El hambre como arma de guerra María Eugenia Rodríguez Palop

La reunión política al más alto nivel de nuestro país giró este viernes en torno a una palabra pintoresca, de sonido coloquial, campechana: pinganillos. La segunda acepción de este sustantivo masculino es carámbano, pedazo de hielo, en Asturias, León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora. Como tragarse uno, o como ver a algunos, sienta asistir a un espectáculo simplemente partidista, con absoluta ausencia de sentido de Estado, con algo mucho más desolador que ningún acuerdo: la ausencia del intento.
Los titulares y las alertas se los llevó quien fue a la conferencia sólo a hacer el show: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid y líder real de la oposición. La verdadera antagonista del Gobierno. En un modus operandi, pero también en un patrón de cobertura de prensa, que a esta excorresponsal que les escribe le recuerda demasiado nítidamente a junio de 2015 en Estados Unidos. Fue entonces cuando los medios comenzaron a hacer presidente a Trump al priorizar los directos a la espera con su atril vacío sobre las medidas que proponían otros candidatos entonces más serios, entre ellos su ahora jefe de Política Exterior, Marco Rubio.
El argumento pueril que fue desfilando después por los micrófonos, aunque la única que se salió de la sala fue Ayuso, es que si todos se entienden en castellano y en castellano hablan en los pasillos, para qué usar entonces las lenguas cooficiales dentro de la reunión. Como si las lenguas fueran sólo un vehículo de comunicación y no tuvieran también un valor de representación de la cultura y la identidad que también son nuestras: me refiero a los que pertenecemos a la España monolingüe. El primer error es no trabajar intensamente para que todo el mundo de este país entienda que la diversidad no nos divide, sino que nos enriquece y pertenece a todos.
El primer error es no trabajar intensamente para que todo el mundo de este país entienda que la diversidad no nos divide, sino que nos enriquece y pertenece a todos
"El país es un puzzle roto con muchas piezas averiadas y prisionero de un ambiente de frentismo asfixiante que hace estéril cualquier intento. Lo malo no es no conseguir acuerdos, sino que desde el minuto uno se nota que no hay voluntad", acaba de decir mientras llego a esta altura de la columna el presidente de Castilla-La Mancha y líder de la oposición interna en el PSOE, Emiliano García-Page. Lo primero se puede interpretar de diferentes maneras, pero sobre el ambiente de frentismo asfixiante seguramente no nos cabe a ninguno ninguna duda.
A menudo comento con una amiga venezolana que este es un país que no se da cuenta de lo estupendo que es. Y no lo es sólo por la cultura callejera, de las cañas y las terrazas, que obviamente no es madrileña, como se la quiere apropiar Ayuso, sino universalmente española y, también, profundamente mediterránea. Y no lo es tampoco sólo por las bellas lenguas en las que soñamos, incluida la compartida, que también es de todos y no se la tiene que apropiar nadie (ojo no estemos a cinco minutos de que también lo intente Ayuso). Lo es y lo intuimos porque esta semana la terminamos hartos, abochornados, sabiendo que merecemos algo mejor que todo este ruido y dejación. La terminamos enfadados porque el verdadero titular de la mañana del viernes, al que no se le da respuesta, es que la vivienda en España ha registrado su mayor subida en 18 años, un 12,2% en el primer trimestre. ¿Ese pinganillo también se lo han quitado? Hay que ser un témpano, un carámbano para mirar hacia otro lado.
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