50 años de la muerte de Max Aub: el laberinto de la Guerra Civil

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Carmen Peire

22 de julio. Cambiemos de año y vayamos a 1972. El escritor Max Aub muere en el exilio mexicano de un ataque al corazón, un sábado por la tarde, antes de comenzar en su casa de la calle Euclides 5 una timba de cartas, a las que era tan aficionado. Con amigos presentes o a punto de llegar. Se cumplen 50 años de su muerte y 25 de existencia de la Fundación que lleva su nombre, ubicada en la ciudad castellonense de Segorbe, en la comarca del Alto Palancia, donde solía veranear y donde inicia la primera novela de su magna obra sobre la Guerra civil, conocida como El laberinto mágico: Campo Cerrado (1943) arranca en esa comarca. Le seguirían otras cinco. Campo de sangre (1945) Campo abierto (1951), Campo del moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1967).

Siempre he considerado a Max Aub el narrador por antonomasia del exilio y de la guerra, en una generación que dio muchos poetas y pocos escritores de su estilo. Fenómeno irrepetible el de este personaje singular, con una vida de novela, nacido en París en el año 1903, de padre alemán y madre francesa, afincado en Valencia desde los 14 años, cuando llegó con su familia al huir de la primera guerra mundial, y que adoptó el castellano como su lengua oficial para sus escritos. Escritor prolífico donde los haya, quedó herido por la Guerra Civil y marcado por ella. Si hablamos de su obra importante, la que más relevancia le ha dado, hablaría no solo de las seis novelas antes mencionadas, también de Calle Valverde, donde nos retrató la vida en Madrid durante la dictadura de Primo de Rivera. Y hablaría también de La gallina ciega, un diario de desencanto cuando vino a este país para preparar un libro que le había encargado la editorial Aguilar, la vida de Luis Buñuel y a lo que él puso el título y cinco mil páginas escritas: Luis Buñuel, novela. En ello estaba cuando le sobrevino la muerte. Famosa fue su frase: “he venido, pero no he vuelto”, dando a entender que éste ya no era aquel país que conoció, por el que luchó, por el que se exilió, esa extrañeza que recoge en ese diario, La gallina ciega, que debería ser de obligada lectura en Institutos y Universidades para entender de qué hablamos cuando nos referimos a la memoria democrática de los perdedores, así como de la importancia de no sepultarla. Max supo retratar en La gallina ciega el sentimiento de muchos exiliados, incluso de los que vinieron y se quedaron con gran extrañeza y ajenidad ante aquel país pacato, gris y reprimido, que tan poco tenía que ver con el que dejaron, el país republicano, el de los maestros y la generación del 27, el de las ilusiones, el nacido de la voluntad del pueblo en las urnas y atacado por los golpistas militares. Esa misma Gallina ciega que habitaba en mis estanterías familiares, junto a los Crímenes ejemplares, y ampliada después con las novelas del Laberinto mágico.

Max Aub fue agregado cultural de la embajada de la España republicana en París, donde trabajó con Luis Buñuel (éste último en los servicios de información de la República, sí, un espía) y fue Max quien encargó a Picasso el Guernica. He visto anotaciones hechas por él de las diferentes cantidades desembolsadas para la compra de pintura.

Pero también era un escritor divertido, travieso, que supo combinar estas obras con otras llenas de humor, dando lugar a piezas literarias únicas. Max Aub era un gran jugador de cartas, invertía los sábados por la tarde en México en jugar con los amigos, e ideó El juego de cartas, una delicia en la que combinaba el género epistolar, escritas en el reverso de las cartas de una baraja, y dibujadas en el anverso, combinando la baraja española y la francesa. Los dibujos se los atribuyó a un heterónimo suyo, Jusep Torres Campalans, del que también se atrevió a escribir una biografía completa bajo la tesis de que el cubismo se debía a Picasso y al mismo Campalans. Toda una impostura. También relacionado con su afición a las cartas tiene una gran cantidad de aforismos relacionados con el juego. Y jugó también con el género breve, con cuentos, casi todos ellos escritos en México, y con lo que ahora se llama microrrelatos, en la forma de Crímenes ejemplares, una serie de confesiones de asesinatos ante un supuesto juez en el que cada uno explica las razones y motivos que llevaron a cometerlos. Todo un maestro del humor negro literario. Como lo es ese magnífico y desopilante cuento La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco. Pero también fue capaz de escribir, durante el tiempo en que estuvo en campos de concentración, primero en Francia y después en Argelia, dos obras magníficas, El manuscrito cuervo, en el que un cuervo intenta explicar a la sociedad corvina lo raros que son los humanos en general y más en un campo de concentración. De su estancia en Argelia nos dejó una maravilla poética: El diario de Djelfa. Como si contáramos una película de aventuras, Max Aub consiguió escapar de aquel campo de concentración, llevar todo un periplo de viaje hasta llegar a Casablanca y desde allí conseguir embarcar rumbo a México, país que no abandonaría salvo para sus breves viajes.

Pero tiene mucho, mucho más. A él se debe también una Antología traducida en la que dice en la nota preliminar, "entre miles llamados menores existen algunos que escribieron un poema, tal vez dos o tres, tan buenos como los mejores”. A partir de esta premisa, se inventa, desde la época de Amenofis IV hasta la actualidad, los nombres de varios poetas, así como sus poesías y su biografía, otro ejercicio de impostura literaria. Por otra parte, su Manual de Historia de la Literatura española es uno de los libros más rigurosos con los que me he encontrado. Como también el estudio que hace de las vanguardias que recorrieron el primer tercio del siglo XX, preparado todo ello para su última obra, Luis Buñuel, novela.

