significado de cada término: "En el año 1977, Naciones Unidas en la Asamblea General calificó el sionismo como una forma de racismo. Hace 48 años. Y ahora se está castigando a cualquiera que cuestione y critique el sionismo, y lo califican como antisemita", explicaba

"Es un juego diabólico (...) confundir los conceptos de una forma intencional. El ser judío, el ser israelí, el ser hebreo, el ser semita, el ser sionista, etcétera, los presentan como sinónimos. Una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra. Israelí es una nacionalidad, judío es una religión, hebreo es una etnia, semita es una lengua, sionista es una ideología", aclaraba el embajador. Y continuaba: "Son cosas que no tienen nada que ver una con la otra y las presentan como sinónimos para condicionar cualquier posible crítica a las políticas del Estado de Israel. Nosotros [la mayoría de palestinos] somos semitas. [...]. Yo soy semita y soy antiisraelí, soy antisionista [...]; estoy en contra de esta ideología supremacista racista del sionismo. Y que me digan que soy antisemita… ¡Si soy semita!".

En todo caso, la situación en la academia es mucho más grave en Estados Unidos, porque allí está el factor de la influencia sionista en la financiación de las universidades. “Se organizan cazas de brujas de profesores y se hace chantaje a la universidad: o echas a este profesor o te retiro las donaciones”, señala. Un modus operandi que ahora emplea directamente el presidente del país, Donald Trump, con sus políticas de persecución a quienes se hayan manifestado en favor de Palestina. Hay profesores allí, pero también aquí en menor medida, que cuando tienen que abordar el tema optan, por ejemplo, por invitar a alguien para evitar problemas.

La palabra genocidio

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La batalla del lenguaje se libra en palabras específicas y también en conceptos generales. “Una clave es nuestro punto ciego con el Holocausto, porque define nuestra noción del mal, y por tanto, cognitivamente, nos resulta extremadamente difícil concebir que el Estado que manifiesta representar al pueblo judío sea responsable de una catástrofe de esas características, quizás no en esa magnitud, pero desde luego con características equiparables, un genocidio. Y cada vez con una magnitud más cercana. Son dos millones de personas a las que se les está aplicando el exterminio”, sostiene Vericat.

González les explica a sus alumnos que él considera que es un genocidio, pero que existen argumentos para considerarlo así y para no hacerlo. Y también les dice que es compatible que sea una guerra con que sea un genocidio. “Yo creo que es una guerra asimétrica en la que hay una desproporción de fuerzas tremenda y a la vez un genocidio, una cosa no excluye la otra. En la Primera Guerra Mundial hubo un genocidio de población armenia en Turquía y era una guerra. Fue a la vez guerra y genocidio”, concluye.

El Comité Especial de la ONU encargado de investigar las prácticas israelíes, establecido en 1968, indicó en un informe de noviembre de 2024 que la ofensiva de Israel en Gaza “es consistente con las características de un genocidio”, que Israel está “utilizando la hambruna como método de guerra e infligiendo un castigo colectivo a la población palestina” en el conflicto y que está aplicando un “sistema de apartheid” en Cisjordania, incluido Jerusalén Oriental.

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