Los senderos de la UCO José Antonio Martín Pallín

Las estampas más desoladoras de la despoblación se producen en sitios que, a primera vista, parecen lugares de residencia perfectamente agradables. El verano pasado, cenando al fresco después de trabajar en la pintoresca plaza Mayor de Puebla de Sanabria, pensé que allí se estaba muy bien e, inmediatamente, que vivir a diario tenía que ser muy difícil. El hospital, por empezar por lo de vida o muerte, está a una hora y veinte minutos en coche, por carreteras que si no tienen un peligro tienen otro, y ni siquiera es un hospital de nivel 1. Si es necesaria una derivación, añada otros 46 minutos hasta Salamanca. Y esto, en la cabecera de comarca; imaginen para los municipios más aislados de la Alta Sanabria. Sumen a la ecuación que mucha de la poca gente que va quedando es muy mayor y está sola.
La conexión del tren es imprescindible para el reequilibrio territorial del país, una de las medidas más eficaces y de resultados directos
En Castilla y León, como en la España rural de la que es paradigma por su dispersión y vaciamiento, no se concibe la vida sin el coche, porque para muchísima gente simplemente no es posible hacerlo. Quien, desde la ciudad grande, imagina una vida verde en un pueblo no sabe que en algunas casas hay hasta cuatro vehículos en la puerta, uno por cabeza, que se mueven todo el rato, hasta para bajar al bar. Incluso algunos de quienes viven en capitales de provincia no se libran de coger la carretera cada día porque sus trabajos están a una hora, a hora y media, ida y vuelta, con nieblas y animales y baches terribles. El día que alguien aprueba una oposición, por ejemplo de Magisterio, en esta comunidad debe de saltar de alegría y luego de susto: marcha con 26 años a un pueblo cuatro provincias más allá donde no hay casas disponibles, entonces vive en otro donde la persona más joven quizá tenga 55 años y cuidado al volante por las mañanas.
Algunas personas de esta región extensa y compleja tenían un alivio, una posibilidad, tras convertirse su territorio en zona de paso de la Alta Velocidad entre Galicia y Madrid. Primero Zamora y luego Sanabria (aunque su parada está alejada y no tiene servicio de autobús) no podían creer que, por una vez, las viniera la virgen a ver; que las pusieran en el mapa, esta vez dicho con propiedad. Que te dieran un empleo público en Sanabria, adonde la gente no se pega precisamente por ser enviada, ya no sonaba tan arduo: podías vivir en la capital de la provincia y desplazarte allí cada día en buen tiempo. La gente de la zona podía ir a sus consultas a Zamora, a sus recados, a sus estudios universitarios, a su ocio, a lo que desearan. Esto se ha cortado de golpe con la suspensión de las frecuencias buenas para ir y venir. Imaginen: personas que tenían organizada su vida en torno a esa nueva posibilidad. También personas sin carné de conducir que ahora no tienen alternativa.
Es más fácil hablar de revertir la despoblación que ser practicante. El alcalde de Vigo, el socialista Abel Caballero, pidió que se suspendieran esas paradas para que sus paisanos llegaran unos minutos antes a Madrid. Por el camino de su deseo ha dejado viendo pasar el tren a usuarios de esa línea en Sanabria, en Medina del Campo (Valladolid) y en Segovia. Un lema de protesta ha emergido en tierras donde la resignación es cultural: si no para, no pasa. Con lo que les ha costado que los sienten (aunque sea de chiripa) a la mesa, ahora quedan de convidados de piedra.
La conexión del tren es imprescindible para el reequilibrio territorial del país, una de las medidas más eficaces y de resultados directos. No estaría escribiendo esta columna si por la puerta de mi casa no pasara (toquemos madera) un tren que desemboca en Chamartín. Tampoco la podría estar escribiendo en Sanabria. Yo, como tantas personas de este país aunque apenas se hable de ello, no conduzco. Comenzar a repensar el país asumiendo que el vehículo particular no es un apéndice humano sería un gran paso.
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