Es imposible sintetizar todos sus escritos en unas líneas, pero sí es posible, y es lo que pretendo, que en este año que se conmemora el 50 aniversario de su muerte, al lector que no lo conozca le pique la curiosidad y lo lea. Inmediatamente lo reivindicará. He pasado muchos y muy buenos momentos leyéndolo, me he emocionado en otras ocasiones y siempre, siempre, he aprendido con él como con pocos. De corte galdosiano, aunque también influido por las teorías de Romain y por las vanguardias de principios del siglo XX, sobre todo en su juventud, jugó a hacer cine en México y aquí nos dejó una película sobre la Guerra Civil: Sierra de Teruel,  o L’Espoir, realizada conjuntamente con André Malraux.

Amante también de la tipografía, puso en marcha Los Correos de Euclides, usados para felicitar fiestas, enviar a los amigos, con noticias estrambóticas y divertidas y también multitud de formas breves y crímenes relacionados con ello: “Le hundió el guion hasta la empuñadura” o uno que a mí me ha gustado de manera especial, por la acidez y el humor que desprende: “Murió desnucado en una edición crítica de tanto ir al pie de página”.

No quiero dejar pasar estas líneas sin hablar del Aub dramaturgo, de obras tan imprescindibles como La noche de San Juan, El rapto de Europa o siempre se puede hacer algo, o Morir por cerrar los ojos.  Aub se consideraba, ante todo, un dramaturgo, como lo prueba el documento que escribió a Azaña cuando era presidente de la República: “Proyecto de estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile”. La Fundación pretende editar en facsímil este texto a lo largo de este año.

A veces me pregunto si Max Aub hubiera tenido cabida en el mundo literario actual, tan polarizado por el nivel de ventas y no tanto por la calidad, tan desvirtuado por los intereses de las grandes corporaciones y tan alejado de lo que debe de ser un honesto trabajo literario. Max Aub nunca fue un gran vendedor ni llegó al gran público, incluso algunas de sus obras vieron la luz autopublicadas, pero nunca desistió de la escritura y nos ha legado una inmensa obra de gran calidad literaria a la que podemos acercarnos y descubrir en él. Sirvan estas líneas de agradecimiento póstumo por tanto disfrute. Avanzado a su tiempo, lúcido y culto como pocos, siempre huyó del boato, tampoco se le dio bola, pese a todo lo que escribió, a lo que vivió, y a todo el conocimiento que tenía. No olvidemos que hablaba perfectamente cinco idiomas. Hubiera sido uno de nuestros mejores embajadores culturales si en este país no  hubiera habido un golpe militar que dio el cerrojazo a aquellos aires culturales.

Este año se cumple también el 25 aniversario de la Fundación Max Aub, ubicada en Segorbe, que viene manteniéndose pese a los condicionantes económicos y culturales de estos años, con apoyo del Ayuntamiento de Segorbe, de la Generalitat Valenciana, así como de las Diputaciones de Castellón y Valencia. En ella se intenta velar por el legado de Max Aub, alberga cartas, originales, manuscritos y la biblioteca personal del escritor, en torno a los 10.000 libros, exceptuando los que se perdieron en la guerra.

Dentro de las actividades que se pondrán en marcha  para el 25 aniversario, quiero destacar algunas:

–El 1 de julio se presentaron a la prensa las imágenes corporativas de los actos relacionados con el 50 aniversario de la muerte del escritor y del 25 aniversario de la Fundación.

–Se proyectará a lo largo del año el documental titulado Max Aub, un escritor en su laberinto, con guion de Lorenzo Soler y José María Villagrasa

Se realizarán varias representaciones teatrales: un monólogo adaptado a teatral del cuento La verdadera historia de Francisco Franco y la representación el 30 de septiembre de la obra teatral Morir por cerrar los ojos, dentro de las Jornadas Internacionales de puertas abiertas de los días 29 y 30 de septiembre, con ponencias de investigadores de Argelia, España, Brasil, Estados Unidos, Francia, Italia y México. Estarán patrocinadas por la Presidencia de la Generalitat valenciana.

–Siguiendo la línea de otros años, se realizarán encuentros en institutos y centros educativos, así como jornadas de animación a la lectura, con apoyo de la Dirección General del libro y Fomento a la lectura, bajo el título: 50 años después: LEER  MAX.

–Para todo el que quiera acercarse a la Fundación, encontrará descuentos en todas las publicaciones aubianas de la Fundación.

–También, como ya mencioné, se editará un facsímil sobre lo que Max Aub escribió al presidente Azaña: “Proyecto de estructura para un Teatro nacional y Escuela nacional de Baile”.

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Que ustedes lo disfruten. Y un consejo: lean a Max Aub. No se arrepentirán. La editorial Cuadernos del Vigía, entre otras, viene reeditando su obra. En ella pueden encontrar las novelas de El laberinto Mágico, los Campos, sin la censura que tuvieron las novelas cuando fueron publicadas por Alfaguara allá por los años 80.

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Fotos e imágenes corporativas, cedidas por la Fundación Max Aub.

22 de julio. Cambiemos de año y vayamos a 1972. El escritor Max Aub muere en el exilio mexicano de un ataque al corazón, un sábado por la tarde, antes de comenzar en su casa de la calle Euclides 5 una timba de cartas, a las que era tan aficionado. Con amigos presentes o a punto de llegar. Se cumplen 50 años de su muerte y 25 de existencia de la Fundación que lleva su nombre, ubicada en la ciudad castellonense de Segorbe, en la comarca del Alto Palancia, donde solía veranear y donde inicia la primera novela de su magna obra sobre la Guerra civil, conocida como El laberinto mágico: Campo Cerrado (1943) arranca en esa comarca. Le seguirían otras cinco. Campo de sangre (1945) Campo abierto (1951), Campo del moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1967).

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